Read Los cazadores de mamuts Online
Authors: Jean M. Auel
–¿Qué significa eso? –preguntó ésta, mirando a Ayla.
–Rydag dice: «Buen día, madre» –explicó la joven.
–¿«Buen día, madre?» –Nezzie hizo un movimiento que se parecía vagamente al ejecutado por Rydag–. ¿Eso significa «buen día, madre»?
–No. Siéntate aquí. Te enseñaré. Así –Ayla hizo el gesto–, significa «buen día». Así –hizo la variación–, «buen día, madre». Él a mí puede hacer el mismo gesto. Sería «mujer maternal». Tú puedes así –Ayla ejecutó otra variación– para decir «buen día, niño». Y así, para «buen día, hijo mío». ¿Comprendes?
Ayla repitió todas las variaciones, bajo la mirada observadora de Nezzie. La mujer lo intentó otra vez, con ciertos titubeos. Aunque a su ademán le faltaba soltura, tanto para Ayla como para Rydag resultó evidente que intentaba decir: «Buenos días, hijo mío».
El niño, que estaba de pie a su lado, alargó los bracitos delgados para rodearle el cuello. Nezzie le abrazó, parpadeando con fuerza para contener las lágrimas a punto de saltársele; el propio Rydag tenía los ojos húmedos, cosa que sorprendió a Ayla.
Entre todos los miembros del clan de Brun, sólo a ella le goteaban los ojos de emoción, aunque los sentimientos del resto tuvieran la misma intensidad. Su hijo era tan capaz como ella de vocalizar; aún le dolía el corazón al recordar cómo la había llamado cuando la obligaron a partir. Pero Durc no derramaba lágrimas para expresar su dolor. Rydag, como su madre del Clan, no podía hablar, pero cuando sus ojos se inundaban de amor, en ellos brillaban las lágrimas.
–Hasta ahora nunca había podido hablarle... y saber con certeza si me comprendía –comentó Nezzie.
–¿Quieres más signos? –preguntó Ayla, con suavidad.
La mujer asintió, sin soltar al niño; no se atrevió a hablar por miedo a perder el control de sí misma. Ayla ejecutó otra serie de signos y variaciones, mientras Nezzie y Rydag se concentraban, tratando de captarlos. Y luego, otros. La hijas de Nezzie, Latie y Rugie, junto con los hijos menores de Tulie, Brinan y su hermanita Tusie, próximos en edad a Rugie y Rydag, se acercaron para averiguar lo que estaba pasando; después se les agregó Crisavec, de siete años, hijo de Fralie. Pronto todos se entusiasmaron con lo que parecía ser un estupendo juego nuevo: hablar con las manos.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con casi todos los juegos que divertían a los niños del Campamento, Rydag parecía sobresalir en éste. Ayla no podía enseñarle con suficiente celeridad. Sólo hacía falta una demostración; al poco tiempo, él mismo añadía las variaciones, los matices y sutilezas. Ella tuvo la sensación de que todo estaba allí, dentro del pequeño, llenándole y pugnando por salir al exterior; sólo hacía falta una diminuta abertura; una vez liberado, no habría posibilidad de ponerle freno.
Lo que aumentaba el entusiasmo era que los niños de su edad también estaban aprendiendo. Por primera vez en su vida, Rydag podía expresarse con facilidad, y nada era bastante para él. Los niños con los que había crecido aceptaron fácilmente su capacidad de «hablar» con fluidez de aquel modo. También antes se comunicaban con él. Sabían que era diferente, que le costaba hablar, pero aún no habían adquirido el prejuicio, común a los adultos, según el cual carecía de inteligencia. Latie, como suelen hacer las hermanas mayores, llevaba años traduciendo sus «balbuceos» a las personas mayores del Campamento.
Cuando todos se cansaron de aprender y corrieron a aplicar los nuevos conocimientos a un juego en serio, Ayla notó que Rydag les corregía; los otros se volvían hacia él para confirmar el significado de sus gestos y ademanes. El niño había hallado un nuevo sitio entre sus iguales.
Todavía sentada junto a Nezzie, Ayla les vio intercambiar rápidos gestos silenciosos. Sonrió, imaginando lo que habría pensado Iza de saber que los niños de los Otros hablaban como el Clan, entre gritos y risas. Y se le ocurrió pensar que, de algún modo, la vieja curandera habría comprendido.
–Parece que tienes razón –dijo Nezzie–. Ésta es su manera de hablar. Nunca le había visto aprender algo con tanta celeridad. Yo no sabía que los cabez... ¿Cómo les llamas tú?
–Clan. Ellos dicen Clan. Significa... familia..., el pueblo..., humanos. El Clan del Oso Cavernario, pueblo que honra al Gran Oso Cavernario; vosotros decir Mamutoi, cazadores del mamut que honran a la Madre.
–Clan... No sabía que ellos hablaban así. Y no sabía que se pudieran decir tantas cosas con las manos. Nunca vi tan feliz a Rydag –la mujer vaciló; Ayla comprendió que buscaba una manera de decir algo más. Esperó, para darle la oportunidad de ordenar sus pensamientos–. Me sorprende que lo hayas aceptado con tanta rapidez –continuó Nezzie–. Algunos le rechazan porque es de espíritus mezclados y casi todos se sienten algo incómodos con él. Pero tú pareces conocerle bien.
Ayla hizo una pausa antes de replicar. Estudiaba a la mujer, insegura con respecto a lo que diría. Por fin tomó una decisión.
–Yo conocí a alguien como él. Mi hijo. Mi hijo Durc.
–¡Tu hijo! –había sorpresa en la voz de Nezzie, pero no se detectaba en ella ninguna señal de repulsión, que tan evidente resultara en Frebec, al hablar de los cabezas chatas y de Rydag, la noche anterior–. ¿Tuviste un hijo de espíritus mezclados? ¿Dónde está? ¿Qué fue de él?
La angustia oscureció el rostro de Ayla. Mientras vivía sola, en su valle, había mantenido muy sepultados los recuerdos de su hijo, pero la aparición de Rydag los había despertado. Las preguntas de Nezzie avivaron dolorosas emociones que la cogieron por sorpresa. Ahora tendría que enfrentarse a ellas.
Nezzie era tan abierta y franca como el resto de los suyos. Sus preguntas habían surgido espontáneamente, pero no carecía de sensibilidad.
–Disculpa, Ayla. Debí haberme dado cuenta...
–No preocuparte, Nezzie –dijo Ayla, parpadeando para contener las lágrimas–. Siempre cuando hablo de hijo... Es... dolor... pensar en Durc.
–No hables de él, si no quieres.
–Alguna vez preciso hablar de Durc –Ayla hizo una pausa antes de lanzarse–. Durc está con Clan. Cuando ella murió, Iza, mi madre, como tú con Rydag..., ella me dice ir al norte, buscar mi Pueblo. No Clan, los Otros. Durc es muy pequeño todavía. No voy. Más tarde, Durc tres años, Broud me hace marchar. No sé dónde viven los Otros, no sé dónde iré, no puedo llevar Durc. Doy Uba, hermana. Ella ama Durc, cuida. Ahora él hijo Uba.
Ayla se interrumpió, pero Nezzie no supo qué decir. Le habría gustado hacer más preguntas, pero no quería presionar, pues estaba claro que para la joven era muy duro hablar de un hijo amado que había debido abandonar. Ayla continuó por su propia voluntad.
–Tres años no veo Durc. Él tiene ahora... seis. ¿Como Rydag?
Nezzie asintió.
–No hace aún siete años que nació Rydag.
Ayla hizo una pausa; parecía concentrada en sus pensamientos. Luego prosiguió:
–Durc es como Rydag, pero no. Durc es del Clan en los ojos; igual yo, en la boca –sonrió irónicamente–. Debería ser al revés. Durc hace palabras; puede hablar, pero Clan no. Mejor si Rydag habla, pero no puede. Durc es fuerte –los ojos de Ayla adquirieron una expresión lejana–. Corre veloz. Mejor corredor, como dice Jondalar –miró a Nezzie con los ojos llenos de tristeza–. Rydag débil. De nacimiento. ¿Débil en...?
Se pudo la mano en el pecho; no conocía la palabra.
–A veces le cuesta respirar –dijo Nezzie.
–Problema no es respirar. Problema es sangre. No, sangre no..., tuc-tump –dijo, apretando un puño contra el pecho, frustrada por su falta de vocabulario.
–El corazón. Eso es lo que dice Mamut: que tiene débil el corazón. ¿Cómo lo sabes?
–Iza era curandera, mujer de medicinas. La mejor de Clan. Ella enseña como hija. Yo curandera.
Jondalar había dicho que Ayla era mujer de medicina, recordó Nezzie. La sorprendía enterarse de que los cabezas chatas tuvieran alguna noción de medicina, pero tampoco se sabía que pudieran hablar. Y el contacto con Rydag le había hecho comprender que, aun sin el don de la palabra, no era un animal estúpido, como tantos creían. Aunque Ayla no fuera Mamut, bien podía saber algo de curar.
Las dos mujeres levantaron la vista. Sobre ellas se había proyectado una sombra.
–Mamut me manda a decir si puedes ir a hablar con él, Ayla –dijo Danug. Concentradas ambas en la conversación, no habían visto al joven alto que se aproximaba–. Rydag está muy entusiasmado con ese juego que le has enseñado –continuó–. Según dice Latie, quiere preguntarte si me enseñarás también a mí algunos signos.
–Sí, sí, yo enseña. Yo enseña cualquiera.
–Yo también quiero aprender más palabras con las manos –dijo Nezzie, en tanto se levantaban.
–¿Mañana? –preguntó Ayla.
–Sí, mañana por la mañana. Pero todavía no has comido nada, tal vez será mejor que comamos algo antes. Ven conmigo y te buscaré algo. Para Mamut también.
–Tengo hambre –dijo Ayla.
–También yo –agregó Danug.
–¿Cuándo no tienes hambre tú? Entre tú y Talut, creo que seríais capaces de comeros un mamut entero –observó Nezzie, con los ojos llenos de orgullo al contemplar a su hijo tan alto y atractivo.
Mientras las dos mujeres caminaban junto con Danug hacia el albergue, los demás, al ver que echaban a andar, parecieron tomar su iniciativa como una señal para hacer una pausa e ir a comer. Todos se quitaron la ropa exterior para colgarla en las perchas del vestíbulo. Fue un almuerzo sin formalidades; algunos cocinaron en sus propios hogares; otros se reunieron en el primer hogar, donde estaba el fuego principal y varios otros más pequeños. Hubo quienes comieron restos fríos de mamut; otros, carne o pescado cocidos con raíces o verdura, en una sopa espesada con cereales silvestres, toscamente molidos, arrancados de entre la hierba de la estepa. De cualquier modo, casi todos acabaron por trasladarse a la zona común, mientras bebían una infusión caliente antes de salir otra vez.
Ayla, sentada junto a Mamut, observaba las actividades con mucho interés. Todavía la sorprendía el ruido que hacían al hablar y reír a un mismo tiempo, pero comenzaba a acostumbrarse. Más aún, le maravilló la desenvoltura con que las mujeres se movían entre los hombres. No había allí jerarquías estrictas ni orden alguno para cocinar y servir los alimentos. Todos parecían servirse solos, exceptuando los más pequeños, que lo hacían con ayuda de los mayores.
Jondalar fue a sentarse con cuidado en la esterilla de hierba extendida al lado de Ayla; tenía en equilibro entre las manos una taza flexible y sin asa, tejida con heno endurecido, con un diseño en colores contrastantes; estaba llena de tisana de menta.
–¿Te has levantado temprano? –preguntó ella.
–Sí, no quise molestarte. Dormías profundamente.
–Despierto cuando creo alguien herido, pero Deegie dice que vieja... Crozie... siempre habla a gritos con Frebec.
–Gritaba tanto que hasta yo les oí fuera –dijo Jondalar–. Frebec podrá ser un camorrista, pero no sé si echarle todas las culpas a él. Esa vieja chilla más que un cuervo. ¿Quién puede vivir con ella?
–Creo alguien herido –insistió Ayla, pensativa.
Jondalar la miró intrigado. No parecía que estuviera repitiendo su equivocada impresión del despertar.
–Tienes razón, Ayla –dijo Mamut–. Hay viejas heridas que aún duelen.
–Deegie lástima por Fralie –Ayla se volvió hacia Mamut; no tenía reparos en plantearle sus preguntas, aunque, en general, no quería demostrar su ignorancia–. ¿Qué es Precio Nupcial? Deegie dijo Tulie pidió alto Precio Nupcial por ella.
Mamut hizo una pausa antes de responder, ordenando cuidadosamente sus pensamientos para que ella comprendiera. Ayla observaba con curiosidad su cabeza blanca.
–Podría darte una respuesta sencilla, Ayla, pero no es tan fácil como parece. Hace muchos años que pienso en esto. No es fácil comprender y explicar cómo es uno mismo, cómo es el propio Pueblo, ni siquiera cuándo se es uno de esos a quienes los otros acuden en busca de respuestas –cerró los ojos, concentrándose–. Sabes qué es la posición social, ¿verdad? –empezó.
–Sí –dijo Ayla–. En el Clan, jefe tiene posición más alta; después, cazador escogido; después, otros cazadores. Mog-ur tiene posición alta, también, pero diferente. Es... hombre de mundo de los espíritus.
–¿Y las mujeres?
–Las mujeres posición compañero, pero mujer curandera tiene posición propia.
Los comentarios de Ayla sorprendieron a Jondalar. A pesar de todo lo que ella le había revelado sobre los cabezas chatas, aún le costaba creer que pudiera comprender un concepto tan complejo como el rango.
–Ya me parecía –dijo Mamut, en voz baja. Y siguió explicando–: Nosotros reverenciamos a la Madre, hacedora y sustentadora de toda la vida. Personas, animales, plantas, agua, árboles, rocas, tierra, Ella es quien todo lo alumbra. Ella lo creó todo. Cuando convocamos al espíritu del mamut, al del venado o al del bisonte, pidiendo permiso para cazarlos, sabemos que es el espíritu de la Madre el que les dio vida. Es un espíritu lo que hace que nazca otro mamut, otro venado, otro bisonte para reemplazar a los que Ella nos da como alimento.
–Nosotros decimos que es el Don de la Vida de la Madre –dijo Jondalar, intrigado. Le interesaba comparar las costumbres de los Mamutoi con las de los Zelandonii.
–Mut, la Madre, ha elegido a las mujeres para mostrarnos cómo Ella misma ha tomado el espíritu de la vida en Sí misma para crear nueva vida, a fin de reemplazar a los que llama a su lado –continuó el hombre santo–. Los niños lo aprenden a medida que crecen, por medio de leyendas, cuentos y canciones, pero tú ya has superado esa fase, Ayla. Aunque nos gusta escuchar esos cuentos incluso cuando somos adultos, tú necesitas comprender las corrientes que mueven todo esto y lo que yace debajo, para entender las razones en que se basan nuestras costumbres. Entre nosotros, el rango de cada uno depende de su madre, y el modo de demostrar este valor es el Precio Nupcial.
Ayla asintió fascinada. Jondalar había tratado de explicarle lo de la Madre, pero en boca de Mamut sonaba muy razonable, mucho más fácil de entender.
–Cuando los hombres y las mujeres deciden formar una unión, el hombre y su Campamento ofrecen infinidad de regalos a la madre de la mujer y a su Campamento. La madre o la Mujer Que Manda del Campamento son quienes fijan el precio, diciendo cuántos regalos hacen falta; ocasionalmente, alguna mujer puede fijar su propio precio, pero eso depende de mucho más que su simple capricho. Ninguna mujer quiere ser infravalorada, pero su precio tampoco debe ser tan alto que el hombre elegido y su Campamento no puedan o no quieran pagarlo.