Marte Azul (28 page)

Read Marte Azul Online

Authors: Kim Stanley Robinson

De manera que se involucraba en todas las reuniones y mostraba una concentración casi dolorosa y una coherencia extraña, si se la comparaba con su profundo ensimismamiento durante el viaje a la Tierra. Y Sax Russell era después de todo el Terraformador de Marte, el avatar viviente del Gran Científico, una posición muy poderosa en la cultura terrana, pensó Nirgal; algo semejante al Dalai Lama de la ciencia, una reencarnación continua del espíritu científico, creado para una cultura que únicamente parecía capaz de enfrentarse a un científico por vez. Además, para las metanacs Sax era el principal creador del mayor mercado de la historia, una parte nada desdeñable de su aura. Y como Maya había señalado, él era uno de los miembros del grupo que había regresado de la muerte, uno de los líderes de los Primeros Cien.

Y su extraña habla vacilante ayudaba a consolidar la imagen que los terranos tenían de él. La mera dificultad verbal lo convertía en una suerte de oráculo; los terranos parecían creer que Sax pensaba en un plano tan elevado que sólo podía expresarse mediante enigmas. Tal vez deseaban que fuera así. Eso era lo que la ciencia significaba para ellos; al fin y al cabo, la última teoría física definía la realidad última como bucles de cuerda ultramicroscópicos que se movían supersimétricamente en diez dimensiones. Ese tipo de cosas habituaba a la gente a las rarezas de los físicos, y el creciente empleo de las IA de traducción los estaba acostumbrando a usar locuciones extrañas. Casi todo el mundo hablaba inglés, pero especies ligeramente distintas de esa lengua, y para Nirgal la Tierra era como una explosión de dialectos en donde no había dos personas que emplearan el mismo idioma.

En ese contexto, los argumentos de Sax se escuchaban con extrema seriedad.

—La inundación marca un punto de inflexión en la historia —dijo una mañana dirigiéndose al nutrido público de una reunión general de la Cámara del Consejo Nacional de la Bundeshaus—. Ha sido una revolución natural. El clima de la Tierra ha cambiado, y también la superficie y las corrientes, y la distribución de las poblaciones humanas y animales. En esta situación, es irrazonable tratar de restablecer el mundo antediluviano. No es posible. Y existen muchas razones para instaurar un orden social mejorado. El anterior era... defectuoso. Y provocó derramamiento de sangre, hambre, esclavitud y guerra. Sufrimiento. Muerte innecesaria. Siempre habrá muerte. Pero se debe procurar que llegue lo más tarde posible, y al final de una buena vida. Éste es el objetivo de cualquier orden social racional. Y por eso vemos la inundación como una oportunidad, aquí como en Marte, de... de romper el molde.

Los funcionarios de la UN y los consejeros de las metanacs torcieron el gesto, pero escuchaban. Y el mundo entero observaba, de manera que a juicio de Nirgal lo que un cuadro de dirigentes en una ciudad europea pensara no era tan importante como lo que pensaba la gente de los pueblos que miraba al hombre de Marte a través del vídeo. Y puesto que Praxis, los suizos y sus aliados en todo el mundo habían dedicado todos sus recursos a socorrer a los refugiados y a administrar el tratamiento de longevidad, la gente se les unía en todas partes. Si podías ganarte la vida y de paso salvabas al mundo, si eso representaba tu mejor oportunidad de estabilidad y larga vida y oportunidades para tus hijos, ¿por qué no?

¿Qué podían perder? El orden metanacional anterior había beneficiado a unos pocos y excluido a millones, y tendía a exacerbar esa situación.

Por eso las metanacionales perdían trabajadores en masa. No podían encarcelarlos y cada vez era más difícil amedrentarlos; la única manera de retenerlos era instituir los mismos programas que Praxis había puesto en práctica. Y eso era lo que intentaban, al menos en teoría. Maya estaba segura de que los cambios eran una operación de maquillaje para conservar la mano de obra y los beneficios. Pero quizá Sax tuviera razón y no pudieran dominar la situación, y entonces acabarían por admitir la necesidad de un nuevo orden.

Nirgal decidió referirse a eso durante uno de sus turnos de palabra, en una conferencia de prensa en la Bundeshaus. De pie en el estrado, mirando la sala llena de periodistas y delegados, tan distinta de la mesa improvisada en el complejo de almacenes de Pavonis, tan distinta de los espacios ganados a golpe de hacha en la jungla trinitaria, de la plataforma sobre el mar de gente aquella noche frenética en Burroughs, Nirgal descubrió de pronto que su papel era el de joven marciano, la voz del nuevo mundo. Podía dejar el ser razonable a Maya y Sax, y ofrecer el contrapunto alienígena.

—Las cosas irán bien —dijo, intentando mirar a los asistentes uno por uno—. Todo momento en la historia contiene una mezcla de elementos arcaicos, elementos del pasado que se remontan hasta la misma prehistoria. El presente es siempre una mezcolanza de esos distintos elementos. Todavía existen caballeros que arrebatan las cosechas a los campesinos. Existen aún gremios y tribus. Ahora estamos viendo que muchos abandonan sus ocupaciones para trabajar en los proyectos de emergencia, y eso es nuevo, pero es también un peregrinaje. Esas personas desean ser peregrinos, desean tener un propósito espiritual, hacer un trabajo real, útil. No hay razón para seguir tolerando que los expolien. Aquellos entre ustedes que representan a la aristocracia parecen preocupados. Tal vez tendrán que trabajar con sus propias manos y vivir de ese trabajo. Vivir al mismo nivel que los demás. Es probable que eso ocurra, pero será beneficioso, incluso para ustedes. Que haya suficiente para todos es tan bueno como disfrutar de un festín. Y sólo cuando todos son iguales todos los hijos están a salvo. La distribución universal del tratamiento de longevidad del que somos testigos es el significado último de la democracia, su manifestación física, al fin aquí. Salud para todos. Y cuando eso suceda, la explosión de energía humana positiva transformará la Tierra en pocos años.

Un hombre se levantó y le preguntó sobre la posibilidad de una explosión demográfica, y Nirgal asintió.

—Sí, naturalmente ése es un problema real. No hace falta ser demógrafo para comprender que si continúan los nacimientos y la vida se prolonga, la población alcanzará rápidamente niveles increíbles, niveles insostenibles, hasta que se produzca un colapso. Por tanto hay que abordar el problema ahora. La tasa de natalidad debe reducirse drásticamente, al menos por un tiempo. No será una situación que se mantenga para siempre, ya que los tratamientos de longevidad no proporcionan la inmortalidad. Con el tiempo las primeras generaciones tratadas morirán, y en ello reside la solución del problema. Pongamos que la población actual de los dos mundos es de quince mil millones. Eso significa que empezamos mal.

»Dada la gravedad del problema, mientras puedan ser padres alguna vez, no hay por qué quejarse. Es la longevidad de ustedes la raíz del problema, después de todo, y la paternidad es la paternidad, con un hijo o con diez. Pongamos pues que cada persona forma una pareja y que cada pareja tiene un solo hijo, de manera que hay un hijo por cada dos personas de la generación anterior. Supongamos que eso representa siete mil millones de hijos de esta generación. Y a ellos también se les administrará el tratamiento, se los mimará y formarán parte de la insostenible superpoblación del mundo. Y ellos tendrán cuatro mil millones de hijos, y esa generación, dos mil millones, y así sucesivamente. Y mientras tanto todos estarán vivos y la población aumentará continuamente, aunque a un ritmo cada vez más lento. Y entonces, en un momento dado, quizá dentro de cien años, esa primera generación morirá. Corto o largo, cuando el proceso termine la población total se habrá reducido a la mitad, y se podrá estudiar la situación, las infraestructuras, el medioambiente de los dos planetas, la capacidad de soporte del sistema solar, sea cual fuere. Tras la desaparición de las generaciones más numerosas, se podrá empezar a tener dos hijos para reponer población y mantener una situación estable. Cuando se pueda tener esa opción, la crisis demográfica habrá pasado. Podría tardarse mil años.

Nirgal se interrumpió para mirar a la audiencia; la gente lo observaba en silencio, extasiada. Hizo un ademán que los abarcó a todos.

—Mientras tanto, tenemos que ayudarnos, tenemos que regularnos, cuidar de la tierra. Y es en esta parte del proyecto donde Marte puede ayudar a la Tierra. En primer lugar, constituimos un experimento para el cuidado de la tierra, y todos pueden aprender de ello y aplicar sus lecciones. En segundo lugar, y más importante, aunque el grueso de la población vivirá siempre aquí, una porción considerable puede radicarse en Marte. Ayudará a aliviar la situación y nosotros nos sentiremos felices de acogerlos. Tenemos la obligación de acoger el mayor número posible de personas, porque en Marte seguimos siendo terranos y somos solidarios. La Tierra y Marte... y hay otros mundos habitables en el sistema solar, aunque ninguno tan grande como estos dos. Cooperando podremos dejar atrás los años superpoblados, y entrar en una edad dorada.

El discurso causó una gran impresión, por lo que podía calibrarse desde el ojo del huracán de los medios de comunicación. Después de aquello Nirgal se pasaba los días hablando con grupos, elaborando las ideas que había expuesto en la reunión. Era un trabajo extenuante, y después de varias semanas de ese ritmo sin interrupciones, una mañana despejada miró por la ventana, salió de la habitación y propuso a sus escoltas hacer una excursión. Y ellos comunicaron a la gente de Berna que ese día Nirgal viajaría en privado. Luego tomaron un tren a los Alpes.

El tren se dirigió hacia el sur y pasó junto a un largo lago azul llamado Thunersee, flanqueado por empinadas montañas verdes y murallas y agujas de granito gris. Las ciudades de sus orillas tenían tejados de pizarra, árboles viejísimos y algún que otro castillo, todo en perfecto estado. Las vastas praderas verdes que se extendían entre las ciudades estaban salpicadas de grandes granjas de madera, con macetas de claveles rojos en todas las ventanas y balcones, un estilo que no había cambiado en quinientos años, le dijeron los escoltas. Se asentaban en la tierra como si formaran parte de ella. Habían despejado de piedras y árboles las montañas herbosas, otrora cubiertas de bosques. De manera que en realidad eran espacios terraformados, enormes colinas con hierba para forraje, agricultura que no tenía una razón de ser económica según el espíritu capitalista; pero los suizos habían mantenido las granjas de alta montaña contra viento y marea porque creían que eran importantes, o hermosas, o ambas cosas. Muy suizo. «Existen valores más elevados que los económicos», había insistido Vlad en el congreso que se celebraba en Marte, y Nirgal comprendía ahora que en la Tierra siempre había habido gente que lo creía de veras, o al menos en parte. Werteswandel, lo llamaban en Berna, mutación de valores; pero también podía ser evolución, retorno de valores; cambio gradual más que equilibrio discontinuo; benévolos arcaísmos residuales que habían perdurado para que, lentamente, esos valles aislados de alta montaña, con sus grandes granjas flotando en olas verdes, enseñaran al mundo cómo vivir. Un amarillo rayo de sol hendió las nubes e iluminó la colina a espaldas de una de aquellas granjas, y la montaña centelleó como una esmeralda, con un verde tan intenso que Nirgal se sintió desorientado y luego mareado. ¡Era tan difícil contemplar un verde tan radiante!

La heráldica colina desapareció. Otras pasaron ante la ventana, una ola verde tras otra, con su propia realidad luminosa. En Interlaken el tren viró y empezó a ascender por la ladera de un valle tan escarpada que en algunos puntos las vías se internaban en túneles excavados en las paredes rocosas y describían una circunferencia completa antes de emerger al sol. El tren circulaba sobre vías porque los suizos estaban convencidos de que los nuevos aportes de la tecnología no bastaban para justificar la sustitución de lo que ya tenían. Y así el tren vibraba e incluso se balanceaba de un lado a otro mientras rodaba rechinando colina arriba, acero sobre acero.

Se detuvieron en Grindelwald, y Nirgal siguió a los escoltas hasta un tren diminuto que los llevaría más arriba, bajo la inmensa cara norte del Eiger. Desde allí la muralla de piedra no parecía muy elevada, pero Nirgal había podido apreciar mejor su gran altura desde el Monstruo de Berna, a cincuenta kilómetros de distancia. Esperó pacientemente mientras el tren se internaba zumbando en el corazón de la montaña y zigzagueaba y trazaba espirales en la oscuridad del túnel, rota por las luces del tren y la fugaz claridad de un túnel lateral. Los hombres de la escolta, unos diez, y muy corpulentos, hablaban entre sí en voz baja en un gutural suizo- alemán.

Cuando salieron a la luz, se detuvieron en una pequeña estación, Jungfraujoch, «la estación ferroviaria más alta de Europa», como indicaba un cartel en seis idiomas; lo que no sorprendía pues estaba en un desfiladero helado entre dos grandes picos, el Monch y el Jungfrau, a 3.454 metros sobre el nivel del mar.

Nirgal se apeó, seguido por la escolta, y salió de la estación a una estrecha terraza exterior. El aire era tenue, limpio, vivificante, a unos 270° kelvins, el mejor que Nirgal había respirado desde que dejara Marte, y le resultó tan familiar que los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡Ah, aquél era un lugar para él!

Incluso tras las gafas de sol la luz era demasiado brillante. El cielo tenía un color cobalto oscuro y la nieve cubría la mayor parte de las superficies, pero aquí y allá asomaba el granito, sobre todo en las caras septentrionales de la montaña, donde las rampas eran demasiado pronunciadas para soportar la nieve. Allí arriba, los Alpes ya no parecían una mole homogénea, cada masa rocosa tenía un aspecto y una presencia propios, separada del resto por grandes volúmenes vacíos y valles glaciales, profundas quebradas en forma de U. Hacia el norte aquellas macrotrincheras descendían mucho, predominaba el verde e incluso albergaban algún lago. Hacia el sur, los valles eran altos, y sólo mostraban nieve, hielo y roca. Ese día el viento venía de la cara sur, y traía el frío del hielo.

En el valle helado más cercano hacia el sur del desfiladero, Nirgal pudo distinguir una enorme y rugosa llanura blanca, gran confluencia de los glaciares de las altas cuencas circundantes. Era la Concordiaplatz, le dijeron. Cuatro grandes glaciares se encontraban allí y formaban el Grosser Aletschgletscher, el glaciar más largo de Suiza, que fluía hacia el sur.

Nirgal fue hasta el extremo de la terraza para tener una perspectiva más amplia de aquella desolación de hielo y descubrió un sendero de peldaños tallados en la nieve compacta que descendía hasta el glaciar, y de allí a la Concordiaplatz.

Other books

One Reckless Night by Stephanie Morris
The Bastard Hand by Heath Lowrance
Mile 81 by King, Stephen
Whos Loving You by Mary B. Morrison
Murder Most Austen by Tracy Kiely
Blue Crush by Barnard, Jules
Marianne Surrenders by James, Marco