Marte Azul (24 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

Cuarta Parte
Tierra verde

En la Tierra, mientras tanto, la gran marea lo dominaba todo.

Violentas erupciones volcánicas bajo el casquete de hielo de la Antártida Occidental habían provocado la inundación. La tierra cubierta por el hielo, con un relieve de cuencas y cordilleras semejante al de Norteamérica, se había hundido hasta quedar bajo el nivel del mar debido al peso del hielo. Al iniciarse las erupciones, la lava y los gases fundieron el hielo y originaron vastos desprendimientos de tierra; al mismo tiempo, el agua del océano penetró bajo el hielo en varios puntos de la línea de varado, erosionándola con rapidez. Desestabilizadas y fragmentadas, las banquisas del Mar de Ross y del Mar de Ronne se resquebrajaron y enormes islas de hielo empezaron a alejarse, arrastradas por las corrientes oceánicas. El proceso avanzó acelerado por la turbulencia. En los meses que siguieron a las primeras fracturas importantes, el Mar Antártico se llenó de inmensos icebergs tabulares, y el enorme desplazamiento de agua elevó el nivel del mar en todo el planeta. El agua continuó precipitándose en la cuenca del continente antártico, otrora ocupada por el hielo, y arrancó el hielo restante pedazo a pedazo hasta que el casquete desapareció por completo, reemplazado por un mar poco profundo y agitado por las continuas erupciones submarinas, comparables en severidad a las Deccan trapps de finales del Cretáceo.

Un año después del inicio de las erupciones, la superficie de la Antártida se había reducido casi a la mitad: la Antártida Oriental tenía forma de medialuna y la Península Antártica parecía una Nueva Zelanda helada; en medio, un mar poco profundo, borboteante y salpicado de icebergs. Y en el resto del planeta, el nivel del mar había subido siete metros.

La humanidad no había sufrido una catástrofe natural de tal magnitud desde la última edad glacial, diez mil años antes. Y esta vez no afectaba solamente a unos cuantos millones de cazadores-recolectores nómadas, sino a quince mil millones de hombres civilizados que vivían en un precario edificio sociotecnológico que ya antes corría grave riesgo de derrumbamiento. Todas las grandes ciudades costeras estaban inundadas, y países enteros, como Bangladesh, Holanda y Belice, habían sido anegados. Los infortunados que vivían en esas zonas bajas por lo general habían tenido tiempo de trasladarse a lugares más elevados, porque el vehículo de la calamidad no era un maremoto sino una marea, y allí estaban, entre el diez y el veinte por ciento de la población mundial, refugiados.

Huelga decir que la sociedad humana no estaba preparada para afrontar esa situación. Aun en la mejor de las épocas no habría resultado sencillo, y los primeros años del siglo XXII no habían sido precisamente la mejor de las épocas. La población seguía creciendo, los recursos se agotaban, los conflictos entre pobres y ricos, gobiernos y metanacionales, se recrudecían: el desastre había sobrevenido en medio de una crisis.

Hasta cierto punto, la catástrofe canceló la crisis. Ante la desesperación, las luchas por el poder se recontextualizaron, y muchas resultaron ser imaginarias. Había poblaciones enteras en apuros, y todo lo relacionado con la propiedad y los beneficios palidecía. Las Naciones Unidas surgieron del caos como un ave fénix acuática y se convirtieron en la agencia distribuidora de los vastos recursos destinados a la emergencia: migraciones hacia el interior a través de fronteras nacionales, construcción de refugios, distribución de alimentos y material. Debido a la naturaleza de la labor, al énfasis en el rescate y el alivio, Suiza y Praxis se pusieron a la vanguardia en la colaboración con la UN. La UNESCO regresó de entre los muertos, además de la Organización Mundial de la Salud, India y China, las naciones devastadas mas grandes, ejercieron una poderosa influencia en la situación, porque la manera de afrontar el problema afectaría al resto del mundo. Las demás naciones se aliaron entre sí, y después con la UN, y sus nuevos aliados rechazaron la ayuda del Grupo de los Once y de las metanacionales en esos momentos estrechamente vinculadas a las actividades de la mayoría de los gobiernos del G-11.

En otros aspectos, sin embargo, la catástrofe exacerbó la crisis. Absortas antes en lo que los comentaristas habían dado en llamar metanatricidio, pugnando entre ellas por el dominio de la economía mundial, las metanacionales quedaron en una extraña posición cuando se produjo la inundación. Unos cuantos supercúmulos de metanacionales habían maniobrado para enseñorearse de las naciones industrializadas más importantes y absorber las raras entidades que aún estaban fuera de su control: Suiza, India, China, Praxis, las llamadas naciones del Tribunal Mundial... Ahora, con la mayor parte de la población de la Tierra haciendo frente a los efectos de la inundación, las metanacs luchaban principalmente por recuperar la preponderancia que habían tenido. En la imaginación popular aparecían ligadas a la inundación, unas veces como causa directa, otras, como pecadores castigados, un poco de pensamiento mágico muy conveniente para Marte y las fuerzas antimetanacionales, que intentaban aprovechar la ocasión para hacer pedazos a las metanacs. El Grupo de los Once y el resto de gobiernos industriales previamente asociados con las metanacs luchaban para mantener a sus poblaciones con vida, y por tanto no podían realizar muchos esfuerzos en ayuda de los grandes conglomerados. En todas partes, la gente abandonaba sus ocupaciones para colaborar en los trabajos de emergencia; las empresas propiedad de los trabajadores, al estilo de Praxis, estaban ganando popularidad, pues se hacían cargo de esas tareas y además ofrecían a todos sus miembros el tratamiento de longevidad. Algunas metanacionales consiguieron retener a sus trabajadores reconfigurándose según esa línea. La lucha por el poder continuó en muchos niveles, pero alterada por la catástrofe.

En ese contexto, Marte no les importaba mucho a la mayoría de los terranos. Aunque desde luego seguía proporcionándoles historias entretenidas y muchos maldecían a los marcianos como hijos ingratos que abandonaban a sus padres en la hora de la necesidad. Un ejemplo más de las muchas respuestas negativas a la inundación, que contrastaba con las igualmente numerosas respuestas positivas. Surgían héroes y villanos por todas partes esos días, y muchos veían a los marcianos como las ratas que abandonan el barco que se hunde. Otros los consideraban salvadores en potencia, pero de una manera imprecisa: otra pizca de pensamiento mágico, sin duda. Pero había algo esperanzador en el hecho de que se estuviese formando una nueva sociedad en el mundo vecino.

Mientras, al margen de lo que ocurriera en Marte, la población de la Tierra se esforzaba por hacer frente a la inundación, cuyos efectos incluían ahora rápidos cambios climáticos: las nubes, más densas, reflejaban más luz solar, lo que provocaba un descenso de las temperaturas y lluvias torrenciales, que a menudo arruinaban cosechas más que necesarias y que otras veces caían en lugares donde no eran habituales, como el Sahara, el Mojave, el norte de Chile; de esa manera, la inundación penetraba profundamente en el continente y sus efectos llegaban a todas partes. Y con la agricultura perjudicada por esas nuevas tormentas, el hambre se convirtió en una amenaza, lo que desalentó los propósitos de colaboración, puesto que al parecer el alimento no alcanzaría para todos, y los más cobardes empezaron a acaparar. En la Tierra entera reinaba la confusión, como en un hormiguero removido con un palo.

Ésa era la situación en el verano de 2128: una catástrofe sin precedentes, una crisis universal en marcha. Aquel mundo antediluviano que había quedado atrás como una pesadilla, reaparecía ahora bruscamente, pero en una versión aún más peligrosa. De la sartén al fuego; y algunos intentaban volver a la sartén mientras otros procuraban salir del fuego; y nadie sabía qué ocurriría.

Una abrazadera invisible ceñía a Nirgal, cada día más opresiva que el anterior. Maya gemía y se quejaba, pero Michel y Sax parecían no darle importancia. Michel estaba muy contento con el viaje y Sax concentraba su atención en los informes que le enviaban desde el congreso de Pavonis Mons. Vivían en la cámara rotatoria de la nave Atlantis, y durante los cinco meses de viaje dicha cámara aceleraría hasta que la fuerza centrífuga pasara del equivalente marciano al terrano, que conservaría durante casi la mitad del viaje. El método había sido desarrollado con los años para adaptar a los emigrantes que decidían regresar a casa, los diplomáticos que iban y venían y los pocos nativos marcianos que viajaban a la Tierra. Para todos era muy duro. Un número elevado de nativos había enfermado en la Tierra, y algunos habían muerto. Era importante permanecer en la cámara de gravedad, hacer los ejercicios indicados, ponerse las vacunas.

Sax y Michel hacían gimnasia en las máquinas y Nirgal y Maya se quedaban sentados en los benditos baños, compadeciéndose. Naturalmente, Maya disfrutaba de su miseria, como parecía disfrutar de todas sus emociones, incluyendo la rabia y la melancolía, mientras que Nirgal se sentía de veras mal: el espaciotiempo lo doblegaba con su cada vez más tortuoso torce, y cada célula de su cuerpo aullaba. Le asustaba el esfuerzo que le costaba simplemente respirar, la idea de un planeta tan inmenso. ¡Era casi increíble!

Trató de comunicarle su inquietud a Michel, pero éste parecía absorbido por la expectación, los preparativos, y Sax por los sucesos que se desarrollaban en Marte. A Nirgal le traía sin cuidado el congreso de Pavonis, le parecía que a la larga no tendría ninguna importancia. Los nativos de las tierras del interior habían vivido como habían querido bajo la UNTA, y continuarían haciéndolo bajo el nuevo gobierno. Era muy probable que Jackie se saliera con la suya y consiguiera la presidencia, lo cual ya sería bastante negativo. La relación entre ambos se había enrarecido hasta convertirse en una suerte de conexión telepática que a veces recordaba el antiguo y apasionado vínculo amoroso y otras una rencorosa rivalidad entre hermanos, o acaso las discusiones internas de un yo esquizoide. Tal vez eran gemelos; quién sabía qué clase de alquimia había utilizado Hiroko en los tanques... Pero no, Jackie había nacido de Esther, si es que eso probaba algo. Consternado, sentía a Jackie como su otro yo; un sentimiento que rechazaba, no deseaba la súbita aceleración de su corazón cada vez que la veía. Ésa era una de las razones por las que había decidido unirse a la expedición a la Tierra. Y ahora se estaba alejando de ella a una velocidad de cincuenta mil kilómetros por hora; pero ahí la tenía, en la pantalla, feliz por el desarrollo del congreso y por su intervención. Sin ninguna duda, ella sería uno de los siete integrantes del nuevo consejo ejecutivo.

—Ella cuenta con que la historia seguirá el curso habitual —comentó Maya mientras miraban las noticias sentados en los baños—. El poder es como la materia, tiene una gravedad propia y tiende a concentrarse. El poder local, repartido entre las tiendas... —Se encogió de hombros con un gesto irónico.

—Tal vez sea una nova —sugirió Nirgal. Ella rió.

—Sí, tal vez. Pero la concentración se produce siempre. En eso consiste la gravedad de la historia: el poder se aglutina en torno a un centro, y de cuando en cuando se produce una nova. Después, vuelta a concentrarse. Lo veremos también en Marte, fíjate en lo que digo. Y Jackie estará en el centro... —Estuvo a punto de añadir «la muy zorra», pero se contuvo por respeto a los sentimientos de Nirgal, y lo observó con los ojos entornados, preguntándose qué podría hacer con Nirgal que la favoreciera en la guerra ininterrumpida que mantenía con Jackie. Pequeñas novas del corazón.

Las últimas semanas con una g quedaron atrás, pero Nirgal no se sentía cómodo. Le asustaba el peso opresivo en su respiración y su pensamiento, y le dolían las articulaciones. Veía en las pantallas imágenes del diminuto mármol azul y blanco de la Tierra, que daba un aspecto aún más llano y muerto al botón de la Luna. Pero no eran más que imágenes en una pantalla, no significaban nada para él comparadas con sus pies doloridos y el latido presuroso de su corazón. Y de pronto un día el mundo azul floreció y ocupó las pantallas por completo: el claro contorno, el agua azul punteada por blancos remolinos nubosos, los continentes que asomaban entre las nubes como los pequeños jeroglíficos de un mito a medias recordado: Asia, África, Europa, América.

La rotación de la cámara de gravedad se interrumpió para el descenso final y el aerofrenado. Flotando, Nirgal, que se sentía incorpóreo, semejante a un globo, llegó a una ventana para verlo todo con sus propios ojos. A pesar del cristal y de los miles de kilómetros de distancia, los detalles se advertían con una asombrosa nitidez.

—El ojo tiene tanto poder —le dijo a Sax.

—Humm —murmuró éste, y se acercó a la ventana. Observaron la Tierra azul ante ellos.

—¿Tienes miedo alguna vez? —preguntó Nirgal.

—¿Miedo?

—Ya sabes... —Durante el viaje Sax no había estado en una de sus fases más coherentes; había que explicarle muchas cosas.— Miedo, aprensión. Temor.

—Sí, creo que sí. Tuve miedo, sí, no hace mucho. Cuando me descubrí... desorientado.

—Yo tengo miedo ahora.

Sax lo miró con curiosidad, y luego flotó hasta él y le apoyó una mano en el brazo, un gesto amable insólito en él.

—Estamos aquí —dijo.

Caían, caían. Había diez ascensores espaciales alrededor de la Tierra. Algunos eran lo que llamaban cables desdoblados, que se dividían en dos ramales que tocaban tierra al norte y al sur del ecuador, deplorablemente desprovistos de emplazamientos adecuados para los enchufes. Uno de los cables se bifurcaba hacia Virac, en las Filipinas, y Oobagooma, en Australia occidental, otro hacia Cairo y Durban. El cable por el que descendían ellos se dividía a unos diez mil kilómetros de la superficie terrestre, y la rama norte tocaba tierra cerca de Port of Spain, Trinidad, mientras que la sur lo hacía en Brasil, cerca de Aripuana, una ciudad que había crecido rápidamente en las márgenes de un tributario del Amazonas llamado Theodore Roosevelt.

Ellos tomarían la bifurcación norte, a Trinidad. Desde la cabina del ascensor se dominaba la mayor parte del hemisferio occidental, centrado sobre la Cuenca del Amazonas, donde las venas de agua parda atravesaban los pulmones verdes de la Tierra. Bajaban; en los cinco días que duró el descenso, el mundo fue aproximándose hasta que al fin lo llenó todo a sus pies, y la gravedad aplastante acabó de apresarlos en su puño de hierro y los estrujó sin piedad. La poca tolerancia a la gravedad que Nirgal hubiera podido desarrollar parecía haberse esfumado durante el breve regreso a la microgravedad, y ahora cada aliento suponía un esfuerzo. De pie ante la ventana y aferrado a la barandilla, vislumbró entre las nubes el azul luminoso del Caribe, los verdes intensos de Venezuela. El punto donde el Orinoco desaguaba en el mar parecía una mancha frondosa. El limbo del cielo se componía de bandas curvas de blanco y turquesa, y sobre él, el espacio oscuro. Todo era tan vivido. Las nubes eran como las marcianas, pero más densas y blancas. Tal vez la fuerte gravedad ejercía una presión adicional sobre su retina o sobre el nervio óptico, y por eso los colores aparecían más vivos y latían con tanta violencia. Y los sonidos eran más intensos.

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