De modo que, efectivamente, yo debería combatir contra once adversarios.
—¡Lucha, cobarde! —me gritó Anatok—. ¡Queremos presenciar un buen combate!
Me volví hacia Zuki y sus asistentes. Estaban avanzando ya en mi dirección, bien que muy despacio, mientras hacían toda clases de muecas feroces con la esperanza de atemorizarme. Tenían un aspecto tan ridículo que apenas pude contener una carcajada, pero sin embargo me di cuenta de que la cosa iba en serio y que la proporción de once a uno podía ser fatal para mí por muy malos espadachines que ellos fueran.
Mi rostro era ya de por sí extremadamente feo, pero logré retorcerlo en la más horrorosa mueca imaginable, y acto seguido me precipité sobre mis enemigos lanzando un alarido aterrador.
La reacción fue asombrosa. Zuki fue el primero en dar media vuelta y salir corriendo, tropezando con sus asistentes, y estos mismos no aguardaron mucho para imitarle, partiendo todos en loca estampida a lo largo del círculo que formaban sus conciudadanos.
No les perseguí, y cuando se dieron cuenta de ello poco a poco se fueron deteniendo y volviéndose hacia mí.
—¡Vaya! —me dirigía Anatok—. ¿Es esto un ejemplo de latan ensalzada bravura de los goolíanos?
—Acabas de presenciar una eficiente muestra de estrategia guerrera —replicó tranquilamente el jed—, aunque, como es natural, eres demasiado ignorante para apreciarla.
De nuevo avanzaron mis antagonistas hacia mí, pero ahora todavía más despacio que la vez anterior. Ahora vociferaban una especie de grito de guerra mientras continuaban con sus muecas belicosas.
Estaba yo a punto de cargar de nuevo contra ellos cuando una de las mujeres que presenciaban el espectáculo lanzo un fuerte chillido al tiempo que indicaba la salida del valle. Todos, espectadores y combatientes, nos volvimos para ver lo que había atraído su atención, y así pude ver acercarse a media docena de salvajes semejantes a los que atacaron nuestro bote cuando Gan Had, Tun Gan y yo perseguíamos la embarcación de Sytor.
Ante la visión de aquellos individuos, todos los goolíanos prorrumpieron en gritos y lamentos. Mujeres, niños y casi todos los guerreros corrieron hacia el bosque, y no pude en el primer momento advertir si quienes se quedaban lo hacían por estar paralizados por el miedo o, por contrario, a causa de algún súbito acceso de coraje. Por cierto que Zuki, mi valeroso antagonista, no estaba entre ellos, sino que corría hombro con hombro con Anatok en dirección al bosque, habiendo sacado una apreciable ventaja al resto de los fugitivos.
—¿Quiénes son esos? —pregunté a uno de los guerreros que permanecían junto a Janai y a mí.
—Son los devoradores de hombres —replicó—. Después de su última incursión se nos escogió a nosotros para el sacrificio, el día que volvieran otra vez.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté—. ¿De qué sacrificio hablas?
—De nuestro sacrificio —replicó tristemente—. Si no se les entregan cinco guerreros cuando vienen, esos salvajes atacarían nuestra ciudad, quemarían los edificios, robarían el tesoro, raptarían a las mujeres y matarían a todos los hombres que encontraran en su camino. La elección es clara, pero no por ello deja de ser dura para quienes somos escogidos. Sin embargo no hay otro remedio sino obedecer, puesto que si no lo hiciéramos nuestros conciudadanos nos matarían entre torturas.
—¿Pero por qué no les atacáis? —pregunté—. Ellos son tan solo seis, y nosotros somos también seis ¡Luchemos, pues! Al menos tenemos tantas posibilidades como ellos.
Me miró con sorpresa.
—Pero nunca hemos luchado contra los salvajes —dijo—, incluso en el caso de ser nosotros diez contra uno. No es buena estrategia.
—Olvídate de la estrategia —ordené—, y lucha a mi lado contra esos salvajes.
El resto de los sacrificados se habían acercado, interesándose claramente por el asunto.
—¿Crees que lo podemos hacer? —preguntó uno de ellos a un compañero.
—Nunca se ha hecho —replicó el otro.
—¡Pero no hay razón para que lo hagáis vosotros ahora! —estallé—.
¡Dadme tan solo una pequeña ayuda y veréis cómo los matamos a todos!
—Dame una espada —intervino Janai—. Yo sí que te ayudaré.
—Bueno, podemos probar —vacilo uno de los goolíanos.
—¿Y por qué no? —preguntó otro—. De todas formas vamos a morir…
Durante toda esta conversación los salvajes se nos habían ido aproximando, y ahora estaban muy próximos. Reían y bromeaban groseramente entre ellos mientras lanzaban miradas evaluadoras a los goolíanos.
—Vamos —ordenó uno de ellos—. Tirad vuestras armas al suelo y venid con nosotros.
Por toda respuesta salté hacia adelante y partí de un solo golpe la cabeza del caníbal desde la coronilla al esternón. Tras de mí avanzaron los cinco goolíanos, bien que con su habitual lentitud. No tenían agallas para lanzarse de buenas a primeras a la lucha, pero cuando vieron el éxito de mi primer golpe no dejaron de sentirse envalentonados, en tanto que, en la misma medida, la moral de los salvajes descendía. Pero no me contenté con mi primera victoria, sino que me precipité sobre el resto de los caníbales espada en mano. Resistieron como pudieron, pero mi habilidad de espadachín y mi tremenda fuerza me daban una ventaja que ellos no podían contrarrestar. El resultado fue que unos minutos después de comenzado el combate, tres de los salvajes yacían en tierra sin vida y los otros tres huían tan rápido como les era posible.
A la vista del enemigo en fuga, algo que seguramente nunca habían visto antes en sus vidas, los goolíanos se transformaron en demonios de la guerra y se lanzaron en su persecución. Fácilmente podrían haberles dado alcance, puesto que se desplazaban con saltos de hasta ocho metros largos, pero les dejaron escapar hasta el extremo del valle sin acercarse demasiado a ellos. Luego suspendieron la persecución y volvieron atrás saltando alegremente, con el fulgor de la victoria brillando en sus ojos y los rostros distendidos por radiantes expresiones de autosatisfacción.
Evidentemente el combate había sido contemplado por aquellos que se escondieron en el bosque, y ahora toda la tribu venía hacia nosotros. Anatok lucía una ligera mueca preocupada, pero sus primeras palabras desmintieron de sobra su expresión.
—Ya has podido comprobar la eficacia de nuestra estrategia —dijo—. Aparentando huir en desorden, les atraemos para luego destruirles.
—Ni me engañas a mí ni te engañas a ti mismo —respondí, ya harto—. Sois una raza de fanfarrones y de cobardes. He tenido que luchar yo solo para salvar a los cinco hombres que habéis ofrecido como tributo a los caníbales sin hacer el menor esfuerzo por defenderles. Has permitido que seis salvajes te hagan correr a ti y a todos tus guerreros. Puedo mataros a todos vosotros con una mano atada a la espalda y tú lo sabes perfectamente. Ahora te exijo que como recompensa por lo que he hecho permitas a mi compañera y a mí permanecer entre vosotros con toda seguridad hasta que encontremos la forma de continuar nuestro camino ¡Y escúchame bien, jed de Gooli! Si rehusas serás el primero en sentir el filo de mi espada.
—No necesitas amenazarme —respondió Anatok, temblando de miedo—. Ya antes de que hablaras tenía la intención de daros a los dos la libertad como recompensa por lo que tú has hecho. Si lo deseáis podéis quedaron a vivir en Gooli, con tal de que tú te comprometas a combatir contra nuestros enemigos cada vez que éstos vengan.
Partimos hacia Fundal
Al día siguiente Janai y yo fuimos al lugar donde habíamos dejado el malagor para ver si se había recuperado, pero no encontramos el menor rastro de él. Debimos por tanto asumir que el pájaro había huido por su cuenta o lo habían capturado los salvajes, quienes, según Anatok, venían desde una isla no muy alejada de Ompt.
Comencé inmediatamente a construir un bote, y en esta tarea me ayudaron de buena gana los goolíanos, aunque en general eran bastante perezosos y se cansaban enseguida. Sin el menor asomo de duda eran la raza más inútil de cuantas hasta el momento había conocido, usando prácticamente todas sus energías en lanzar fanfarronadas con poco o ningún reflejo práctico. Por ejemplo, durante varias horas después del encuentro con los salvajes estuvieron jactándose de la gran victoria obtenida y tomando todo el crédito para sí mismos. Anatok, en particular, estuvo mucho tiempo elogiando su maravillosa estrategia, como él la llamaba. Quizás haya en Barsoom gentes parecidas a las de Gooli, pero confieso que hasta el momento no he podido encontrarlas.
En las semanas que siguieron, en tanto avanzaba la construcción del bote, tuve ocasión de intimar con Zuki, mi valeroso adversario en el frustrado duelo. Había en él un aceptable nivel de inteligencia y también un rudimentario sentido del humor que parecía faltar por completo en el resto de sus compatriotas. En una ocasión le pregunté porqué su pueblo consideraba las conchas marinas como un valioso tesoro.
—Bueno, Anatok desea poseer un tesoro a fin de proporcionarse a sí mismo un complejo de superioridad —me respondió—. De igual manera ocurrió con los jed que le precedieron y, para decir verdad, con todos los goolíanos. Pero, siendo como somos un pueblo cauteloso hemos escogido un tesoro tal que no despierte la codicia de nadie, pues, de otra forma, todos los pueblos guerreros de las cercanías estarían en continua lucha contra nosotros para arrebatárnoslo. Te confieso que hay ocasiones en las que pienso que esto es un poco estúpido, pero nunca osaría decírselo a Anatok ni a quienes le rodean. Durante todas sus vidas han estado oyendo hablar del gran valor que tiene el tesoro de Gooli y al final han llegado a creérselo. No dudan de él simplemente porque no desean dudar.
—¿Y ocurre eso también con el supuesto valor y conocimiento estratégico de Anatok?
—¡Oh, eso es muy diferente! —respondió Zuki—. Esas cosas son reales. Nosotros somos verdaderamente el pueblo más valiente del mundo, y Anatok es el más grande estratega de todo Barsoom.
Bueno, el sentido del humor de Zuki había alcanzado su límite en la cuestión del tesoro. Era simplemente incapaz de dudar acerca de la valentía de los goolíanos o de la estrategia de Anatok. Y quizás aquella posición de tonto egoísmo fuera beneficioso para el pueblo de Gooli, pues le proporcionaba una cierta moral que se hubiera derrumbado por tierra en el caso de admitirse la verdad.
Janai trabajaba junto conmigo en la construcción del bote, de manera que estábamos mucho tiempo juntos; no obstante siempre tenía la sensación de que me encontraba repulsivo. Nunca me tocaba si podía evitarlo, ni fijaba directamente su mirada en mi rostro, y desde luego yo no podía reprochárselo. Pensaba que los sentimientos de la muchacha hacia mí debían parecerse a los normales hacia un perro feo y fiel. Y en ocasiones me hubiera gustado ser efectivamente un perro para ella, puesto que entonces al menos me habría acariciado. Pero debía convenir en que yo era mucho más feo que un carlot marciano y que no podía despertar sino repulsión física, independientemente de los sentimientos que ella pudiera tener hacia mí.
Estos pensamientos me llevaron de nuevo al de mi pobre cuerpo original ¿Estaría aún a salvo en su escondite de la celda 3-17? ¿0 acaso la hórrida masa de la Sala de Tanques número 4 habría logrado derribar la puerta y lo habría devorado? ¿Podría verlo de nuevo? ¿Podría poseerlo otra vez, animarlo con este mi cerebro que tan sólo existía para Janai, aunque ella no lo sospechara? Existían pocas esperanzas, y además la pérdida de nuestro malagor convertía el viaje a Helium en una empresa de casi imposible cumplimiento.
Finalmente el bote quedó terminado y los goolíanos me ayudaron a llevarlo hasta el lago. Lo equiparon luego con provisiones y nos obsequiaron con algunas jabalinas para mí y una espada y una daga para Janai. También fanfarronearon alegremente acerca de la construcción del bote, asegurando que era sin duda la mejor embarcación que jamás se hubiera construido y que nadie sino los goolíanos hubieran sido capaces de tal empresa. Asimismo elogiaron grandemente la calidad de las provisiones y de las armas que nos habían dado.
Finalmente nos despedimos de ellos y les dejamos, todavía fanfarroneando, para iniciar el peligroso viaje hacia el Oeste a través de las Grandes Marismas Toonolianas.
Cautivo de Amhor
Inmensas extensiones de las Grandes Marismas son inhabitables para el hombre, y así viajamos durante varios días por un lúgubre país donde ni siquiera los salvajes aborígenes podían vivir. Sin embargo encontramos otras amenazas en forma de grandes reptiles e insectos gigantescos. Algunos de estos últimos alcanzaban enormes proporciones, con una envergadura de alas que llegaba a los diez metros. Provistos de poderosas mandíbulas o de aguijones semejantes a hojas de espadas, y a veces con ambos a la vez; cualquiera de aquellos monstruos hubiera podido aniquilarnos fácilmente, pero, por fortuna, ninguno de ellos llegó a atacarnos. Los reptiles de la ciénagas, de talla inferior a la suya, era sus presas naturales, y pudimos asistir a varios encuentros feroces entre ambas especies, en las cuales los insectos solían resultar victoriosos.
Había transcurrido una semana desde que dejamos Gooli y remábamos por uno de los númerosos lagos que punteaban las Marismas, cuando avistamos una gran nave de guerra que volaba lentamente en nuestra dirección. Instantáneamente mi corazón saltó de alegría.
—¡John Carter! —grité—. ¡Finalmente ha venido! ¡Janai, estás salvada!
—Y sin duda Ras Thavas vendrá con él —dijo la muchacha—, y podremos volver a Morbus para resucitar a Vor Daj.
—¡Y él podrá vivir, moverse y amar de nuevo! —exclamé, transportado por el jubilo que dicha anticipación engendraba.
—Pero supongamos que no se trate de John Carter —dijo de pronto Janai.
—Tiene que serlo. ¿Qué otro hombre civilizado podría venir a volar sobre estas odiosas ciénagas? —respondí.
Dejamos de remar y contemplamos la aproximación de la gran nave. Navegaba a muy baja altura, apenas a treinta metros sobre el nivel del suelo, y avanzaba lentamente. Cuando estuvo cerca me puse en pie sobre la canoa y agité los brazos para llamar su atención, aunque sabía que no podía dejar de habernos visto, puesto que venía directamente hacia nosotros.
La nave no enarbolaba insignia alguna que proclamara su nacionalidad, pero ello no era extraño en las flotas aéreas marcianas cuando una nave aislada penetraba en un país potencialmente enemigo. Las líneas de la nave no me resultaban familiares, siéndome imposible identificar su tipo y clase. Evidentemente se trataba de una nave de línea de modelo antiguo, algunas de las cuales estaban aún en servicio en las lejanas fronteras de Helium.