Lugares donde se calma el dolor (48 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

En la mesilla de noche que aparece en la foto junto a la cama de él, había una botella de agua mineral, una copa, varias monedas, un lápiz, una caja de fósforos donde debían estar guardados los comprimidos, varios pañuelos usados y una lámpara. La mesilla de noche de ella también contenía una lámpara, agua y un trozo de pan mordisqueado. La muerte fue certificada por «ingestión de sustancia tóxica». Quizá veronal (derivado del ácido barbitúrico, empleado como sedante e hipnótico). En el cuarto de baño que estaba, y aún está, en la misma habitación, se encontraron esparcidas las ropas femeninas, como si antes de ese acto final se hubiese cambiado de vestidos para estar tan elegante como siempre lo fuera. Por la casa había varias papeleras llenas de hojas rasgadas y fotos rotas. En la foto donde aparecen ambos yacentes, Stefan reposa tranquilo; la camisa debió de ir encharcándose con el sudor y el cadáver sólo tiene un defecto para su habitual compostura: ese día no había ido a afeitarse. Lotte tiene un rostro más crispado y quedó tan agarrada a él por el
rigor mortis
que fue difícil separarlos. Hay una segunda foto donde se percibe que los cadáveres fueron movidos. Ella fue tapada del todo y a él se le movió el rostro para poder sacarle una máscara mortuoria. La encargó el gobierno a un dentista de Petrópolis, Aníbal Monteiro. Llevó a cabo bastante bien su trabajo, pero luego el encargo no fue pagado. Finalmente el odontólogo se quedó con ella.

Stefan fue tan responsable de sus actos que le dejó una nota a la propietaria de la casa, Margarida Banfield, disculpándose por los inconvenientes que pudiera causarle. Le dejó también dinero para pagar los gastos que de esto se desprendiera, incluidos los habituales de la casa, así como los sueldos de los empleados. La casera también se hizo cargo del perro.

A Zweig le gustaba Camoes, de quien estuvo a punto de escribir una biografía. Él mismo vertió estos versos al alemán, que fueron encontrados escritos en caligrafía gótica en portugués, en el cuarto de dormir y de morir.
«No mar, tanta tormenta e tanto dano, / tantas vezes a morte apercebida; / Na terra tanta guerra, tanto engano, / tanta necessidade aborrecida! / Onde pode acolherse um fraco humano? / Onde terá segura a curta vida, /que náo se arme e se indigne o céu sereno / Contra um bicho-da-terra táo pequeno
?». Camoes, Camus. En
El mito de Sísifo
el suicida no es un filósofo, es un acusador. Obliga a los sobrevivientes a sentarse en el banquillo de los acusados. Stefan Zweig, en su biografía de Mozart, recuerda la carta que el padre, Leopold, recibe de su hijo. El compositor le recuerda que el verdadero objetivo de nuestraexistencia es la muerte y, además, que ésa es la llave de la felicidad.

La luz y el sol del trópico no le fueron suficientes. Stefan y Lotte no pudieron soportar ese aislamiento mientras el mundo luchaba contra el fanatismo, el sectarismo, la xenofobia, la arrogancia y la brutalidad. Sufrían de inadaptación al exilio, a diferencia de tantos otros judíos expatriados y apátridas. Inadaptación además por parte de Lotte al clima. Le provocaba tos asmática. Este mal le continuó avanzando. Luego estaba la sensación de ser utilizado como rehén propagandístico por los gobernantes brasileños de la dictadura del Estado Novo, comandada por Getúlio Vargas. Había pasado de ser un revolucionario a un caudillo. Con todo y eso, el dictador sufrió un intento de golpe de Estado en el año 1938. Fue llevado a cabo por el grupo fascista Açâo Integralista Brasileira. Asaltaron el Palacio de Guanabara y estuvieron a punto de acabar con el presidente y su familia. Es curioso que Getúlio Vargas, años después, se suicidara él también en el antiguo Palacio do Catete, sede de la presidencia de la República en Río.

Zweig había comentado varias veces a su amigo y compañero de exilio, Ernst Feder, que estaba poseído por la melancolía y el «hígado negro». Zweig había conocido el infierno fascista y nazi y también el «paraíso comunista». Para hacer la biografía de Dostoievski viajó a Rusia. Estuvo dos semanas en la Unión Soviética, que celebraba el centenario del nacimiento de Tolstoi. Sus obras se tradujeron al ruso, prologadas por su amigo, Máximo Gorki. Lo que ve no le gusta y trata de desmentir las opiniones de Gide y las de su buen amigo Rolland. Admira las consecuciones sociales desarrolladas en la economía, pero tiene serias dudas sobre la libertad. Conoce a Eisenstein, a Babel, y cuando recibió la noticia en el año 1936 de la muerte del autor de
La madre
o
Los bajos fondos
, él también pensó que ésta había sido provocada por el régimen estalinista. Zweig era un europeo convencido y tampoco le gustó el sionismo que lideró Theodor Herzl (uno de los críticos que mejor habló en los inicios de su obra poética). «Si todos los judíos fuesen juntados en un único país, perderían su superioridad como artistas y pensadores», dijo en una ocasión. A los veinte años, Stefan había dado a la luz el primer libro, un poemario titulado
Silberne Saiten
(1901). Estos poemas melancólicos, algunos de los cuales fueron musicados por Max Reger, llamaron la atención de Herzl. Su respuesta al sionismo fue
Jeremías
. Una especie de manifiesto en favor del judaísmo moral, universal, antinacionalista y antisionista. Zweig siempre dijo que uno de los grandes males de la Historia era el nacionalismo. Cosmopolita, pacifista, su pensamiento estaba enraizado en el idealismo alemán proveniente de Goethe o Schiller. Contrario al debate político y a la lucha partidista, era un gran defensor de los valores espirituales. El hombre estaba por encima de la raza o la nación. La idea del internacionalismo lo fascinaba: no estar únicamente vinculado a un solo país. Su ideario humanista lo basaba en la fraternidad y la paz. Zweig tenía una idea del judaísmo muy vaga. Era un laico absolutamente sumergido en la cultura occidental. Y de repente, como comenta Vargas Llosa, «descubrió que era judío». Zweig buscó soluciones al Holocausto. Pidió hablar con Salazar para que los judíos pudieran refugiarse en Angola, y con las autoridades brasileñas medió en la quimérica compra de parte de la provincia de Sao Paulo para establecer allí a sus hermanos. Se sabe que, a escondidas, viajó, en el año 1938, a Lisboa para tratar este asunto. Antisionista, pero quizá como un gesto hacia la patria perdida y reencontrada, dejó a la Universidad de Jerusalén su muy preciada colección de cartas al partir de Salzburgo. En el verano del año 1940, Zweig se encontró en un restaurante de Londres con el pintor español Salvador Dalí y su mujer, Gala. Estuvieron durante bastante tiempo hablando del oscuro futuro, y el escritor trató de convencerlos para que lo acompañaran al Brasil. Dalí rechazó esta propuesta manifestándole el horror que le producía el trópico.

El suicidio de Zweig fue tomado por muchos no como un acto de valentía, de repulsa, de protesta, sino de cobardía. Él mismo comentó al referirse a Erasmo de Roterdam lo siguiente: «Mi naturaleza —no me avergüenzo de reconocerlo— nada tiene de heróica. Mi postura natural en todas las situaciones peligrosas siempre fue de fuga, era necesario aceptar la acusación de indeciso, tantas veces hecha a mi venerado maestro de otras épocas».

Zweig no se adaptó al exilio del Brasil, el país del futuro sobre el que escribió, el país de su futuro suicidio, el Paraíso, donde incluso se puede morir por propia mano. No habló jamás mal del país que lo acogió y eso quedó muy de manifiesto en su carta de despedida. Por aquellos mismos años también se habían refugiado en Brasil Georges Bernanos, monárquico y católico conservador, que tenía una columna semanal en el periódico de Río
O Jornal
, así como el actor y director teatral Louis Jouvet. A la muerte del escritor austríaco, el francés escribió en
O Jornal
: «El suicidio del señor Stefan Zweig no es un drama privado, la humanidad puede prescindir del señor Stefan Zweig, como de cualquier otro escritor, pero no puede ver, sin amargura, reducirse el número de hombres oscuros, anónimos, que no habiendo jamás conocido glorias rechazan consentir la injusticia…». Bernanos, con gran respeto hacia Zweig, no defendió nunca el acto violento que había emprendido contra sí mismo el escritor austríaco, mientras ciudadanos anónimos seguían viviendo y luchando por la libertad. Pero hay que pensar que otros católicos como Bernanos fueron cómplices y culpables. El catolicismo de derechas brasileño no miraba bien a los exiliados judíos, y tampoco a Zweig, que era agnóstico. Los militares de derechas lo repudiaban y los de izquierdas decían que era un colaboracionista de la dictadura. Tampoco recibió muchas ayudas y parabienes de sus compañeros de oficio brasileños. Cada libro que Zweig publicaba en Brasil contaba con más de cien mil lectores, cosa que ninguno de los nacionales llegaba a alcanzar. Jorge Amado reconoció la injusticia que se había cometido con él debido a la creencia de que había sido comprado por la dictadura para escribir
Brasil, país del futuro. «Eu estava no Uruguai quando Zweig se suicidou. Escrevi um artigo condenando o suicidio, achando que Zweig perdera a perspectiva diante do nazismo e que a cultura burguesa, que representava, chegara ao fim, náo havendo lugar no novo mundo para escritores como ele esse o conteúdo do artigo. Sectário, claro. Todo o drama humano do escritor e de sua mulher escapou a minha visáo, limitada pelas contingencias da época»
. Así se lo comentó años después a Alberto Dines. Las cuentas bancarias de los Zweig, examinadas cuando murió, daban un triste saldo. Grandes escritores brasileños, además de Amado, como es el caso de Carlos Drummond de Andrade o Gilberto Freyre, no tuvieron ninguna relación con Zweig, ni lo intentaron. Su libro sobre Brasil, en vez de acercarlo a la sociedad literaria de este país, lo había alejado. La desconfianza hacia él fue total y provenía de todos los sitios, excepto de ese pequeño núcleo de amigos, los cuales, la mayor parte, eran también exiliados y judíos. Expulsado de Europa, tampoco pudo vivir en Estados Unidos. Jules Romains y Romain Rolland fueron más comprensivos con el suicida, pero Thomas Mann también lo criticó muy duramente. Calificó este acto de cobardía y de gesto egoísta. Luego, tanto Mann como Bernanos, tuvieron ambos un hijo suicida. Klaus Mann se quitaría la vida en Europa; mientras que Michel, el primogénito de Bernanos, dejaría este mundo por propia mano en los jardines de Fontainebleau, a la edad de cuarenta años. Zweig no vivió en Estados Unidos porque hubiera algo contra él, sino porque no se adaptó tampoco allí. En Nueva York lo tenía todo a su favor. Se encontraba bien, pero no le gustaba el mundo cultural tan mercantilista: «Ésta es la última vez que pongo los pies en Estados Unidos. No quiero ningún negocio con el mundo del cine y sus sórdidas cuestiones monetarias. Esto será lo siguiente a eliminar después del periodismo». También deseaba abandonar el género biográfico para dedicarse a la creación pura. Tuvo problemas con agentes literarios y editores, y también problemas con periodistas, pues no condenaba al nazismo con la virulencia que ellos querían. Al criticar públicamente a los nazis pensaba que les haría la vida más difícil a los millones de judíos europeos. En Estados Unidos se le exigía una militancia política para la que los intelectuales no estaban capacitados. Éste fue el motivo por el cual se enfriaron las relaciones con Roman Rolland. El francés no quiso criticar el comunismo y Zweig era «blando» con el nazismo. Rolland, Jules Romains, Freud, Roth, Verhaeren, Rodin, Rilke, Valéry, Renoir fueron sus amigos y referentes.

Aunque prometió no volver a Estados Unidos tras los conflictos que tuvo en el año 1935, regresó con Lotte en 1938 a bordo del
Normandie
. Allí pasaron su luna de miel. Estuvieron en Nueva York y recorrieron triunfalmente más de treinta ciudades. Dos años más tarde pasará por Nueva York camino de Brasil. No será ésta la última vez, pues desde Brasil retornará a la ciudad de los rascacielos, poco antes de morir, encontrándose casualmente con su primera esposa Friderike que, gracias a sus intervenciones ante las autoridades portuguesas, había podido embarcar en Lisboa rumbo a Estados Unidos. «No quiero volver a Nueva York, temo encontrar allí a todo Berlín, a toda Viena, prefiero este calor». Las obras de Zweig tuvieron también un gran éxito cinematográfico.

Directores como Robert Siodmak, Max Ophuls, Roberto Rossellini o Krzysztof Kieslowsky adaptaron algunos de sus relatos y novelas tales como:
Secreto ardiente, Una casa junto al mar, Veinticuatro horas de la vida de una mujer, Carta de una desconocida
o
Una partida de ajedrez. De Veinticuatro horas…
Freud había dicho que el autor, sin conocer las técnicas psicoanalíticas, las había utilizado literariamente de forma perfecta. Las versiones cinematográficas de la obra de Zweig deben de rondar las sesenta. Sin embargo, al escritor no le gustaba el cine porque veía en él un competidor del teatro. Zweig no sólo fue adaptado por los mejores cineastas, sino que también interpretaron sus personajes los mejores actores y actrices del momento: Joan Fontaine, Ingrid Bergman, María Félix, Louis Jourdan, Michel Piccoli, Oskar Werner, Cürd Jürgens, etc. Y no sólo eso. La vida de Zweig, sobre todo la historia de los últimos días, fue llevada al cine por Sylvio Back. El filme se titula
Lost Zweig
. Al escritor austríaco lo interpreta Rudiger Vogler, mientras que el papel de Lotte es asumido por la actriz austríaca Ruth Rieser. El director brasileño comentó que rodó este filme porque él mismo era hijo de un suicida, de un judío húngaro que se envenenó en los años cincuenta del pasado siglo en Río.
«Meu pai foi enterrado do lado de fora do cemitério.»
Mientras escribo estas páginas acaba de estrenarse otra versión cinematográfica de
Carta de una desconocida
. La dirige, la protagoniza y es autora del guión la cineasta china Xu Jing Lei.

El periodista y poeta Guilherme de Almeida, que trató y acompañó a Zweig en Brasil, lo describe en uno de sus artículos como un:
«Homen forte, poeira cinzentapela cabeza loira, bigode grosso e pequeno en brosse, nariz fino, de urna curva concentrada e inteligente, entre dois olhos de acariciante vivacidade, acesos calmamente no cor-de-rosa bem barbeado do rosto
». La foto luctuosa ya no se atiene a esa descripción. El hombre que yace en la cama está delgado, parece más bajo de su elevada estatura, y sus ojos se eclipsaron.

Me demoro tanto tiempo en el dormitorio que Estelita me viene a buscar. Le pido que me deje estar un instante más y ella accede. Evidentemente, la habitación ha cambiado. Ahora está ocupada por uno de sus hijos adolescentes. La estancia tiene una cama, una mesa de trabajo, un televisor y su ordenador personal; también está decorada con pósters como la de cualquier otro chico de cualquier ciudad del mundo. La habitación rebosa vida y es alegre, pero a mí me sobrecoge pensar que donde sucedió tan trágico acontecimiento pueda seguir existiendo vida. Al salir de nuevo al amplio salón del comedor le comento a Estelita Campedelli si su hijo conoce la historia, si sabe lo que pasó allí. Ella me asegura que sí, que lo conoce y que incluso ha leído algunos libros de Zweig. Yo insisto en preguntarle si no tiene miedo por la noche. Ella se queda muy sorprendida ante mi nueva pregunta y a la vez, me la devuelve: «¿Por qué habría de tenerlo, acaso el muchacho hizo algún mal?»

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