Los límites de la Fundación (16 page)

Read Los límites de la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

—¡Tonterías! Lo que intento es complacerme a mí mismo. Janov, ha hecho de mí un converso. A resultas de lo que me ha explicado, creo que la Tierra es el objeto más importante y más interesante del universo.

22

Trevize debió comprenderlo en el momento en que Pelorat le expuso su punto de vista sobre la Tierra. No reaccionó inmediatamente porque estaba obsesionado por el problema del hiperrelé. Y en cuanto el problema desapareció, reaccionó.

Tal vez la aseveración que Hari Seldon repetía con más frecuencia era el comentario de que la Segunda Fundación estaba «en el otro extremo de la Galaxia» con relación a Términus. Seldon incluso había bautizado el lugar. Estaría «en el Extremo de las Estrellas».

Esto fue incluido por Gaal Dornick en su informe sobre el día del juicio ante el tribunal imperial.

«El otro extremo de la Galaxia»; éstas eran las palabras que Seldon había dicho a Dornick, y a partir de aquel día su significado había sido objeto de debate.

¿Qué era lo que conectaba un extremo de la Galaxia con «el otro extremo»? ¿Era una línea recta, una espiral, un círculo, o qué?

Y ahora, luminosamente, Trevize comprendió que no era una línea, ni una curva, lo que debía, o podría, dibujarse sobre el mapa de la Galaxia. Era algo más sutil que esto.

Estaba completamente claro que uno de los extremos de la Galaxia era Términus. Se hallaba en el limite de la Galaxia, sí, nuestro límite de la Fundación, que daba a la palabra «extremo» un sentido literal. Sin embargo, también era el mundo más nuevo de la Galaxia en época de Seldon, un mundo que estaba a punto de fundarse, que aún no había contado para nada.

¿Qué sería el otro extremo de la Galaxia, desde este punto de vista? ¿El límite de la otra Fundación? ¿El mundo más viejo de la Galaxia? Y según el argumento expuesto por Pelorat, sin saber qué estaba exponiendo, sólo podía ser la Tierra. La Segunda Fundación bien podía estar en la Tierra.

Sin embargo, Seldon había dicho que el otro extremo de la Galaxia estaba «en el Extremo de las Estrellas». ¿Quién podía decir que no hablaba metafóricamente? Rastreando la historia de la humanidad como Pelorat había hecho, la línea iría desde cada sistema planetario, cada estrella que brillaba sobre un planeta habitado, hasta algún otro sistema planetario, alguna otra estrella de la que habrían venido los primeros inmigrantes, y después hasta una estrella anterior a ésa, y finalmente, todas las líneas terminarían en el planeta donde se había originado la humanidad. La estrella que brillaba sobre la Tierra era el «Extremo de las Estrellas».

Trevize sonrió y dijo casi afectuosamente:

—Cuénteme algo sobre la Tierra, Janov.

Pelorat meneó la cabeza.

—En realidad, le he contado todo lo que hay.

Averiguaremos más en Trántor.

Trevize dijo:

—No, no lo haremos, Janov. Allí no averiguaremos nada. ¿Por qué? Porque no iremos a Trántor. Yo dirijo esta nave y le aseguro que no iremos.

Pelorat se quedó con la boca abierta. Luchó por recobrar el aliento durante unos momentos y luego exclamó con desconsuelo:

—¡Oh, mi querido amigo!

—Vamos, Janov. No se ponga así. Encontraremos la Tierra —dijo Trevize.

—Pero sólo en Trántor podíamos…

—No, no es así. Trántor sólo es un lugar donde uno puede estudiar películas quebradizas y documentos polvorientos, y volverse igualmente quebradizo y polvoriento.

—Durante décadas, he soñado…

—Ha soñado con encontrar la Tierra.

—Pero sólo en…

Trevize se levantó, se inclinó hacia delante, agarró a Pelorat por el escote de la túnica, y dijo:

—No repita eso, profesor. No lo repita. La primera vez que me dijo que íbamos a buscar la Tierra, incluso antes de que llegáramos a esta nave, me aseguró que la encontraríamos porque, y cito sus propias palabras, «se me ha ocurrido una excelente posibilidad». Ahora no quiero volver a oírle decir Trántor nunca más. Sólo quiero que me hable de esta excelente posibilidad.

—Pero tiene que confirmarse. Hasta ahora sólo es una idea, una esperanza, una vaga posibilidad.

—¡Bien! ¡Hábleme de ella!

—Usted no lo entiende. No entiende nada. No es un campo en el que nadie más que yo haya hecho investigaciones. No hay nada histórico, nada firme, nada real. La gente habla de la Tierra como si fuera un hecho, y también como si fuera una leyenda. Hay millones de relatos contradictorios…

—Bueno, entonces, ¿en qué ha consistido su investigación?

—Me he visto obligado a reunir todos los relatos, todos los detalles de supuesta historia, todas las leyendas, todas las fábulas. Incluso novelas. Cualquier cosa que incluya el nombre de la Tierra o la idea de un planeta de origen. Durante más de treinta años, he reunido todo lo que he podido encontrar en todos los planetas de la Galaxia. Si ahora pudiese encontrar algo más fiable en la Biblioteca Galáctica de… Pero usted no me deja pronunciar esa palabra.

—Así es. No la pronuncie. En cambio, dígame que uno de esos documentos le ha llamado la atención, y dígame sus razones para pensar que ése, entre todos ellos, debería legitimarse.

Pelorat meneó la cabeza.

—Vamos, Golan, si me disculpa por decírselo, habla como un soldado o un político. No es así cómo funciona la historia.

Trevize inspiró profundamente y se contuvo.

—Explíqueme cómo funciona, Janov. Tenemos dos días! Edúqueme.

—No se puede confiar en una sola leyenda, ni siquiera en un solo grupo. He tenido que reunirlas todas, analizarlas, organizarlas, establecer símbolos para representar distintos aspectos de su contenido; relatos de climas imposibles, detalles astronómicos de sistemas planetarios en desacuerdo con lo que realmente existe, lugar de origen de héroes específicamente declarados como no nativos, y centenares de documentos más. No le enumeraré la lista completa. Dos días no serían suficientes. Como le he dicho, yo he tardado más de treinta años.

»Después elaboré un programa para que la computadora examinara todas esas fábulas en busca de componentes comunes, y busqué una transformación que eliminara las verdaderas imposibilidades. Fui haciendo un modelo de cómo debió de ser la Tierra. Al fin y al cabo, si todos los seres humanos se originaron en un solo planeta, ese planeta debe representar el único hecho que todas las fábulas sobre los orígenes, todos los relatos sobre los héroes, tienen en común. Bueno, ¿quiere que entre en detalles matemáticos?

Trevize respondió:

—Ahora no, gracias, pero ¿cómo sabe que sus matemáticas no le engañarán? Sabemos con certeza que Términus fue fundado hace sólo cinco siglos y que los primeros seres humanos llegaron como una colonia desde Trántor, pero habían sido seleccionados por docenas, si no por centenares, en otros mundos. Sin embargo, alguien que no lo supiera podría suponer que Hari Seldon y Salvor Hardin, ninguno de los cuales nació en Términus, procedían de la Tierra, y que Trántor era el nombre que designaba a la Tierra. Indudablemente, si se emprendiera la búsqueda del Trántor descrito en tiempos de Seldon, un mundo revestido de metal, no se encontraría y podría ser considerado una fábula imposible.

Pelorat parecía complacido.

—Retiro mi observación anterior sobre soldados y políticos, mi querido amigo. Tiene usted una gran intuición. Naturalmente, tuve que establecer controles. Inventé un centenar de falsedades basadas en deformaciones de la historia real e imitaciones de fábulas del tipo que yo había reunido. Después traté de incorporar mis invenciones al modelo. Una de ellas incluso estaba basada en la historia reciente de Términus. La computadora las rechazó todas. Absolutamente todas. Sin duda, eso también podría significar que carezco de inventiva para idear algo razonable, pero hice lo que pude.

—Estoy seguro de ello, Janov. ¿Qué le dijo su modelo respecto a la Tierra?

—Una serie de cosas con diversos grados de verosimilitud. Una especie de perfil. Por ejemplo, aproximadamente un noventa por ciento de los planetas habitados de la Galaxia tienen períodos rotativos de veintidós a veintiséis Horas de Tiempo Galáctico.

Pues bien…

Trevize le interrumpió.

—Confío en que no prestara atención a eso, Janov. Ahí no hay misterio. Para que un planeta sea habitable, no debe girar con tal rapidez que la circulación de aire produzca condiciones tormentosas imposibles, ni con tal lentitud que la variación de temperatura sea extrema. Es una propiedad autoselectiva.

Los seres humanos prefieren vivir en planetas con características adecuadas y después, cuando todos los planetas habitables tienen características parecidas, algunos dicen: «¡Qué asombrosa coincidencia!», cuando no es nada asombroso y ni siquiera una coincidencia.

—De hecho —dijo Pelorat con tranquilidad—, éste es un fenómeno muy conocido en la ciencia social. En física también, me parece…, pero yo no soy físico y no estoy seguro de ello. En todo caso, se llama «principio antrópico». El observador influye sobre los sucesos que observa por el simple hecho de observarlos o estar allí para observarlos. Pero la pregunta es: ¿Dónde está el planeta que sirvió de modelo? ¿Qué planeta gira precisamente en un Día de Tiempo Galáctico o Veinticuatro Horas de Tiempo Galáctico?

Trevize pareció pensativo y echó hacia fuera el labio inferior.

—¿Cree que podría ser la Tierra? El tiempo galáctico pudo basarse en las características locales de cualquier mundo, ¿no es verdad?

—No es probable. No se ajustaría a la forma de ser del hombre. Trántor fue el mundo-capital de la Galaxia durante doce mil años, el mundo más populoso durante veinte mil años, pero no impuso su período rotativo de 1,08 Días de Tiempo Galáctico en toda la Galaxia. Y el período rotativo de Términus es 0,91 DTG, a pesar de lo cual no lo hacemos valer en los planetas dominados por nosotros. Cada planeta utiliza sus propios cálculos particulares en su propio sistema de Días Planetarios Locales, y para cuestiones de importancia interplanetaria se establecen valores, con la ayuda de computadoras, entre los DPL y los DTG. ¡El Día de Tiempo Galáctico debe proceder de la Tierra!

—¿Por qué debe?

—En primer lugar, la Tierra fue una vez el único mundo habitado, de modo que su día y año debían ser las normas por las que se regían, y muy probablemente continuaron siéndolo, por inercia social, a medida que se poblaban otros mundos. Además, el modelo que yo hice era el de una Tierra que giraba sobre su eje en sólo veinticuatro Horas de Tiempo Galáctico y que giraba en torno a su sol en sólo un Año de Tiempo Galáctico.

—¿No podría ser una coincidencia?

Pelorat se echó a reír.

—Ahora es usted quien habla de coincidencias. ¿Se atrevería a apostar que una cosa así es una coincidencia?

—De acuerdo, de acuerdo —murmuró Trevize.

—De hecho, esto no es todo. Hay una arcaica medida de tiempo llamada mes…

—He oído hablar de ella.

—Al parecer, corresponde al período de revolución del satélite de la Tierra alrededor de la Tierra. Sin embargo…

—¿Sí?

—Bueno, uno de los factores más asombrosos del modelo es que el satélite que acabo de mencionar es enorme; mide más de una cuarta parte del diámetro de la misma Tierra.

—Jamás he oído nada igual, Janov. No hay un solo planeta habitado en toda la Galaxia con un satélite así.

—Pero eso es bueno —dijo Pelorat con animación—. Si la Tierra es un mundo único en su producción de especies diferenciadas y en la evolución de la inteligencia, necesitamos alguna singularidad física.

—Pero ¿qué relación podría tener un satélite grande con las especies diferenciadas, la inteligencia, y todo eso?

—Bueno, ha puesto el dedo en la llaga. No lo sé con exactitud. Pero vale la pena estudiarlo, ¿no cree?

Trevize se puso en pie y cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Dónde está el problema, entonces? Consulte las estadísticas sobre planetas habitados y encuentre uno que tenga un período de rotación. y de revolución de un Día de Tiempo Galáctico y un Año de Tiempo Galáctico respectivamente. Y si también, posee un satélite gigantesco, habrá encontrado lo que busca. Deduzco, por eso de que «se me ha ocurrido una excelente posibilidad», que ya ha hecho todo esto, y que ha encontrado su mundo.

Pelorat pareció desconcertada.

—Pues, verá, esto no es exactamente lo que sucedió. Es cierto que repasé las estadísticas, o al menos se lo encargué al departamento de astronomía y…, bueno, para decirlo sin rodeos, ese mundo no existe.

Trevize volvió a sentarse bruscamente.

—Pero eso echa por tierra todo su argumento.

—No del todo, creo yo.

—¿Cómo que no del todo? Hace un modelo con toda clase de descripciones detalladas y no logra encontrar nada que concuerde. Entonces, su modelo no sirve para nada. Tiene que empezar desde el principio.

—No. Esto sólo significa que las estadísticas sobre los planetas habitados son incompletas. Al fin y al cabo, hay decenas de millones de ellos, y algunos son mundos muy oscuros. Por ejemplo, no hay datos exactos sobre la población de casi la mitad.

Y respecto a seiscientos cuarenta mil mundos habitados casi no hay más información que sus nombres, y a veces su localización. Algunos galactógrafos han estimado que puede haber hasta diez mil planetas habitados que ni siquiera figuran en la lista. Presumiblemente, los mundos lo prefieren así. Durante la Era Imperial, esto pudo ayudarles a evitar los impuestos.

—Y en los siglos que siguieron —dijo Trevize con cinismo—, pudo ayudarles a constituirse en una base para los piratas, lo cual seguramente se reveló más productivo que el comercio ordinario.

—Yo no sé nada de eso —dijo Pelorat en tono de duda.

Trevize prosiguió:

—De todos modos, creo que la Tierra tendría que estar en la lista de planetas habitados, cualesquiera que fuesen sus propios deseos. Por definición, sería el más viejo de todos ellos, y no pudo ser pasado por alto en los primeros siglos de civilización galáctica. Y una vez en la lista, permanecería en ella. No hay duda de que también ahora podemos contar con la inercia social.

Pelorat titubeó y pareció angustiado.

—En realidad, hay… hay un planeta llamado Tierra en la lista de planetas habitados.

Trevize lo miró con asombro.

—Tengo la impresión de que, hace un rato, me ha dicho que la Tierra no figuraba en la lista.

—Como la Tierra, así es. Sin embargo, hay un planeta llamado Gaia.

Other books

Anathema by Maria Rachel Hooley
A Prayer for the Devil by Allan, Dale
Project J by Sean Brandywine
The Meat Tree by Gwyneth Lewis
Freddy Rides Again by Walter R. Brooks
Lucky Bastard by S. G. Browne