Después de que sacasen de la sala a los seis jeds, Ay-mad ofreció amnistía completa para todos aquellos oficiales que le juraran fidelidad, invitación que nadie se atrevió a rechazar, ya que una negativa significaría la muerte. Terminada finalmente la citada ceremonia a su gusto, lo que no llevó menos de un par de horas, Ay-mad reconoció públicamente que el éxito de las operaciones contra Morbus se debía a mí, y dijo que me concedería cualquier favor que le pidiera, aparte del de elevarme, como lo hizo, desde aquel mismo instante al grado de odwar, rango militar equivalente al de general en los ejércitos del planeta Tierra.
—Y ahora —continuó Ay-mad—, dime el favor que deseas recibir.
—Preferiría hacerlo en privado —respondí—, porque el favor que deseo pedirte no interesa a nadie sino a ti y a mí.
—Muy bien —aceptó él—. Te concederé una audiencia privada inmediatamente después de que ésta termine.
Con la comprensible impaciencia aguardé a que acabara la sesión en la Cámara del Consejo, y cuando por fin Ay-mad la dio por terminada y me hizo seña de que le siguiera, no pude evitar lanzar un suspiro de alivio. El jeddak me condujo a una pequeña cámara situada inmediatamente detrás del estrado, y se sentó tras una gran mesa de trabajo.
—Y ahora, tú dirás.
—En realidad quisiera pedirte dos favores, jeddak —dije—. El primero es que me nombres jefe supremo del edificio del laboratorio.
—No veo ninguna objeción a ello —comentó Ay-mad—. Pero…, ¿a qué se debe ese extraño interés?
—Hay allí un cuerpo de guerrero rojo al que desearía que fuera transferido mi cerebro si Ras Thavas aparece de nuevo —expliqué—. Y teniendo la jefatura en el laboratorio, podré proteger ese cuerpo contra todo daño y tenerlo dispuesto para que Ras Thavas efectúe la operación.
—Muy bien —asintió el jeddak—. Tu primer deseo será satisfecho. ¿Cuál es el otro?
—Quiero que me entregues una muchacha llamada Janai.
Ante esto, el rostro de Ay-mad se ensombreció.
—¿Para qué quieres a esa muchacha? —preguntó—. Tú no eres sino un hormad.
—Pero puede que algún día posea el cuerpo de un guerrero rojo. —Bueno, pero ¿por que precisamente esa muchacha, Janai? ¿Qué sabes de ella? No creo que ni siquiera hayas tenido ocasión de verla.
—Yo formaba parte del grupo que la capturó. Es la única mujer que de alguna forma me ha atraído.
—Pues no puedo dártela aunque quisiera —dijo él—. También ella ha desaparecido. Mientras yo combatía contra el Primer Jed en el alojamiento de las mujeres, ella aprovechó la confusión para escapar, y nadie ha vuelto a verla después.
—¿Me la entregarías si yo la encontrara? —propuse.
—Es que la quiero para mí.
—Pero tú, como jeddak, puedes escoger entre otras muchas. He visto maravillosas mujeres en el palacio, y entre ellas habrá ciertamente alguna capacitada para ser una magnífica esposa y una excelente jeddara para Morbus. De todos los favores que puedo pedirte, éste es el que más te agradecería.
Me echó una larga ojeada, aún no convencido.
—Sin duda, ella preferiría morir por su propia mano antes que pertenecer a un odioso monstruo como tú.
—En ese caso…, mi deseo es éste: que si se localiza a Janai, se le deje esa decisión a ella misma.
Ay-mad rió de buena gana.
—Eso puedo concedértelo con toda tranquilidad —dijo—. Pero…, ¿de verdad piensas que una mujer como Janai podría preferirte a ti antes que a un jeddak, elegir a un monstruo antes que a un hombre?
—He oído decir que las mujeres son impredecibles y por mi parte acataré de buen grado su decisión si tú te comprometes a hacer otro tanto.
—Entonces te lo concedo —accedió, visiblemente de buen humor, ya que tenía absoluta seguridad de ser él, en su caso, el elegido—. Pero no te has excedido demasiado en la petición de favores a cambio de los grandes servicios que me has prestado. Al menos podías haberme pedido un palacio a tu gusto y gran cantidad de sirvientes.
—He pedido tan sólo las dos cosas que más deseaba ——dije—. Y estoy muy contento de que me las hayas concedido.
—Bueno, pues podrás tener el palacio y los sirvientes en cuanto lo desees, puesto que de acuerdo con tu última proposición no tendrás nunca a Janai, aunque sea encontrada.
Tan pronto como pude separarme del jeddak, me apresuré a correr hacia las habitaciones donde había dejado a Janai, y mi corazón latía locamente en mi pecho ante el temor de no encontrarla allí. Debía tener mucho cuidado de que nadie me viera entrar en el almacén que era su escondite, ya que no deseaba de ninguna manera que Ay-mad se enterase de que yo siempre había sabido donde estaba la muchacha. Afortunadamente el pasillo estaba vacío y pude entrar en el almacén sin que nadie me viera. Una vez ante la puerta de la habitación de Janai, golpeé con los nudillos. Nadie respondió.
—¡Janai! —llamé—. Soy Tor-dur-bar. ¿Estás ahí?
Solo entonces pude oír el sonido de un cerrojo al ser descorrido, y luego la puerta se abrió. ¡Allí estaba ella! Mi corazón casi se detuvo en su palpitar, tal fue el alivio que sentí ¡Ah, qué hermosa era! Me pareció que cada vez que la veía de nuevo su hermosura aumentaba ante mis ojos.
—Has tardado mucho tiempo en venir —me dijo—. Empezaba a temer que nunca mas aparecieras ¿Me traes noticias de Vor Daj?
¡De modo que ella continuaba pensando en Vor Daj! Aquél era un verdadero estímulo para el amor que por ella sentía. Penetré en la sala y cerré la puerta.
—Vor Daj te manda sus saludos —dije—. Créeme que no piensa sino en ti y en el modo de ayudarte.
—¿Pero por qué no puede venir a verme?
—Le resulta imposible. Está preso en el edificio del laboratorio, pero me ha encargado que vele por ti en lo que pueda. Y ahora me es más fácil que antes, puesto que ha habido grandes cambios en Morbus desde nuestro último encuentro. Ahora soy odwar, y mi influencia con el nuevo jeddak es considerable.
—He oído ruidos de combates en el exterior—dijo ella—. Cuéntame lo que ha ocurrido.
Le dije con brevedad que el Tercer Jed era ahora jeddak.
—Entonces estoy perdida —suspiró— porque tendrá todo el poder y no habrá nadie que pueda oponerse a sus deseos.
—Pues quizás eso mismo sea tu salvación —le dije—. Para recompensarme por los servicios que le he prestado, el nuevo jeddak me ha nombrado odwar y me ha prometido también concederme cualquier favor que le pidiera.
—¿Y qué le has pedido?
—A ti.
Pude notar perfectamente su escalofrío, mientras clavaba la vista en mi odioso rostro y en mi cuerpo deforme.
—Por favor… —imploró—. Dices que eres mi amigo y el de Vor Daj.
Estoy seguro que él no desearía que me tomaras para ti.
—Tan sólo hice esa petición a fin de poder protegerte para Vor Daj — me apresuré a explicar.
—¿Y cómo sabe Vor Daj que yo deseo que alguien me proteja para él? —preguntó Janai con un mohín.
—No lo sabe. Tan sólo espera que yo pueda protegerte de los demás. ¿Es que acaso te he dicho en algún momento que Vor Daj te desee para sí mismo?
No pude resistir el decir esto, simplemente para vencer su supuesta indiferencia hacia Vor Daj. Su barbilla se alzó ligeramente, y eso me gustó. Conozco algo de las mujeres y sus reacciones.
—¿Y qué dijo el tercer Jed cuando me solicitaste? —inquirió ella, cambiando de conversación.
—Es ahora jeddak y se ha dado a sí mismo el nombre de Ay-mad — expliqué—. Dijo que nunca me aceptarías, así que resolví arreglar la cuestión anticipadamente. Eres tú quien debe decidir. Creo que Vor Daj te ama, y tú puedes escoger entre él y Ay-mad. El jeddak te pedirá que hagas la elección entre él y yo, pero verdaderamente lo harás entre él y Vor Daj, aunque Ay-mad lo ignore. Si me escoges a mí, el jeddak se sentirá sin duda insultado y humillado, pero creo que hará honor a su promesa. Entonces te llevaré conmigo y te protegeré hasta que llegue el momento en que Vor Daj y tú podáis escapar de Morbus. Puedo asegurarte también que Vor Daj te sacará de aquí sin ninguna condición, pues él tan sólo desea ayudarte.
—Estoy segura de ello —afirmó—, y tú puedes estar también seguro de que cuando llegue el momento te escogeré a ti.
—¿Aunque Ay-mad te dé la oportunidad de convertirte en jeddara?
—Aunque así sea.
John Carter ha desaparecido
Después de dejar a Janai, me dirigí al laboratorio para reunirme con John Carter y preguntarle qué sabía sobre la desaparición de Ras Thavas. Janai y yo habíamos decidido que ella permanecería aún escondida durante unos pocos días, a fin de no despertar las sospechas de Ay-mad en el sentido de haberla encontrado yo demasiado fácilmente. Pensamos que yo podría organizar una búsqueda sistemática durante la cual Janai sería hallada por alguna otra persona, aunque procurando no estar yo muy lejos cuando tal cosa sucediera, a fin de evitar cualquier alteración de nuestros planes.
Una de las primeras personas que encontré al entrar en el edificio del laboratorio fue Tun Gan. Nada más verme él, estalló en un ataque de rabia.
—¡Te dije que te apartara de mi vista! —gritó—. ¿Es que quieres que te mande a los incineradores?
Le mostré mi insignia, que evidentemente no había visto.
—¿Crees poder mandar a los incineradores a un odwar del jeddak de Morbus?
Se desinfló al instante.
—¿Tú, un odwar? —preguntó, incrédulo.
—¿Y por qué no?
—Porque no eres sino un hormad.
—Bueno, puede que sí, pero ahora soy además un odwar, Podría ser yo quien te mandara a los incineradores o a los tanques de cultivo, pero no lo haré. Después de todo tengo ahora tu cuerpo y eso hace que seamos amigos ¿No te parece?
—De acuerdo —afirmó, ¿qué otra cosa podía hacer?—. Pero no entiendo cómo han podido hacerte odwar con una cara tan horrible y un cuerpo tan espantoso.
—No olvides que tú mismo tuviste antes esta cara y este cuerpo —le recordé—, y piensa que no supiste sacar ningún provecho de ellos. Hace falta algo más que un cuerpo y una cara para llegar a un alto cargo. Hace falta un cerebro que piense en algo más que en la comida.
—Puede que tengas razón. Pero de todas formas…, todavía sigo sin entender porqué te han tenido que elegir a ti, cuando existen tantos hombres guapos y apuestos, tales como yo, para poder escoger.
—Bueno, ya basta. No estoy aquí para discutir contigo las decisiones del jeddak. Se me ha otorgado la jefatura suprema del laboratorio, y para empezar necesito hablar con Dotar Sojat ¿Sabes dónde está?
—No, y dudo que nadie lo sepa. Desapareció al mismo tiempo que Ras Thavas.
Aquello constituía un nuevo e inesperado golpe para mí ¡John Carter desaparecido! Pero una segunda reflexión hizo renacer mi esperanza. Si habían desaparecido a la vez y nadie sabía dónde estaban, era posible que hubieran encontrado la forma de escapar de Morbus. Ciertamente John Carter nunca me habría abandonado, y era seguro que si se había marchado por su propia voluntad no tardaría mucho en regresar para buscarme. No era propio de él, dejarme metido en aquel hórrido recipiente hormad.
—¿Y no tienes idea de lo que ha sido de ellos? —pregunté a Tun Gan.
—Pueden haber ido a parar a alguno de los tanques de cultivo —indicó él—. Algunos de los hormads más viejos solían mostrarse torpes, y Ras Thavas les había amenazado más de una vez con arrojarles a los tanques. Pueden haber aprovechado la confusión de la batalla para vengarse en la misma forma, de él y de su amigo.
—Voy al estudio de Ras Tahavas —anuncié—. Acompáñame.
Encontré la sala en el mismo estado en que la había visto la última vez. Nada indicaba que allí se hubiera producido la menor violencia, ni pude hallar pista alguna que me aclarara la desaparición de mis amigos. Me hallaba completamente confuso.
—¿Cuándo se les vio por última vez? —pregunté.
—Hace tres días. Uno de los hormads dijo que les había visto en la zona de los pozos. No puedo imaginar lo que harían allí, pues no hay ningún prisionero en las celdas. Todos están en los pozos de otros edificios de la ciudad.
—¿Han sido registrados los pozos?
—Sí, pero no se ha encontrado rastro de los desaparecidos.
—Espérame aquí un momento —ordené.
Tenía el propósito de entrar en el pequeño laboratorio adyacente para echar un vistazo a mi cuerpo. Quería asegurarme de que estaba sano y salvo, pero no deseaba que Tun Gan lo viera, pues quizás pudiera sospechar algo. No es que le considerara especialmente brillante, pero tampoco hacía falta ser un genio para, viendo el cuerpo y el interés que yo tenía en él, hacerse una idea de adónde pudiera haber ido a parar el cerebro de Vor Daj.
Dejando, pues, al hormad en el estudio, busqué el lugar donde Ras Thavas me había dicho que estaba la llave del laboratorio y, habiéndola encontrado, la introduje en la cerradura. Un momento después, nada más entrar en la nueva pieza, me quedé paralizado por el espanto.
Mi cuerpo había desaparecido.
Sentí que las rodillas se me doblaban, y apenas si pude dejarme caer en un banco, con la cabeza entre las manos ¡Mi cuerpo había también desaparecido! Y con él mi última esperanza de unirme a Janai. Era impensable que pudiera unirme a ella con tan horrible rostro y grotesco cuerpo. ¡Nadie podría tener ningún respeto por Janai ni por ninguna otra mujer que se uniera a un ser tan abominable como yo!
Al cabo de un rato me tranquilicé lo suficiente como para inspeccionar los alrededores de la mesa sobre la que había visto mi cuerpo por última vez. Todo parecía estar en orden, salvo por una única excepción: el recipiente que contenía mi sangre no estaba en su sitio.
¿Sería posible que Ras Thavas hubiera transferido otro cerebro a mi cuerpo? Desde luego no lo hubiera hecho sin la aprobación de John Carter, y si el Señor de la Guerra lo había aprobado, no hay duda de que sus buenas razones habría tenido para ello.
Se me ocurrió una. Quizás ambos habían encontrado una oportunidad para huir de la isla en forma tal que debía ser aprovechada en aquel mismo instante, o se desvanecería. En tal caso, puede que hubieran pensado que mejor sería introducir un cerebro en mi cuerpo y llevárselo consigo, en lugar de dejarlo atrás con peligro de que fuera destruido. Desde luego John Carter tan sólo habría consentido esto de tener la absoluta seguridad de regresar.
Pero, sin embargo, todo eran elucubraciones. La única verdad era que no podía estar seguro de nada.