Matahombres (33 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

En menos que un abrir y cerrar de ojos, las mujeres vampiras y sus secuaces desaparecieron silenciosamente en la oscuridad del túnel. Gotrek y Félix echaron a andar tras ellos, pero antes de que hubieran dado dos pasos, una voz sonó dentro del pasadizo.

—¿Quién anda ahí? —dijo.

Gotrek se detuvo y volvió.

—Él, no —gimió.

—¿Él? —preguntó Félix—. ¿Él, quién?

Del pasadizo salió el capitán de distrito Wissen, de la guardia de la ciudad, con seis hombres detrás. Se quedó con la boca abierta al ver a Gotrek y a Félix. Los hombres se pusieron en guardia.

—¡Vosotros! —gritó—. ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Qué habéis…?

—¡Chhhhh, capitán! —le dijo Félix, que miró con inquietud hacia la gran sala del final de la pendiente—. ¡Os oirán!

—¿Eh? —dijo Wissen con voz igual de alta—. ¿Quién? ¿Qué queréis…?

—Los adoradores del Caos —susurró Félix, que señaló hacia la cámara—. Allí abajo, al otro lado del recodo. Están preparando la pólvora.

—No es de extrañar que nunca los atrape —murmuró Gotrek—. Anda caminando por ahí tan ruidosamente como un ogro borracho.

El capitán Wissen parpadeó, aparentemente confuso, y luego entrecerró los ojos.

—¿La pólvora? ¿Aquí? —Sonrió—. Así que teníais razón, después de todo, ¿eh? ¿Van a volar la Escuela Imperial de Artillería? ¿Cuántos hay ahí dentro?

—Cincuenta, poco más o menos —dijo Félix.

—Hmmm. Son demasiados para nosotros —dijo Wissen—. ¿Estáis solos?

—¿Demasiados? —bufó Gotrek.

Félix miró al fondo del túnel, en la dirección por la que se habían marchado Ulrika y los demás, en busca de alguna señal de su presencia. No se los veía por ninguna parte. ¿Habrían perdido su ayuda a causa de esa interrupción? ¿No se mostrarían si Wissen estaba cerca? Podía ser que hubieran sido aliados peligrosos e inciertos, pero si la alternativa era Wissen y sus hombres, no había duda de a quién preferiría tener luchando a su lado. Suspiró.

—Eh, sí. Estamos solos. Escuchad. Tal vez será mejor que regreséis a buscar refuerzos. Nosotros… los tendremos vigilados.

—¿Qué? —se burló Wissen—. ¿Y dejar que queméis otra vez la ciudad con vuestra torpeza? —Agitó una mano—. Mostradme dónde están. Quiero verlos yo mismo.

Gotrek gruñó para sí. Félix le lanzó una mirada de advertencia. A él no le gustaba más que al Matador, pero comenzar una pelea con Wissen sólo pondría sobre aviso a los miembros del culto.

—Por aquí.

Félix y Gotrek abrieron la marcha ladera abajo; luego se deslizaron en torno al recodo y fueron sigilosamente hasta la abertura de la cámara, con Wissen y sus hombres detrás. Al parecer, los dos mutantes habían acabado de meter las ascuas verdes dentro de los barriles, y los otros casi habían terminado de devanar las mechas. Félix tragó, ansioso. Si no atacaban pronto, tendrían que preocuparse por la posibilidad de que los adoradores del Caos usaran la pólvora.

—¿Lo veis? —susurró Félix, y señaló las columnas—. Tienen intención de provocar el hundimiento de las cloacas, lo que a su vez hará que se derrumbe la Escuela Imperial de Artillería. Y si no atacamos de inmediato…

—¡Hermanos! —gritó Wissen, a pleno pulmón—. ¡Mirad! ¡Unos valientes héroes han venido a desbaratar nuestro villano plan!

Capítulo 16

Félix y Gotrek se volvieron rápidamente. Los seis hombres de Wissen los apuntaban con las lanzas. Wissen permanecía con ellos, sonriente, mientras se abría las hebillas del peto.

Félix parpadeó, sin comprender.

—¿Qué habéis dicho?

Miró por encima del hombro, al interior de la cámara. Los miembros del culto estaban volviéndose y avanzaba hacia ellos, mutantes de todos los tamaños y aspectos mezclados con sus camaradas humanos. Se volvió a mirar a Wissen. ¿Se habría vuelto loco aquel hombre?

Gotrek se lanzó adelante y acometió a Wissen con el hacha.

—¡Peón del Caos! —escupió.

Los hombres de Wissen saltaron ante él e intentaron ensartar a Gotrek y a Félix mientras el capitán retrocedía. Gotrek cortó lanzas y brazos. Dos hombres cayeron. Félix bloqueó una lanza y se agachó por debajo de otra, aún conmocionado por aquel grotesco giro de los acontecimientos.

—¿Peón? —rió Wissen—. Soy un caballo, como mínimo.

El capitán dejó caer el peto. Para ser un hombre tan elegante, tenía el vientre obscenamente hinchado. De hecho, parecía expandirse mientras Félix lo observaba. Luego, la camisa de Wissen se rasgó y la atravesaron angulosas formas negras que se desplegaban al salir.

Félix retrocedió, mientras el vómito le subía a la garganta. ¡Wissen era un mutante! Unas patas de mantis religiosa le crecían en el pecho, donde debería haber tenido los pezones. Estaban recubiertas de pelaje áspero y rematadas por crueles pinzas. Salieron disparadas hacia Gotrek por encima de los hombros de sus guardias. Gotrek dirigió un tajo hacia una de ellas, pero la extremidad retrocedió, demasiado rápida para que la captara el ojo, y el Matador falló.

Félix y Gotrek giraron al oír que aumentaba el sonido de pasos de botas. Los miembros del culto que estaban en la cámara habían llegado hasta ellos, con los mutantes en vanguardia. Gotrek se lanzó hacia un flanco y destripó a una gigantesca babosa humanoide que pasaba junto a él. Al caer, aplastó a los restantes hombres de Wissen, y una sustancia cremosa y de olor repugnante manó de la herida del vientre. Félix se agachó para esquivar las garras de un ser que era como un simio desollado, y luego le cortó el correoso cuello con la espada rúnica, y acabó espalda contra espalda con Gotrek en el centro de un frenético mar de hombres y mutantes. Espadas, garrotes, pinzas y tentáculos los acometían por todas partes.

Wissen reía como un maníaco, detrás de sus camaradas.

—¿Lo veis? ¡Deberíais haberos quedado con Makaisson! Yo intenté salvaros. —Volvió a atacar desde detrás de los otros—. ¡Matadlos, hermanos! —No parecía tener ningún interés en comandarlos desde el frente.

Gotrek rugió con algo que se pareció sospechosamente al júbilo, mientras asestaba tajos a su alrededor y causaba terribles daños a todos los que se le ponían cerca. Félix, por otro lado, reprimió una creciente ola de pánico. Estaban rodeados. Dos contra más de cincuenta. Tal vez Gotrek ya se hubiera enfrentado con unas probabilidades semejantes y hubiera ganado, pero Félix estaba herido y cansado, y no tenía ni la fuerza, ni la rapidez ni la resistencia del Matador, para empezar: Estaban abrumándolo con rapidez. ¡En el nombre de Sigmar, ¿dónde estaba Ulrika?! ¿Acudiría en algún momento? ¿Lo harían las otras mujeres vampiras?

La brutalidad del ataque de los adoradores del Caos empujó a Gotrek y a Félix al interior de la gran cámara. El gigantesco mutante con pelo de gato balanceó el relumbrante caldero para intentar golpear a Gotrek con él. El Matador se echó atrás y el mutante continuó rotando debido al peso de la olla. Golpeó con ella a un puñado de camaradas, oscilando violentamente. Félix se agachó para esquivar el caldero cuando volvió a pasar, y sintió que se le ponía la carne de gallina y se le retorcía la mente al rozarlo la brisa que generaba su movimiento. La piedra de disformidad del interior irradiaba Caos como un fuego irradia calor.

Gotrek se lanzó a la carrera y clavó el hacha en la espalda del mutante peludo. Chilló como un bebé escaldado y se desplomó, momento en que el caldero se alejó rebotando ruidosamente por la cámara y regando ascuas de piedra de disformidad por el camino.

Félix mató a un ser que tenía patas de cigüeña, y luego giró para parar los ataques de dos hombres de aspecto normal. Descubrió que le sangraba la mano izquierda, pero no estaba seguro de la causa. Asestaba tajos como loco en todas direcciones, aunque no parecía servir de nada. La marea de hombres y mutantes era infinita.

Pero, entonces, los adoradores del Caos de la periferia de la refriega comenzaron a gritar y a volverse. Entre extremidades provistas de garras, Félix vio que los caballeros de la dama Hermione cargaban desde el oscuro túnel, con la espada en alto. Los villanos de madame Mathilda también avanzaban a la carrera, conducidos por una enorme loba negra a quien una larga cicatriz le contraía un costado del largo hocico. Le saltó encima a un mutante enorme, al que le arrancó una de las gargantas. El gigante barbudo se metió en medio de un grupo de adoradores del Caos, blandiendo con todas sus fuerzas el martillo con cabeza de piedra. Mutantes y hombres volaban a diestra y siniestra, con la cabeza y la caja torácica aplastadas y reducidas a pulpa.

Félix exhaló, aliviado, aunque alegrarse por la llegada de una hueste de mujeres vampiras metamorfas y sus esclavos era una sensación extraña. Y aún era más extraño darse cuenta de que su vida se había llenado de locura y horror hasta tal punto que podía aceptar, con poco más que un encogimiento de hombros, el hecho de que madame Mathilda se hubiera transformado en loba.

Ulrika saltó por encima de un hombre achaparrado y lo atravesó con el estoque cuando aún estaba en medio del aire, para luego caer junto a Félix con el fin de guardarle la espalda.

—Calculasteis el tiempo un poco justo, ¿no? —dijo Félix por encima del hombro.

—Te pido disculpas, Félix —replicó Ulrika—. Los otros se entretuvieron discutiendo, eh, la estrategia.

—¡Ja! —bramó Gotrek.

—¿Y dónde están la dama Hermione y la señora Wither? —preguntó Félix con sequedad—. ¿Su estrategia es ocultarse?

—Sus habilidades no abarcan el arte de cortar y estocar —dijo Ulrika, que decapitó a una mujer cuyo cabello parecía una masa de enredaderas que se retorcían.

Félix oyó la voz de Wissen procedente de algún punto situado a su izquierda.

—¿De dónde han salido éstos? —gritó—. ¡Esto está ocupándonos demasiado tiempo! Leibold, Goetz, Zigmund, abandonad el combate. Acabad de preparar las cargas. Tenemos que estar preparados.

Los tres se separaron y corrieron de vuelta hacia los barriles de pólvora. No había modo de que Félix, Gotrek o Ulrika pudieran ir tras ellos. Los dementes los rodeaban de cuatro en fondo, y luchaban con el impertérrito fervor que Félix ya había advertido antes en ellos. Parecía no importarles en absoluto si vivían o morían, siempre y cuando se cumpliera la voluntad de su amo Tzeentch. Algunos se lanzaban contra la espada de Félix con el solo objeto de hacerla descender con su peso, a fin de que otros pudieran herirlo.

Gotrek luchaba con un ser enorme, desnudo e hinchado que olía a aceite comestible rancio. Tenía la cabeza de una amable abuela situada en lo alto del montañoso cuerpo bamboleante. Las manos que había en el extremo de los gordos brazos eran como manoplas y no podían blandir una arma. La lucha debería haber acabado antes de comenzar, pero cada vez que Gotrek golpeaba a la criatura, una enorme boca con dientes de tiburón se abría en la piel a dondequiera que Gotrek hubiese apuntado, y atrapaba el hacha mientras los pesados brazos lo aporreaban incesantemente. No importaba dónde golpeara Gotrek, los brazos, el vientre o los costados del ser; siempre se abría una boca que le mordía el arma.

—Los niños pequeños no deberían jugar con hachas, tesoro —decía con una temblorosa voz dulce, mientras le golpeaba la cabeza.

Gotrek maldijo y volvió a golpear, y una vez más su hacha fue atrapada por una boca.

Más allá de la lucha, Félix vio que la loba negra cerraba las fauces sobre una de las patas de insecto de Wissen. Él le abrió tajos horribles con la otra, pero ella no lo soltó. Wissen gritó y la aporreó con la espada. Ella no hizo caso ninguno de los golpes.

—¡Doctor Raschke! —llamó Wissen con una voz a la que afloraba el pánico.

—¡Sí, sí, ya voy! —dijo una voz ronca—. ¡Date la vuelta, maldita! ¡Date la vuelta!

Félix miró brevemente en dirección a la voz. Una mujer enorme, con el rechoncho cuerpo fuerte de una granjera, avanzaba bamboleándose a paso lento hacia la refriega con sus gruesas piernas, y una expresión de idiotez absoluta en la cara de luna. Sin duda, no podía haberle hablado a ella. Parecía apenas más inteligente que un nabo. Entonces, reparó en que llevaba una especie de cesta atada a la espalda.

—¡Date la vuelta, enorme vaca gigante! —dijo la voz—. ¡Date la vuelta, o te extraeré la grasa para hacer jabón!

Algo fino golpeó el hombro izquierdo de la gigante, que giró sobre sí misma hasta quedar de espaldas a la batalla. En efecto, llevaba una cesta a la espalda y, sujeto dentro de ella con correas, como un niño pequeño dentro de una cuna de mimbre, había un apergaminado anciano con marchitas extremidades y una enorme cabeza calva, que parecía demasiado pesada para su arrugado cuello de pollo. Sus ojos azul pálido brillaban con malévola inteligencia, y tenía los dientes afilados. Empuñaba una fusta para caballos en una mano, y llevaba puesto lo que parecía ser una fortuna en collares, colgantes, brazaletes y anillos de oro y lapislázuli.

—¡Ahora, metamorfa —gritó—, siente la cólera de Tzeentch!

El anciano apuntó a la loba negra con la fusta, y comenzó a entonar una ronca cantinela. Ante él se formó una bola de luz azul y dorada que giraba. O tal vez era un agujero que se abría para comunicar el mundo con un infierno azul y dorado. Félix no lo sabía. Miró a sus profundidades. Era fascinante.

Un gancho arañó un brazo de Félix. Parpadeó y apartó los ojos, maldiciendo, y luego le asestó un tajo al hombre del garfio. ¡Dioses, cómo odiaba la magia!

Con un alarido, el brujo empujó violentamente la bola con unas manos de dedos ahusados, y ésta voló hacia la loba negra… y penetró en ella.

La loba retrocedió de un salto, rodando y aullando como si la atacaran abejas, y de repente volvió a ser madame Mathilda, que gritó y se retorció, desnuda, en el suelo. Se puso de pie, gruñendo, sus voluptuosas curvas ondularon, y posó una mirada feroz sobre el hechicero.

—Pagarás por esto, brujo —dijo.

—Yo me ocupo del brujo, hermana —gritó la dama Hermione desde las sombras de la boca del túnel—. Hazte cargo de los otros. —Alzó las manos, mientras murmuraba en voz inaudible, y en torno a sus dedos comenzaron a entretejerse sombras que se retorcían.

—Gracias, señorita —dijo Mathilda. La vampira recogió una espada y volvió a lanzarse al interior de la refriega, desnuda de pies a cabeza. Sus maleantes y rameras cargaron tras ella, bramando.

Las sombras se solidificaron en torno a las manos de la dama Hermione y se extendieron hacia el brujo. El anciano alzó la voz para pronunciar un contrahechizo, y el aire se flexionó y se volvió rígido entre ellos. En la cara de la dama Hermione apareció una expresión tensa. Las serpientes de sombras se detuvieron y olisquearon en derredor como si hubieran chocado contra una muralla. Ella tenía los labios apretados y le costaba pronunciar las palabras.

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