Los días de gloria (87 page)

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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Mi mente retornó en aquellos instantes a una reunión en mi casa de Triana con Guillermo Luca de Tena y Rafael Pérez Escolar. El objetivo del encuentro a tres residía en un documento preparado por Rafael, que además de abogado y consejero de Banesto pertenecía al Consejo de Administración del periódico, en el que se establecía una especie de opción de compra para el caso de que la familia Luca de Tena decidiera, por las razones que fueran, vender todo o parte del
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a terceros; en tal hipótesis, Banesto adquiría un derecho preferente de adquisición. Eso era todo.

Cuando Guillermo terminó de leer el documento y siguiendo el plan convenido, Arcadio, el mayordomo que tenía en mi casa de Madrid, entró en el salón para anunciar una llamada de don Juan de Borbón para el señor Luca de Tena. Guillermo se levantó de su asiento con ciertos visos de asombro en sus ojos, se acercó a la mesita en la que se deposita el auricular, lo tomó entre sus manos y escuchó al otro lado de la línea la voz difícilmente audible de don Juan que le pasaba a su asistente, para que Guillermo entendiera con más claridad el mensaje, que consistía, precisamente, en que don Juan se encontraba al corriente de nuestras negociaciones y que avalaba nuestra postura, por entender que con ella solo pretendíamos defender los mejores intereses de España y de la Monarquía.

Guillermo, después de un ritual «De acuerdo, señor», volvió a tomar asiento, se movió agitado por la conversación que acababa de sostener, guardó el papel en su bolsillo y se despidió de nosotros en medio de una grata sonrisa y un tono de voz decididamente amable. Lo malo es que nunca más quiso volver a saber nada del documento.

—Tú sabes, Luis María, que siempre que
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ha necesitado a Banesto, y no ha sido en una exclusiva ocasión, sino en varias, nos ha tenido a su lado. Precisamente porque entendemos que
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representa unos valores importantes dentro de la sociedad española. Otros, seguramente con mayor compromiso que nosotros, se hicieron los locos y no quisieron aportar ni siquiera migajas al salvamento de
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. Pero, en fin, al margen de estos retazos históricos, lo que resultaba indudable es que el mundo de los medios de comunicación social españoles sufriría un cambio sustancial. Por eso yo intenté que el segundo gran grupo de comunicación social español se aglutinara en torno a Guillermo, pero o no quiso o no pudo. Lo cierto es que fracasé.

Luis María, que en algunas ocasiones escucha poco y habla mucho, optó por el silencio y decidió seguir atento a mi parlamento, al tiempo que, listo como es, preparaba su contestación.

—Ante el fracaso con Guillermo y dado que el tiempo circulaba a la máxima velocidad, lo intenté con Javier Godó. No conocía al personaje pero sabía que
La Vanguardia
es una institución en Cataluña, sobre todo en Barcelona, que a ojos de muchos defiende lo que se llama un españolismo razonable, a pesar de sus concomitancias con el socialismo que derivan de su director, un personaje llamado Joan Tapia. Además Javier no siente la menor simpatía por Polanco, lo que facilitaba sobremanera su deseo de llegar a ser «el otro». Pero nuevamente fracasé. Javier cedió a las presiones.

Los juicios de valor que emitía sobre Javier caían en el campo abonado de Luis María Anson, quien, como mínimo, pensaba de idéntica manera, porque para algo tuvo que trabajar con el editor catalán durante algún tiempo y lo conoció bastante bien, lo que, dada la personalidad singular de Javier, tampoco resulta excesivamente complicado. Continué:

—De esta forma, querido Luis María, las dos llamémoslas «instituciones» privadas en el mundo de la comunicación no quisieron asumir su responsabilidad de llegar a ser «el otro». La firmeza de mis convicciones y la debilidad de los consultados me obligaban a seguir adelante. No quedaba nadie, apenas Antonio Asensio. He de reconocerte que Antonio comenzó rechazando la idea e incluso delante de Murdoch en Londres quiso quedarse en el área de Telecinco y propuso que nosotros nos ocupáramos de Antena 3, pero ambos, Murdoch y yo, rechazamos la propuesta y Antonio tuvo que avenirse.

Respiré por unos segundos porque mi alocución, además de larga, resultaba particularmente intensa, incluso para una mente tan extraordinariamente bien dotada como es la de Luis María Anson. Seguí adelante.

—Es cierto, Luis María, que Antonio no tiene ni la historia ni el prestigio de Guillermo o de Godó, pero ya ves que ambos, por lo que sea, no han querido. Antonio es una buena persona, un hombre hecho a sí mismo, creo que con capacidad de ser leal, trabajador y competente. ¿Que nació en la basura? Es posible. Pero no quisiera realizar una averiguación histórica de los orígenes de ciertas fortunas para evitar tener que formular juicios que además de indeseables resultarían estériles para las finalidades que perseguimos.

»¿Que es felipista? Como tantos otros. Hubo un momento en España que quien no era felipista necesitaba un tubo de goma para poder respirar al aire libre. Pero el mapa se dibuja con la precisión de las líneas cuadradas de Juan Gris y la voluptuosidad de Gauguin. El segundo grupo es el que nace en torno a Banesto, Antena 3 y Zeta. Desde esa plataforma todo es posible, y todo será posible.
ABC
se queda descolgado, como una isla, sin futuro ni horizonte y en su día se venderá. Recuerda, Luis María, se venderá, y antes de que eso suceda tú tendrás que irte porque serás un estorbo para semejante operación. Tú fuiste un factor decisivo para salvar a un prácticamente irrecuperable
ABC
. Pero a pesar de eso, y quizá por eso, cuando llegue el turno de vender, el primer movimiento será prescindir de ti.

»No te lo tomes a mal pero mi idea reside en que tú conoces la verdad de cuanto digo y por eso estás nervioso. No te preocupa Asensio, sino quedarte fuera del diseño del nuevo mapa de los medios de comunicación social españoles. Por eso estás nervioso, y yo lo comprendo, pero debes admitir que los dos personajes con lo que podríamos llamar pedigrí histórico para construir a su alrededor el segundo grupo de comunicación no han tenido el valor necesario para hacerlo.

Concluí mi parlamento y, a pesar de los pesares, yo, que conozco perfectamente a Luis María, me di cuenta de que se encontraba en plena forma, dispuesto a decirme cosas que jamás me había referido. Ante todo y como aperitivo me dijo que no podía estar más de acuerdo conmigo. A continuación, con esa agudeza, facilidad de palabra y claridad expositiva que siempre le han caracterizado, se explayó.

—Mira, Mario, en todo esto hay algo mucho más importante que lo que me cuentas y que consiste en quién va a defender los ideales cristianos en este país. España tiene un porcentaje muy elevado de personas que creen en una forma de vida cristiana y que, precisamente por ello, frente a la alternativa marxista necesitan un liderazgo claro. Te confieso que creo que el líder no es José María Aznar, posiblemente pierda las elecciones del próximo año, a pesar de todos los pesares. Y en ese caso es probable que dentro de poco no sea más que una anécdota, un trozo de historia del centro derecha español.

Se inclinó hacia delante, se irguió lo que pudo, bebió un sorbo largo de agua, rozó los labios uno contra otro, gesticuló muy ligeramente con sus manos y se decidió a continuar. Por la parafernalia de sus movimientos sabía que algo importante referente a mí constituía la segunda parte de su discurso.

—Hoy por hoy en España solo hay una persona que pueda encarnar estos ideales cristianos y esa persona eres tú, Mario. Es muy posible que mañana surja otra, pero hoy por hoy las cosas son así. Esta y no otra es la razón por la cual el
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te ha apoyado sistemáticamente. Todo esto se lo he dicho tanto a don Juan de Borbón como al Rey y ambos lo entienden a la perfección. Por eso tengo que preservar tu imagen, porque es vital para España, y por eso resulta imprescindible, sobre todo para ese mundo cristiano, que te separes de lo que encarna Antonio Asensio, al margen de sus cualidades personales, de las que no dudo y que, al contrario, admiro.

Se detuvo de nuevo. Involucrar a don Juan y al Rey en su razonamiento le obligaba a un mínimo de descanso porque Luis María es todo menos frívolo.

—Por tanto, tienes que mantener a Antonio durante un tiempo. Yo le atacaré desde el
ABC
y pediré a otros que secunden mi ataque, pero aislándote a ti, dejando claro que eres un mero accionista sin presencia ni en la gestión ni en los contenidos. Cuando consigamos que la situación se convierta en irrespirable, se provoca su cese y sitúas como presidente a una persona de toda tu confianza y el equipo de
ABC
se encarga de la gestión profesional de la cadena. Esta es la operación.

No fue únicamente Luis María Anson quien mostró su preocupación creciente e inusitado interés por formar parte con nosotros de nuestro novedoso proyecto de medios de comunicación social. Por aquellos días, y siguiendo con algo que comenzaba a tener visos de una cierta tradición, Jesús Polanco y Mari Luz decidieron venir a pasar unos días con nosotros a Los Carrizos, la finca sevillana. Sentados en la mesa del comedor de Los Carrizos Jesús, Matías y yo, después de aceptar con agrado las lisonjas y alabanzas sobre el campo, la casa, la decoración y de todo cuanto nos rodeaba, Jesús Polanco, sin el menor recato, se decidió a plantear un negocio conjunto:

—Me gustaría que Prisa entrara a formar parte del accionariado de Antena 3.

La propuesta no solo era insólita, sino, además, ilegal, puesto que él había conseguido la concesión del canal de pago Canal Plus, y la ley establecía, con mejor o peor criterio pero en cualquier caso de manera tajante, que una misma persona, física o jurídica, no podría ser accionista de dos canales de televisión, fueran de los llamados generalistas o de pago. Así que el bueno de Jesús sabía a la perfección que lo que me proponía suponía afrontar de manera abierta una ruptura de la ley de televisión privada.

Cuando le hice ver la antijuridicidad de la propuesta, Jesús sonrió de esa manera brutal que le caracteriza, con espasmos sonoros inconfundibles, muestra, seguramente, de la sensación de situarse por encima del bien y del mal, y, desde luego, muy por encima de una llamada legalidad socialista que podía cambiar en cuanto quisiera.

—Mira, Mario. Ante todo podemos utilizar los servicios de algún testaferro extranjero. Un banco americano, por ejemplo. Pero es que, además, en el peor de los casos, solo tendría que hablar con Felipe y conseguir que cambien la ley, porque, entre otras cosas, es una estupidez.

—Ya, seguramente lo es, pero fuiste tú, entre otros, quien propició esa limitación.

—Claro. Pero eso sirvió para que me adjudicaran el canal. Ahora se trata de seguir ganando dinero y si para eso hay que modificarla, se cambia y en paz. ¿Es que no te acuerdas de la Ser?

Bueno, pues ahora, situados en la mesa de Los Carrizos, apelaba a semejante actuación en la demostración de su poder para recordarme que lo de menos residía en la legalidad socialista, que no pasaba de un valor puramente contingente, móvil, susceptible de modelarse a voluntad, como un trozo de plastilina.

Matías se sintió en la necesidad de intervenir para sugerir —solo sugerir— que la propuesta podría no ser del todo razonable. Polanco se levantó de la mesa de manera abrupta, cortando cualquier diálogo al respecto. Atravesó la puerta que da salida al jardín, cruzó el porche a toda velocidad y se sentó en el sofá desde el que se divisa a lo lejos la forma ondulada de la suave Carmona. Sus gestos evidenciaban su estado interior. Poco después, en una conversación insulsa e intrascendente, Matías emitió una opinión cualquiera. Polanco se giró hacia él y en tono de desmedida violencia le recriminó con acidez. Nada que ver con la opinión de Matías sobre semejante bobada. Comenzaba el precio de haber sugerido, siquiera sugerido, algo contrario a los deseos de Polanco.

En todo caso, mientras yo fui presidente de Banesto, Polanco vivió alejado del accionariado de Antena 3 Televisión.

19

La tarde seguía viva, porque en verano, en estos lares gallegos, no se transforma en noche hasta bien pasadas las diez y media, las 22.30 al decir de los técnicos. Alfredo Conde regresó cansado de una de sus conferencias sobre temática literaria en la que ostenta la maestría derivada de su experiencia vital. Sentados alrededor de la mesa camilla forrada en azul, contemplábamos, a través de las pequeñas ventanas del edificio fruto de la época histórica en la que construyeron este lugar, el fondo verde multitono que componía el espectáculo cromático de los castaños del valle. Una quietud especial parece extenderse por este territorio de A Cerca. No sé si tendrá que ver con el Castro O Cabezo, pero lo cierto es que todos cuantos por aquí residen un tiempo mínimo comentan esa especial característica. Quizá, como dice César Mora, se relacione con corrientes energéticas, porque los antiguos seleccionaban sus lugares de morada con mayor profundidad y conocimiento de causa que nosotros, los epidérmicos occidentales. Pero a veces algún sonido extraño, de esos a los que nos expone la tecnología, rompe abrupta y violentamente esa quietud. Así sucedió con el timbrazo de mi móvil respondiendo a la llamada de Fernando Almansa. Cuando concluí la conversación con él pedí perdón a Alfredo, que seguía absorto, consumiendo el cansancio en la contemplación del paisaje.

—Perdón, Alfredo, era Almansa.

Se giró lentamente hacia mí, dejó a sus espaldas el espectáculo contemplado, se irguió algo sobre el sillón y con fuerzas aparentemente recobradas, me dijo:

—Por cierto, ahora que hablas de Almansa. Ese es tu amigo, el que fue jefe de la Casa del Rey, ¿no?

—Sí, así es, ¿por qué?

—Pues porque en tiempos se comentaba entre nosotros...

—¿Quiénes sois vosotros?

—Buena matización… En fin, se comentaba mucho en círculos digamos intelectuales, y más bien de eso que llaman progresistas, que el Rey había cometido un acto de arbitrariedad cesando al general Sabino Fernández, y, por si fuera poco, para poner a un amigo tuyo como fruto del capricho y la influencia que tenías sobre el Monarca.

No era la primera vez que oía semejante estupidez, pero tratándose de Alfredo no solo no hacía daño, sino que el comentario se efectuó con indudable buena voluntad.

—Eso, Alfredo, no solo se corrió entre círculos de ese tipo, de semejante textura ideológica, sino que, además, en capas mucho más conservadoras de la sociedad española, se vendió y compró la misma versión, que es falsa de toda falsedad.

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