Los cazadores de Gor (9 page)

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Authors: John Norman

Vi que tenía un cuenco de agua a su alcance y sobre el suelo, algunos trozos de pan y verduras.

Me miró.

No le dije nada más. Di media vuelta, agachándome debido a la escasa altura del techo, y la deje allí a oscuras.

El día siguiente por la mañana, di orden de que la marcasen en la bodega.

El
Tesephone
seguía desplazándose lentamente rio arriba, entre las orillas del Laurius, los campos del sur y los bosques del norte.

Le quité a Tina la cinta que le impedía mover los brazos y solté sus manos. Se desperezó y corrió como un animal feliz por cubierta. Cara rió al verla.

Corrió hasta el puente y se asomó. Siguiendo la estela del
Tesephone
, para recoger basura o desperdicios, había dos tiburones de río que nadaban medio metro por debajo de la superficie con sus sinuosos cuerpos.

Tina se dio la vuelta y me miró, desesperada.

A continuación dirigió su mirada hacia los bosques que se distinguían a lo lejos. Oímos los gritos de algunas panteras del bosque, lo cual no es algo infrecuente.

Me acerqué a ella.

—Tu mejor salida —le informé—, sería hacia el sur, pero tampoco llegarías muy lejos con tu túnica de esclava, con la marca del muslo y el collar, ¿cuánto tiempo crees que pasaría antes de que te apresase alguien?

Bajó la cabeza.

—Tengo entendido que no es muy agradable —comenté—, pertenecerle a un campesino.

Me miró horrorizada y luego volvió a mirar hacia los bosques del norte.

—Si te atrapan las mujeres pantera —le pregunté—, ¿qué crees que sería de ti?

Sin darse cuenta, llevó su mano hasta la señal que tenía en el muslo, bajo su túnica blanca de esclava. Luego cogió con ambas manos el collar y tiró de él con fuerza, como para quitárselo.

Sabía tan bien como yo el desprecio que sienten las mujeres panteras hacia las esclavas.

Y a ella la habían marcado como tal.

—Te usarían como una de sus esclavas —le advertí— y si no lo hacían, te venderían cuanto antes.

Tina, la esclava, se echó a llorar. Di media vuelta y la dejé sola.

Cara se le acercó para consolarla.

Aquella noche volví a la bodega, para ver a Sheera.

Ya la habían marcado. Alcé la lámpara para verla mejor.

La marca era excelente.

—¿Por qué me compraste? —preguntó.

Puse la lámpara sobre el suelo, a un lado.

—¿Por qué me compraste? —insistió.

—Deja que te tome entre mis brazos —le dije.

—¡No! ¡No!

—Deja que te tome entre mis brazos —insistí.

Alzó los brazos hacia mí.

La noche siguiente volví a verla. Sin decir nada, abrió sus brazos al verme, apretó su cuerpo contra el mío y sus labios y los míos se unieron también.

La siguiente noche, que era la que precedía a nuestra llegada a Laura, cuando acabé con ella se colocó boca abajo sobre el suelo con la cabeza alzada, apoyándose en los codos. Respiraba profundamente. Volvió la cabeza hacia mí y me miró a través de su cabello, con ojos brillantes.

Luego la bajó.

Me arrodillé junto a ella y por detrás le cerré el collar de esclava. No protestó. Sabía que se había entregado a mí como una esclava a su amo.

La tomé por los hombros y la coloqué boca arriba. Acaricié sus pechos. ¡Qué hermosos eran, amplios, delicados, sensibles y casi hinchados por la excitación! Los besé. Ella tendió sus brazos hacia mí, alzando la cabeza, con la cadena que le rodeaba el cuello, y entreabriendo los labios.

Cuando volví a fijarme en la lámpara, casi se había extinguido.

Me puse de rodillas y miré a Sheera. Vi mi collar rodeándole la garganta.

—Saludos, esclava —le dije.

Ella alzó los ojos para mirarme.

—Mañana haremos tierra en Laura. Entonces haré que te saquen de la bodega.

Me incliné sobre su garganta y retiré las cadenas y los collares con garras que llevaba. No protestó. Ya no era una mujer pantera.

—Cuando mañana te deje salir de aquí —le pregunté —, ¿qué ropas quieres llevar?

Ella volvió la cabeza.

—Quiero llevar ropa de una esclava —contestó.

Rim, Thurnock y yo, una vez hubimos anclado en Laura, analizamos con la ayuda de un mapa los territorios que quedaban al norte y al este de aquella rústica ciudad.

Sobre el mapa trazamos, intentando ser lo más exactos posible, varias líneas rectas, que creíamos podían ser posibles caminos para llegar hasta el campamento y el círculo de danza de Verna.

—Tienen que estar por aquí —dije señalando una zona del mapa.

—¿Y por qué no seguimos las señales en los árboles y todo eso? —preguntó Thurnock.

—Si Tana y Ela sabían tan exactamente bien el camino del campamento y el círculo —dijo Rim— otros pueden saberlo igualmente.

—Además —añadí—, imagino que Verna espera que Marlenus de Ar la siga. Sin duda es importante para ella que lo haga, pues está en los planes de Verna el vengarse de él. Es muy posible que permita que esa información llegue hasta él.

—Para así saber qué camino emprenderá Marlenus y tenderle una emboscada —prosiguió Rim.

—Sí —dije yo.

—A nosotros nos daría igual caer en su trampa.

—Pero Marlenus —afirmó Thurnock— es un gran Ubar. Seguramente será cauteloso.

—Marlenus es un gran Ubar —dije—, pero no siempre actúa sensatamente.

—Seguramente —comentó Rim—, Marlenus se cree un gran cazador y espera que las mujeres pantera huyan de él. Solo espera encontrar dificultades para conseguir capturarlas.

—El tipo de presa que él espera capturar no es como las panteras, que tan solo se preocupan por su huida.

—Por otra parte —aseveró Rim—, Verna no sabe nada de nosotros ni de nuestros planes. Contamos con el elemento sorpresa a nuestro favor.

—Lo que deseo —expliqué— es acercarme al campamento por una dirección distinta al camino que ya conocemos. Además, no quiero sembrar el camino de trampas para atrapar esclavas.

—¿Esperas tener tratos con mujeres panteras? —preguntó sonriendo.

—Soy un comerciante —respondí.

—¿Cómo tenemos que actuar? —preguntó Thurnock.

—Montaremos un campamento base de acuerdo con nuestro interés primordial, que es la cautela —respondí—. A continuación, un grupo de hombres escogidos penetrará en el bosque, pero como si no supiesen la localización del campamento o del circulo de Verna. Entonces deberemos establecer contactos con algunas de las que forman su grupo. O nos encuentran ellas o nosotros las localizamos,

—No es infrecuente que sean ellas las primeras en establecer contacto disparando flechas por la espalda —afirmó Rim sonriendo.

—Soltaremos, convenientemente maniatada, a una esclava para que establezca el contacto.

—La cazarán y se la quedarán —siguió diciendo Rim.

—Por supuesto —asentí.

—Entonces la muchacha les dará nuestro mensaje, que estaríamos dispuestos a negociar por cualquier esclava que tengan en su campamento.

—Ninguna muchacha maniatada podría sobrevivir en el bosque —apuntó Thurnock.

—Ninguna muchacha en esas condiciones —asentí— puede durar mucho tiempo en los bosques. Así que ello será un incentivo para que la que soltemos procure caer en manos del grupo de Verna lo antes posible.

—Sí —dijo Rim—, y si no lo consigue, no le quedará más remedio que volver con nosotros.

—¡Claro! —exclamó Thurnock.

—Pero imagino —dije— que tendrá pocos problemas para dar con Verna y su grupo.

—Pareces estar pensando —comentó Thurnock— en una muchacha hábil, en alguien que conoce bien los bosques.

—Sí.

—Pero, ¿has tenido en cuenta que ellas, las mujeres pantera, podrían quedarse con nuestra mensajera?

—Lo he tenido presente —respondí.

Thurnock me miró algo desconcertado.

—Supón —le dije— que la muchacha que soltamos, la que puede ser capturada, es bien conocida por Verna. Supón que fuera una rival de Verna, una enemiga personal a la que conociera desde hace tiempo.

Rim se echó a reír.

—¿Qué crees —le pregunté a Thurnock— que podrían querer Verna y sus muchachas de ella?

—Ya veo —dijo Thurnock sonriendo.

—Seguro que no dejaría de ser una esclava —dijo Rim.

—Y —añadí sonriendo— nosotros habríamos establecido contacto con la banda de Verna, al tiempo que recuperaríamos a nuestra enviada.

Thurnock sonrió.

—Pero, ¿qué muchacha podríamos usar? —preguntó.

—Sheera —le respondí.

Thurnock asintió con la cabeza y Rim se echó a reír.

—Tenía la impresión —les dije— de que seguramente encontraría algo en lo que utilizarla.

—Me parece a mí que ya has encontrado alguna cosa en la que ocuparla, en la bodega.

—Sí, pero eso no tiene importancia.

—Hay una cosa que me preocupa —dijo Rim—. Verna se ha llevado a Talena a los bosques para tenderle una trampa a Marlenus, así que ¿por qué habría ella de vendértela a ti?

—Eso podría ser un problema de tiempo —le contesté—, y de información y precios.

—¿Qué quieres decir?

Me encogí de hombros.

—Supón que Marlenus cae en manos de Verna —sugerí—. En ese caso, ella no necesitaría el anzuelo para nada y podría deshacerse de él por un buen precio.

—¿Marlenus? ¿Caer en manos de Verna? —preguntó Thurnock.

—Las mujeres pantera son peligrosas —afirmé—. Me da la impresión de que Marlenus, que es un hombre orgulloso, no acaba de entenderlo.

Miré a Thurnock y proseguí:

—Lo más importante para los planes de Verna es que Marlenus crea que ella tiene a Talena. Mientras él lo crea, no tiene la menor importancia que ella la posea o no. Por lo tanto, ¿por qué no habría de venderme a Talena a mí, siempre que la venta fuese secreta?

—Quizás porque temiese que pudieses entregarle a Marlenus la muchacha a cambio de oro —dijo Thurnock.

—La convenceremos de que somos de Tabor.

Tabor, aunque era una isla libre administrada por comerciantes, no estaría deseosa de enfrentarse a su poderosa vecina. Durante más de un siglo había habido hostilidades entre Tyros y Ar. Un comerciante de Tabor, por lo tanto, por miedo a Tyros, no era muy fácil que devolviese a Talena a su padre, Marlenus. Una acción semejante podría tomarse como una provocación de guerra. Era mucho más posible que la muchacha fuese presentada en Tyros, por ser hija de su enemigo, desnuda y con las cadenas de esclava, como expresión de buena voluntad.

El odio a muerte entre Ar y Tyros era debido a que esta última había financiado a los piratas del Vosk, durante el siglo anterior, con la intención de privar a Ar de los mercados de Vosk.

—¿Y qué ocurrirá si no la convences de que eres de Tabor? —preguntó Rim.

Me encogí de hombros.

—Si el precio es lo bastante alto —sugerí—, a Verna puede que le importe poco que seamos de Tabor o no.

—Sin embargo —pregunto Rim—, ¿qué haremos si decide no vender?

—Entonces no nos quedará más remedio que tomar a Talena por la fuerza.

—¿Qué haremos si Verna y sus mujeres pantera se resisten?

—Tenemos cadenas más que suficientes para Verna y todo su grupo —contesté.

Rim estaba mirando por la ventana del barco que había en la proa.

—Es el
«Rhoda de Tyros»
—dijo.

Me acerqué a la ventana. Thurnock se apretó contra mí para mirar.

Era cierto. Girando lentamente, con suavidad, hacia los muelles de Laura, vimos el brillante amarillo de la nave de Tyros. Vimos cómo se preparaba para plegar las velas. Pude ver catapultas en su cubierta. Su tripulación se movía con eficiencia. Oí el golpear de los tambores recubiertos de cobre marcando el compás para los remeros.

Era el barco de Tyros que había estado anclado junto al
Tesephone
en Lydius, el mismo que había zarpado a continuación de nosotros.

—¿Qué tipo de negocio traerá a un barco como ése hasta Laura? —pregunté a Rim.

—No lo sé —respondió.

—No resulta descabellado pensar —dijo Thurnock— que vengan a realizar negocios normales, como son las pieles de pantera y de eslín y cosas por el estilo.

—Es cierto, no es imposible —dije.

Vimos como la tripulación del
Rhoda
arrojaba algunos cabos a la gente del muelle. Quedarían amarrados dentro de poco.

—Tyros es enemiga de Ar. Si Marlenus cayese en manos de Verna y de su banda, Tyros podría estar muy interesada en su adquisición.

—A lo mejor no están interesados en Marlenus —dijo Rim mirándome.

Le miré sorprendido.

—¿Quién sabe —preguntó— lo que ocurrirá en los bosques?

—¿Qué hacemos, Capitán? —preguntó Thurnock.

—Proceder según nuestros planes — le respondí.

—¿Sabes lo que tienes que hacer? —le pregunté a Sheera.

—Sí —respondió de pie frente a mí, en la espesura del bosque.

Con su ropa de lana blanca sin mangas, mi collar alrededor del cuello, el cabello recogido con un hilo de lana blanca, podía pasar por cualquier otra esclava.

—Extiende las muñecas —le dije.

—¡No irás a esposarme! —gritó.

De ser así, ella sabía que estaría prácticamente indefensa en el bosque.

Cerré las esposas. Sus muñecas quedaron separadas a pocos centímetros la una de la otra. Iba a resultarle difícil correr y casi imposible trepar.

—¿No significo nada para ti? —me preguntó.

—No —respondí.

—Lo sucedido en la bodega —protestó.

—No significa nada.

Bajó la cabeza con la sumisión y la resignación de una esclava esposada.

Rim, Thurnock y otros cinco hombres se hallaban conmigo. Habíamos llevado con nosotros un saco de pequeñas mercancías con las que negociar, y algo de oro. Lo habíamos dejado apartado a un lado. Había llegado hasta allí cargado en la espalda de Sheera.

Rodeamos nuestro campamento con estacas puntiagudas, que nos protegerían de los animales y de los ataques nocturnos de las mujeres pantera.

Sheera alzó los ojos.

—Puede que sencillamente me maten —dijo.

—Las mujeres pantera no suelen matar a muchachas maniatadas.

—Yo soy Sheera —dijo con orgullo—. Soy la enemiga de Verna. Si me captura, puede que acabe conmigo.

—Tú eres Sheera. Si tú capturases a Verna, maniatada y con un collar de esclava puesto, ¿qué harías con ella?

Me miró contrariada.

—La devolvería a la esclavitud —contestó—, y cuanto antes.

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