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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (60 page)

—Mira —graznaba el insomne—, ¿qué opinas de esto?

Nadia leía la pantalla y hacía comentarios mientras les metía la comida bajo las narices, lo que solía despertar al que dormía.

—Parece prometedor. Volvamos al trabajo.

En la mañana de la reunión general Art, Nirgal y Nadia subieron al escenario del anfiteatro juntos. Art se adelantó llevando su IA. Miró a la muchedumbre congregada, como aturdido de ver tanta gente, y tras un largo silencio dijo:

—En realidad coincidimos en muchas cosas.

Ese comentario provocó la risa general. Pero Art levantó la IA como si esgrimiese las Tablas de la Ley y leyó en voz alta el texto de la pantalla:

—¡Puntos de trabajo para un gobierno marciano!

Miró a la multitud por encima de la pantalla, y ellos guardaron un silencio atento.

—Uno. La sociedad marciana se compondrá de muchas culturas diferentes. Es mejor considerarla un mundo en vez de una nación. La libertad religiosa y cultural tiene que ser garantizada. Ninguna cultura o grupo de culturas podrá dominar a las demás.

»Dos. Dentro de este marco de diversidad se seguirá garantizando que el individuo tiene ciertos derechos inalienables, incluyendo los materiales básicos para la subsistencia, atención médica, educación e igualdad ante la ley.

»Tres. La tierra, el aire y el agua de Marte están bajo la administración compartida de la familia humana, y no pueden ser poseídos por un individuo o grupo.

»Cuatro. Los frutos del trabajo individual pertenecen al individuo, y ningún otro individuo o grupo puede apropiarse de ellos. Al mismo tiempo, el trabajo humano en Marte forma parte de una empresa comunitaria que se debe al bien común. El sistema económico marciano debe reflejar ambos factores, y contemplar tanto el interés individual como los intereses del conjunto o la sociedad.

»Cinco. El orden metanacional que rige la Tierra en la actualidad es incapaz de asimilar los dos principios anteriores, y por eso no es aplicable aquí. En su lugar debemos utilizar una economía basada en la ecología. La meta de la economía marciana no debe ser el
desarrollo sostenible
, sino una prosperidad sostenible para la biosfera entera.

»Seis. El paisaje marciano tiene ciertos «derechos de existencia» que deben ser respetados. Nuestros cambios medioambientales han de ser por tanto mínimos y ecopoyéticos, y reflejar los valores de la areofanía. Se sugiere que las alteraciones medioambientales se practiquen por debajo de los cuatro mil metros de altitud, la zona viable para los humanos. Las zonas por encima de esa altitud, que constituyen un treinta por ciento del planeta, permanecerán en unas condiciones semejantes a su estado primitivo, con el estatus de zonas salvajes naturales.

»Siete. La colonización de Marte es un proceso histórico único, puesto que es la primera colonización de otro planeta llevada a cabo por la humanidad. Como tal, debe ser emprendida con un espíritu de reverencia hacia este planeta y hacia la rareza de la vida en el universo. Lo que hagamos aquí sentará los precedentes para la futura habitación humana del sistema solar, y sugerirá asimismo modelos de relación del hombre con el medioambiente de la Tierra. Por tanto, Marte ocupa un lugar especial en la historia, y esto deberá ser recordado cuando tomemos las decisiones necesarias concernientes a la vida en él.

Art dejó la IA a un lado y miró a la multitud. Ellos lo miraron en silencio.

—Bien —dijo, y carraspeó. Hizo un gesto a Nirgal, que se levantó y se colocó a su lado.

—Esto es todo lo que hemos reunido a partir de los seminarios en lo cual, creemos, todos pueden estar de acuerdo —dijo Nirgal—. Hay muchos otros puntos que, en nuestra opinión, podrían ser aceptados por la mayoría de los grupos aquí presentes, pero no por todos. Hemos elaborado unas listas de esos puntos de consenso parcial, y las expondremos para que las estudien. Estamos firmemente convencidos de que si lograrnos salir de aquí con algún tipo de acuerdo general, habremos conseguido algo significativo. En un congreso como este se tiende a ser demasiado consciente de nuestras diferencias, y creo que esa tendencia es aún más exagerada en nuestra situación, porque en estos momentos la cuestión de un gobierno marciano sigue siendo un ejercicio teórico. Pero cuando estemos listos para actuar, necesitaremos un terreno común, y un documento como éste nos ayudará a encontrarlo.

»Hemos añadido muchas notas específicas a cada uno de los puntos principales del documento. Los hemos discutido con Priska y Jurgen, y ellos sugieren una semana de reuniones con un dia dedicado a cada uno de esos siete puntos, de manera que todos puedan hacer sus objeciones. Entonces, al final, veremos si queda algo.

Hubo una carcajada general. Muchos asentían.

—Para empezar, ¿qué hay de conseguir la independencia? —gritó Coyote desde el fondo.

—No pudimos descubrir ni un solo punto de acuerdo en esto. Quizá podríamos dedicarle un seminario —dijo Art.

—¡Quizá tendríamos que hacerlo! —exclamó Coyote—. Es muy fácil estar de acuerdo en que las cosas tienen que ser equitativas y el mundo justo. La manera de llegar a eso es
siembre
el verdadero problema.

—Bien, sí y no —dijo Art—. Lo que hemos redactado es algo más que un deseo de que las cosas sean justas. En cuanto a los métodos, tal vez si los discutimos de nuevo con estos objetivos en mente las soluciones vengan solas. O lo que es lo mismo, ¿cómo se pueden perseguir esos objetivos con grandes probabilidades de alcanzarlos? ¿Qué clase de medios implican esos fines?

Miró a la concurrencia y se encogió de hombros.

—Miren, hemos tratado de compilar la esencia de todo lo que ustedes han estado diciendo, cada uno a su manera, y si faltan sugerencias específicas sobre los medios para conseguir la independencia quizá se deba a que se han quedado atascados en las filosofías generales de acción, donde la mayoría discrepa. Lo único que se me ocurre es sugerirles que traten de identificar las distintas fuerzas en el planeta y valorar sus grados de resistencia a la independencia, y entonces modelar las estrategias. Nadia habló de reconceptualizar la metodología de la revolución, y algunos han sugerido modelos económicos, la idea de una compra ventajosa o algo por el estilo, pero mientras meditaba en la idea de una respuesta proporcionada a la resistencia, recordé la gestión integral de plagas, ya saben, el sistema empleado en agricultura para combatir las plagas, que utiliza métodos de diversa severidad.

El auditorio rió, pero Art no pareció advertirlo. Estaba sorprendido por el escaso entusiasmo que suscitaba el documento general. Decepcionado. Y Nirgal parecía enfadado.

Nadia se giro y dijo en voz alta:

—¿Qué me dicen de un aplauso para estos amigos, que se las han arreglado para sintetizar algo de todo este galimatías?

La gente aplaudió y algunos vitorearon. Por un momento parecieron entusiasmados. Pero los aplausos se apagaron deprisa y todos abandonaron el anfiteatro, otra vez discutiendo acaloradamente.

Los debates continuaron, ahora estructurados en torno al documento de Art y Nirgal. Revisando las grabaciones, Nadia advirtió un consenso bastante general sobre la esencia de todos los puntos, excepto el número seis, concerniente al nivel de terraformación. Los rojos no aceptaban el concepto de viabilidad en las zonas bajas, y señalaban que la mayor parte del planeta quedaba bajo la curva de los cuatro mil metros y que las zonas por encima de ese nivel sufrirían grave contaminación si las zonas bajas eran viables. Hablaron de desmantelar los procesos industriales de terraformación en curso, de volver a los métodos biológicos más lentos exigidos por el modelo radical de ecopoyesis. Algunos defendían la creación de una tenue atmósfera de CO2, que sostendría la vida vegetal pero no la animal, como una situación más acorde con los gases existentes en Marte y su historia pasada. Otros querían que la superficie de Marte se asemejara tanto como fuera posible a la que habían encontrado, y que se mantuviera una población reducida en valles cubiertos con tiendas. Censuraban la rápida destrucción de la superficie por la terraformación industrial, y condenaban particularmente la inundación de Vastitas Borealis y la brutal agresión al paisaje de la soletta y la lupa orbital.

A medida que transcurrían los días, fue cada vez más evidente que ése era el único punto del borrador de la declaración que se estaba debatiendo, mientras que los demás apenas si necesitaban algunos retoques. Muchos se sintieron gratamente sorprendidos al descubrir esto, y más de una vez Nirgal dijo con irritación:

—¿Por qué se sorprenden tanto? Nosotros no inventamos esos puntos, nos limitamos a poner por escrito lo que la gente decía.

Y entonces la gente asentía, interesada, y regresaba a las reuniones, y trabajaba sobre los puntos. Nadia tuvo la sensación de que la firma del acuerdo brotaba por todas partes, surgía del caos gracias a la afirmación de Art y Nirgal de que existía. Varias de las sesiones terminaron en unaespecie de éxtasis a causa del kavajava y el consenso político; los diferentes aspectos de un estado tomaban al fin una forma que la mayoría de los partidos aceptaban.

Pero la discusión sobre los métodos se acaloró. Avanzaban y retrocedían, Nadia contra Coyote, Kasei, los rojos, los militantes de Marteprimero y muchos de los bogdanovistas.

—¡No pueden conseguir lo que quieren mediante el asesinato!

—¡Ellos no renunciarán al planeta!

—¡El poder político empieza al final de una pistola!

Una noche, después de una de estas refriegas, un numeroso grupo de combatientes flotaba en las aguas poco profundas del estanque de Phaistos, tratando de relajarse. Sax se sentó en un banco dentro del agua y meneó la cabeza.

—El clásico problema del castigo... no, de la violencia —dijo—. Radicales, liberales. Grupos que nunca consiguieron ponerse de acuerdo en nada. Antes.

Art hundió la cabeza en el agua y la sacó resoplando. Cansado, frustrado, espetó:

—¿Qué me dicen de la gestión integral de plagas? ¿Y de la idea del retiro obligatorio?

—Desempleo forzoso —corrigió Nadia.

—Decapitación —dijo Maya.

—¡Lo que sea! —exclamó Art salpicándolas—. Revolución de terciopelo. Revolución de seda.

—Aerogel —dijo Sax—. Ligero, fuerte. Invisible.

—¡Vale la pena intentarlo! —dijo Art. Ann meneó la cabeza.

—No funcionará.

—Es mejor que otro sesenta y uno —dijo Nadia.

—Mejor si coincidimos en una obra. En un
plan
.

—Pero no podemos —dijo Nadia.

—El frente es amplio —insistió Art—. Salgamos afuera y hagamos aquello con lo que nos sintamos cómodos.

Sax, Nadia y Maya asintieron a la vez con un movimiento de cabeza. Ann soltó una inesperada carcajada. Y allí se quedaron, sentados en el estanque, riéndose tontamente, sin saber de qué.

La reunión de clausura se celebró a última hora de la tarde en el parque de Zakros, donde se había iniciado. Reinaba en el ambiente un extraño desasosiego; muchos aceptaban sólo a regañadientes la Declaración de Dorsa Brevia, que ahora era bastante más larga que el borrador original redactado por Art y Nirgal. Priska la leyó en voz alta; los diversos grupos aclamaban unos puntos más que otros, y cuando terminó la lectura, el aplauso fue breve y mecánico. Aquello no podía satisfacer a nadie. Art y Nirgal parecían exhaustos.

Cuando los aplausos se apagaron todos se quedaron sentados, sin saber que hacer. La falta de acuerdo en los métodos parecía pesar sobre ellos. ¿Y ahora que? ¿Tenían que regresar a sus hogares? ¿Tenían un hogar al que regresar? El silencio y la inmovilidad se prolongaron, incómodos y vagamente dolorosos (¡como necesitaban a John!), y Nadia se sintió aliviada cuando se oyeron unas exclamaciones que parecieron romper un sortilegio maléfico. Se volvió hacia donde muchos miraban.

Allí en lo alto de una escalera, en la parte alta de la negra pared del túnel, había una mujer. Resplandecía bajo el sol de la tarde que bajaba por una de las claraboyas: el pelo cano, descalza, sin joyas, completamente desnuda bajo la capa de pintura verde que le cubría el cuerpo. Y lo que era corriente por la noche en el estanque, a la luz brillante del día fue provocativo y peligroso, una conmoción para los sentidos, un desafío a lo que se suponía que tenía que ser un congreso político.

Era Hiroko. Empezó a bajar con paso mesurado y majestuoso. Ariadna, Charlotte y varias mujeres minoicas la esperaban al pie de la escalera con los seguidores más próximos a Hiroko de la colonia oculta, entre los que estaban Iwao, Rya, Evgenia y Michel. Mientras Hiroko descendía, empezaron a cantar. Cuando llegó abajo, la cubrieron con collares de flores rojas. Un rito de fertilidad, pensó Nadia, que venía directamente de algún rincón paleolítico de sus mentes a entremezclarse con la areofanía de Hiroko.

Cuando Hiroko se alejó del pie de la escalera, se le unió una pequeña hilera de seguidores cantando los nombres de Marte: «Al-Qahira, Ares, Auqakuh, Bahram...». Una mezcla de sílabas arcaicas en la que algunos intercalaban: «Ka... ka... ka...».

Hiroko avanzó por el sendero entre los árboles y luego sobre el césped hasta la muchedumbre congregada en el parque. Se paseó entre ellos con una expresión solemne, distante en el rostro verde. Muchos se levantaron a su paso. Jackie Boone salió de la multitud, y su abuela verde la tomó de la mano. Las dos abrieron la marcha, la vieja matriarca alta, orgullosa, anciana, nudosa como un árbol y tan verde como sus hojas; y Jackie aún más alta, joven y grácil como una bailarina, y el pelo negro hasta la mitad de la espalda. Un murmullo se extendió por la multitud, un suspiro. Llegaron las dos mujeres y el grupo que las acompañaba al sendero central que corría junto al canal, todos se pusieron de pie y la siguieron. Los sufíes, trenzándose con los demás.
«Ana el-Haqq, ana Al- Qahira, ana el Haqq, ana Al-Qahira...»
Y un millar de personas avanzaron por el sendero del canal detrás de las dos mujeres y su séquito, los sufíes cantando, otros recitando fragmentos de la aerófana, el resto en silencio.

Nadia avanzó de la mano de Art y Nirgal, sintiéndose dichosa. Eran animales, después de todo, sin importar el lugar que escogiesen para vivir. Sentía una especie de reverencia, una emoción raras veces experimentada: reverencia por el carácter divino de la vida, que adoptaba formas tan hermosas.

En el estanque Jackie se despojo del mono color orín, y ella e Hiroko se metieron en el agua hasta los tobillos, una frente a otra y con las manos entrelazadas por encima de las cabezas. Las mujeres minoicas se unieron a ese arco, viejas y jóvenes, verdes y rosadas.

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