Read Marea oscura II: Desastre Online

Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

Marea oscura II: Desastre (15 page)

—No puedes salir.

—¿Crees que puedes detenerme?

—¿Crees que no puedo?

Chalco entrecerró los ojos, que se le llenaron de arrugas.

—¿De verdad lo quieres intentar?

—El Maestro Yoda dijo a mi Maestro: "Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes" —Anakin suprimió el deseo acuciante de emplear la Fuerza para sujetar al hombre contra la pared. Mara le reprendió una vez por usar la Fuerza en cosas que no la necesitaban. Y Anakin sabía que podía controlarlo fácilmente, dado que había conseguido mantenerlo en el asiento durante la entrada en la atmósfera.

Y
como sé que puedo hacerlo, no necesito hacerlo. Tiene que haber otra solución.

Anakin se encogió de hombros y dejó caer los brazos.

—Que sepas que si no estás en la nave cuando nos vayamos, tendrás que quedarte aquí. Y esto no se parece en nada a Coruscant en lo referente a naves, transportes y ganarse la vida. A los vors no les gustan mucho los extranjeros, así que tendrás que trabajar en algo manual. Pero haz lo que te dé la gana.

La expresión de Chalco era de perplejidad.

—¿De verdad crees que podrías detenerme?

—¿Qué más da? Si quieres salir y pasarte el resto de tu vida machacando hierbas, trenzando fibras y tejiendo ropa, ¿por qué voy a detenerte? —Recordó una conversación que había tenido con Mara en Dantooine—. Mucha gente cree que los Jedi vamos a salvarlos de su propia idiotez. Si así fuera, nunca tendríamos un momento libre.

—¿Me estás llamando idiota?

Anakin hizo caso omiso de los silbiditos de asentimiento de los dos androides.

—Si fueras idiota, el Maestro Luke no te habría traído con nosotros. Creo que simplemente eres como la mayoría. Vives para el hoy sin pensar en el mañana.

Y eso no te permite avanzar.

—¿Eso crees? —la pregunta estaba llena de resentimiento, pero Chalco se relajó y se apoyó contra la pared, por lo que Anakin supuso que el tono era más una pose que el reflejo de una verdadera preocupación.

El joven Jedi se encogió de hombros.

—No te conozco mucho, pero creo que te pasa lo mismo que a algunos Jedi.

Te preocupa tu imagen y la opinión que tengan los demás de ti. Estás muy preocupado por tu reputación. ¿Te afecta tanto como afecta a los Jedi?

El fornido hombre se llevó una mano a la barbilla.

—Pues a veces sí, ¿sabes? Es cansado, claro. La gente siempre te está poniendo a prueba. Te labras una reputación y la gente quiere aprovecharse de ti.

—Sí, lo sé —Anakin hizo girar el asiento del copiloto y se sentó en el borde—

. Mi padre ha tenido que luchar siempre por ese tema, y los Jedi, bueno, todo el mundo nos presiona para ver cómo somos. Hay gente que nos tiene miedo y ni se acerca. Otros tienen miedo y nos presionan para hacer ver que no nos temen.

Es mucho esfuerzo desperdiciado.

Chalco asintió.

—¿Tu padre es Han Solo, verdad?

—Sí.

—Le he visto últimamente un par de veces. Está un poco hecho polvo por lo de la muerte de su colega.

Anakin asintió lentamente, intentando suprimir la automática y ya conocida punzada de dolor por la muerte de Chewbacca.

—Para él fue terrible.

Debían de ser muy buenos amigos —Chalco dibujó media sonrisa—. A mí personalmente nunca me han gustado mucho los wookiees. Y tampoco creo que nunca haya tenido un amigo tan íntimo.

Pasaron juntos por muchas cosas. Chewie fue una constante en la vida de mi padre, y en la mía también. Siempre estaba cuando lo necesitábamos, y ahora ya no está —el dolor le hizo estremecerse, le ahogaba. El enorme vacío que Chewie había dejado en su vida se abrió ante él.

Intentó hablar, pero no pudo. Alzó una mano un segundo y se secó una lágrima.

Lo siento —dijo con voz ronca.

Chalco se agitó incómodo.

—Mira, chaval, yo, eh, quizá no haya tenido un amigo tan íntimo, pero entiendo el dolor. Te acostumbras a que la gente esté cerca. A verla en el espaciopuerto, a que duerma en la celda de al lado, esas cosas. Y ¿sabes?, de repente un día te despiertas y les han dado la condicional o algo. Nunca sabes si volverás a verlos o si recuperarás los créditos que perdiste jugando al sabacc. Es decir, mira, no sé si me estoy expresando bien, pero…

Anakin asintió y percibió el alivio del hombre.

—Gracias, lo entiendo. Cuando llegas a conocer a alguien, te duele que desaparezca de repente. Y el dolor es muy fuerte y muy intenso. Chewie, bueno, él siempre estaba ahí, sonriendo, bromeando, nunca se quejaba cuando yo me dedicaba a encaramarme encima de él trepando por su cuerpo o a juguetear con su trabajo. Era como una roca, y cuando se pierde eso…

—Pero no era la única roca en tu vida, chaval —Chalco señaló con la cabeza a la Catedral de los Vientos—. Tienes a tu tío, a tu madre y a tu padre.

—Bueno, mi padre ya sabes cómo está. Un tanto, eh, distante —Anakin suspiró—. Mi madre está muy ocupada. Ella me ayuda, pero nunca estamos juntos. El tío Luke es genial, aunque él también tiene muchas cosas que hacer.

Pero supongo que da igual, porque esto es cosa de adultos, y lo necesito para aprender.

—No crezcas demasiado rápido, chaval —el hombre puso un gesto triste—.

Aunque, al fin y al cabo, tienes que hacerlo. Si no lo haces, acabarás como yo.

Quizá crecer rápido no esté tan mal.

—Bueno, la cuestión es crecer, creo, rápido o lento, da igual —Anakin miró los controles de la rampa de descenso—. ¿Sigues queriendo salir? Chalco lo pensó un momento y negó con la cabeza.

—No es que me dé miedo tener que trabajar.

—Ni se me había ocurrido.

—Por supuesto que no —el hombre sonrió lentamente—. Por otra parte, ayudar a los Jedi a encontrar a una Jedi no es ninguna tontería, creo yo. Es lo más difícil que he hecho en mi vida, y creo que ya es hora de ponerme las pilas.

Después de todo, es lo que haría un adulto.

El almirante Gilad Pellaeon odiaba estar sentado en un sillón en el estrado del Consejo Moff. Sólo estaban presentes cuatro de los moff. El resto asistían como hologramas, y el almirante pensaba que el coste de su aparición por ese medio era mucho mayor que su aportación. Todo lo que tenía que decirles podía habérselo enviado en un comunicado, pero los moff se agarraban con celo a su idea de que el Consejo tenía algún valor.

La moff Crowal, del planeta Valc VII, alzó la barbilla desafiante, pero no se levantó sobre su efigie holográfica. Valc VII era el planeta imperial que estaba más cerca de las Regiones Desconocidas, lo cual lo convertía en el punto más alejado de la amenaza yuuzhan vong. Esa distancia del peligro no hacía que la moff Crowal se sintiera más segura, y, como siempre, se dedicó a solicitar más recursos de los necesariamente justificables para su retirado planeta.

—Si se trata de una amenaza grave, almirante, entonces le imploramos que defienda nuestros planetas. Y si se trata de una trampa, entonces le rogamos que haga el favor de mantener nuestras naves en espacio imperial.

El almirante juntó las yemas de los dedos.

—Como ya les he dicho antes, no es ninguna trampa. El peligro para la Nueva República es real. Su petición de ayuda es real.

Moff Flennic apretó las mandíbulas con ira.

—Pues deberíamos dejar que cayeran. Si no hubieran acabado con el Imperio, esta amenaza no sería nada. El Emperador lo habría solucionado de inmediato.

Moff Sarreti, de Bastion, a pesar de su juventud, se echó hacia delante con la actitud de un hombre mucho mayor.

—No alcanzo a entender cómo puede afirmar algo así, Flennic. La Nueva República venció al Imperio, y ahora son los yuuzhan vong los que van a por ella. Por lo tanto, es obvio que también habrían vencido al Imperio.

El rostro de Fennic se torció en una mueca burlona.

—Sarreti, tengo que preguntarle esto. Teniendo en cuenta su deducción, ¿por qué íbamos a ofrecer nuestras fuerzas en auxilio de la Nueva República, cuando, según sus cálculos, nuestras fuerzas son claramente inferiores?

Sarreti asintió lentamente, admitiendo la lógica de la cuestión. —Deberíamos hacerlo porque es lo que tenemos que hacer.

Crowal rió.

—¿Lo que tenemos que hacer? ¿Ofrecer ayuda y apoyo a quienes nos han desangrado, destruyendo nuestra economía, inundando nuestros planetas con objetos que dañan nuestra cultura? Es evidente que esto es una trampa, y que usted ha caído de lleno en ella.

Sarreti se levantó despacio, y Pellaeon sabía que todos y cada uno de sus movimientos, por muy casuales que parecieran, eran totalmente deliberados. El joven moff juntó las manos y apoyó los dedos en los labios. Tenía la mirada distante, como si estuviera perdido en algún pensamiento profundo. Dejó caer las manos y comenzó a hablar en voz baja, suavemente, de forma casi seductora.

—La sabiduría de mis ancianos es algo que para mí tiene mucho valor a la hora de reflexionar sobre temas serios como éste. Todo lo que han vivido y experimentado tras la muerte del Emperador, y durante el periodo de los señores de la guerra hasta llegar a la actualidad, nos es muy valioso para mantener nuestro frágil Nuevo Imperio. Dada mi corta edad cuando murió el Emperador, mi experiencia es escasa al lado de la de ustedes. Alcancé la mayoría de edad en plena Rebelión. Mi familia huyó del Centro Imperial cuando éste cayó, y yo finalmente llegué aquí cuando entré al servicio del Imperio. Por tanto, y dado que mis ojos no se abrieron al conflicto hasta que no empezó a decaer el Imperio, veo las cosas de forma distinta. No veo a través de una lente de rabia y dolor causados por esa pérdida, ni de la nostalgia del pasado. Yo percibo lo que ha hecho la Nueva República, y, al igual que ustedes, no me parece que hayan hecho las cosas todo lo bien que deberían, pero tampoco puedo negar lo que han conseguido. No olvidemos que, hace seis años, pudieron acabar con nosotros de haber querido. Fue este Imperio nuestro
el
que casi acaba con ellos gracias a la traición, pero no castigaron a todos por las acciones de unos cuantos. Se esforzaron por concedernos una paz honrosa, cosa que queda demostrada por el hecho de que seguimos contando con esas fuerzas cuya ayuda nos solicitan ahora.

Totalmente erguido, señaló con el dedo índice hacia Pellaeon.

—La petición que han hecho al almirante Pellaeon no es ni una trampa, ni una amenaza. Es una petición sincera que nos hacen no por cómo los vemos nosotros, sino por cómo nos ven ellos. Nos lo han solicitado, no lo han exigido.

Nos tratan como a iguales, y si no somos capaces de ver la importancia que tiene esa apertura, estaremos ciegos y seremos unos ineptos, y nos mereceremos ser aplastados por la Nueva República, por los yuuzhan vong o por cualquier otro enemigo.

Los comentarios del joven moff levantaron gestos de aprobación en sus colegas. Pellaeon le sonrió y asintió, levantándose. Cerró los puños y se los llevó a las caderas, inclinando la cabeza con solemnidad.

—Como siempre, encuentro útiles sus aportaciones y consejos, mis estimados moff, pero me veo obligado a recordarles que soy yo quien está al mando del espacio imperial. No les he convocado para saber qué me aconsejan, sino para aconsejarles y advertirles yo. Cuando hagamos público lo que está pasando en la Nueva República, y la forma en que reaccionaremos ante ello, se alzarán voces de protesta, semejantes a las de alguno de ustedes. No verán motivos para apoyar a quienes consideran sus enemigos. Espero de ustedes que sepan encontrar la persuasión necesaria para convencerles. Doy las gracias a moff Sarreti por su elocuencia, y les insto a todos a que sigan su ejemplo.

El holograma de Flennic alzó la ceja.

—¿Pondrá nuestras fuerzas a su disposición, independientemente de nuestra opinión?

—Parece sorprendido, moff Flennic —Pellaeon sonrió lentamente, y su erizado bigote blanco se ensanchó—. Ésta es su oportunidad de razonar su oposición, pero ya sabe que sus compañeros moff apoyarán esta decisión de pleno. Quería informarles de que pronto emitiré una orden de movilización que activará a todos los reservas, y pondré en funcionamiento a algunas de esas unidades de combate. También haré un llamamiento a todos los cuerpos de seguridad, tanto de dentro como de fuera del Imperio, para que acudan en nuestra ayuda. Quizá piensen que nuestras fuerzas de seguridad ocultas son la clave para recuperar algún día la galaxia, pero ahora lo importante es vencer a los yuuzhan vong. Necesitaremos todo lo que podamos reunir y más.

Pellaeon miró a uno de sus asistentes en la parte trasera de la cámara. —Les enviaré los códigos aún en vigor que se emplearán con las fuerzas que regresen.

No impedirán su movilidad en ningún aspecto. A cambio de su cooperación, no llamaré a filas a sus fuerzas personales de protección y podrán emplear a las unidades de reserva para mantener el orden.

Crowal negó con la cabeza.

—¿Cree poder distraernos dándonos soldaditos con los que jugar?

—Si cree que es lo que estoy haciendo, entonces la respuesta es sí, les considero lo bastante simples como para poder distraerles así —la mirada del almirante se hizo más sombría—. Entérese: si los yuuzhan vong pueden vencer a la Nueva República, nosotros no podremos con ellos. Sugiero que emplee el tiempo que voy a ganar yendo a combatirlos para aumentar en lo posible la seguridad de nuestros mundos. Si fracaso y se ve obligada a tener que jugar a los soldaditos, espero no vivir para ver los resultados. Pellaeon, corto.

Las imágenes holográficas de los moff se desvanecieron. Sarreti se acercó a Pellaeon mientras los otros tres moff se agrupaban y salían de la habitación. El almirante se dio cuenta de que el joven moff seguía parado en el suelo, sin subirse a la tarima, lo cual permitía que ambos pudieran mirarse a los ojos a la misma altura.

Sarreti sonrió amablemente.

—No les has reprendido en absoluto por sus malos modales.

—De hacerlo, igual se creían que me interesaba lo que pudieran hacer.

—Bien hecho —el joven se llevó las manos a la espalda—. Las fuerzas de Bastion estarán encantadas de unirse a vosotros. Y yo sigo siendo un reserva. Si requiere mis servicios, estoy seguro de que mi Gobierno podrá seguir funcionando sin mi presencia.

—Me encantaría tenerte conmigo, Ephin, pero creo que tus esfuerzos me serán más útiles a la hora de organizar al resto de los moff.

—Siempre y cuando no me rebele en tu contra, ¿no?

Pellaeon asintió.

Other books

The Reluctant Communist by Charles Robert Jenkins, Jim Frederick
Soap Opera Slaughters by Marvin Kaye
Fanny by Erica Jong
Black Hat Jack by Lansdale, Joe R.
Early Bird Special by Tracy Krimmer
The Raven's Moon by Susan King
Over the Edge by Mary Connealy
Our Happy Time by Gong Ji-Young