Los hombres sinteticos de Marte (17 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

—No podemos marcharnos a menos que llevemos con nosotros el cuerpo de Vor Daj —dijo—, y Tor-dur-bar no permitirá que nos lo llevemos sin esperar todavía algún tiempo por si llegara la flota de Helium que espera. Por tanto creo que debemos aguardar. Sin embargo —y ahora se dirigió a mí—, pienso que estás en un error y que deberías plegarte al superior criterio de Sytor, que es un hombre rojo con el cerebro de un hombre rojo.

Sytor, presente durante esta conversación, me dirigió entonces una mirada significativa, y de nuevo pensé que sospechaba que el cerebro de Vor Daj se hallaba en el interior de mi deforme cabeza. Rogué para que no comunicara sus sospechas a Janai.

—Sytor puede tener el cerebro de un hombre rojo —respondí—, pero dicho cerebro funciona solo en interés del propio Sytor. El mío, aunque inferior, está guiado por un solo deseo: hacer todo lo posible para ayudarte a ti, Janai, y también a Vor Daj. No abandonaré esta isla hasta el retorno de John Carter, a menos que me vea absolutamente obligado a hacerlo o que llegue a perder toda esperanza de que ese retorno llegue a suceder. Y tampoco pienso permitir que te vayas, Janai. Los demás pueden hacerlo si quieren, pero yo he prometido a Vor Daj protegerte, y no considero protección adecuada el permitirte hacer un peligroso viaje a través de las Grandes Marismas Toonolianas para acabar en la inhospitalaria Fundal, a menos que no nos quede otra alternativa.

—Te advierto que yo soy dueña de mi propio destino —replicó enfadada Janai—, y me marcharé de aquí si lo deseo; ningún hormad va a decirme lo que tengo o no tengo que hacer.

—Janai tiene razón —apoyó Sytor—. No tienes ningún derecho a interferir.

—Pero sin embargo interfiero —contesté—. Ella permanecerá aquí aunque tenga que obligarla. Creo que deberéis admitir que soy físicamente capaz de hacerlo.

Bueno, como es natural las cosas no fueron demasiado agradables después de esto, y Janai, Sytor y Pandar pasaron juntos cada vez más tiempo conversando, a menudo con voz intencionadamente demasiado baja como para que yo pudiera oír lo que decían. Pensé que tan sólo estarían quejándose entre ellos y protestando por mis abusos.

Desde luego me sentía muy dolido al pensar que Janai se había puesto en contra mía, y era extremadamente desgraciado, pero no supe anticipar que de aquellas conversaciones pudiera resultar ningún disgusto. Por mi parte me hallaba dispuesto, pese a la renuencia de Janai, a continuar por el camino que mi buen sentido me mostraba ser el mejor.

Sytor y Pandar habían elegido para dormir un lugar bastante apartado del que Tun Gan, Gan Had y yo seleccionáramos, como si quisieran hacer resaltar el hecho de que no querían tratar con nosotros. Lo cual nos convenía perfectamente, pues yo ya empezaba a tenerles cierta antipatía.

Una noche, cuando me disponía a descansar después de una jornada de pesca, Tun Gan se me acerco y se sentó junto a mí.

—Hoy me he enterado de algo que puede interesarte —dijo—. Esta tarde yo estaba dormitando a la sombra de un arbusto junto a la playa cuando aparecieron Janai y Sytor y se sentaron cerca de donde estaba, sin verme. Empezaron a discutir y oí como Janai decía:

«—Estoy segura de que, a su manera, es leal a Vor Daj y a mí. Tan sólo es el juicio lo que le falla pero…, ¿qué se puede esperar del cerebro deformado de un hormad?

«—Estás completamente equivocada —replicó Sytor—. Tiene tan solo una idea en la mente: que tú le perteneces. Hay algo que sé desde hace tiempo, pero que dudaba en decirte por no causarte dolor. El Vor Daj que conociste ha muerto. Su cerebro ha sido extraído y quemado, y Tor-dur-bar escondió y protegió el cuerpo esperando el regreso de Ras Thavas para que éste transfiriera su cerebro hormad a él. Entonces se podría presentar ante ti como un apuesto hombre rojo, esperando conquistarte. Pero no sería Vor Daj, desde luego, sino el cerebro de un hormad dentro del cuerpo de un hombre.

«—¡Qué horrible! —respondió Janai—. No puedo creer una cosa así. ¿Cómo te has enterado de ello?

«—Por Ay-mad —dijo Sytor—. Me contó que la recompensa para Tor-dur-bar incluía la transferencia de su cerebro al cuerpo de un hombre rojo que deseara y estoy seguro de que ha destruido el cerebro de Vor Daj y guardado su cuerpo para cuando llegue el momento de ocuparlo.

—¿Y qué respondió Janai? —pregunté—. Espero que no creería esa historia, ¿no?

—Pues sí, parece que la creyó —repliqué Tun Gan—, porque dijo que eso explicaba muchas cosas que hasta el momento había sido incapaz de comprender y que era la única explicación lógica de por qué un hormad guardaba tan inquebrantable lealtad hacia un hombre rojo.

Me sentí humillado, amargado y herido, y medité cómo una muchacha como Janai podía ser tan ingrata respecto al amor y devoción que sentía por ella; pero luego recobré mi buen juicio y reconocí que la teoría de Sytor era lógica hasta cierto punto. No dejaba de ser convincente la idea de que un horrible hormad defendiera el cuerpo de un hombre rojo si deseaba ocuparlo algún día con la esperanza añadida de conquistar con él a una encantadora muchacha o, al menos, tener una oportunidad de conseguirla, cosa que de ninguna manera podría ni soñar con su propia y odiosa forma original.

—Creo que tendrías que vigilar a esa rata de Sytor —aconsejó Tun Gan.

—No por mucho tiempo —decidí entonces—. Mañana mismo le haré tragarse sus palabras, y luego revelaré la verdad, de la que tal vez Sytor tenga sospechas, pero que sin duda sorprenderá a Janai.

Durante casi toda la noche permanecí tendido y despierto pensando como reaccionaría Janai ante mi revelación, qué podría pensar o decir cuando supiera que tras mi horrenda faz de hormad se encontraba el cerebro de Vor Daj. Finalmente me rindió el sueño, y por haberlo hecho tan tarde, dormí hasta bien avanzada la mañana siguiente. Fue Gan Had de Toonol quién me despertó, sacudiéndome enérgicamente. Cuando abrí los ojos pude advertir que estaba muy excitado.

—¿Qué ocurre, Gan Had? —le pregunté.

—¡Sytor! —exclamó—. Él y Pandar han robado uno de los botes y han huido en él con Janai.

Salté en pie y corrí tan rápidamente como pude hacia el lugar donde habíamos ocultado las dos embarcaciones. Una de ellas había desaparecido, pero no era éste todo el daño, puesto que alguien había abierto un tremendo agujero en el bote restante a fin de retrasar durante varios días cualquier posible persecución.

De modo que esa era la recompensa para mi amor, lealtad y devoción. Mi corazón estaba enfermo y ya no me importaba si John Carter regresaba o no; mi vida se había convertido en un siniestro lugar vacío de todo lo que no fuera miseria. Me senté, desconsolado junto al averiado bote, y noté entonces sobre mi espalda la mano amistosa de Gan Had.

—No te aflijas —dijo—. Si se ha ido por su propia voluntad, no merece que te preocupes por ella.

Estas palabras hicieron brillar una leve esperanza en mi mente atribulada, justo lo suficiente para mantenerme en el mismo borde de una completa desesperación.

SI SE HA IDO POR SU PROPIA VOLUNTAD.

Quizás no hubiera sido así, quizás Sytor la hubiera forzado a marcharse con él. Era al menos una esperanza y determiné aferrarme a ella. Llamé a Tun Gan y entre los tres iniciamos la reparación del bote averiado. Trabajamos furiosamente, pero Sytor había realizado una eficiente labor de demolición y hubieron de pasar tres días enteros antes de que la embarcación quedara de nuevo lista para navegar.

Pensé que, dado que Pandar era de la partida, pudieran haber ido directamente hacia Fundal, donde aquél podría ser recibido como amigo; de modo que decidí seguirles hasta la citada ciudad, costara lo que costara. En mi furia me sentí poseedor de la fuerza de cien hombres e imaginaba ser capaz de destruir un ejército entero con una mano atada a la espalda, o de arrasar las murallas de las más poderosas fortalezas con mis puños desnudos.

Finalmente estuvimos dispuestos para partir, pero antes debimos realizar un último trabajo: con rocas, tierra y arbustos disimulamos la entrada del túnel que llevaba a la estancia donde yacía el cuerpo de Vor Daj.

Sytor se había apropiado del bote más grande, evidentemente más cómodo que el otro para su partida de tres personas, pero también era el más pesado, y a esto había que añadir que ellos disponían tan sólo de dos hombres para remar, mientras que nosotros éramos tres. Pero, sin embargo, teniendo en cuenta los tres días que nos llevaban de ventaja, calculé que haría falta un milagro para que les alcanzáramos antes de llegar a Fundal. Pese a ello, había una ligera probabilidad si podíamos seguirles a través del laberinto de canales cenagosos que se extendía entre nosotros y la ciudad; la de que su bote llegara inadvertidamente a un callejón sin salida y debiera retroceder varios kilómetros, poniéndose entonces a nuestro alcance. No existen mapas de las Grandes Marismas Toonolianas, y el terreno era igualmente desconocido para ambas partidas. Por mi parte, acostumbrado como estaba a observar el terreno desde el aire, disponía de un vago mapa mental del área sobre la que el Señor de la Guerra y yo habíamos volado mientras se nos transportaba como prisioneros en los malagors, pero no cabía duda de que Sytor había sobrevolado igualmente la región varias veces a lomos de malagor. De todas maneras era poco probable que ninguno de los dos gozáramos de una ventaja apreciable, puesto que desde la superficie del agua la visibilidad era obstruida continuamente por la vegetación que crecía en las mismas ciénagas y en la superficie de los númerosos islotes.

Mi corazón sufría grandemente al emprender la persecución, primeramente por mis dudas acerca de la lealtad de Janai y en segundo lugar por tener que abandonar mi cuerpo y andar por el mundo exterior bajo la apariencia de un horrible hormad. El porqué de seguir a Janai, que había escuchado a Sytor y le había creído, tan solo podía explicarse por el hecho de estar enamorado de ella y porque el amor vuelve locos a los hombres.

Partimos apenas cayó la noche, para que la oscuridad nos protegiera el mayor tiempo posible de las vistas de Morbus. Tan sólo Duros, la más lejana de las lunas, brillaba en el cielo, pero su luz servía más para alumbramos el camino que para ponernos en peligro, en tanto que las estrellas nos servían de guía. La fuerza prodigiosa de mi cuerpo de hormad proporcionaba un gran impulso a los remos, llevando el bote a buena velocidad, claro está que con la ayuda de los otros dos miembros de la partida… Habíamos decidido viajar tanto de noche como de día, durmiendo cada uno por turnos en el fondo de la embarcación en tanto que los compañeros remaban. Transportábamos una buena cantidad de provisiones y pensábamos que la velocidad que podríamos alcanzar en nuestro bote ligero nos pondría a salvo de cualquier banda de salvajes que intentara interceptarnos en sus propias canoas.

El primer día pudimos observar una banda de malagors que volaban sobre nosotros, también en dirección a Fundal. Nos hallábamos a cubierto de sus vistas por la frondosa vegetación que crecían en las orillas del canal que seguíamos, pero nosotros sí les veíamos claramente mientras pasaban, y advertimos que cada malagor transportaba sobre sus lomos un guerrero.

—Otra partida de merodeo —comentó Gan Had.

—Más bien creo que se trata de un grupo de búsqueda lanzado por Aymad en nuestra persecución —dije—. Ya debe saber que hemos salido de Morbus.

—Pero han pasado semanas desde que escapamos —intervino Tun Gan.

—Sí —repliqué—, pero creo que durante todo este tiempo ha debido estar enviando partidas en todas direcciones, aunque no las hayamos visto.

Gan Had asintió.

—Puede que tengas razón. Esperemos que no nos descubran, porque si nos capturan de nuevo iremos directamente a los tanques o al incinerador.

El segundo día, habiendo entrado en un lago de regular tamaño, una banda de salvajes que habitaban sus orillas nos descubrió, y en el acto echaron al agua buen número de canoas con ánimo de interceptamos. Le dimos con fuerza a los remos y nuestro pequeño bote pareció volar sobre las aguas. Pero los salvajes habían lanzado varias canoas desde un punto de la orilla situado ante nosotros y existía grave peligro de que nos abordaran antes de que consiguiéramos pasar.

Ciertamente constituían un grupo truculento y cuando estuvimos lo suficientemente cerca de ellos vi que iban completamente desnudos, sus abundantes greñas flotando al viento, y con manos, cuerpos y rostros pintados para hacerles todavía más horribles de lo que por naturaleza les correspondía. Estaban armados con toscas lanzas y garrotes, pero no había nada de tosco en la forma en que gobernaban sus largas canoas, que se deslizaban en el agua con sorprendente velocidad.

—¡Más rápido! —urgí. Y nuestra embarcación pareció dejar la superficie del agua, saltando adelante como si se tratara de una criatura viva.

Los salvajes gritaban ahora con excitación, como si fuera ya seguro que nos atraparían, pero la energía que ponían en sus feroces aullidos mejor la hubieran utilizado en los remos, porque finalmente conseguimos pasar ante sus canoas más avanzadas y comenzamos luego a ganar distancia ante ellos. Furiosos, nos arrojaron varias lanzas y garrotes desde las primeras de ellas, pero todos los tiros quedaron cortos, y pronto resultó que escapábamos de ellos y que ya no podrían alcanzamos.

Nos persiguieron, no obstante, todavía durante algún rato hasta que finalmente, en medio de un áspero coro de imprecaciones, hicieron dar media vuelta a sus canoas y regresaron a la orilla. Y bueno fue ello para nosotros, pues Tun Gan y Gan Had habían alcanzado el límite de sus fuerzas hasta el punto de que ambos cayeron en el fondo del bote nada más renunciar los salvajes a nuestra persecución. Por mi parte, yo no me sentía fatigado, de modo que continué remando pausadamente, llevando el bote hasta el final del lago. Allí encontramos el principio de un canal lleno de curvas que luego seguimos durante unas dos horas, sin que nos ocurrieran más percances. El sol estaba a punto de ponerse cuando oímos el batir de grandes alas que se aproximaban.

—Malagors —dijo Tun Gan.

—La partida de búsqueda que regresa —intervino Gan Had—. Me pregunto si habrán encontrado algo.

—Están volando muy bajo —hice notar—. Vamos, acerquémonos a esa isla y ocultemos el bote entre los matorrales de la orilla. Espero que no nos vean.

En las orillas de la isla, baja y plana hasta sobresalir tan solo unos centímetros sobre el nivel de las aguas, crecían abundantes arbustos y plantas, por lo que no nos costó gran trabajo ocultar el bote. Los malagors pasaron sobre nosotros y describieron luego un amplio círculo.

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