Los señores de la estepa (30 page)

—¿No podías viajar en un carruaje, o estabas tan enfermo que no podías moverte? —preguntó Yamun.

—No soy un anciano... —Chanar se interrumpió bruscamente y echó una mirada a Goyuk. La sonrisa siempre amable del kan parecía esta vez seria y amenazadora—. No soy una mujer —rectificó Chanar—, que no puede cabalgar. Los hombres valientes no van a la batalla detrás de los bueyes. No podría luchar montado en una carreta.

—Es muy cierto que un guerrero debe ir montado, en una batalla —asintió Yamun—. Me alegra mucho ver que te encuentras mucho mejor. Y, ahora que te has repuesto, ¿por qué has venido aquí?

Consciente de las intenciones del Khahan, el general escogió sus palabras con mucha cautela. Miró las alfombras con una falsa humildad.

—La khadun sospechaba que habías sufrido algún mal, y quería saber la verdad. No podía permitir que la emperatriz viajara sin una escolta apropiada.

Se escuchó el roce del metal contra la madera cuando el Khahan se acomodó en el trono.

—Así que has venido por el bien de mi madre... Aprended esta lección, kanes —dijo Yamun en voz alta, con la mirada puesta en Goyuk y Jad—. El general Chanar nos enseña cómo se deben hacer las cosas. No hay ninguna duda de que he escogido dos
andas
de gran mérito, el guerrero y el lama. Bebamos a su salud.

Se vaciaron los tazones de cumis, y se sirvieron más para el siguiente brindis. Mientras se bebía en su honor, Koja intentó evitar la atención de Chanar en la medida de lo posible. No se podían malinterpretar las miradas de odio que le dirigía el general después de cada taza de leche fermentada. El lama también veía que Yamun se debilitaba por momentos. Su taza temblaba un poco más cada vez que se la acercaba a los labios.

—Yamun —dijo el sacerdote, dispuesto a remediar la situación—. Sin duda, Chanar está fatigado tras el viaje. Así y todo, es demasiado noble para quejarse. Deja que hable por él y solicite el final de la audiencia.

El Khahan se volvió hacia Koja, dispuesto a descargar su ira por la insolencia del sacerdote, pero de pronto comprendió la sabiduría de las palabras del lama. Miró a Chanar, al tiempo que despedía con un gesto a los criados.

—Mi
anda
, Koja, es sabio. Te he retenido demasiado tiempo, Chanar Ong Kho. La audiencia ha concluido. Puedes retirarte.

El general permaneció sentado boquiabierto; después, arrojó la taza a través de la tienda, con lo que el cumis se derramó sobre las alfombras.

—¡Él no habla por mí! ¡No necesito que nadie hable por mí! ¡Soy tu
anda
! —vociferó. Sin esperar una respuesta, Chanar salió de la yurta, apartando a empellones a los centinelas apostados en la entrada.

La manta de la puerta no había acabado de cerrarse, cuando Yamun cayó del trono. Tendió los brazos en un intento de sujetarse de una cortina, pero sólo le sirvió para arrancarla y acabar cubierto por la tela. Un estrépito de metal y madera quebrada resonó en la tienda al chocar el cuerpo de Yamun contra la tarima. El resplandeciente yelmo de bronce rodó por el suelo. Koja se levantó de un salto y corrió en auxilio del Khahan. Rápidamente, examinó al herido.

—Demos gracias a Furo de que esté vivo. Necesita descansar —anunció el sacerdote, dedicado a desprender las hebillas de la armadura—. Ayudadme a ponerlo en su cama.

—No hacía falta ponerle una armadura tan pesada —lo recriminó Jad, enfadado. Levantó al Khahan y medio lo arrastró hasta el lecho.

—El Khahan insistió. Yo no quería —replicó Koja, procurando controlar su temperamento.

—Es muy propio de mi padre —admitió Jad, más conciliador.

—Es muy obstinado —comentó Koja, mientras entre los dos depositaban el cuerpo inconsciente sobre la cama. Goyuk se mantuvo junto a la puerta, para evitar cualquier interrupción.

—Más de lo que crees, lama —afirmó el príncipe. Miró a Koja a los ojos—. He hecho mal en acusarte. —Juntos, acabaron de acomodar al Khahan. Una vez hecho esto, Jad llamó a Goyuk.

»Sabios consejeros —manifestó el príncipe, con una inclinación para Koja y Goyuk—, Bayalun conoce nuestros trucos. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—¡Lo sabe todo! —chilló Chanar, frenético, perdida toda su compostura, lanzando una mirada cargada de furia y pánico a Madre Bayalun, sentada frente a él.

—Sospecha, querido Chanar. Si hubiese tenido alguna prueba, a estas horas estaríamos muertos —lo corrigió Bayalun. Su voz sonó grave y melodiosa. Sujetó las manos del general entre las suyas y las apretó para darle ánimos.

Se encontraban a solas en una pequeña yurta que la mujer se había apropiado de uno de los comandantes de la escolta de Yamun. Por mucha influencia e importancia que los kanes kashiks pudiesen tener, ni siquiera ellos osaban rehusar un pedido de la ilustre segunda emperatriz. Resultó muy sencillo para ella encontrar una yurta de su agrado y, a continuación, convencer a su ocupante para que se la cediera. En realidad, el kan no había puesto muchos reparos. Creía muerto al Khahan y ésta era una buena oportunidad para mostrarse amable y servicial con la khadun.

De todos modos, la vivienda distaba mucho de ser lujosa. La tienda era pequeña y estrecha, y estaba dividida en dos secciones. Bayalun y Chanar se encontraban en la zona de recibo. Un par de pequeños cofres de madera cubiertos con alfombras servían de sillas. La khadun los desdeñó, y optó por sentarse en el suelo junto a la lámpara de aceite, que proporcionaba una débil luz amarillenta. Un hermoso arco de cuerno de ciervo y madera lacada, y una aljaba de cuero rojo, colgaban de la pared detrás de uno de los cofres, para marcar el lugar del amo. Una armadura reluciente, bien cuidada y ornamentada —quizá la posesión más valiosa del kan—, descansaba sostenida por un perchero. Armas, yelmos, escudos, cubos y utensilios decoraban el resto de las paredes.

Un biombo de madera separaba la otra mitad de la tienda de la zona de recibo. Al otro lado del tabique se hallaba el dormitorio; una pequeña cama plegable con un cabezal tallado y con incrustaciones, y baúles con ropas y botín de guerra.

—¿Cuánto tiempo pasará antes de que pueda confirmar sus sospechas? —preguntó Chanar, apartando su mano del apretón de Bayalun. Cerró los ojos y se masajeó las sienes, en un intento por recuperar el control de sus emociones. Resultaba visible el latido de la sangre en las venas de su frente y del cráneo afeitado, y le dolían los hombros por la tensión—. ¿Por qué no podemos levantar nuestro estandarte y atacarlo ahora? ¿Por qué no acabar con esto de una vez por todas? Tendríamos que derrotarlo en el campo de batalla, y no con palabras.

—Paciencia, mi bravo general —le aconsejó Bayalun con voz dulce. Sonrió con aprecio. El súbito estallido temperamental de Chanar ponía en peligro todos sus planes, pero al mismo tiempo la fascinaba—. Perdonadme. Por un momento, he olvidado que sois un hombre de acción. La sangre y la espada son para vos el pan de cada día, y no la política o las palabras. Paciencia. Ya llegará el momento de la batalla, estoy segura, pero todavía no. —El general no pasó por alto el cambio en su tono.

La khadun se acercó a Chanar. Era importante que ahora, más que nunca, el general no hiciese nada violento. Tenía que aplacarlo. Necesitaba mantenerlo sometido a su control, aunque también convencido de que era él quien llevaba la voz cantante.

—Dejad que Yamun sospeche —añadió Bayalun, su voz convertida en un susurro acariciador—. Ya encontraremos la manera de distraer al gran kan. —Volvió a coger las manos de Chanar, y suavemente atrajo al general hacia ella. El hombre opuso una ligera resistencia, y después la estrechó entre sus brazos. Bayalun le acarició la calva y las gruesas trenzas por detrás de las orejas. Cariñosamente, tironeó de su chaqueta y comenzó a desabrocharle los botones.

El sol apenas si podía calentar un poco la capa de escarcha que cubría el suelo a la mañana siguiente. En la llanura donde yacían los muertos, se inició el coro habitual de chacales y buitres. Al escuchar los gritos, un sonido casi reconfortante, Chanar se desperezó a placer en el umbral de la yurta de Bayalun. Se escuchó el roce de la seda cuando la khadun entró en la pequeña sala de estar, ocupada en terminar de peinarse.

—El estandarte de duelo por Yamun sigue izado, Bayalun —comentó Chanar, sin apartarse de la puerta. La segunda emperatriz se acercó para espiar por encima de su hombro.

—Bien. Esto nos da más tiempo. Hay muchas cosas que debemos planear. Ahora, ven y come. —Los guardias de Bayalun habían preparado una bandeja con tazas de té salado, requesón de leche de yegua y terrones de azúcar. La emperatriz invitó a Chanar a sentarse, y bebió un sorbo de té.

Por la forma en que Bayalun apretaba las mandíbulas, Chanar adivinó que ya tenía pensado un plan. Cogió una taza de té y se acomodó con la espalda apoyada en uno de los cofres, dispuesto a escuchar.

—¿Viste ayer el rostro del Khahan? —La emperatriz no esperó la respuesta—. Se veía pálido, y nunca había escuchado su voz tan débil. No escapó de mis asesinos. Está herido. —Miró la taza de té salado—. Quiere que lo crean muerto para poder sanar. Debemos forzarlo a salir, antes de que esté preparado.

—Se dice fácil —replicó Chanar—, pero todo el mundo lo cree muerto.

—Tengo un plan. ¿Cuántos kanes son amigos tuyos?

Chanar comenzó a trenzarse los cabellos, y calculó la respuesta mientras trabajaba.

—Varios: Tanjin, Secen, Geser, Chagadai...

—Suficiente. Habla con ellos. Si el Khahan está muerto, entonces es obligatorio convocar un
couralitai
para elegir al nuevo Khahan —explicó la astuta Bayalun.

—¿Un
couralitai
? —exclamó Chanar, sin poder evitar la carcajada—. Se tardarían meses en reunir a todos los kanes para el consejo. Para aquel entonces, Yamun estará curado, y no hará falta escoger a un nuevo Khahan. Bayalun, has perdido el entendimiento.

—No, tus kanes deben insistir en que se realice ahora —dijo la khadun, sin hacer caso de su comentario. Le tocó el pecho con su bastón—. Piénsalo. Los tuiganos libran dos guerras: una en Semfar, la otra aquí. Las cosas pueden salir mal sin un Khahan. Los hijos de Yamun podrían iniciar una disputa por el trono. Se debe tomar una decisión ahora mismo. —Apartó el bastón—. Hay cosas que debes mencionar a los kanes para preocuparlos. Entonces, ellos mismos se encargarán de pedir el
couralitai
. Incluso creerán que es lo más correcto. Ahora, ¿lo entiendes?

Chanar dejó de peinarse y pensó en las palabras de la segunda emperatriz.

—Es verdad. Podría hablar con los kanes. Pero tal vez Yamun permita la realización del
couralitai
. Quizá Jad podría asumir el mando —dijo el general, dispuesto a considerar todas las estrategias, todas las posibles complicaciones.

—El Khahan no lo permitirá. Se presentará en el consejo —afirmó Bayalun con mucha confianza.

—También es cierto. Después de todo, el príncipe Jad podría no ser elegido —musitó Chanar, con el pensamiento puesto en sus propios partidarios.

—Éste no es el motivo por el que aparecerá Yamun. Es su orgullo el que lo empujará a salir. No dejará que elijan a otro Khahan, aunque éste sea su propio hijo. —Bayalun volvió a ocuparse de su desayuno—. Por eso sé que se presentará.

—De acuerdo, lo obligas a salir —aceptó Chanar—. ¿De qué nos servirá?

Bayalun sonrió, no con la sonrisa tierna de la noche pasada sino con la expresión de astucia que Chanar conocía tan bien. El general se estremeció con la misma sensación de miedo que algunas veces sentía en víspera de una batalla.

—Yamun está débil y, cuando salga a campo abierto, encontraremos la manera de atacarlo —prometió la emperatriz.

Tomada la decisión, los dos conspiradores pusieron manos a la obra. Durante toda la mañana, Chanar visitó a sus compañeros, y en sus conversaciones introdujo sugerencias, insinuaciones y oscuros presagios. El general, que no confiaba mucho en el plan de Bayalun, se sorprendió al ver la buena acogida que los kanes daban a sus palabras. La convocatoria del
couralitai
les daba algo que hacer, mucho más que el funeral dispuesto por Jad. Los kanes comenzaron a clamar por un
couralitai
, y amenazaron con marcharse si no se atendían sus demandas.

A última hora de la tarde de aquel mismo día, cuando Jad insistió en un consejo de guerra, Koja intentó evitarlo, con el pretexto de que el Khahan todavía se encontraba demasiado débil. Pero el príncipe no quiso atender a sus razones.

—Quiero un encuentro con mi padre —exigió—. El ejército comienza a desmembrarse, y hay otro problema: han llegado los enviados de Manass para negociar la paz, y no sé qué hacer. Goyuk también debe asistir; sabe lo que pasa. Y tú también, sacerdote.

Koja comprendió que era inútil proseguir la discusión, y se resignó al encuentro. Quizás el príncipe tenía razón, pensó. Las cosas comenzaban a descontrolarse. Había escuchado los rumores entre los guardias. Se hablaba de elegir a un nuevo Khahan. Necesitaban un plan.

Al cabo de un rato, Jad, Goyuk y Koja se presentaron ante el Khahan. Yamun parecía más fuerte, y había un poco de color en sus mejillas, aunque su voz era débil y temblorosa. Lo encontraron sentado en la cama, vestido con su capa de armiño ribeteada de seda amarilla. Koja había insistido en la necesidad de que se pusiera ropa limpia como parte del tratamiento. En realidad, el sacerdote sólo quería no tener que soportar el olor a suciedad.

—Padre, tu muerte ha durado más que suficiente —comenzó Jad, sin perder tiempo en gentilezas—. Los kanes hablan entre ellos, y reclaman un
couralitai
. Comienzan a soliviantar a los hombres. No podré mantener unido al ejército mucho más.

—Un
couralitai
lleva meses de preparación —exclamó Yamun, sorprendido—. Todavía no ha acabado el duelo.

—Lo quieren ahora —explicó Goyuk, preocupado—. Dicen que el ejército necesita un líder.

—Y no lo sabes todo, padre —añadió Jad—. Han llegado los enviados de Manass, y están impacientes por comenzar las negociaciones. Esto ha dado más motivos de protesta a los kanes. Chagadai y Tanjin amenazan con volver a sus tierras. Son cuatro mil hombres.

Yamun consideró la situación; sin darse cuenta, retorció las sábanas mientras pensaba.


Anda
, ¿mi madre todavía está aquí? —preguntó.

—Sí, Yamun —respondió Koja.

—¿Podría ser esto una maniobra de Bayalun? —exclamó el Khahan al tiempo que descargaba sobre las mantas una palmada—. ¿O es cosa de los espías de Shou Lung?

Other books

Split Decision by Belle Payton
A Wicked Truth by M. S. Parker
The Devil in Denim by Melanie Scott
Daddy Long Legs by Vernon W. Baumann
Soul Identity by Dennis Batchelder