El sistema solar ha sido colonizado por la Tierra, unida bajo un solo gobierno presidido por el Consejo de Ciencias. En las profundidades de los océanos de Venus, bajo inmensas cúpulas transparentes, los extraterrestres han contruido maravillosas ciudades submarinas. Pero un terrible enemigo amenaza con destruir las colonias humanas. Lucky Starr, agente especial del Consejo de Ciencias, habrá de enfrentarse solo a esta amenaza extraterrestre.
Isaac Asimov
Los océanos de Venus
Lucky Starr III
ePUB v1.0
Volao26.10.11
A Margaret Lesser y a todas las jóvenes del Departamento.
Esta obra se publicó por primera vez en 1954, y la descripción de la superficie de Venus se hizo de acuerdo con los conocimientos astronómicos de aquella época.
Desde 1954, no obstante, el conocimiento astronómico del sistema solar ha avanzado extraordinariamente debido al empleo del radar y los cohetes y satélites artificiales.
A finales de la década de los 50, la cantidad de ondas de radio recibidas desde Venus hizo llegar a la conclusión de que la superficie de dicho planeta era mucho más caliente de lo que se suponía. El 27 de agosto de 1962, un cohete sonda llamado Mariner II fue lanzado en dirección a Venus. El 14 de diciembre del mismo año llegó a 30.000 kilómetros de Venus. Midiendo las ondas de radio emitidas por el planeta, resultó que la temperatura de su superficie en todos sus puntos era considerablemente más elevada que la del punto de ebullición del agua.
Esto significaba que, lejos de tener un océano dominador de toda la superficie, como se describe en esta obra, Venus carecía por completo de mares. Toda el agua de Venus se halla allí en forma de vapor en sus nubes, y la superficie es tremendamente caliente y reseca. La atmósfera de Venus es, sin embargo, más densa de lo que se creía y está compuesta casi por entero de anhídrido carbónico. Tampoco se sabía en 1954 qué tiempo tardaba Venus en girar sobre su eje. En 1964, las ondas de radar, al rebotar sobre la superficie del planeta, demostraron que éste completaba una rotación cada 243 días (dieciocho días más que la duración de su año), y en dirección contraria con respecto a los otros planetas.
Espero que a los lectores les guste esta historia, aunque no desearía que se dejasen engañar al aceptar como datos incontrovertibles parte del material que en 1954 parecía «exacto», pero que en la actualidad ha quedado desfasado.
Isaac Asimov Noviembre de 1970
Lucky Starr y John Bigman Jones se liberaron de la Estación Espacial número 2, libre de gravedad, y derivaron hacia la astronave de cabotaje que les aguardaba con su escotilla abierta. Sus movimientos poseían la gracia de una larga práctica en condiciones carentes de gravedad, pese a que sus cuerpos parecían gruesos y grotescos dentro del traje espacial que llevaban.
Bigman arqueó la espalda al ascender y alargó la cabeza para contemplar, una vez más, Venus. Su voz sonó alta en los oídos de Lucky a través de la radio del traje.
—¡Espacio! Mira aquella roca, ¿quieres?
Cada centímetro del metro y cincuenta y siete de Bigman estaba en tensión a causa de la emoción provocada por aquel espectáculo.
Bigman había nacido y se había criado en Marte, y nunca había estado tan cerca de Venus. Estaba acostumbrado a los planetas rojizos y a los asteroides rocosos. Incluso había visitado la Tierra verde y azul. Pero aquí, ahora, flotaba algo de un gris y un blanco purísimos.
Venus llenaba ya la mitad del cielo. Estaba a sólo tres mil kilómetros de la estación espacial donde ellos se hallaban. Existía otra estación espacial en el lado opuesto del planeta. Ambas estaciones, actuando como depósitos receptores de las naves espaciales destinadas a Venus, orbitaban en torno al planeta en un período de tres horas, siguiendo una el rastro de la otra como cachorros que quisieran morderse la cola.
No obstante, desde dichas estaciones, a pesar de hallarse tan cerca de Venus, no era posible distinguir nada de la superficie del planeta. No se veían continentes, ni océanos, ni desiertos, montañas o valles. Sólo blancura, una blancura reluciente, con unos intervalos de líneas grises que cambiaban de sitio y forma.
La blancura se debía a la turbulenta capa de nubes que flotaba eternamente sobre Venus, y las líneas grises señalaban las fronteras donde se juntaban las masas nubosas, chocando entre sí. En dichos límites, el vapor se movía hacia abajo, y por debajo de esas líneas grises, sobre la superficie invisible de Venus, llovía.
—No tiene objeto contemplar Venus, Bigman —repuso Lucky Starr Durante largo tiempo, lo verás muy de cerca. Es al Sol al que tienes que dar tu despedida.
Bigman gruñó. Ante sus ojos acostumbrados a Marte, incluso visto desde la Tierra resultaba el Sol enorme y excesivamente brillante. Visto desde la órbita de Venus, era un monstruo hinchado. Brillaba dos veces y media más que en la Tierra, y cuatro más que el que se veía desde Marte. Personalmente, Bigman se alegraba de que las nubes de Venus le ocultasen el Sol. Y también se alegraba de que la estación espacial siempre dispusiera sus paneles orientables de forma que bloqueasen la luz solar.
—Bien, marciano loco, ¿vas a entrar? —preguntó Lucky Starr.
Efectivamente, Bigman se había detenido al borde de la abierta escotilla, sosteniéndose con una sola mano. Estaba contemplando Venus. La mitad visible del planeta se hallaba bajo el resplandor del Sol, pero el lado oriental iba entrando en la noche, cuyas sombras se movían rápidamente en tanto la estación espacial recorría su órbita.
Lucky, moviéndose aún hacia arriba, asió el borde de la escotilla con una mano y apoyó la otra, cubierta por el guante del traje espacial, plana contra el trasero de Bigman. Bajo las condiciones de gravedad, el pequeño cuerpo de Bigman se tambaleó lentamente hacia dentro, mientras que la figura de Lucky se bamboleaba hacia fuera.
Lucky contrajo los músculos del brazo y flotó hacia arriba y adentro con un movimiento fluido, fácil. Lucky no estaba de humor en aquel momento, mas consiguió esbozar una sonrisa cuando encontró a Bigman despatarrado en el aire, con la punta de un dedo enguantado asestado contra la escotilla interior, sostenido con firmeza. La escotilla exterior se cerró cuando Lucky pasó por ella.
—Oye, gusano —rezongó Bigman—, un día te daré lo que te mereces y te aseguro que...
El aire silbó en el pequeño cubículo, y se abrió la escotilla interior. Dos hombres flotaron rápidamente por ella, esquivando los pies colgantes de Bigman. El primero, un individuo corpulento, de cabello oscuro y enorme bigote, preguntó:
—¿Algún problema, caballeros?
El segundo, más alto y delgado, con cabello rubio y un bigote tan grande como el de su compañero, añadió:
—¿Podemos ayudarles en algo?
—Pueden ayudarnos cediéndonos espacio —repuso Bigman, con aspereza—, y dejándonos quitar estos trajes.
Mientras hablaba descendió al suelo de la cabina y procedió a quitarse el traje. Lucky ya se había despojado del suyo.
Todos pasaron por la escotilla interior, la cual se cerró a sus espaldas. Los trajes espaciales, con la parte anterior helada por el frío del espacio, se estaban cubriendo de escarcha en tanto la humedad procedente del aire caliente de la nave se iba enfriando. Bigman los colocó, fuera del calor de la nave y de su aire húmedo, encima de las estanterías de baldosines, donde se fundiría el hielo.
—Bien, veamos —murmuró el individuo del pelo oscuro—. Ustedes dos son William Williams y John Jones, ¿exacto?
—Yo soy Williams —asintió Lucky, utilizando el seudónimo que en condiciones ordinarias era ya la segunda naturaleza para él.
Los miembros del Consejo de Ciencias acostumbraban rehuir toda publicidad. Y resultaba altamente aconsejable en aquella ocasión, en vista de una situación tan confusa e incierta como era la de Venus.
—Nuestros documentos están en orden —prosiguió Lucky—, según creo, y nuestro equipaje se halla a bordo.
—Todo está en regla —concedió el del cabello oscuro—. Me llamo George Reval, y soy el piloto de la nave. Este es Tor Jolinson, mi copiloto. Despegaremos dentro de unos minutos. Si necesitan algo, díganlo, por favor.
Los dos pasajeros fueron llevados a sus diminutos camarotes, y Lucky suspiró para sí. Jamás se encontraba totalmente cómodo en el espacio, salvo en su propia nave, la velocísima Shooting Starr, que en aquellos momentos descansaba en el hangar de la estación espacial.
—Permítanme advertirles —manifestó Tor, con su profunda voz—, que una vez hayamos salido de la órbita de la estación espacial, ya no estaremos en caída libre, La gravedad volverá a atraer esta nave. Si ustedes sufren de mareo espacial...
—¡Mareo espacial! —exclamó Bigman—. Vamos, sabandija planetaria, de niño aceptaba los cambios de gravedad mejor que tú ahora. —Apoyó un dedo en la mampara, efectuó una lenta voltereta, volvió a tocar la mampara y terminó con los pies a un centímetro del suelo—. Cuando te sientas realmente en forma, intenta esto.
—¡Eh! —exclamó el copiloto, sonriendo—. Tienes mucha bravura en tu cuerpo de medio kilo, ¿verdad?
—¡Medio kilo! —Bigman enrojeció al instante—. ¡Maldito chapucero...
No continuó porque Lucky apoyó una mano en su hombro, y el marciano se tragó el resto del insulto.
—Ya nos veremos en Venus —finalizó Bigman, con un gruñido.
Tor aún estaba sonriendo. Siguió a su jefe al interior de la cabina de mandos, hacia la proa de la nave.
—Oye —le preguntó Bigman a Lucky, desaparecida ya su furia—, ¿y esos bigotes? Nunca los había visto tan grandes.
—Se trata de una costumbre venusiana —repuso Lucky—. Creo que prácticamente todo el mundo los lleva en Venus.
—¿De veras? —se asombró Bigman, acariciándose su labio superior, desprovisto de toda pilosidad—. No sé qué tal me sentaría uno a mí.
—¿Tan grande? —rió Lucky—. Te taparía toda la cara.
Esquivó el puño de Bigman lanzado hacia él en el mismo instante en que el suelo retembló ligeramente bajo sus pies y el Venus Marvel despegaba de la estación espacial. La nave costera volvió su morro hacia la contráctil trayectoria en espiral que la haría descender hacia Venus.
Lucky Starr experimentó en su organismo el inicio de una relajación largo tiempo retrasada, a medida que la nave iba ganando velocidad. Sus ojos pardos estaban pensativos, y su rostro de facciones correctas se hallaba en reposo. Era alto y parecía delgado, aunque bajo aquella engañosa delgadez había unos músculos muy poderosos.
La vida ya le había proporcionado a Lucky muchas cosas buenas y muchas malas. Había perdido a sus padres siendo aún niño, ya que murieron en un ataque pirata cerca del Planeta Venus, al que ahora se acercaba. Fue criado por los amigos más íntimos de su padre, Héctor Conway, en la actualidad presidente del Consejo de Ciencias, y Augusto Henree, jefe de sección de la misma organización.
Lucky fue educado y adiestrado con una sola idea— algún día formaría parte del Consejo de Ciencias, cuyos poderes y funciones lo convertían en la organización más importante, y no obstante, menos conocida de la galaxia.