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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (59 page)

—Entonces, ¿qué es lo que quiere de nosotros? —gritó alguien desde el fondo.

Fort sonrió.

—Quiero observar.

La reunión terminó poco después, y luego se celebraron las sesiones regulares de la tarde. Naturalmente, en todas ellas la llegada del grupo de Praxis dominó al menos parte de la discusión. Por desgracia para Art, cuando esa noche se sentaron para estudiar las grabaciones, descubrieron que Fort y su equipo afectaban al congreso como agentes de división más que de unión. Muchos se negaban a aceptar una Transnacional terrana como miembro legitimo del congreso. Coyote pasó por la sala y le dijo a Art:

—No me vengas con el cuento de que Praxis es diferente. Es un truco demasiado viejo. «Si los ricos se comportasen de manera decente, el sistema iría bien.» Eso es basura. El sistema lo sobredetermina todo, y es el sistema lo que debe cambiar.

—Fort habla de cambiar el sistema —objetó Art.

Pero en este punto Fort era su peor enemigo por su costumbre de emplear términos de la economía clásica para exponer sus nuevas ideas. Los únicos interesados en ese enfoque eran Vlad y Marina. Para los bogdanovistas, los rojos y los Marteprimeros y para la mayoría de los nativos y gran parte de los inmigrantes representaba los intereses terranos, y ellos no querían tomar parte. «No queremos tratos con una transnac», exclamó Kasei en una de las grabaciones, recibiendo una salva de aplausos. «¡No queremos tratos con Terra, sin importar cómo los presenten!» El único punto a discutir para ese grupo era si los dejarían marchar o no; algunos pensaban que, como Art, se habían convertido en prisioneros de la resistencia.

Sin embargo, Jackie intervino en esa misma reunión para defender la posición booneana de que había que ponerlo todo al servicio de la causa. Se mostró desdeñosa con aquellos que rechazaban a Fort por principio.

—Ya que vas a tomar a los visitantes como rehenes —le dijo con ironía a su padre—, ¿por qué no utilizarlos? ¿Por qué no hablar con ellos?

Y así tuvieron una nueva división que añadir a las otras: aislacionistas y defensores de los dos mundos.

En los días que siguieron, Fort se enfrentó a la controversia que levantaba sencillamente ignorándola, hasta el punto de que Nadia llegó a dudar de que fuese consciente de ella. Los suizos pidieron que dirigiese un seminario sobre la actual situación terrana. La sala se llenó y Fort y sus asociados contestaron las preguntas con gran lujo de detalles en todas las sesiones. Fort parecía aceptar de buen grado cualquier cosa que le dijeran sobre Marte sin tomar partido. Se ceñía a la Tierra y se limitaba a describir.

—Todas las transnacionales se han fusionado con las aproximadamente dos docenas de transnac más grandes —dijo en respuesta a una pregunta—, las cuales han firmado contratos de desarrollo con más de un gobierno nacional. Nosotros las llamamos metanacionales. Las más importantes son Subarashii, Mitsubishi, Consolidados, Amexx, Armscor, Mahjari y Praxis. Después de eso ya sólo quedan diez o veinte de tamaño transnacional, aunque están siendo rápidamente incorporadas por las metanac. Las grandes metanac son ahora los poderes más importantes en la Tierra, puesto que controlan el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Grupo de los Siete y sus naciones clientes.

Sax le pidió que definiese una metanacional con más detalle.

—Hace alrededor de una década, Sri Lanka pidió a Praxis que se introdujera en el país y se hiciese cargo de la economía, y que actuase como arbitro entre tamiles y cingaleses. Lo hicimos y los resultados fueron positivos, pero durante el tiempo que duró el acuerdo fue evidente que la relación que manteníamos con ese gobierno nacional era de una naturaleza nueva. Y eso no pasó desapercibido en ciertos círculos. Unos años después, Amexx tuvo algunas diferencias con el Grupo de los Siete, y retiró todo su capital de los Siete y lo reinvirtió en Filipinas. La disparidad entre la Amexx y Filipinas, estimada en una proporción del producto anual bruto de cien a uno, tuvo como resultado que Amexx se apoderara del país. Ésa fue la primera metanacional verdadera. Subarashii la imitó al transferir muchas de sus operaciones a Brasil, y entonces quedó claro que se trataba de algo nuevo, y no de la vieja relación de banderas acomodaticias. Una metanacional se hace cargo de la deuda exterior y de la economía interna de sus estados clientes, más o menos como hicieron las Naciones Unidas en Camboya, o como Praxis en Sri Lanka, pero con una intervención mucho más amplia. En esa relación, el gobierno cliente se convierte en la agencia que impone la política económica de la metanacional. En general, adoptan lo que se llama medidas de austeridad, pero todos los empleados del gobierno están mucho mejor pagados que antes, incluyendo la policía y los servicios de inteligencia. En este punto, pues, la nación está comprada. Y todas las metanacionales tienen recursos para comprar varias naciones. Amexx mantiene ese tipo de relación con Filipinas, los países del norte de África, Portugal, Venezuela y seis o siete países mas pequeños.

—¿Ha hecho Praxis lo mismo? —preguntó Marina.

—En cierto modo sí —contestó Fort—, pero hemos intentado dar a las relacciones una naturaleza distinta. Hemos tratado con países suficientemente grandes como para hacer la sociedad más equilibrada. Hemos tenido relaccion con China, India e Indonesia. Naciones que el tratado de dos mil cincuenta y siete no les dio todo lo que les correspondía en Marte, y que por eso nos han alentado a venir aquí para hacer estudios como éste. Hemos iniciado contactos con otras naciones aún independientes. Pero no nos hemos apoderado de esas naciones, ni hemos intentado imponerles una política económica. Hemos tratado de seguir fieles a nuestra versión del formato transnacional, pero a escala metanacional. Esperamos ser un alternativa al metanacionalismo para esas naciones. Un recurso más, junto con el Tribunal Mundial, Suiza y algunos otros organismos ajenos al emergente orden metanacional.

—Praxis es
diferente
—declaró Art.

—Pero el sistema es el sistema —insistió Coyote desde el fondo de la sala.

Fort se encogió de hombros.

—Nosotros hacemos el sistema creo. Coyote no contestó.

—Tenemos que trotar... tratar con él —dijo Sax.

Y empezó a hacerle preguntas a Fort, preguntas vacilantes, desordenadas, guturales, pero Fort ignoró las dificultades de Sax y respondió minuciosamente. Tres seminarios consecutivos consistieron en el interrogatorio de Fort por parte de Sax, de ese modo se enteraron de muchas cosas concernientes a las metanacionales: dirigentes, estructuras internas, países clientes, actitud respecto a las otras e historia, particularmente el papel jugado en el caos de 2061 por las organizaciones que las precedieron.

—¿Por qué responder... por qué romper los huevos... no, quiero decir las
cúpulas
?

Fort andaba algo flojo en los detalles históricos, y suspiró con tristeza por los fallos de su memoria personal de ese período. Pero su descripción de la situación terrana del momento fue mucho más completa que ninguna de las que habían oído o leído con anterioridad, y ayudó a esclarecer cuestiones concernientes a la actividad metanacional en Marte sobre las que todos habían especulado. Las metanac utilizaban a la Autoridad Transitoria para que mediara en sus disputas, principalmente a propósito de territorios. No se metían con el demimonde porque la parte de la resistencia que éste representaba les parecía insignificante y fácilmente controlable. Nadia hubiera besado a Sax. En realidad lo besó, y también besó a Spencer y Michel por el apoyo que dieran a Sax durante las sesiones, porque aunque Sax seguía adelante a pesar de sus problemas de comunicación, a menudo la frustración lo dominaba y daba puñetazos en la mesa. Cerca del final, pregunto a Fort:

—Entonces, ¿qué es lo quiere Praxis de Mor... de Marte? Fort contestó:

—Estamos seguros de que cuanto suceda aquí tendrá efectos en casa. Por el momento hemos identificado una coalición con elementos progresistas en la Tierra, cuyos miembros son China, Praxis y Suiza. Detrás de éstos hay docenas de elementos menores, menos influyentes. La posición que adopte la India en esta situación será crucial. La gran mayoría de las metanac la consideran como un pozo sin fondo, es decir, por mucho que echen en ella, nada cambiará. Nosotros no estamos de acuerdo. Y pensamos que Marte es crucial también, de otro modo, como un poder en ascenso. Por eso queremos encontrar los elementos progresistas de aquí para mostrarles lo que estamos haciendo. Y ver qué opinan de ello.

—Interesante —dijo Sax.

Y en verdad lo era. Pero muchos continuaban inflexibles en su negativa a tratar con una metanacional terrana. Y mientras tanto, todas las discusiones sobre los otros temas continuaban, reverdecidas, con frecuencia más polarizadas cuanto más se prolongaban.

Esa noche, en la diaria reunión en el patio, Nadia meneó la cabeza, maravillada por la capacidad de la gente para ignorar lo que tenían en común y discutir agriamente por cualquier menudencia sobre la que discrepasen.

—Quizás el mundo es demasiado complejo para que ningún plan funcione —les dijo a Nirgal y Art—. Tal vez no deberíamos buscar un plan global, sino algo que nos venga bien a nosotros. Y luego esperar que Marte pueda salir adelante empleando varios sistemas diferentes.

—No creo que eso funcionase tampoco —dijo Art.

—¿Qué puede funcionar? El se encogió de hombros.

—Aún no lo sé.

Y él y Nirgal siguieron examinando grabaciones, persiguiendo lo que de pronto le pareció a Nadia un espejismo cada vez más lejano.

Nadia se fue a la cama. Si fuese un Proyecto de construcción, pensó mientras la vencía el sueño, lo echaría todo abajo y empezaría de nuevo.

La imagen hipnagógica de un edificio desplomándose la despertó bruscamente. Después de un rato, suspiró; supo que esa noche no dormiría y salió a dar otro de sus paseos nocturnos. Art y Nirgal se habían quedado dormidos en la sala de vídeo, con las caras contra la mesa, iluminadas por la luz de la pantalla en avance rápido. Fuera, el aire soplaba hacia el norte, hacia Gournia a través de las puertas, y Nadia lo siguió tomando el sendero elevado. El repiqueteo de las hojas de bambú, las estrellas en las claraboyas del techo... Y luego el sonido de unas risas lejanas, quizás en el estanque de Phaistos.

Las luces del fondo del estanque estaban encendidas, y un grupo numeroso se estaba bañando. En la pared de enfrente había una plataforma iluminada sobre la que se apretujaban unas ocho personas. Una de ellas, un hombre desnudo, se subió a una especie de plancha y se lanzó desde la plataforma, agachándose y aferrando la parte delantera de la plancha, que parecía avanzar sin encontrar resistencia. Se deslizó por el flanco curvo y oscuro del túnel, acelerando hasta que salió disparado por un reborde de roca y planeó sobre el estanque, dio una vuelta de campana y cayó estrepitosamente al agua; emergió con un grito, recibido por una salva de vítores.

Nadia bajó para echar un vistazo. Alguien subía ya la plancha por una escalera que llevaba a la plataforma, y el hombre que se había lanzado en ella estaba en el agua. Nadia no lo reconoció hasta que llegó a la orilla del estanque. Era William Fort.

Nadia se despojó de las ropas y se metió en el agua; estaba muy caliente, a la temperatura del cuerpo o un poco más. Con un grito, una mujer salió disparada por la pendiente, como un surfista sobre una inmensa ola de roca.

—La caída parece brutal —le estaba diciendo Fort a uno de sus compañeros—, pero con esta gravedad tan ligera no hay ningún problema.

La mujer salió proyectada por encima del agua, describió un salto de ángel perfecto y con una última vuelta cayó ruidosamente al agua y fue aclamada al emerger. Otra mujer había recuperado la plancha y salía del estanque cerca del pie de las escaleras talladas en la pendiente.

Fort saludó a Nadia con una inclinación de cabeza desde el agua, que le llegaba a la cintura, el cuerpo enjuto y fuerte bajo la piel vieja y arrugada. Su rostro mostraba la misma mirada a beatitud que en los seminarios.

—¿Quiere probarlo? —le preguntó.

—Quizá más tarde —dijo ella, observando a la gente que había en el agua, tratando de averiguar quiénes estaban allí y a que bando pertenecían. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo se sintió disgustada consigo misma y con la política, que se infectaba todo si uno lo permitía.

Pero entonces, ella noto que eran en su mayoría jóvenes nativos, de Zigoto, Sabishii, Nueva Vanuatu, Dorsa Brevia, el agujero de transición Vishniac, Christianopolis. Casi ninguno participaba en los debates, y el poder que tenían era algo que Nadia no podía calibrar. Probablemente no significaba nada que se reunieran allí por la noche desnudos en el agua caliente, con ánimo festivo; muchos venían de lugares donde los baños públicos eran corrientes, así que estaban acostumbrados a alternar con gente con la que pelearían en cualquier otro lugar.

Otra amazona bajó gritando por la pendiente y luego voló y se hundió en el estanque. La gente nadó hacia la mujer como tiburones atraídos por la sangre. Nadia se sumergió en el agua ligeramente salada. Al abrir los ojos vio burbujas cristalinas explotando por todas partes, y después cuerpos que nadaban retorciéndose como delfines sobre la negra superficie del fondo. Una visión sobrenatural.

Salió a la superficie y se escurrió el pelo. Fort estaba entre los jóvenes como un Neptuno decrépito, mirándolos con su curiosa impasibilidad. Tal vez, pensó Nadia, esos nativos eran en verdad la nueva cultura marciana de la que John Boone había hablado, que brotaba entre ellos inadvertidamente. La transmisión generacional de la información siempre contenía un alto margen de error; así era como se producía la evolución. Y aunque la gente se había unido a la resistencia marciana por diferentes razones, todos parecían converger allí, en un género de vida que remitía al paleolítico en algunos aspectos, que volvía atrás, a alguna cultura antigua que anulaba todas las diferencias, o avanzaba para crear una nueva síntesis. En realidad no importaba cuál. Quizás ése fuese un posible nexo de unión.

O eso parecía decirle a Nadia la expresión beatífica de Fort, mientras Jackie Boone bajaba disparada por la pared y volaba fuera como si fuese una valkiria en todo su esplendor.

El programa concebido por los suizos llego a su fin. Los organizadores decretaron tres jornadas de descanso a las que seguiría una reunión general. Art y Nirgal pasaron esos días en su pequeña sala de conferencias, viendo grabaciones las veinticuatro horas del día, hablando incansablemente y tecleando en sus IA con un martilleo desperado. Nadia los mantenía activos, arbitraba cuando ellos estaban en desacuerdo y redactaba las secciones que consideraba problemáticas. A menudo entraba y encontraba a uno de ellos dormido en la silla, mientras el otro miraba fijamente la pantalla.

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