Los robots del amanecer (24 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

—Además, no tenía ningún motivo para hacerlo; al menos, ninguno que pudiera explicar a Vasilia. Fue un gran error por mi parte no prever la cuestión y preparar los argumentos de un rechazo racional de alguien tan joven e inexperto, si fuera necesario, que no la hiriese ni humillara. Me avergüenza profundamente haber asumido la insólita responsabilidad de criar a una hija, sólo para someterla a una experiencia tan desagradable. Pensé que podríamos continuar nuestras relaciones como padre e hija, como amigos, pero ella no se dio por vencida. Cada vez que yo la rechazaba, por muy afectuosamente que intentara hacerlo, las cosas empeoraban entre nosotros.

—Hasta que finalmente...

—Finalmente ella quiso tener su propio establecimiento. Al principio yo me resistí, no porque no quisiera que lo tuviese, sino porque quería restablecer nuestros lazos de afecto antes de que se marchara. Nada de lo que hice dio resultado. Creo que fue la época más penosa de mi vida. Un día ella insistió, de un modo bastante violento, en marcharse y yo no pude seguir reteniéndola. Por entonces ella ya era una profesional de la robótica, me alegro de que no abandonara la profesión por resentimiento hacia mí, y podía encontrar un establecimiento sin mi ayuda. De hecho, así ocurrió, y desde entonces hemos mantenido poco contacto.

Baley sugirió:

—Es posible, doctor Fastolfe, que, ya que no abandonó la robótica, no se sienta resentida con usted.

—Es lo que hace mejor y le interesa más. No tiene nada que ver conmigo. Lo sé porque, en un principio, pensé lo mismo que usted e intenté un acercamiento amistoso, pero no fue bien acogido.

—¿La encuentra a faltar, doctor Fastolfe?

—Claro que la encuentro a faltar, señor Baley. Esto demuestra que criar a un hijo es una gran equivocación. Cedes a un impulso irracional, un deseo atávico, que te lleva a inspirarle el amor más profundo y luego te somete a la posibilidad de tener que causarle un daño emocional permanente rechazándolo la primera vez que se te ofrece. Y por si esto fuera poco, te sometes a ti mismo a este irracional sentimiento de pesar causado por la ausencia. Es algo que no había sentido nunca y no he vuelto a sentir desde entonces. Tanto ella como yo hemos sufrido innecesariamente y la culpa es sólo mía.

Fastolfe se sumió en una especie de ensimismamiento y Baley preguntó con suavidad:

—¿Y qué tiene todo eso que ver con Gladia?

Fastolfe se sobresaltó.

—¡Oh! Lo había olvidado. Bueno, es muy sencillo. Todo lo que he dicho acerca de Gladia es verdad. Me gustaba. La compadecía. Admiraba su talento. Pero, además, se parece a Vasilia. Advertí el parecido cuando vi el primer reportaje de hiperondas sobre su llegada de Solaria. Era muy notorio y me impulsó a interesarme por ella. —Suspiró—. Cuando comprendí que ella, como Vasilia, se sentía frustrada sexualmente, no pude resistirlo. Dispuse que la establecieran cerca de mí, como ve. He sido su amigo y he hecho todo lo posible para evitarle las dificultades que supone la adaptación a un mundo extraño.

—Así pues, es como la sustituta de su hija.

—En cierto modo, sí. Supongo que podríamos llamarlo así, señor Baley... Y no puede usted imaginar cuánto me alegro de que nunca se le pasara por la cabeza ofrecerse a mí. Rechazarla habría sido revivir mi rechazo de Vasilia. Aceptarla por incapacidad para repetir el rechazo me habría amargado la vida, pues entonces habría pensado que hacía por esta extraña, este pálido reflejo de mi hija, lo que no había hecho por mi propia hija. En ambos casos... Pero no importa; ahora ya sabe por qué he titubeado en contestar. Pensar en ello me ha hecho recordar esta tragedia de mi vida.

—¿Y su otra hija?

—¿Lumen? —preguntó Fastolfe con indiferencia—. Nunca he tenido ningún contacto con ella, aunque recibo noticias suyas de vez en cuando.

—Tengo entendido que aspira a un cargo político.

—Sí, a uno local. Es la candidata globalista.

—¿Qué es eso?

—¿El partido globalista? Apoyan únicamente a Aurora; sólo a nuestro propio globo, ¿comprende? Los auroranos deben ejercer el liderazgo en la colonización de la Galaxia. Los demás deben ser excluidos, hasta donde sea posible, en particular los terrícolas. Es lo que denominan «egoísmo ilustrado».

—Naturalmente, usted no comparte esa opinión.

—Claro que no. Yo encabezo el partido humanista, donde creemos que todos los seres humanos tienen derecho a compartir la Galaxia. Cuando me refiero a «mis enemigos», estoy hablando de los globalistas.

—Así pues, Lumen es una de sus enemigas.

—Y Vasilia también. Forma parte del Instituto de Robotica de Aurora, el IRA, que se fundó hace unos cuantos años y está dirigido por robóticos que me consideran un demonio al que se debe derrotar a toda costa. Sin embargo, que yo sepa, mis diversas ex esposas son apolíticas, quizás incluso humanistas. —Sonrió irónicamente y añadió—: Bien, señor Baley, ¿ha preguntado todo lo que quería preguntar?

Las manos de Baley buscaron inútilmente unos bolsillos en sus suaves y holgados pantalones auroranos —algo que había hecho periódicamente desde que empezara a llevarlos en la nave— y no los encontraron. Se conformó, como hacía algunas veces, cruzando los brazos sobre el pecho.

Dijo:

—En realidad, doctor Fastolfe, no estoy nada seguro de que haya contestado a mi primera pregunta. Tengo la impresión de que sigue eludiendo la respuesta. ¿Por qué dio Jander a Gladia? Pongámoslo todo al descubierto, a fin de que veamos la luz en lo que ahora parece oscuridad.

29

Fastolfe volvió a enrojecer. Quizás esta vez fuese de ira, pero siguió hablando en tono mesurado.

—No me presione, señor Baley. Ya le he contestado. Sentí lástima por Gladia y pensé que Jander le haría compañía. He sido más sincero con usted que con nadie, en parte por la situación en que me encuentro y en parte porque usted no es aurorano. A cambio, exijo un respeto razonable.

Baley se mordió el labio inferior. No estaba en la Tierra. No tenia autoridad oficial que le respaldara y estaba arriesgando algo más que su orgullo profesional.

Dijo:

—Le pido disculpas, doctor Fastolfe, si he herido sus sentimientos. No estaba acusándole de falta de sinceridad o cooperación. Sin embargo, no puedo trabajar sin toda la verdad. Permítame sugerir la posible respuesta que estoy buscando y entonces usted me dirá si he acertado, o casi he acertado, o me he equivocado totalmente. ¿Puede ser que usted diese Jander a Gladia para que canalizara sus impulsos sexuales y, de ese modo, no tuviera la ocasión de ofrecerse a usted? Quizá no fuera su motivo consciente, pero piénselo ahora. ¿Es posible que ese sentimiento contribuyera al regalo?

La mano de Fastolfe cogió un adorno transparente y de poco peso que reposaba sobre la mesa del comedor. Empezó a darle vueltas, una y otra vez. A excepción de ese movimiento, Fastolfe parecía paralizado. Al fin dijo:

—Quizá sea así, señor Baley. La verdad es que desde que le presté a Jander, porque nunca fue un regalo, me sentí menos inquieto por la posibilidad de que se ofreciera a mí.

—¿Sabe si Gladia utilizó a Jander para fines sexuales?

—¿Ha preguntado a Gladia si lo hizo, señor Batey?

—Esto no tiene nada que ver con mi pregunta. ¿Lo sabe usted? ¿Presenció alguna manifestación sexual entre ellos? ¿Le informó alguno de sus robots en ese sentido? ¿Se lo contó ella misma?

—La respuesta a todas estas preguntas, señor Baley, es no. Si me paro a pensar en ello, no hay nada insólito en que un hombre o una mujer utilice a un robot para fines sexuales. Los robots normales no están particularmente adaptados a eso, pero los seres humanos son bastante ingeniosos en este aspecto. En cuanto a Jander, él está adaptado a eso porque es tan humaniforme como pudimos hacerlo...

—Para que pudiera tener relaciones sexuales.

—No, ésa no fue nunca nuestra intención. Fue el problema abstracto de construir un robot totalmente humaniforme lo que monopolizó el interés del difunto doctor Sarton y de mí mismo.

—Pero esos robots humaniformes están diseñados para tener relaciones sexuales, ¿verdad?

—Supongo que sí y, ahora que lo pienso, y admito que quizá lo haya pensado inconscientemente desde el principio, es muy posible que Gladia utilizara a Jander para ese fin. Si lo hizo, espero que hallara placer en ello. En ese caso, consideraría mi préstamo como una buena obra.

—¿Podría haber sido una obra mejor de lo que usted cree?

—¿En qué sentido?

—¿Qué opinaría si le dijera que Jander y Gladia eran marido y mujer?

La mano de Fastolfe, que aún sujetaba el adorno, se cerró convulsivamente a su alrededor, lo apretó con fuerza por espacio de un momento, y luego lo soltó.

—¿Qué? Eso es ridículo. Es legalmente imposible. Los hijos quedan descartados, de modo que no pueden solicitarse. Sin la intención de solicitarlos, no puede haber matrimonio.

—No es una cuestión de legalidad, doctor Fastolfe. Recuerde que Gladia es solariana y no ve las cosas desde el punto de vista aurorano. Es una cuestión emocional. La misma Gladia me ha dicho que consideraba a Jander como su marido. Creo que ahora se considera su viuda y tiene otro trauma sexual... y muy grave. Si, de algún modo, usted contribuyó conscientemente a ello...

—Por todas las estrellas —exclamó Fastolfe con desusada emoción—, claro que no. Cualquiera que fuesen mis intenciones, jamás imaginé que Gladia pensaría en el matrimonio con un robot, por muy humaniforme que éste pudiera ser. Ningún aurorano se lo habría imaginado.

Baley asintió y levantó una mano.

—Le creo. No le considero tan buen actor como para engañarme con una sinceridad fingida. Pero tenía que asegurarme. Al fin y al cabo, era posible que...

—No, no lo era. ¿Posible que yo previese esta situación? ¿Que creara deliberadamente esta abominable viudez, por alguna razón? Jamás. No era concebible, de modo que no lo concebí. Seflor Baley, cualquiera que fuesen mis intenciones al colocar a Jander en el establecimiento de Gladia, eran buenas. Yo no perseguía esto. Sé que alegar buena intención es una defensa muy pobre, pero no tengo otra.

—No hablemos más de ello, doctor Fastolfe —dijo Baley—. Ahora me gustaría sugerirle una posible solución del misterio.

Fastolfe respiró profundamente y se recostó en el asiento.

—Ya ha aludido a eso al regresar de casa de Gladia. —Miró a Baley con una chispa de ira en los ojos—. ¿No podría haberme hablado de esa «clave» que tiene nada más llegar? ¿Era necesario pasar por todo... esto?

—Lo lamento, doctor Fastolfe. La clave no tiene sentido sin todo... esto.

—Está bien. Adelante.

—De acuerdo. Jander estaba en una posición que usted, el teórico de la robótica más importante del mundo, no previó. Complacía de tal modo a Gladia que ella estaba enamorada de él y le consideraba su marido. ¿Y si resulta que, al complacerla, también la desagradaba?

—No sé a qué se refiere.

—Se lo explicaré. Ella era bastante reservada en lo que se refiere a este asunto. Tengo entendido que en Aurora las cuestiones sexuales no se ocultan a toda costa.

—No lo difundimos por hiperondas —contestó Fastolfe secamente—, pero tampoco constituye un secreto mayor que cualquier otra cuestión estrictamente personal. Por lo general sabemos quién ha sido el último compañero de quién y, si estamos entre amigos, solemos tener una idea del agrado o entusiasmo, o todo lo contrario, que siente uno u otro, o ambos. Es un tema de conversación como cualquier otro.

—Sí, pero usted no sabía nada sobre las relaciones de Gladia con Jander.

—Sospechaba...

—No es lo mismo. Ella no le dijo nada. Usted no vio nada. Ninguno de los robots le informó de nada. Ella se lo ocultó incluso a usted, su mejor amigo en Aurora. Es evidente que sus robots fueron cuidadosamente aleccionados para no hablar nunca de Jander y el mismo Jander debió de ser aleccionado para no revelar nada.

—Supongo que es una conclusión lógica.

—¿Por qué lo haría, doctor Fastolfe?

—¿Por un exagerado pudor solariano respecto al sexo?

—¿No equivale eso a decir que se avergonzaba de ello?

—No tenía motivo para ello, aunque el hecho de considerar a Jander como un marido la habría convertido en el hazmerreír de todos.

—Podría haber ocultado muy fácilmente esa parte sin ocultarlo todo. Supongamos que, debido a su educación solariana, estaba avergonzada.

—Bien, ¿y qué?

—A nadie le gusta sentirse avergonzado, y es posible que Gladia culpara a Jander por ello, obedeciendo a la ilógica tendencia de las personas a descargar sus propias culpas sobre los demás.

—¿Sí?

—Gladia es una mujer muy sencilla y puede que hubiera veces en que se echara a llorar, recriminando a Jander por ser la causa de su vergüenza y su desdicha. Es posible que eso no durara mucho y luego pasara rápidamente a las disculpas y las caricias, pero ¿no podría Jander sacar la clara impresión de que en realidad era él la fuente de la vergüenza y la desdicha de ella?

—Quizá.

—¿Y no llevaría eso a convencer a Jander de que, si seguía la relación, haría desgraciada a Gladia, y de que si la cortaba, también la haría desgraciada? Tomara la decisión que tomase, Jander estaría violando la Primera Ley e, incapaz de actuar sin infringirla, sólo podía refugiarse en la inacción total. Lo hizo así, y se produjo un bloqueo mental. ¿Recuerda lo que me ha contado hace unas horas acerca de ese presunto robot telépata que fue puesto en éxtasis por esa pionera de la robótica?

—Por Susan Calvin, sí. ¡Ya entiendo! Usted está preparando su plan de acción en base a esa vieja leyenda. Muy ingenioso, señor Baley, pero no funcionará.

—¿Por qué no? Cuando usted decía que era el único que podía provocar el bloqueo mental en Jander, no tenía la más remota idea de que estuviera tan involucrado en una situación tan inesperada. Todo eso guarda muchos paralelismos con la situación de Susan Calvin.

—Supongamos que ese relato sobre Susan Calvin y el robot que leía la mente no sea tan sólo una leyenda absolutamente ficticia. Tomémosla en serio. Aun así, no existiría paralelismo entre esa historia y la situación de Jander. En el caso de Susan Calvin, nos estaríamos refiriendo a un robot increíblemente primitivo, que en la actualidad no alcanzaría el grado de juguete. Alguien así sólo podría afrontar estos dilemas cualitativamente: A crea desdicha; no-A crea desdicha; por lo tanto, bloqueo mental.

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