Los inmortales (3 page)

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Authors: Manuel Vilas

Tags: #Narrativa

Sin duda, era una noche perfecta. Había unas vistas espectaculares de Puerto de la Cruz desde la terraza del hotel.

—En el futuro, no habrá mar, y todos estos hoteles de costa tendrán que reconvertirse, será una reconversión turística muy vanguardista; pero la razón de la desaparición del mar no será la que dicen los ecologistas, no; llenaremos el mar de tierra, de carreteras, de rascacielos: será divertido; dentro de cien años, el agua será un compuesto químico de la antigüedad; el agua no es necesaria; el viento, sí. Por fin tendrá sentido llamar Tierra al planeta del Agua —dijo Saavedra, mientras se reía de una forma inexplicablemente atractiva.

A la mañana siguiente Jerry llamó a la puerta de la habitación de Saavedra. Le abrió la puerta Manoli, pues Saavedra estaba bailando con María Antonia mientras sonaba
Blue Moon
de Elvis en el ordenador portátil.

—Llevan así seis horas, no se cansan, se han enamorado —dijo Manoli.

Un sol alegre entraba por la terraza y la voz de Elvis parecía que domaba la luz del sol, en una especie de superposición vertical: primero la voz, segundo la luz.

—Se ha calentado el champán, pero ya ves, Jerry, que el sol ya no nos quema —dijo Saavedra.

Puerto de la Cruz resplandecía en medio del verano.

—Qué grande es Elvis —dijo Saavedra.

—SA, hoy es el día —dijo Jerry.

Pero SA ya sabía que hoy era el día. Los cuatro salieron de la habitación, después de que SA, Manoli y María Antonia se dieran una ducha juntos. Invitaron a Jerry a que se duchara con ellos, pero Jerry declinó el ofrecimiento diciendo que ya se había duchado en su habitación. Aun así, SA replicó que nunca se está aseado del todo y menos con una sola ducha, que la ciencia de la limpieza corporal era compleja. SA, mientras se dirigía a la ducha, se puso a hablar de la higiene corporal en el siglo XVI, dijo que un baño, en aquella época, implicaba largos preparativos, muchas horas, mucho trabajo, mucho empeño. Mientras ellos se duchaban, Jerry puso la tele. Daban las pruebas de natación de las Olimpiadas de Pekín. Todos los nadadores parecían muy aseados, muy limpios. Salía el nadador estadounidense Phelps gritando de alegría y gesticulando apasionadamente. Había ganado una medalla de oro. Elvis seguía sonando en el ordenador de SA. Parecía que todo estaba conectado con Estados Unidos. Jerry sintió nostalgia de la Unión Soviética. Salieron los tres desnudos de la ducha gritando y jugando. Jerry observó los pechos de Manoli y María Antonia. Jerry pensó que la mujer canaria tenía pechos privilegiados por la naturaleza y la evolución, pensó que debía de ser algo racial, relacionado con los indios guanches, esos tipos que vivieron aquí hasta que llegó la gente de SA en el siglo XV, y la gente de SA hizo picadillo con esos tipos, si es que existió todo eso.

Subieron los cuatro al Mercedes. Se dirigían a Icod de los Vinos. Conducía Jerry. Pusieron a Al Bano y Romina Power en el cedé del Mercedes. Manoli estaba encantada con esa música. SA explicó que iban al pueblo de Icod de los Vinos a hacer una visita al Drago Milenario. SA explicó que el Drago era un Árbol Dios, el único que había quedado en pie en la Europa Occidental. Manoli y María Antonia se rieron de la explicación, pues ellas eran tinerfeñas y sabían perfectamente qué había en Icod de los Vinos. Llevaban la espada en el maletero.

—Explícales lo de la espada —dijo SA.

—Luego —dijo Jerry.

Antes de visitar el Drago Milenario, SA quiso tomarse una cerveza en un bar. Pero no fue una cerveza lo que pidió SA, sino un whisky, y eso que sólo era la una del mediodía. Jerry se pidió un vino blanco, Manoli una Coca-Cola Zero y María Antonia una Fanta light. Hace trescientos años que no lo veo, susurró SA a Jerry. Qué bonito es el mundo cuando no le pides nada. Vayamos ya, dijo SA. Me estoy empalmando, tío, qué bien, volvió a decir.

El Drago Milenario es el árbol más viejo de Occidente, es un árbol sagrado, es un mago, es un fantasma, es un ser casi inalterable, dijo Jerry a Manoli y a María Antonia. Jerry les dijo a las chicas: sólo puede quedar uno, es como en la película esa de
Los inmortales;
es un poco más complicado, pero más o menos es como en la película; y aquí SA es como si fuese Christopher Lambert.

Pero Jerry notó que no le habían entendido y que le miraban con pena. Entonces Jerry les gritó a Manoli y María Antonia, les dijo a voz en grito: SÓLO PUEDE QUEDAR UNO. SA tiene que matar al Drago. Tiene que cargarse ese árbol. O al ser que vive dentro de él. Ya sé que pensaréis que estamos locos, pero es la puta verdad.

Para quitar tensión al asunto, SA besó a Manoli. Fue un beso lleno de amor. Luego, abrazó a María Antonia, y la besó también. Se acercaron los cuatro al Drago Milenario. Había turistas por todas partes, pero los turistas se conformaban con hacerse una foto con el Drago de fondo y así evitaban pagar la entrada de cuatro euros. SA pagó las entradas, pagó dieciséis euros. Manoli se encargó de entretener al guarda del árbol. Pero SA tuvo otro ataque de amor y se acercó a Manoli y volvió a besarla en la boca. El guarda sintió una gran envidia. Manoli se estaba enamorando de SA. También Jerry se estaba enamorando de SA, y María Antonia estaba loca por SA. SA le dijo a Jerry: abre el estuche. Manoli retomó la conversación con el guarda. El guarda pensaba que si tenía suerte esa mujer tan estupenda igual le daba un beso. Era un mandoble de Carlos V, oxidado, envejecido, oscuro, espectral. SA miró al Drago.

—Ayúdame a matarlo, ayúdame, te lo ruego, qué tristeza —pidió SA a Jerry.

SA hundió la espada en la vieja piel del Drago. La corteza, la madera se convirtieron en carne, en dulce carne casi infantil.

Todos sienten, de súbito, un pequeño temblor bajo sus pies. Son las raíces milenarias del Drago, que se desmoronan bajo la tierra.

Ahora están los cuatro bañándose en la playa de las Arenas. Son las siete de la tarde. Están bebiendo sangría en el chiringuito de la playa. Están riendo. SA está besando a Manoli. SA está pensando en quedarse a vivir en Tenerife, y en casarse con Manoli, pero sabe que Manoli envejecería y él no, ya le ha pasado otras veces. Y lo increíble es que Jerry quiere ser como él, quiere que le convierta, que le muerda los ojos. SA saca el MP3 de la bolsa y se pone a escuchar a Joy Division.

El sol crepuscular está quemando la isla. Jerry pide más sangría. Ya son cerca de las nueve y deciden cenar allí mismo. Piden gambas, centollos, cigalas y calamares. Piden más sangría. SA pregunta al camarero si puede conectar su MP3 a los altavoces del bar. Así que todos están escuchando ahora mismo a Ian Curtis.
[1]

SA recuerda en voz alta el turismo de los años setenta. Manoli dice que ella ni siquiera existía entonces. Manoli nació en 1980. Y María Antonia en 1979. SA se queda mirando a las chicas. Pudo conocer a sus madres. Pudo bailar con ellas. Pudo invitarlas a una copa entonces, en la década de los setenta, cuando el turismo era otra cosa, cuando el mundo aún estaba tranquilo. SA le dice a Manoli que en el año en que ella nació un joven desesperado se ahorcaba en Manchester. SA dice que ese joven era el cantante de un grupo llamado Joy Division. Pero Manoli dice que a ella el grupo que le gusta es La Oreja de Van Gogh. SA dice que Ian Curtis era un inmortal, y que su ahorcamiento fue un paripé. Manoli se ríe. Jerry anota en una servilleta lo que ha dicho SA.

Regresan al hotel y Manoli y María Antonia duermen otra vez con SA, y Jerry duerme solo, con el estuche. Jerry entra en su habitación, abre el estuche, saca la espada y la limpia con una toalla de baño del hotel. La espada está llena de sangre. Luego escribe en el ordenador de SA (se lo ha pedido prestado a SA): SA habla a las hermosas damas de grandes y arriesgados guerreros, como el caballero Ian Curtis de Manchester, señor de Joy Division, que venció a la muerte por amor.

Jerry escribe con letras aparatosas en el ordenador de SA:

Le gusta tanto ese título: «Señor de Joy Division». Sigue jugueteando:

Le pareció que era el título más hermoso de la Tierra: «Señor de Joy Division», o mejor aún, mucho mejor, «Gran Señor de Joy Division»:

A la mañana siguiente desayunan los cuatro en el bufet libre del hotel. SA desayuna huevos, beicon, queso, plátano, melón, café, cruasán, tortitas con chocolate. Manoli desayuna sandía. María Antonia cereales y un yogur. Jerry, una tortilla con queso y jamón. La tortilla la hace un cocinero delante del cliente. A Jerry le gusta ver cómo hacen la tortilla delante de sus ojos. Mientras desayunan, un camarero se acerca a Jerry y le dice unas palabras al oído. Jerry sonríe. Después de desayunar ven un rato la tele en la habitación de SA. Jerry y SA querían ver los Juegos Olímpicos de Pekín. En concreto, querían ver competir al nadador norteamericano Michael Phelps. La tele decía que Phelps era el deportista más grande de todos los tiempos. Estaba pulverizando todos los récords. Ya tenía más medallas que el legendario Mark Spitz. Manoli y María Antonia decían que les aburría ese tipo, y que era feo, y demasiado grande, con una espalda casi deforme. Manoli dijo que se parecía al conde Drácula. Pero Jerry y SA estaban muy interesados en Phelps. SA dijo que el Conde Drácula no sabía nadar, y que no se bañaba nunca, pero que era mucho más guapo que Phelps. Jerry se acordaba vagamente de Mark Spitz. Cuando Spitz triunfó en las olimpiadas de Múnich del 72, Jerry tenía diez años. SA y Jerry estaban hablando de Spitz. SA decía que el pasado era una ficción y ponía de ejemplo al nadador Mark Spitz y decía que Phelps era presente mientras competía y que era pasado, y por tanto ficción, cuando la carrera terminaba, cuando ganaba el oro.

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