Read Marea oscura II: Desastre Online

Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

Marea oscura II: Desastre (16 page)

—Preferiría tener a la gente de nuestro lado, en lugar de tenerla en nuestra contra. De todas formas, si lo hago tan mal como para que necesites rebelarte, prefiero que seas tú quien tome el poder, y no Crowal o Flennic.

—Confío en que esa situación no llegue a darse.

—Eso espero —suspiró Pellaeon—. Pero si los yuuzhan vong nos vencen, puede que los guerreros como yo acabemos desapareciendo y que el futuro quede en manos de constructores como tú. Al menos así todavía nos quedará un futuro.

Capítulo 13

Se presenta la teniente Solo a sus órdenes, coronel.

Jaina Solo estaba de pie en la puerta abierta de la cabina del coronel Darklighter, en el
Ralroost.
No sabía por qué había enviado a Emetrés, el androide militar de protocolo M-3P0 de la unidad, a buscarla, pero le gustaba tener la posibilidad de hablar con él. Lo ocurrido con su hermano la semana anterior le había dejado un malestar general.
Cuando pensé que había muerto…

—Entra, Jaina, por favor, toma asiento —Gavin Darklighter le señaló el banco de la pared. Él se sentó en una mesita adjunta a la pared, frente a la cabina.

Sobre ella había varios datapad, varias tarjetas de datos y un pequeño holocubo que mostraba imágenes de su familia. Sólo aquel pequeño holocubo conseguía quitarle a la cabina toda la frialdad, a pesar de las paredes blancas y los paneles grises.

Jaina se sentó, y él giró su asiento para ponerse frente a ella. Aunque seguía siendo un hombre joven, ya tenía canas en las sienes y algunas arruguitas alrededor de los ojos. Había tomado el mando del Escuadrón Pícaro tras la firma de la paz con el Remanente, pero los casi veinte años que había vivido anteriormente para el cuerpo le habían dejado huella. Para Jaina, era una de las pocas leyendas que no sólo habían sobrevivido en el Escuadrón Pícaro, sino que además habían prosperado dentro de él.

—Jaina, tendría que haber hablado de esto antes contigo. Lo que pasó en Garqi fue terrible, pero también necesario. La seguridad de la operación requería que nadie de dentro del sistema supiera que el
Esperanza Perdida
iba a precipitarse al vacío entre llamas.

Jaina asintió.

—Me han dicho que el almirante Kre'fey y los técnicos que prepararon la nave, así como el personal de la operación, eran los únicos que sabían lo que iba a pasar. Sé que usted no lo sabía, así que no pudo advertirme.

—Sí, ya me han informado de lo amable que eres suponiendo que lo habría hecho de haberlo sabido. Pero lo cierto es que tampoco te lo habría contado de saberlo —la miró fijamente y ella se estremeció—. La decisión de mantener en secreto esa información partió de un nivel superior al mío, y yo habría respetado las exigencias de seguridad que me habrían mantenido en silencio. Y aunque sé que tú no habrías revelado nada de lo que estaba ocurriendo, una vez más no me habría correspondido decidir correr o no ese riesgo.

Jaina se agarró al borde del asiento para mantenerse firme. Se sentía trai-cionada por las palabras del coronel, en gran parte porque le creía mucho más bondadoso que lo que él afirmaba que era. Ella había confiado en él, y ahí estaba, diciéndole que no se merecía esa confianza. Y aunque su voz parecía sincera, lo que estaba diciendo era, ni más ni menos, que se habría callado sin importarle quién o qué estuviera involucrado.

Su enfado respecto a esa cuestión cogió a Jaina por sorpresa. Ella no había creído merecer un tratamiento especial, pero su enfado indicaba claramente que, en parte, sí creía merecerlo. Después de todo, era una Jedi, así como su hermano, y eso debía contar para algo. Los asuntos de los Jedi no paraban de verse interferidos, y eso no estaba bien. Y, lo que era más importante, después de todo lo que su familia había hecho por la Nueva República, ¿no debería haberse tomado alguna medida para que no sufriera? ¿Acaso no le debía eso la Nueva República, decidir correr ese riesgo o no?

Localizó enseguida su rabia y la suprimió. Se dio cuenta de que la amargura por el hecho de que los temas de los Jedi se vieran comprometidos estaba demasiado cerca de la doctrina de Kyp y los suyos.
Los Jedi tenemos habilidades de las que otros carecen, pero eso no nos hace mejores que nadie.
Y
en lo referente a mis objetivos con el Escuadrón Pícaro, soy primero piloto, y luego Jedi.

Ese pensamiento le llevó a profundizar en la idea de que la Nueva República le debía algo.
Puede que todavía tengan una deuda con mis padres, pero no conmigo.

La única forma de que la Nueva República me deba algo es que ella gane algo conmigo.

Y,
de momento, en comparación con lo que hicieron mis padres, yo no he hecho nada.

El coronel Darklighter se echó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y juntando las manos.

—No he hablado antes contigo por rigor, y aunque podría haberte ahorrado algo de dolor, pensé que era mejor poco ahora que mucho después. Cuando yo entré en el escuadrón tenía tu edad,
y
tenía una carga. Biggs Darklighter era mi primo, por lo que la reputación de los Darklighter recayó enteramente sobre mí. Y, como tú, era tan joven que pensaba que podía hacer cualquier cosa. Tuve suerte de que los miembros del escuadrón me aceptaran, me ayudaran
y
me permitieran salvar el honor de mi familia. Pero tu carga es mucho mayor, y además ha variado ligeramente. Naciste rodeada de privilegios, mientras que yo fui el mocoso de un granjero de humedad. Mis padres no eran nadie. Los tuyos salvaron la galaxia y siguen a su servicio. Y al servirla se ganaron enemigos, y tú eres lo suficientemente lista como para saber que cuando tu madre abandonó el poder, sus enemigos comenzaron a debilitar su imagen, además de la de los Jedi.

Jaina asintió.

—He conocido gente que me consideraba una niña mimada Jedi. Y he trabajado mucho para que se dieran cuenta de que no tenían razón.

—Eso es obvio, y los del escuadrón estamos muy contentos de que estés con nosotros. Pero hay otros en la nave y en el cuerpo que no lo ven así —suspiró—. Y parte de lo que tuvo lugar aquí sirvió para demostrar que no hay favoritos.

No hay nadie aquí que no sintiera profundamente la muerte de tu hermano, y a nadie le hubiera gustado estar en tu lugar cuando explotó el
Esperanza Perdida.

Todos saben lo mal que lo has pasado. Y cuando se enteraron de que tus superiores habían decidido no decírtelo deliberadamente, ni a ti ni a nadie en el Escuadrón Pícaro, se dieron cuenta de que tenías más en común con nosotros de lo que imaginaban. Se dieron cuenta de que el problema de los yuuzhan vong es lo bastante grave como para que la Nueva República no se ande con favoritismos: ni con el Escuadrón Pícaro, ni con los Jedi, ni con ningún Solo.

La joven piloto cerró los ojos y se pasó una mano por la frente. Según lo explicaba él, todo tenía sentido. Jaina descubrió que había heredado de sus padres la creencia de que su deber, y el deber de su familia, era salvar la galaxia. Y la verdad es que sus actos eran cruciales, pero quienes pudieron beneficiarse y mantener las victorias que otros habían conseguido fueron los cientos de miles de seres que formaron la Rebelión. Es cierto que hacer explotar la
Estrella de la Muerte
eliminó unos cuantos peligros de la galaxia, pero no liberó ni uno solo de los planetas imperiales. Eso costó el esfuerzo de muchos otros.

Y
había que demostrarles que ese esfuerzo va a ser crucial aquí.
Ella abrió los ojos y miró a su comandante.

—Coronel, yo… Vaya, qué lección de humildad. Supongo que no me había dado cuenta de que necesitaba un jarro de agua fría.

Gavin rió abiertamente y asintió.

—No lo necesitabas tanto como otros pensaban. No eres el primer piloto de la unidad al que le restan uno o dos puntos. Y recuerda, a todos nos trataron igual. El Escuadrón Pícaro es la mejor unidad de la Nueva República, pero ahora nuestros camaradas saben que a todos nos miden con el mismo rasero en el trato.

Alzó un dedo.

—Y otra cosa más con la que espero que te quedes después de esto. En el tiempo que pasé con el Escuadrón Pícaro he visto morir a mucha gente. He perdido a muchos amigos, gente a la que apreciaba, y algunos a los que quería mucho. Lo que hizo el almirante Kre'fey es recordarnos a todos, gracias a tu hermano y a Corran, que ninguno de nosotros somos inmunes a la muerte ahí fuera. Nos recordó que es probable que se nos exijan sacrificios que no queramos realizar, y eso está bien. Sería una estupidez por nuestra parte pensar que somos invulnerables. Los estúpidos mueren y casi siempre se llevan consigo a quien tienen más cerca.

—Sí, señor, gracias, señor —durante las simulaciones que había realizado después de lo de Garqi, Jaina ya había visto que estaba volando con más precisión que antes. Tenía más control, y sabía que iba a necesitarlo contra los yuuzhan vong.

—Muy bien, teniente —él se enderezó en su silla—. Ve a buscar a tus compañeros de escuadrón y diles que tienen dos horas antes de presentarse en el hangar de lanzamiento. El almirante Kre'fey parece haber encontrado la manera de neutralizar parte de la amenaza yuuzhan vong a la que nos enfrentamos, pero seguiremos realizando las patrullas por si hubiera un fallo de cálculo. Quiero a todo el mundo listo para salir, porque quiero que al final de esta pequeña incursión vuelvan tantos cazas como salieron.

Sellado dentro de la cabina de su Ala-X, situado en las entrañas del hangar inferior de lanzamiento del
Ralroost,
Gavin no llegó a ver al crucero de asalto bothan volver al espacio real. En el preciso instante en el que los sensores de la nave principal estuvieron operativos, inundaron el ordenador de Gavin con datos de sistemas de Sernpidal. El control de despegue le dio permiso para salir, así que encendió los repulsores giratorios y aceleró a fondo. El Ala-X cogió velocidad mientras avanzaba por el túnel de lanzamiento. Luego atravesó la burbuja magnética de contención al final y se dirigió hacia el punto de encuentro trazando un bucle.

Alzó la mano derecha y pulsó un interruptor que bloqueaba los alerones-s del caza en posición de ataque. Luego comprobó los escudos, los láseres y, finalmente, el sistema localizador de objetivos.

—Ralroost,
aquí Pícaro Uno. No hay señales de amenaza inmediata.

—Recibido, Uno. Inicien incursión.

—A sus órdenes —Gavin captó la frecuencia táctica del escuadrón en su intercomunicador—. Grupo Uno conmigo. El Dos con el
Fisgón.
Tres, situaos debajo. De momento todo va bien, pero tened cuidado.

Gavin comprobó de nuevo los monitores y vio algo de movimiento en los límites del sistema. Los datos procedían del sensor del
Ralroost
e identificaban a las lejanas naves como coralitas. A menos que realizaran un micro-salto en el hiperespacio, tardarían un mínimo de cuatro horas en llegar al
Ralroost, y
para entonces la nave ya se habría ido hacía tiempo. Y
si efectivamente consiguen llegar al
Ralroost
antes de ese tiempo, entonces sí que se habrá ido para siempre.

El almirante Kre'fey coincidía en que la colisión de una luna contra Sernpidal no podía ser un simple acto terrorista. Los recursos empleados eran excesivos como para no esperar un beneficio posterior. Puesto que Sernpidal no era en absoluto una amenaza y podría ser útil para lo que fuera que estuvieran haciendo los yuuzhan vong con Dubrillion, era de vital importancia infiltrar allí una misión que averiguase lo que pasaba.

Una misión de exploración estándar aparecería con toda normalidad por los límites del sistema, empleando sondas robot o sensores de larga distancia para obtener la máxima información posible. Kre'fey supuso que los yuuzhan vong colocarían sus defensas en el borde del sistema para impedir ese tipo de estrategia. El almirante había ordenado que los astronavegadores realizaran numerosos análisis de los datos de la trayectoria de salida empleada por el
Halcón Milenario.
Utilizando esa información, crearon modelos que mostraban cómo se desintegraría el planeta llegado el momento. Los modelos ayudaron a determinar hasta qué punto el planeta fragmentado provocaría cambios en el perfil gravitatorio del sistema al deshacerse en pedazos. Encontraron un punto muy cercano al planeta destruido, por el que una nave podría entrar y salir, sabiendo que los saltos dentro del sistema eran difíciles para los yuuzhan vong.

Other books

The Outcasts by John Flanagan
Life Swap by Jane Green
A Carlin Home Companion by Kelly Carlin
Isle of Palms by Dorothea Benton Frank
Deadline by Maher, Stephen
Abbot's Passion by Stephen Wheeler
Dead End Job by Vicki Grant
The Seamstress by Frances de Pontes Peebles