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Authors: Ben Goldacre

Tags: #Ciencia, Ensayo

Mala ciencia (19 page)

A lo que íbamos. En el segundo estudio se analizó a dos grupos de personas con riesgo elevado de desarrollar cáncer de pulmón: uno de fumadores y otro de personas que habían estado expuestas al amianto en sus lugares de trabajo. A una mitad de las personas de cada grupo se les dio β-caroteno y vitamina A, mientras que a los de la otra mitad se les administró un placebo. Estaba previsto que 18.000 sujetos participaran a lo largo de la duración del estudio, y que, posteriormente, fueran objeto de un seguimiento durante un periodo medio de seis años, pero el ensayo se concluyó antes de lo esperado porque se consideró poco ético proseguir con él. ¿Por qué? Porque las personas a quienes se les administraban los comprimidos de antioxidantes tenían un 46 % más de probabilidades de morir de cáncer de pulmón y un 17 % más de morir de cualquier otra causa,
[*]
que las personas que ingerían píldoras de placebo. No les hablo de ninguna noticia recién salida de las rotativas. Sucedió hace ya bastante más de una década.
[4]

Desde entonces, los datos procedentes de ensayos controlados con placebo realizados sobre suplementos vitamínicos antioxidantes han continuado arrojando resultados negativos. Las revisiones Cochrane más actualizadas de la bibliografía especializada han combinado todos los ensayos y las pruebas sobre el tema tras buscar entre el abanico más amplio posible de datos (usando las estrategias sistemáticas de búsqueda anteriormente descritas, y sin «seleccionar ventajosamente» estudios conforme a un propósito o una prioridad personal). En ellas, se evalúa la calidad de los estudios y, acto seguido, se introducen todos los resultados de éstos en una hoja de cálculo gigante para obtener la estimación más precisa posible de los riesgos o los beneficios. Pues bien, lo que han mostrado estas revisiones es que los suplementos de antioxidantes son ineficaces o, tal vez, incluso dañinos.
[5]

La revisión Cochrane sobre la prevención del cáncer de pulmón combinó datos de cuatro ensayos, en los que se describían las experiencias de más de cien mil participantes en total, y no halló beneficio alguno en el consumo de antioxidantes adicionales, pero sí un aumento en el riesgo de desarrollar cáncer de pulmón en aquellos participantes que tomaban β-caroteno y retinol al mismo tiempo.
[6]
La revisión sistemática y el metaanálisis más actualizados sobre el uso de antioxidantes para reducir los ataques al corazón y las apoplejías examinaron los efectos de la vitamina E y del β-caroteno por separado en quince ensayos, y no hallaron beneficio significativo para ninguno de los dos. De hecho, en el caso del β-caroteno, se apreció un pequeño (aunque significativo) incremento de la mortalidad.

En fecha más reciente, otra revisión Cochrane analizó el número sumado de muertes, debidas a cualquier causa, de
todos
los ensayos aleatorizados y con control de placebo realizados sobre antioxidantes (muchos de los cuales habían estudiado los efectos de éstos a dosis bastante elevadas, en la línea de los que podemos comprar en las tiendas de alimentos naturales y productos dietéticos), que englobaban las experiencias de 230.000 personas participantes en total. El mencionado análisis mostró que, en general, las pastillas de vitaminas antioxidantes no reducen el número de muertes y que, de hecho, puede que incluso contribuyan a incrementar la probabilidad de morir de quien las consume.
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¿En qué lugar nos deja todo esto? Sabemos que, en su momento, se observó una correlación entre unos bajos niveles en sangre de estos nutrientes antioxidantes y una mayor incidencia del cáncer y de las cardiopatías, y se dedujo que podían ser factores preventivos de estos riesgos para la salud. Pero resulta que cuando se administran como suplementos, las personas que los consumen no notan mejoría y hasta es posible que tengan una ligera probabilidad
mayor
de morir. Eso, en cierto sentido, es una lástima, pues nunca viene mal disponer de soluciones rápidas y fáciles, pero es lo que hay. Significa que, en ese proceso, interviene algún factor curioso, y que sería interesante llegar hasta el fondo del mismo y averiguar qué hacer al respecto.

Más interesante aún resulta que la gente apenas esté enterada de estos hallazgos a propósito de los antioxidantes. Hay varios motivos. En primer lugar, se trata de un resultado inesperado, aunque, en este sentido, los antioxidantes no son un caso aislado, ni mucho menos. Muchas cosas que funcionan en la teoría suelen no hacerlo en la práctica y, en esos casos, tenemos que revisar nuestras teorías, aunque sea doloroso. La terapia de sustitución hormonal pareció una buena idea durante décadas hasta que los estudios de seguimiento revelaron los problemas asociados a la misma. Tuvimos que cambiar de idea. Y los suplementos de calcio parecieron en tiempos otra buena idea para tratar la osteoporosis, pero ahora resulta que, probablemente, contribuyen a incrementar el riesgo de ataques cardiacos en mujeres mayores, así que hemos tenido que cambiar nuestras nociones al respecto.

Da escalofríos pensar que, cuando creemos que estamos haciendo algo bueno, tal vez estemos haciendo algo malo, pero ése es un pensamiento que debemos tener siempre presente, hasta en las situaciones aparentemente más inocuas. El doctor en pediatría Benjamin Spock escribió un libro, que batió récords de ventas, titulado
Baby and Child Care
(traducido al español como
Tu hijo
), que se publicó por primera vez en 1946 y fue una obra de una enorme influencia y una sensatez bastante apreciable. En él, recomendaba con plena confianza que los bebés durmieran boca abajo. El doctor Spock tenía poco con lo que trabajar en aquel momento, pero hoy sabemos que ese consejo es erróneo y que una sugerencia tan aparentemente trivial como aquélla —y que fue tan leída y seguida— ha acabado provocando miles (y tal vez decenas de miles) de muertes súbitas de lactantes.
[8]
Cuantas más personas nos escuchan, mayores pueden ser los efectos de un pequeño error. Esta simple anécdota no deja nunca de producirme una profunda inquietud.

Pero, obviamente, hay una razón más prosaica por la que tantas y tantas personas no están al corriente de estos hallazgos referidos a los antioxidantes, o por la que, cuando menos, es posible que no se los tomen en serio, y esa razón es el fenomenal poder como grupo de presión que ejerce una industria de gran tamaño (y que, en ocasiones, juega bastante sucio) que vende un producto alternativo por el que muchas personas sienten verdadera devoción. La industria de los suplementos alimenticios se ha forjado una imagen pública benéfica que no se corresponde con los hechos. Para empezar, no existe, en esencia, diferencia alguna entre la industria de los productos vitamínicos y las industrias farmacéutica y biotecnológica (éste, a fin de cuentas, es uno de los mensajes de este libro: los trucos del oficio son los mismos en todas partes). Entre sus actores clave se incluyen empresas como Roche y Aventis. BioCare, la empresa de pastillas de vitaminas para la que trabaja el nutricionista mediático Patrick Holford está participada por Elder Pharmaceuticals. Y como éstos, hay otros muchos ejemplos en el sector. La industria de las vitaminas tiene también una fama legendaria (en sentido negativo) en el mundo de la economía por haber establecido uno de los más vergonzosos cárteles para la fijación de precios de los que se tiene constancia.
[9]
Durante la década de 1990, los principales imputados en aquel delito fueron obligados a pagar
las mayores multas jamás impuestas en la historia judicial
(1.500 millones de dólares en total), tras haber pactado una admisión de culpabilidad con el Departamento de Justicia de Estados Unidos y con los organismos reguladores de Canadá, Australia y la Unión Europea. Eso es lo que yo llamo una agradable y amable industria artesanal.

Siempre que se publica alguna prueba que sugiere que los productos de la industria de las pastillas de suplementos alimenticios (la que mueve un negocio global, recordémoslo, de 50.000 millones de dólares) son ineficaces o, incluso, perjudiciales, una enorme maquinaria de marketing cobra vida y empieza a producir críticas metodológicas espurias y sin fundamento de los datos publicados con el propósito de enturbiar las aguas (no lo suficiente para empañar un proceso significativo de discusión académica, pero eso no es lo que persiguen). Se trata de una táctica muy manida de gestión de riesgos característica de numerosos sectores e industrias, como las de los productores de tabaco, amianto, plomo, cloruro de vinilo, cromo, etc. Se la conoce como «fabricar la duda», y, en 1969, un ejecutivo de una empresa tabacalera fue lo bastante estúpido como para expresarla por escrito en una circular: «La duda es nuestro producto —escribió—, ya que es el mejor medio para competir con la “evidencia” presente en las mentes de los miembros de la población en general. También es el medio apropiado para instalar una controversia».
[10]

No hay nadie en los medios de comunicación que ose cuestionar tácticas como las que emplean los representantes de esos grupos de presión para defender sus productos, a las que dotan de un pretendido aspecto científico, porque los profesionales de esos medios se sienten intimidados y carecen de las aptitudes necesarias para tal cuestionamiento. Aun en el caso de que las cuestionaran, lo único que habría sería un confuso debate radiofónico de contenido eminentemente técnico que nadie escucharía y que, a lo sumo, dejaría únicamente en el consumidor la sensación de la existencia de una «controversia» al respecto: misión cumplida, pues, para los intoxicadores. No creo, desde luego, que las pastillas de suplementos alimenticios sean tan peligrosas como el tabaco —pocas cosas lo son—, pero cuesta imaginar que se pudieran publicar investigaciones sobre cualquier otra clase de píldora que mostraran un posible incremento en la mortalidad relacionada y que, aun así, los medios sacaran antes a relucir las palabras pronunciadas por empleados de las empresas fabricantes de dichas píldoras que las de los artículos publicados sobre los riesgos de sus productos. Pero, claro, en el caso que aquí nos ocupa, muchas de esas compañías tienen reservados sus propios espacios en los medios para vender su género comercial y su particular visión del mundo.

La historia de los antioxidantes constituye un excelente ejemplo de lo precavidos que debemos ser para no seguir ciegamente presentimientos basados en datos puramente teóricos y de laboratorio, y para no asumir —de forma reduccionista— que eso debe traducirse automáticamente en un consejo dietético y en la comercialización de un suplemento alimenticio, como los nutricionistas mediáticos querrían que hiciéramos. Es una lección práctica sobre lo poco fiables que esos personajes pueden ser como fuente de información sobre el estado de la investigación científica, y haríamos todos muy bien en recordar esta historia la próxima vez que alguien intente convencernos —ofreciéndonos datos tomados de análisis de sangre, o hablándonos de esta molécula o de aquélla, o presentándonos teorías basadas en inmensos diagramas metabólicos interconectados— de que compremos su libro, su extravagante dieta o su particular frasco de pastillas.

Ante todo, esto ilustra cómo esa visión atomizada y excesivamente compleja de la dieta en general puede ser utilizada para engañar y maximizar las ventas. No creo que exagere si digo que esto contribuye a desinformar a las personas y a paralizarlas entre tanta confusión, por culpa de todos esos mensajes contradictorios e innecesariamente complejos acerca de la alimentación. Hoy en día, quienes estén muy preocupados pueden comprar Fruitella Plus con vitaminas A, C y E añadidas, y calcio, y durante las navidades de 2007, salieron al mercado dos nuevos productos antioxidantes, todo lo cual demuestra lo mucho que el nutricionismo ha pervertido y distorsionado nuestro sentido común en materia de comida. Choxi+ es chocolate con leche con «antioxidantes adicionales». El
Daily Mirror
dice que es «demasiado bueno para ser verdad». Es «chocolate que te sienta bien y que, además, es tentador», según el
The Daily Telegraph
. «Sin remordimientos», comenta el
Daily Mail
, pues se trata de «una barrita de chocolate que es más “sana” que dos kilos de manzanas». La empresa «recomienda» incluso el consumo de dos piezas de su chocolate al día. Mientras tanto, los supermercados Sainsbury’s están promocionando el vino Red Heart (con antioxidantes añadidos), como si beber tal cosa fuese una obligación que tuviéramos para con nuestros nietos.

Si yo escribiera un libro sobre estilos de vida saludables, éste contendría el mismo consejo en todas y cada una de sus páginas, y ustedes ya saben cuál sería. Coman mucha fruta y verdura, y vivan su vida todo lo bien que puedan, en todos los sentidos: hagan regularmente ejercicio (convirtiéndolo en una parte más de su rutina diaria), eviten la obesidad, no beban demasiado alcohol, no fumen y no

se distraigan de las causas reales, básicas y simples de una mala salud. Pero, como veremos, incluso cosas como éstas son muy difíciles de hacer por uno mismo, y, en la práctica, requieren drásticos cambios sociales y políticos.

CAPÍTULO
7

La «doctora» Gillian McKeith

Voy a detenerme en mi recorrido por un momento, y me atreveré a sugerir que, dado que han comprado este libro, es posible que ya alberguen ciertas sospechas acerca de la multimillonaria empresaria del negocio de las pastillas y nutricionista clínica Gillian McKeith (o, si lo prefieren, y refiriéndome a ella por su titulación médica completa: simplemente, Gillian McKeith).

McKeith es un imperio comercial, una celebridad del
prime time
televisivo y una autora de
best sellers
editoriales. Cuenta con su propia gama de alimentos y polvos mágicos, tiene pastillas para provocar erecciones y su rostro figura en todos los comercios de alimentos naturales y productos dietéticos de Gran Bretaña. Los políticos conservadores escoceses quieren que asesore al gobierno. La Soil Association le concedió un premio por su labor educadora del público. Pero para cualquiera que sepa aunque sólo sea un mínimo de ciencia, esta mujer no es más que una farsante.

Lo más importante que cabe reconocer en todo esto es que no tiene nada de nuevo. Aunque al movimiento nutricionista contemporáneo le gusta presentar lo que hace como una actividad absolutamente moderna y basada en pruebas, la industria de los gurús de la alimentación —con sus promesas estrafalarias, su tono moralizador y sus obsesiones sexuales— se remonta, al menos, dos siglos atrás.

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