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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (70 page)

–¿Por ejemplo? –preguntó Ferbin.

–Bueno, el lugar al que vamos –dijo Hippinse–. Esas cataratas han despertado un interés desmesurado entre los oct. Y a los aultridia también les está picando la curiosidad. Un alto grado de convergencia, intrigante. –El avatoide parecía confuso y fascinado a la vez–. Bueno, eso sí que es un patrón, ¿no les parece? Fuera hay naves oct que se reúnen alrededor de Sursamen y dentro los oct se concentran en las Hyeng-zhar.
Hmmm.
Muy interesante. –Ferbin tuvo la sensación de que (ya fuera o no un avatar inhumano de una supernave espacial óptima con ínfulas divinas) aquel ser, llegados a ese punto, básicamente estaba hablando para sí.

–Por cierto, señor Hippinse –dijo Holse–, ¿de verdad se puede uno mear encima con estas cosas?

–¡Desde luego! –dijo Hippinse como si Holse hubiera propuesto un brindis–. Todo tiene su utilidad. No se detenga.

Ferbin puso los ojos en blanco aunque se alegró de que Holse, era de suponer, no pudiera verlo.

–Ah, qué gusto...

–Hemos llegado –dijo Djan Seriy.

Ferbin se había quedado dormido. El traje parecía haber bajado el volumen de la música y lo volvió a subir cuando despertó. El príncipe le dijo que la quitara. Seguían rodeados por aquel horrible fulgor violeta.

–Se orienta muy bien –dijo Hippinse.

–Gracias –respondió Djan Seriy.

–¿Caemos, entonces?

–Eso parece –asintió Anaplian–. Hermano, señor Holse: no hemos podido hacer el aterrizaje que queríamos. Demasiadas ascensonaves aultridia intentando bloquearnos y demasiadas puertas cerradas. –La agente miró a Hippinse, que tenía una expresión vacía en la cara y parecía haber perdido su buen humor anterior–. Además hay algo con una capacidad alarmante para corromper procedimientos y manipular instrucciones que parece estar suelto en los sistemas de datos de esta parte del mundo –añadió. Después sonrió con lo que seguramente quería ser un gesto alentador–. Así que hemos preferido hacer una transición a otra torre, hemos subido por ella y después nos hemos colado en su filigrana y llegado a un punto muerto; estamos en un nivel sobrecuadrado así que no hay conexiones para seguir adelante.

–¿Un punto muerto? –dijo Ferbin. ¿Es que nunca iban a poder librarse de esa mugre empalagosa y violeta?

–Sí. Así que tenemos que dejarnos caer.

–¿Caer?

–Por aquí –dijo Djan Seriy al tiempo que se giraba. La puerta de la ascensonave subió y reveló la oscuridad. Se levantaron todos, se abrieron camino entre la densa cortina de la entrada y de repente se vieron libres de la sustancia glutinosa violeta que llenaba el interior de la ascensonave. Ferbin bajó la cabeza y se miró los brazos, el pecho y las piernas, esperaba ver parte de aquella espantosa cosa todavía adherida a él, pero, por suerte, no había ni rastro. Dudaba que hubieran podido deshacerse del infame olor con tanta facilidad.

Se encontraban de pie sobre una estrecha plataforma iluminada solo por el fulgor violeta que habían dejado atrás. La pared superior se curvaba hacia arriba, por encima de ellos, siguiendo la forma del casco de la ascensonave. Djan Seriy miró el bulto que llevaba en el muslo. El dron Turminder Xuss se separó y subió flotando hacia la línea oscura por donde la puerta se había enterrado en el casco de la nave.

El dron se fue metiendo poco a poco en el material como si no tuviera más sustancia que la resplandeciente masa violeta que tenía debajo. Unas largas hebras de casco y otro material se fueron abriendo camino por el cuerpo de la maquinita, se dejaron caer y quedaron colgando. El dron (varios pliegues de fulgor rosado de luz palpitaban alrededor de su cuerpo) terminó de colocarse entre el casco de la ascensonave y la pared de la cámara y se quedó flotando allí por un momento. Se oyó un gruñido alarmante y el casco de la nave que rodeaba el agujero se abombó hacia dentro como una mano, justo como si una esfera invisible de un metro de anchura se estuviera metiendo dentro. El muro que tenía enfrente también empezó a crujir y emitir pequeños estallidos.

–Y ahora intenta cerrar eso –dijo Turminder Xuss con lo que parecía cierto gusto.

Djan Seriy asintió.

–Por aquí.

Pasaron por una pequeña puerta y entraron en el extremo cerrado del canal por el que viajaba la ascensonave: una concavidad de veinte metros de diámetro en cuyo centro, tras subir unos complicados escalones que se parecían más a barandillas, había otra puerta redonda y pequeña. Entraron y se encontraron dentro de un espacio esférico de unos tres metros de anchura, casi peleándose por meterse todos a la vez en el suelo combado. Djan Seriy cerró la puerta por la que habían entrado y señaló otra parecida que había justo al otro lado.

–Esa lleva al exterior. Por ahí es por donde caemos. De uno en uno. Yo primero, Hippinse el último.

–Esa «caída», señora... –dijo Holse.

–Estamos a mil cuatrocientos kilómetros de la provincia deldeyna de Sull –le dijo Anaplian–. Solo tenemos que dejarnos caer, sin usar antigravedad, por casi mil kilómetros de vacío casi absoluto y después chocamos con la atmósfera. Tras eso hay que hay que hacer un planeo asistido hasta las Hyeng-zhar, una vez más dejando desconectada la función antigravedad del traje, podría notarse. –Anaplian miró a Ferbin y Holse–. No tenéis que hacer nada, los trajes se ocupan de todo. Solo disfrutad del paisaje. Seguimos con el bloqueo comunicativo, pero no olvidéis que siempre podéis hablar con el traje si tenéis alguna pregunta sobre lo que está pasando. ¿De acuerdo? Vamos.

En realidad, no había habido tiempo suficiente para que nadie dijera nada (reflexionó Ferbin cuando su hermana abrió la puerta circular) entre el «¿De acuerdo?» y el «Vamos» de la última frase.

Fuera estaba oscuro hasta que mirabas hacia abajo, entonces el paisaje brillaba en grandes franjas separadas por una banda central de casi oscuridad gris. No se veía ninguna estrella, ocultas por aspas y las estructuras del techo. Djan Seriy se agachó en el alféizar y se sujetó con una mano al borde superior de la puerta, que se abría hacia dentro. Después se volvió hacia Ferbin y lo tocó con la otra mano.

–Sal justo detrás de mí, ¿de acuerdo, hermano? No te retrases.

–Sí, claro –dijo el príncipe. Se le había desbocado el corazón.

Djan Seriy lo miró un momento más.

–O podrías dejarte ir y el traje puede hacerlo todo por ti, me refiero a subirte aquí y salir. Con los ojos cerrados...

–Lo haré solo, no temas –dijo Ferbin, intentaba parecer más valiente y más convencido de lo que lo estaba.

Su hermana le apretó el hombro.

–Te veo abajo.

Después se lanzó por la puerta.

Ferbin se subió al alféizar y se agachó en el mismo sitio que su hermana, sintió las manos de Holse, que lo ayudaba a mantener el equilibrio. Después tragó saliva y miró abajo, aquella caída imposible que tenía debajo. Cerró los ojos, después de todo, pero flexionó piernas y brazos y se lanzó antes de encogerse como una bola.

La vista caía en picado a su alrededor cuando volvió a abrir los ojos: luz, oscuridad, luz, oscuridad, luz... después, el parpadeo empezó a ralentizarse cuando el traje comenzó a zumbar y poco a poco le fue estirando con suavidad piernas y brazos. Tenía la sensación de que hacía demasiado ruido al respirar. A los pocos momentos estaba cayendo en forma de «x» y se sentía casi relajado mientras yacía contemplando la masa sombreada de la filigrana y las aspas que colgaban del techo, sobre él. Intentó ver de dónde se había tirado pero no pudo. Creyó vislumbrar otro punto oscuro y diminuto encima de él, un punto que también caía, pero no estaba seguro.

–¿Puedo darme la vuelta y mirar abajo? –le preguntó al traje.

–Sí. Sería aconsejable volver a tomar esta orientación para entrar en la atmósfera –le dijo el traje con su voz nítida y asexuada–. O es posible transmitirles a sus ojos la vista que hay hacia abajo sin perder su orientación actual.

–¿Es eso mejor?

–Sí.

–Hazlo, entonces.

De repente fue como si estuviera cayendo sobre el lejano paisaje que tenía debajo en lugar de alejarse de la vista que tenía encima. Por un instante se sintió desorientado y mareado, pero se adaptó pronto. Buscó en vano a Djan Seriy, que caía por algún sitio debajo de él, pero no vio ni rastro de ella.

–¿Ves tú a mi hermana? –preguntó.

–Seguramente está dentro de esta zona –dijo el traje al tiempo que creaba un fino círculo rojo sobre parte de la vista–. Está camuflada –le explicó.

–¿Cuánto hemos caído hasta ahora?

–Seis kilómetros.

–Ah. ¿Y cuánto tiempo nos ha llevado?

–Cincuenta segundos. En los próximos cincuenta segundos descenderemos otros veinte kilómetros. Seguimos acelerando y continuaremos así hasta que nos encontremos con la atmósfera.

–¿Cuándo ocurre eso?

–Dentro de unos diez minutos.

Ferbin se acomodó mejor y disfrutó de la vista revuelta, intentó ver las cataratas Hyeng-zhar y después quiso rastrear el curso del río Sulpitine antes de conformarse con averiguar dónde podrían estar los mares Sulpine Superior e Inferior. Se preguntó si seguía todo congelado. Le habían dicho que lo estaría, aunque le había costado creerlo.

El paisaje se fue expandiendo poco a poco delante de él. Ahí, ¿era uno de los mares? Parecía demasiado pequeño. ¿Ese era el otro? Demasiado pequeño y demasiado cerca del anterior. Era muy difícil de saber. El fulgor inferior iba llenado poco a poco su campo de visión y dejaba las tierras brillantes iluminadas por el sol en los bordes del paisaje que veía.

Para cuando estuvo seguro de que aquellos eran en realidad los dos mares, comenzó a darse cuenta de la altura de la que habían partido al empezar a caer, lo pequeños que podían parecer desde tanta altura dos mares más que considerables y un río poderoso y lo enorme que era en realidad el mundo en el que había vivido toda su vida.

El paisaje que tenía debajo comenzaba a abombarse hacia él. ¿Cómo iban a parar?

El traje empezó a crecer a su alrededor, extendió una masa de burbujas por todas partes salvo por la que él debía de estar mirando. Las burbujas se agrandaron y algunas se rompieron poco a poco y siguieron extendiéndose y convirtiéndose en una tracería de aspecto delicado de lo que parecían las alas casi transparentes de un insecto o la estructura del fragilísimo esqueleto que quedaba cuando la hoja de un árbol perdía todo rastro de la superficie que acumulaba luz y solo quedaba la filigrana de las venas que transportaban la savia y la sustentaban.

La parte superior de la atmósfera se imponía como una sensación muy lenta y creciente de un peso que regresaba y le apretaba la espalda, de modo que, a medida que continuaba mirando hacia abajo aunque en realidad estaba echado de espaldas, experimentaba la vertiginosa sensación de que cada vez lo empujaban más rápido hacia el suelo. Un leve susurro se transmitió por el traje. La presión aumentó todavía más y el susurro se convirtió en un rugido.

El príncipe esperó ver el fulgor rojo, amarillo y blanco que había oído que producían a su alrededor las cosas que entraban con la atmósfera, pero el fulgor no apareció.

El traje se retorció y rotó de modo que Ferbin se encontró de repente boca abajo. La tracería y las burbujas volvieron a retrotraerse hacia el traje y se convirtieron en unas alas con forma de medialuna y en unas finas aletas que le sobresalían de los brazos, los costados y los muslos. El traje había estado reconfigurando su cuerpo con suavidad, así que tenía los brazos estirados por delante, como si estuviera a punto de zambullirse en un río. Tenía las piernas abiertas y la sensación de que estaban conectadas por una especie de soga o membrana.

El paisaje estaba mucho más cerca (podía ver ríos oscuros y diminutos e insinuaciones de otros elementos de la superficie destacados en color negro y gris pálido bajo la oscuridad del fondo); sin embargo, el suelo ya no se precipitaba hacia él, sino que pasaba deslizándose por debajo. La sensación de pesadez también había cambiado y el aire susurraba a su alrededor.

Estaba volando.

Anaplian se retrasó para tocar a Hippinse mientras volaban.

–¿Ha averiguado lo que está interfiriendo con los sistemas locales? –le preguntó.

Hippinse estaba monitorizando las alteraciones en los complejos de datos del nivel que los rodeaba y analizando los datos que habían recogido antes, todavía en la ascensonave aultridia.

–La verdad es que no –confesó el avatoide, parecía avergonzado y preocupado a la vez–. No sé lo que lo está corrompiendo, pero es casi intocable, demasiado exótico. Extraño de verdad, desconocido. De hecho, ahora mismo, no podría conocerse. Necesitaría la mente entera de la nave para empezar a atacar esta mierda.

Anaplian se quedó callada un momento.

–¿Qué coño está pasando aquí? –preguntó en voz baja. Hippinse tampoco tenía respuesta. Anaplian lo soltó y se adelantó volando.

Ferbin y el traje se hundieron y pasaron lo bastante cerca del suelo como para ver cada peñasco, arbusto y pequeños árboles achaparrados, todos seguidos por deltas estrechos del mismo color gris pálido, como si arrojaran extrañas sombras. Los barrancos y las quebradas también brillaban con un tono pálido, como si estuvieran llenos de una bruma suave y resplandeciente.

–¿Eso es nieve? –preguntó el príncipe.

–Sí –dijo el traje.

Algo ligero rozó el tobillo de Ferbin.

–¿Te encuentras bien, Ferbin? –dijo la voz de Djan Seriy.

–Sí –contestó el príncipe, y empezó a girar para mirar hacia atrás, pero después se detuvo cuando oyó la voz de su hermana.

–No tiene sentido que mires atrás, hermano. No podrás verme.

–Oh. ¿Entonces estás detrás de mí?

–Ahora sí. Llevo dos minutos volando por delante de ti. Hemos hecho una formación de diamante, tú estás en la posición de la derecha. Turminder Xuss vuela a un kilómetro de nosotros.

–Ah.

–Escucha, hermano. Mientras estábamos en el tubo, justo antes de que nos dejáramos caer, captamos señales repetidas de un servicio de noticias oct que hablaba de las Cataratas y de Oramen. Dicen que Oramen está vivo y bien pero que hubo una especie de atentado contra su vida hace nueve días: una explosión en las excavaciones y un intento de acuchillarlo. Es posible que tampoco sea el primer atentado contra su vida. Es consciente de que corre peligro y puede que ya haya acusado a personas del entorno de Tyl Loesp, si no al propio Tyl Loesp, de ser los responsables.

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