En lo referente a Sytor, el oficial que nos capturó al Señor de la Guerra y a mí, me había caído bien desde el primer momento y, después de hablar varias veces con él, llegué a la conclusión de que se trataba de un hombre rojo normal en posesión de su propio cerebro, ya que se mostraba familiarizado con temas del mundo exterior que hubieran resultado extraños para cualquier hormad. Procedía de Dusar, y en todo momento se mostró ansioso por escapar de Morbus para regresar a allá.
Pandar era el hombre de Fundal y Gan Had el de Toonol que habían sido mis camaradas de cautiverio en los primeros días de mi estancia en Morbus, de modo que conocía algo acerca de ellos. Ambos me aseguraron que si yo verdaderamente servía la causa de Vor Daj y Dotar Sojat, con gusto colaborarían conmigo.
Todos estos hombres suponían, desde luego, que yo no era otra cosa que un hormad, pero mi rango les aseguraba que tenía una gran influencia y que era una persona muy importante. Les expliqué que se me había prometido el cuerpo de un hombre rojo en cuanto Ras Thavas fuera localizado, y que después de ello estaría tan ansioso como ellos de dejar Morbus.
Entre tanto el crecimiento de la cosa procedente de la sala de tanques número 4 había llenado el ancho patio. Por orden mía se habían cerrado y atrancado todas las puertas y ventanas que daban al mismo, de modo que la cosa no podía penetrar en el edificio, pero más tarde o más temprano, si su crecimiento no se detenía, rebosaría sobre los tejados y se esparciría por las calles y avenidas de Morbus.
La producción de nuevos hormads prácticamente había cesado, y yo había ordenado parar todos los tanques que aparecían demasiado llenos, a fin de evitar una repetición del caso de la sala del tanque número 4. Para ello había necesitado visitar númerosos edificios en los que cuales había tanques, y fue al regreso de una de estas visitas cuando recibí la comunicación de que Ay-mad quería verme.
Nada más llegar al palacio Tee-aytan-ov me salió al paso.
—Ten cuidado —me advirtió—. Sé que están preparando algo contra ti. No puedo decirte exactamente qué, pero un servidor del jeddak me ha contado que sigue furioso contigo y con la mujer. Parece que la encuentra mucho más deseable ahora que la ha perdido. Si quieres evitar disgustos deberías dársela, puesto que en caso contrario podría matarte y llevársela de todos modos, y no creo que haya mujer alguna que merezca correr ese riesgo.
Le di las gracias por su consejo y continué hasta la sala de audiencia, donde Ay-mad me esperaba sentado en el trono y rodeado por sus principales oficiales. El jeddak me miró sin mucha simpatía mientras que yo ocupaba mi puesto entre ellos; el único de todos en no poseer el cuerpo de un hombre rojo. Sobre cuántos cerebros de hormad habría a mi alrededor no podía yo saber nada, pero de lo que había oído desde que llegué a Morbus pude suponer que la mayoría de aquellos oficiales tenía uno de ellos. Pensé que muchos se sorprenderían, y Ay-mad el primero, si pudieran saber que mi caso era inverso y que tras la fachada de mi odioso rostro hormad se encontraba el cerebro de un noble de Helium, compañero y amigo del Señor de la Guerra de Barsoom. Ay-mad apuntó su índice hacia mí.
—Tenía confianza en ti —dijo—. Te puse al mando del laboratorio y ¿qué es lo que ha sucedido? El suministro de guerreros ha cesado.
—Yo no soy Ras Thavas —le recordé.
—Además de ello has permitido la catástrofe de la sala de tanques número 4 que amenaza con sumergimos a todos nosotros.
—Permíteme repetirte una vez más que yo no soy el Cerebro Supremo de Barsoom —insistí.
Pero él no prestó atención a mis palabras, sino que continuó:
—Todos esos fallos amenazan abortar mi proyecto de conquistar el mundo, y no estoy dispuesto a consentirlos. Has fracasado en tu tarea como director del laboratorio, y por tanto te destituyo de ese cargo. Sin embargo voy a darte una oportunidad para que redimas tus faltas. Tengo intención de conquistar la ciudad de Fundal, a fin de capturar allí las suficientes naves como para llevar mis guerreros a Toonol. La conquista de esta última ciudad me proporcionaría a su vez naves para atacar otras ciudades, y así sucesivamente. Pues bien, te voy a dar el mando de la expedición contra Fundal, y no creo que te resulte demasiado difícil conquistarla. Dispondrás de quinientos malagors los cuales, contando con dos viajes diarios de ida y vuelta, te permitirán llevar a mil guerreros diarios a un punto cercano a Fundal. Mejor dicho, dos mil, ya que los pájaros pueden llevar carga doble. Del mismo modo, iniciado el asedio, podrás llevar de un golpe mil guerreros al interior del recinto amurallado, aun en el caso de que los fundalianos hubieran logrado cerrar sus puertas ante el cuerpo principal. Desde luego transportaré primeramente los tanques de tejido necesarios para alimentar a los guerreros durante la batalla. Creo que te bastará con veinte mil hormads, pero podremos seguir enviándote dos mil por día hasta que la campaña termine, a fin de cubrir las bajas que se produzcan.
«De momento abandonarás tus alojamientos en el edificio de los laboratorios, y te trasladarás con tus servidores a otro que se te proporcionarán en el palacio.
Comprendí al instante lo que el jeddak intentaba lograr. Quería trasladar al palacio a Janai para tenerla a su alcance en cuanto yo partiera con la expedición contra Fundal.
—El traslado a palacio lo harás inmediatamente y en cuanto sea posible —dijo—, comenzarán los transportes de tropas hacia Fundal. He hablado.
Escapar… ¡Ahora o nunca!
Me encontraba enfrentado con un terrible problema para el que no parecía existir solución. Si hubiera estado en posesión de mi propio cuerpo habría huido inmediatamente con Janai por el túnel que llevaba a la isla donde estaban ocultos Ras Thavas y John Cárter, y allí hubiéramos esperado el regreso de éstos. ¿Pero cómo podría abandonar en la ciudad mi cuerpo, y qué probabilidades tendría en el mundo exterior bajo el aspecto de un hormad? Por otra parte, sentía que mi deber como hombre rojo era hacer fracasar el intento de conquista mundial de Ay-mad. Mientras caminaba hacia los apartamentos de Janai para ponerla en antecedentes de lo que ocurría, mi moral había alcanzado su nadir. Ya no podía descender más.
Al cruzar por un corredor del edificio de los laboratorios me encontré con Tun Gan, quien también parecía preocupado por algo.
—La masa de la sala de tanques número 4 ha alcanzado el tejado y ya ha empezado a derramarse en una calle de la ciudad. Su velocidad de crecimiento parece haber aumentado y si no se la detiene será sólo cuestión de tiempo el que sumerja la ciudad entera.
—Y también toda la isla —dije—. Pero no puedo hacer nada; Ay-mad me ha relevado de mis funciones como jefe del edificio de laboratorio. La responsabilidad corresponde ahora a mi sucesor.
—¿Pero qué crees que podemos hacer para salvamos? —preguntó Tun Gan—. Si no se detiene el crecimiento de esa cosa todos estaremos perdidos. Ha devorado ya a varios guerreros que intentaron destruirla. Las manos los agarraron y les llevaron hasta las cabezas, que los devoraron a dentelladas. Si no se soluciona esto, todos acabaremos así.
Bien, ¿qué podríamos hacer para salvarnos? Hasta el momento el «nos» correspondía en mi pensamiento tan sólo a Janai y a mí mismo, pero ahora empecé a pensar igualmente en otros, en Pandar, Gan Had y Sytor, sin olvidar tampoco a Tun Gan, el Asesino de Amhor con cerebro de hormad ni al pobre Tee—ayton—ov. Todos ellos habían sido tan amigos míos como se podía ser dentro de Morbus, y me propuse salvarles.
—Tun Gan —dije— ¿Te gustaría escapar de aquí?
—Desde luego.
—¿Y te comprometerías a servirme lealmente si te ayudara a ello, olvidando tu condición de hormad?
—Ya no soy un hormad, sino un hombre rojo —respondió—, y te serviré fielmente si me ayudas a salir de este horror en que se ha convertido la ciudad de Morbus.
—Muy bien. En primer lugar ve a buscar a Pandar, Gan Had, Sytor y Tee-aytan-ov, y di les que vengan a los apartamentos de Janai. Ten cuidado y no permitas que nadie se entere de lo que les dices. ¡Aprisa, Tun Gan!
Una vez que se marchó, continué mi camino algo más animado hasta reunirme con Janai. Rápidamente puse en su conocimientos las últimas ordenes de Ay-mad en el sentido de trasladamos al palacio. Los dos servidores de quienes sospechaba ser espías estaban allí, y aproveché para enviarles a preparar el guardarropa de su señora para la mudanza, a fin de tener oportunidad de hablar privadamente con Janai. Le dije entonces lo que había tras las ordenes del jeddak y que yo tenía un plan que podía significar una esperanza de huida.
—Aceptaré cualquier riesgo —dijo ella—, antes que permanecer en el palacio de Ay-mad después de que tú te hayas ido. Eres la única persona en Morbus en quien puedo confiar, mi único amigo, aunque no puedo comprender el motivo de esa amistad que me ofreces.
—Porque Vor Daj es mi amigo, y él te ama —dije.
Me portaba así con cierta cobardía, adoptando esa forma de declarar mi amor, al no tener el coraje de descubrir ante Janai mi verdadera personalidad; y en el acto sentí haber hablado. Pues ¿qué sucedería si Janai rechazaba el amor de Vor Daj? Él no estaría allí para insistir en el cortejo, y ciertamente ningún horroroso hormad podría hacerlo por él. De manera que aguarde la respuesta con el alma en vilo.
Janai permaneció silenciosa por un instante, y luego preguntó:
—¿Qué te hace pensar que Vor Daj me ama?
—Creo que es algo totalmente obvio. No se interesaría tanto por una mujer si no la amase.
—Pues yo creo que estás equivocado. Vor Daj se interesaría por cualquier mujer roja que estuviera prisionera en Morbus. ¿Cómo podría existir el amor entre nosotros dos? Apenas si nos conocemos el uno al otro, y tan solo hemos cruzado unas pocas palabras.
Estaba a punto de indicar algo en contra de su razonamiento cuando Pandar, Gun Had y Sytor irrumpieron en la estancia, poniendo punto final a la conversación y dejándome con las mismas dudas que antes acerca de los sentimientos de Janai hacia Vor Daj. Como aquel trío estaba empleado en el edificio de los laboratorios, Tun Gan les había encontrado con rapidez. Les envié a mi estudio para que me esperaran allí, ya que deseaba hablar con todos en un lugar donde nuestras palabras no pudieran llegar a oídos de ningún espía.
Pocos minutos después llegó Tun Gan acompañado de Tee-aytan-ov y con ellos quedó completada la lista de aquellos de quienes esperaba amistad y ayuda para mi empresa. Para entonces los servidores de Janai habían ya empaquetado todos los efectos de ésta, por lo que les ordené que los llevaran a los nuevos apartamentos del palacio, deshaciéndome así de ellos.
Tan pronto como hubieran salido me dirigí a mi estudio junto con Janai, Tun Gan y Tee-aytan-ov, reuniéndonos allí con los restantes miembros de la partida. Una vez todos juntos les expliqué mi intención de escapar de Morbus, invitándoles a acompañarme si lo deseaban. Todos aceptaron, aunque Sytor manifestó algunas dudas, que supuse que todos los demás compartían, acerca de la viabilidad del intento.
—¿Cuál es tu plan?,—me preguntó.
—He descubierto un pasadizo que lleva a una isla cerca de las costas de Morbus —expliqué—. Es en esa isla donde se refugiaron Dotar Sojat y Ras Thavas tras desaparecer de la ciudad. Ya deben haber partido los dos para Helium, pero estoy completamente seguro de que Dotar Sojat regresará con una flota de guerra para rescatarme de Morbus.
Tee-aytan-ov se mostró escéptico sobre el particular.
—¿Por qué Dotar Sojat tendría tanto interés en rescatar un simple Normad? —preguntó.
Sytor intervino igualmente en su apoyo.
—¿Y cómo podría de todas maneras Dotar Sojat, un simple panthan, persuadir al jeddak de Helium para que envíe su flota aérea a las Marismas Toonolianas, tan solo por un hormad?
—Debo admitir —repliqué— que la idea parece fantástica, pero es porque no conocéis todos los hechos, y hay poderosas razones para que, por ahora, no la divulgue enteramente. Sin embargo, para vuestra tranquilidad, aclararé el ultimo punto que ha tocado Sytor, el referente a la capacidad de Dotar Sojat para enviar desde Helium una flota de naves de guerra. Dotar Sojat es en realidad John Carter, el Señor de la Guerra de B arsoom.
La noticia les dejó incrédulos al principio, pero cuando les expliqué las razones que había tenido John Carter para venir a Morbus, finalmante me creyeron. Sin embargo, Tee-aytan-ov siguió manifestando no entender por qué el poderoso Señor de la Guerra pudiera estar interesado por un hormad hasta el punto de enviar una gran flota tan lejos de Helium para rescatarle.
Me dije que había cometido un error al hablar, pero encontraba cada vez más difícil disociar mis dos personalidades. Para mí mismo yo era Vor Daj, noble del Imperio Heliumita. Para los demás era simplemente Tor-dur-bar, un hormad de Morbus.
—Quizás —dije, intentando una explicación—, haya yo sobreestimado mi propia importancia cuando os dije que John Carter volvería para buscarme a mí. En realidad regresará por Vor Daj, pero al mismo tiempo me rescatará a mí también, puesto que tanto Vor Daj como él mismo son mis amigos.
—¿Y nos dejará embarcar también a nosotros? —preguntó Pandar de Fundal.
—Rescatará a todo aquel que designe Vor Daj, y eso significa cualquiera que yo sugiera, pues repito que Vor Daj es amigo mío.
—Pero Vor Daj ha desaparecido —intervino Gan Had de Toonol—. Nadie sabe su paradero, y se dice que ha muerto.
—No me has dicho nada de esto, Tor-dur-bar —exclamó Janai y luego, volviéndose hacia Sytor—. ¿No podría ser que este hormad intentara un truco a fin de apoderarse de nosotros por alguna razón?
—Yo no te he engañado, Janai —intenté convencerla—. Te dije que Vor Daj había desaparecido.
—Pero no que se le creía muerto. Dices que no sabes dónde está y al mismo tiempo nos cuentas que John Carter regresará para recogerle y entonces él designará quién debe embarcar y quién no ¿Qué es lo que debemos creer?
—Debes confiar en mí si es que quieres dejar Morbus —estallé—. Dentro de unos minutos verás tú misma a Vor Daj y entonces comprenderás porqué no ha podido venir a reunirse contigo.
Estaba empezando a perder la paciencia con todos ellos, por gastar tiempo en discusiones estúpidas en el momento en que era necesario actuar a toda prisa para escapar antes de que se despertaran las sospechas de Ay-mad.