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Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

Marea oscura II: Desastre (17 page)

Así que nos soltarán en ese espacio y allá iremos.
Gavin dio la vuelta a su caza y se metió en el laberinto creado por los escombros de Sernpidal. La caída de la luna había destrozado el planeta, pero no había sido una destrucción tan completa como la causada por la
Estrella de la Muerte
en Alderaan. Gavin había sobrevolado el Cementerio de Alderaan, pero los restos de Sernpidal eran mayores que las pequeñas rocas de tamaño asteroide que habían quedado de Alderaan.

Podía ver grandes pedazos que en algún momento habían sido la costa.

Supuso que si volaba lo suficientemente cerca vería las ruinas de las ciudades.

No le atraía en absoluto la idea de hacer eso, por no decir que estaba muy alejada de los parámetros de la misión.
Mi trabajo consiste en cruzar la pantalla de escombros y ver qué hay más allá, si es que hay algo.

El grupo de coralitas situado en el límite del sistema hacía suponer que los yuuzhan vong protegían algo, pero hasta que Gavin no cruzó entre los fragmentos de corteza planetaria y la roca derretida que se había quedado congelada por el vacío del espacio, no tuvo ni idea de lo que estaban haciendo los yuuzhan vong. Cuando finalmente se atravesó todo ese espacio y llevó su caza hasta la luz del sol de Sernpidal, se le secó la boca.

— ¡Por los huesos negros del Emperador!

Gavin oyó la maldición por el intercomunicador y estuvo a punto de saltar por la falta de disciplina, hasta que se dio cuenta de que era él quien lo había dicho.


¿Fisgón,
estás operativo?

—Afirmativo, Uno. Monitores activados.

—Bien, quiero que lo cojas todo.

Gavin no estaba seguro de lo que estaba viendo, porque, aunque había contemplado cosas parecidas, nunca lo había visto en el espacio. Con su esposa, en Chandrila, el planeta natal de ella, había ido a bucear y se había maravillado ante las formas de vida bajo la superficie del agua. Viniendo de un planeta desértico, nunca se le habían pasado por la cabeza las cosas que podían esconderse más allá de las olas. Finalmente acabó por enamorarse del buceo, y disfrutaba sobre todo observando la abundante vida que bullía en las formaciones de coral del Mar de Plata.

En las caras que daban al sol de los fragmentos de Sernpidal había cosas que parecían caracoles, pero de un tamaño descomunal.
¡Lo suficientemente grandes
como para albergar un grupo de Ala-X!
Podía ver el rastro que habían dejado algunos al deslizarse por el suelo, un rastro leve, como si se estuvieran comiendo la roca. A su paso se arrastraban numerosas criaturillas de aspecto similar. Parecían estar siguiendo algunas vetas minerales específicas que los grandes dejaban al pasar.

Pero los caracoles pegados a la roca no fue lo único que vio. Había otros, muchos, que vagaban a la deriva hacia un punto que parecía equidistante de casi todos los fragmentos. Ahí fue donde Gavin divisó una especie de enrejado gigante, de forma más o menos oval y del tamaño de una luna pequeña.

Algunos de los caracoles, tanto grandes como pequeños, se arrastraban sobre el enrejado, dejando roca a su paso. Otros, con caparazones diferentes a los que comían roca, estaban incorporándose al enrejado, a lo largo de la estructura central y en otros sitios. Unos filamentos elásticos que relucían bajo la luz del sol le recordaron a las imágenes que había visto de las conexiones nerviosas.

Están criando una nave, una nave enorme.
Gavin miró su medidor de distancia y vio que todavía estaba a más de cuarenta kilómetros del esqueleto.
Es tan grande como la
Estrella de la Muerte.

—¿Qué hacemos, Uno?

Gavin escuchó a la mayor Varth pidiendo una misión y empezó a designar objetivos. Pero cuando se dio cuenta de lo absurdo que era hacerlo, se detuvo.

Puede que un torpedo de protones bastara para destruir una
Estrella de la Muerte,
pero aquella cosa no tenía un puerto de salida del reactor blindado.
No tiene reactor. Está vivo… o lo estará.
Si todos los torpedos de protones del escuadrón dieran en el blanco conseguirían debilitar un poco sus defensas, pero no lo destruirían.

—Nueve, no hacemos nada. Sólo hemos venido a observar —las palabras le dejaron un sabor amargo en la boca, pero no podía decir nada más—. Alguien más listo que yo tendrá que pensar en algo, Pícaros. Esperemos que ellos puedan.

Capítulo 14

Corran Horn se apoyó sobre una rodilla en la maleza cerca del lugar de encuentro que había acordado con su contacto local. Llevaba un uniforme de combate acolchado reforzado con parches de plastiduro en brazos y piernas.

Los parches, así como el traje, tenían un colorido patrón de rojo, gris y morado, que conjuntaba con la vegetación de Garqi. Sumergido como estaba en la maleza, era casi invisible para el ojo inexperto.

Su contacto llegaba tarde, y aunque Corran no percibía nada fuera de lo normal en la Fuerza, no por ello dejaba de sentirse incómodo. Si los yuuzhan vong se estuvieran acercando para tenderle una emboscada, tampoco los sentiría con la Fuerza. Como medida contra esa posibilidad, Jacen, Ganner y los noghris habían establecido un perímetro. Corran estaba seguro de que si les pasaba algo y por alguna razón no podían usar el intercomunicador para enviarle un mensaje, él percibiría su malestar mediante la Fuerza y quedaría alertado.

Pero alertarme por haber perdido alguien… no es lo que quiero.
De momento, la misión a Garqi ya duraba una semana exenta de incidentes. El
Mejor Suerte
se había alejado bastante del lugar de la colisión, y los yuuzhan vong parecían no querer o no poder seguir los pequeños rastros que habían ido dejando atrás al escapar. Habían llevado la nave a una explanada situada en un complejo agricombinado a unos cuarenta kilómetros al norte de Pesktda, la capital del planeta, y la habían ocultado en los edificios que en el pasado albergaron a los grandes androides cosechadores.

Supusieron que los yuuzhan vong habrían masacrado a los androides que realizaban las tareas de cultivo del planeta. Androides cosechadores de varios tamaños y formas habían sido uniformemente reducidos a masas amorfas de duracero derretido que ensuciaban los caminos colindantes. Los cultivos se acercaban al momento de la cosecha, pero no había forma de salvarlo todo sin los androides. Eso otorgaba bastante ventaja al equipo de investigación, porque así era más fácil encontrar alimento.

Corran se sorprendió admirando a regañadientes la postura de los yuuzhan vong ante las máquinas. Si bien el planeta Garqi no era de gran importancia en el esquema general, producía mucho más alimento del que la población local era capaz de consumir. En el supuesto de que los yuuzhan vong consumieran las mismas cosas que los habitantes de la galaxia que estaban invadiendo, Garqi era un cuerno de la abundancia esperando a ser devorado.
Si yo estuviera al mando aquí, habría recogido la cosecha y después habría destruido las máquinas, porque, sin ellas, no hay manera de salvar todo esto. Pero es obvio que quien está al mando prefiere que la cosecha se pudra antes de dejar que las máquinas que detesta se encarguen de recogerla. Es una postura interesante ante sus principios.

Eso dejaba abierta la cuestión sobre qué estaban haciendo en Garqi los yuuzhan vong. El equipo de investigación no había visto a nadie mientras se abrían paso hacia la capital. A las horas acordadas, buscaban con los intercomunicadores las frecuencias y los códigos que la Nueva República había establecido en caso de que se produjera un ataque del Remanente para tomar Garqi. Durante las primeras noches no recibieron nada, pero luego, a los cuatro días, captaron un ruido que, tras ser descomprimido en un datapad, resultó ser un largo mensaje de texto dirigido a cualquiera que hubiera sobrevivido a la colisión al sur de Pesktda. El mensaje incluía una lista de los momentos y los lugares en los que se producirían los rescates, y casi todos los sitios estaban muy cerca del equipo.

Ganner y Jacen afirmaban que aquel mensaje no era más que una trampa, pero Corran no estaba de acuerdo.

—Si los vong no pueden emplear máquinas para recoger las cosechas, que tienen un valor evidente, no van a utilizar una para una tarea que no saben si dará algún resultado. Por otra parte, los vong no parecen muy capaces de tramar argucias. Podemos acercarnos a uno de esos sitios, mirar, ver lo que ocurre, y luego acudir al encuentro en el siguiente sitio.

Los noghris no dieron su opinión sobre si iban a meterse o no en una trampa.

Corran sospechaba que, como un noghri había muerto a manos de un yuuzhan vong que intentaba asesinar a Leia Organa Solo, todos los noghris se consideraban obligados a vengar esa muerte por su honor. Era consciente de la reputación de los noghris de ser sumamente letales, y le parecía más que bien que sintieran un odio personal por los yuuzhan vong.

Al menos sé que no van a dejar que la situación se descontrole.
No tenía la misma seguridad en lo referente a Jacen y Ganner. La animadversión que Ganner sentía por los yuuzhan vong procedía de los actos que había presenciado en Bimmiel. Corran sabía que Ganner no era idiota y que no se precipitaría en sus actos, pero podía imaginárselo haciendo todo lo posible por provocar una lucha con los yuuzhan vong. Ese deseo de enfrentarse a los vong podría causarle muchos problemas.

Y Jacen era un caso aparte. En Belkadan había sido vencido y capturado por un guerrero yuuzhan vong. Pese a haberse enfrentado, y vencido, a varios guerreros en Dantooine, y haber matado allí a muchos soldados esclavo de los vong, seguía sin tener el honor que poseía su hermano pequeño de haber luchado, y probablemente matado, a más de una docena de guerreros en Dantooine. Corran no creía que Jacen fuera a lanzarse a un festival de sangre sólo por igualar el marcador, pero eso tampoco le facilitaba la tarea
de
predecir las acciones del joven.

Un instinto de determinación teñido de precaución llegó a Corran a través de la Fuerza. Miró hacia el sur, por donde se acercaba un joven solita rio, atravesando la selva tropical. Gracias a la Fuerza, Corran no tuvo problema a la hora de localizarlo, pero la forma en que se movía el hombre habría dificultado esa tarea a cualquier otro. Era obvio que había vivido en Garqi el tiempo suficiente como para no ser detectado en la selva.

Corran hizo acopio de la Fuerza y proyectó la imagen de alguien moviéndose rápidamente por la maleza a la izquierda del hombre. El joven se giró rápidamente, sacando una carabina láser para cubrir su movimiento. Corran salió de su escondrijo y se acercó a él. El joven se llevó la mano al oído derecho, y Corran supuso que estaba comunicándose con alguien que lo había visto a él.

El hombre se giró y le apuntó con la carabina.

Una oleada de miedo emanó del hombre, pero la suprimió de inmediato.

—Verde.

Corran asintió.

—Amarillo.

El joven sonrió, enderezándose, y bajó la carabina. La contraseña acordada era un color del espectro visible de luz, y la respuesta era el que estuviera situado a continuación del primer color.

—Soy Rade Dromath.

Al acercarse, el rostro del chico le resultó conocido a Corran. El nombre también le sonaba familiar.

—Dromath, me suena ese apellido.

—Mi padre estaba con la Nueva República. Murió en las guerras Thrawn.

Las cosas comenzaron a tener sentido para Corran.

—Tu madre era de Garqi.

El joven, alto y rubio, asintió.

—Dynba Tesc. Ella huyó del Imperio, conoció a mi padre y se casó con él.

Regresó aquí a su muerte.

A Corran le recorrió un escalofrío.

—La vi una vez, aquí. ¿Cómo está?

El joven negó con la cabeza.

—Murió. Los yuuzhan vong acabaron con ella en su primera acometida.

Había organizado algunas cosas, dado lo que contaba de su época de la lucha contra el Imperio, y por vivir tan cerca del Remanente. Tampoco es que la cosa le obsesionara, pero escondió un par de cosas. Su previsión es el motivo por el que aún estamos aquí… me refiero a la Resistencia.

—Siento que muriera —suspiró Corran. Recordaba a Dynba Tesc como una mujer algo soñadora, pero entusiasta, lo bastante valiente como para enfrentarse al Imperio en un planeta donde la rebelión no era realmente necesaria. Su adhesión a sus ideales le había traído problemas, pero a él le permitió salir de aquel planeta y unirse finalmente al Escuadrón Pícaro—. Tu madre era muy especial.

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