—Tal vez —dijo el primer orador —pero ya sabe que no reclutamos en Términus.
—Lo sé muy bien. En cualquier caso, incluso sin nuestra instrucción, posee una intuición extraordinaria. Naturalmente, es muy indisciplinada. Así pues, no me sorprendió que hubiese deducido el hecho de que la Segunda Fundación aun existe. Sin embargo, me pareció suficientemente importante para enviar un informe sobre el asunto a su despacho.
—¿Debo entender que eso no es todo?
—Habiendo deducido el hecho de que aún existimos, gracias a sus facultades intuitivas altamente desarrolladas, lo utilizó de un modo indisciplinado y, como resultado, ha sido exilado de Términus.
El primer orador enarcó las cejas.
—Se calla de repente. Quiere que yo interprete el significado. Sin emplear la computadora, déjeme aplicar mentalmente una burda aproximación de las ecuaciones de Seldon y adivinar que una astuta alcaldesa, capaz de sospechar que la Segunda Fundación existe, prefiere no tener a un individuo indisciplinado que lo grite a la Galaxia y alerte del peligro a la susodicha Segunda Fundación. Deduzco que Branno, la mujer de bronce, pensó que Términus estará más seguro con Trevize lejos del planeta.
—Podría haber encarcelado a Trevize o haberle hecho asesinar secretamente.
—Las ecuaciones no son fiables cuando se aplican a las personas aisladas, como usted bien sabe. Sólo tratan con la humanidad en masa. La conducta individual es, por lo tanto, imprevisible, y podemos deducir que la alcaldesa es una persona aislada convencida de que el encarcelamiento, y mucho más el asesinato, es una crueldad.
Gendibal no dijo nada durante un rato. Fue un silencio elocuente, y lo mantuvo lo suficiente para que el primer orador empezara a sentirse inseguro de sí mismo, pero no tanto como para producir una ira defensiva.
La cronometró hasta el segundo y luego dijo:
—Yo no lo interpreto así. Creo que Trevize, en este momento, representa el filo cortante de la mayor amenaza para la Fundación en toda su historia, ¡un peligro incluso mayor que el Mulo!
Gendibal estaba satisfecho. La fuerza de la aseveración había dado resultado. El primer orador no la esperaba y se hallaba desprevenido. A partir de ese momento, Gendibal dominaba la situación. Si tenía alguna duda al respecto, se desvaneció con el siguiente comentario de Shandess.
—¿Tiene esto algo que ver con su argumento de que el Plan Seldon carece de sentido?
Gendibal apostó por una certeza absoluta; atacando con una pedantería que no permitiría recobrarse al primer orador, dijo:
—Primer orador, es un artículo de fe que fue Preem Palver quien encauzó de nuevo el Plan tras la aberración del Siglo de las Desviaciones. Observe el Primer Radiante y verá que las desviaciones no desaparecieron hasta dos décadas después de la muerte de Palver, y que desde entonces no ha aparecido ni una sola desviación. El mérito podría atribuirse a los primeros oradores que sucedieron a Palver, pero es improbable.
—¿Improbable? Admito que ninguno de nosotros hemos sido un Palver, pero… ¿por qué es improbable?
—Permítame demostrárselo, primer orador. Utilizando las matemáticas de la psicohistoria, puedo probar claramente qué las posibilidades de total desaparición de las desviaciones son demasiado pequeñas para haberse producido gracias a algo que la Segunda Fundación sea capaz de hacer. No es necesario que me dé permiso si carece de tiempo o el deseo de ver la demostración, que requerirá media hora de gran atención. Como alternativa, puedo solicitar la reunión plenaria de la Mesa de Oradores y demostrarlo allí. Pero ello significaría una pérdida de tiempo para mí y controversias innecesarias.
—Si, y una posible perdida de prestigio para mi… Demuéstreme la cuestión ahora. Pero una advertencia —el primer orador estaba haciendo un esfuerzo heroico por recobrarse —: Si lo que me demuestra es inútil, no lo olvidaré.
—Si se revela inútil —dijo Gendibal con un orgullo fácil que pisoteó al otro—, tendrá mi dimisión en el acto.
En realidad, tardaron mucho más de media hora, pues el primer orador puso en duda las matemáticas con intensidad casi salvaje.
Gendibal redujo el tiempo cuanto pudo utilizando su Micro—Radiante. El aparato, que localizaba holográficamente cualquier porción del vasto Plan y no requería paredes ni tableros de mando, había sido puesto en uso hacía sólo una década y el primer orador no había aprendido a manejarlo. Gendibal lo sabía. El primer orador era consciente de ello.
Gendibal lo sujetó con el pulgar derecho y manipuló los mandos con los cuatro dedos restantes, utilizando deliberadamente la mano como si fuera un instrumento musical. (En realidad, había escrito un pequeño artículo sobre las analogías.)
Las ecuaciones que Gendibal mostró (y encontró con certera facilidad) se movieron sinuosamente de delante atrás para acompañar sus comentarios. Podía obtener definiciones, si era necesario, establecer axiomas, y mostrar gráficos, tanto bidimensionales como tridimensionales, así como proyectar relaciones multidimensionales.
Los comentarios de Gendibal fueron claros e incisivos, y el primer orador abandonó la partida. Estaba derrotado y dijo:
—No recuerdo haber visto ningún análisis de esta naturaleza. ¿De quién es obra?
—Es obra mía, primer orador. He publicado las matemáticas básicas utilizadas aquí.
—Muy ingenioso, orador Gendibal. Algo como esto le hará llegar a ser candidato al puesto de primer orador, si yo muero… o me retiro.
—No he pensado en eso, primer orador…, pero como no hay posibilidad de que usted me crea, retiro el comentario, He pensado en ello y confío en que seré primer orador, ya que quien acceda al cargo deberá seguir un procedimiento que sólo yo veo con claridad.
—Sí —dijo el primer orador—, la falsa modestia puede ser muy peligrosa. ¿Qué procedimiento? Quizás el primer orador actual también pueda seguirlo.
Si soy demasiado viejo para haber dado el mismo salto creativo que usted, no lo soy tanto que no pueda seguir su dirección.
Era una elegante rendición, y el corazón dé Gendibal empezó a simpatizar, bastante inesperadamente, con el anciano, aun sabiendo que ésa era la intención del primer orador.
—Gracias, primer orador, porque necesitaré toda su ayuda. No puedo esperar convencer a la Mesa sin su esclarecido liderazgo. —Cumplido por cumplido—. Así pues, deduzco que mi demostración le ha convencido de que es imposible que el Siglo de las Desviaciones haya sido corregido por nuestra política o que todas las desviaciones hayan cesado desde entonces.
—Eso es evidente para mi —dijo el primer orador—. Si sus matemáticas son correctas, para que el Plan se recuperase como lo hizo y para que funcione tan perfectamente como parece estar funcionando, sería necesario que nosotros pudiéramos predecir las reacciones de pequeños grupos de personas, incluso de una persona, con cierto grado de seguridad.
—Así es. Ya que las matemáticas de la psicohistoria no permiten tal cosa, las desviaciones no deberían haber desaparecido y, lo que es más, no deberían haber permanecido ausentes. A esto me refería al decir que el defecto del Plan Seldon era su perfección.
—Entonces, o el Plan Seldon posee desviaciones, o hay algún error en sus matemáticas. Puesto que debo admitir que el Plan Seldon no ha revelado desviaciones en un siglo o más, se deduce que hay algún error en sus matemáticas… aunque yo no haya detectado ninguna equivocación o desliz —afirmó el primer orador.
—Hace usted mal —dijo Gendibal —excluyendo una tercera alternativa. Es muy posible que el Plan Seldon no tenga ninguna desviación y que no haya ningún error en mis matemáticas cuando predicen que eso es imposible.
—No veo la tercera alternativa.
—Supongamos que el Plan Seldon esté siendo controlado por medio de un método psicohistórico tan avanzado que las reacciones de pequeños grupos de personas, incluso de una sola persona, puedan ser previstas, un método que la Segunda Fundación no posee. ¡Entonces, y sólo entonces, mis matemáticas predecirían que el Plan Seldon no debería sufrir ninguna desviación!.
Durante un rato (según los patrones de la Segunda Fundación) el primer orador no contestó. Al fin dijo:
—Yo no sé de ningún método psicohistórico tan avanzado y, por lo que deduzco de sus palabras, usted tampoco. Si usted y yo no lo conocemos, la posibilidad de que algún otro orador, o algún grupo de oradores, haya desarrollado tal micropsicohistoria, si puedo llamarla así, y la haya ocultado al resto de la Mesa es infinitamente pequeña. ¿No está de acuerdo?
—Lo estoy.
—Entonces, o bien su análisis es erróneo o bien la micropsicohistoria está en manos de algún grupo ajeno a la Segunda Fundación.
—Exactamente, primer orador; la última alternativa debe ser exacta.
—¿Puede demostrar la verdad de tal aseveración?
—No puedo, de un modo formal; pero consideremos… ¿No ha habido ya una persona que podía afectar al Plan Seldon tratando con seres individuales?
—Supongo que está refiriéndose al Mulo.
—Sí, desde luego.
—El Mulo sólo pudo interrumpir el Plan. Ahora el problema es que el Plan Seldon está funcionando demasiado bien, considerablemente más cerca de la perfección de lo que permitirían sus matemáticas.
Usted necesitaría un Anti-Mulo, alguien que sea tan capaz de pisotear el Plan como lo fue el Mulo, pero que actúe por el motivo opuesto, no para interrumpirlo sino para perfeccionarlo…
—Exactamente, primer orador. Ojalá se me hubiera ocurrido esa expresión. ¿Qué era el Mulo? Un mutante. Pero ¿de dónde venía? ¿Cómo llegó a existir? Nadie lo sabe con certeza. ¿No podría haber más?
—Aparentemente no. Lo único que se sabe con seguridad sobre el Mulo es que era estéril. De ahí su nombre. ¿0 cree usted que eso es un mito?
—No me refiero a los descendientes del Mulo. ¿No podría ser que el Mulo fuera un miembro aberrante de lo que es, o ahora está llegando a ser, un considerable grupo de personas con los mismos poderes que él, que, por alguna razón que sólo ellos conocen, no están interrumpiendo el Plan Seldon sino respaldándolo?
—¿Por qué, en nombre de la Galaxia, iban a respaldarlo?
—¿Por qué lo respaldamos nosotros? Planeamos un Segundo Imperio en el que nosotros, o más bien nuestros descendientes intelectuales, seremos quienes tomemos las decisiones. Si algún otro grupo está respaldando el Plan, incluso más eficientemente que nosotros, no puede tener la intención de dejarnos tomar las decisiones en su lugar. Ellos lo harán, pero ¿con qué fin? ¿No deberíamos tratar de averiguar hacia qué clase de Segundo Imperio nos están arrastrando?
—¿Y cómo se propone averiguarlo?
—Bueno, ¿por qué ha exilado la alcaldesa de Términus a Golan Trevize? Al hacerlo, deja que una persona posiblemente peligrosa circule con libertad por toda la Galaxia. No puedo creer que lo haga por motivos humanitarios. Históricamente los gobernantes de la Primera Fundación siempre han actuado de un modo realista, lo cual significa, normalmente, sin miramientos por la «moralidad». Uno de sus héroes, Salvor Hardin, les aconsejó en contra de la moralidad, sin ir más lejos. No, creo que la alcaldesa actuó bajo coacción de agentes de los Anti-Mulos, para usar su frase. Creo que han reclutado a Trevize y creo que él es la punta de lanza del peligro para nosotros. Un peligro mortal.
Y el primer orador dijo:
—Por Seldon, es posible que tenga razón. Pero, ¿cómo nos las arreglaremos para convencer a la Mesa?
—Primer orador, usted subestima su eminencia.
Trevize se sentía acalorado y molesto. El y Pelorat estaban sentados en la pequeña zona dedicada a comedor, donde acababan de almorzar.
Pelorat dijo:
—Sólo hace dos días que estamos en el espacio y ya me encuentro muy cómodo, aunque añoro el aire fresco, la naturaleza, y todo eso. ¡Es extraño! Nunca sé me ocurrió fijarme en esas cosas cuando las tenía a mi alrededor. De todos modos, entre mi oblea y esa notable computadora suya, llevo toda mi biblioteca conmigo… o todo lo que me importa, cuando menos. Y ya no me siento nada asustado de estar en el espacio. ¡Asombroso!
Trevize hizo un sonido ambiguo. Tenía los ojos fijos en el infinito.
Pelorat dijo con amabilidad:
—No pretendo molestarle, Golan, pero creo que no me está escuchando. No es que yo sea una persona muy interesante…, siempre he sido un poco aburrido, ¿sabe? Sin embargo, usted parece preocupado por alguna otra cosa. ¿Tenemos problemas? No debe ocultármelo, ¿sabe? Supongo que yo no podría hacer demasiado, pero tampoco me dejaría llevar por el pánico, querido muchacho.
—¿Problemas? —Trevize pareció volver a sus cabales, y frunció ligeramente el ceño.
—Me refiero a la nave. Es un modelo nuevo, y supongo que algo podría fallar. —Pelorat se permitió una leve y atemorizada sonrisa.
Trevize meneó la cabeza enérgicamente.
—He sido un estúpido dejándole en tal incertidumbre, Janov. A la nave no le pasa nada. Funciona a la perfección. Es sólo que he estado buscando un hiperrelé.
—Ah, comprendo…, aunque no demasiado. ¿Qué es un hiperrelé?
—Bueno, se lo explicaré, Janov. Yo estoy en comunicación con Términus. Al menos, puedo estarlo siempre que lo desee, y Términus puede, a su vez, comunicarse con nosotros. Conocen la situación de la nave, pues han observado su trayectoria. Aunque no lo hubieran hecho, podrían localizarnos registrando el espacio cercano en busca de una masa, lo que les advertiría sobre la presencia de una nave o, posiblemente, un meteorito. Pero también podrían detectar un patrón energético, que no sólo diferenciaría una nave de un meteorito sino que identificaría a una nave determinada, pues no hay dos naves que utilicen la energía del mismo modo. En ciertos aspectos, nuestro patrón resulta característico, por mucho que conectemos o desconectemos aparatos o instrumentos. La nave puede ser desconocida, naturalmente, pero si es una nave cuyo patrón energético esté registrado en Términus, como el nuestro, puede ser identificada en cuanto se la detecta.
Pelorat dijo:
—Me parece, Golan, que el avance de la civilización no es más que un ejercicio en la limitación de la intimidad.
—Quizá tenga razón. Sin embargo, antes o después tenemos que movernos por el hiperespacio o estaremos condenados a permanecer dentro de un radio de uno o dos pársecs de Términus durante el resto de nuestras vidas. Entonces seremos incapaces de emprender viajes interestelares. Además, al pasar por el hiperespacio sufrimos una discontinuidad en el espacio ordinario. Pasamos de aquí allí, y me refiero a un vacío de cientos de pársecs, algunas veces, en un instante de tiempo experimentado. De repente estamos enormemente lejos en una dirección que es muy difícil predecir y, en un sentido práctico, ya no podemos ser detectados.