Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (13 page)

Se oyó un tintineo de pulseras y Sunya levantó la mano.
«Qué pasa si no cumples las normas»
dijo antes de que la señora Farmer le diera permiso para hablar.
«No interrumpas»
dijo la profesora.
«Pero vas al infierno»
siguió preguntando Sunya, con los ojos muy abiertos.
«Y vive allí el demonio»
. La señora Farmer se puso pálida y se cruzó de brazos. Echó una mirada rápida a las nubes del mural y otra a Daniel. Daniel se quedó mirando a Sunya como si no se pudiera creer que fuera a sacar aquello otra vez. Ella no le hizo caso y se rascó la sien.
«Y cómo es el demonio»
preguntó en tono suave y toda la clase se echó a reír. Sunya no sonrió siquiera. Seguía con los ojos redondos y gesto de curiosidad. La boca de Daniel era una gran O negra en mitad de su cara roja.
«Ya es suficiente»
dijo la señora Farmer, y sus palabras sonaron extrañas porque salían de los minúsculos agujeros que le quedaban entre los dientes apretados y me recordaron a cuando se ralla el queso.
«Seguimos con el resto de los mandamientos»
.

Sunya me guiñó el ojo y yo se lo guiñé a ella pero el mandamiento número cuatro me hizo sentirme culpable.
Honrarás a tu padre y a tu madre
. Eso fue lo que dijo Dios. Y ahí estaba yo guiñándole el ojo a una musulmana, como si no pasara nada por hacer una cosa que a papá le parecería fatal. De pronto me di cuenta de que daba igual que mi ángel saltara de nube en nube y llegara a lo más alto del mural de la clase. Si el Cielo que había era de verdad y no recortado en cartulina dorada, yo no iba a poder ir porque estaba desobedeciendo un mandamiento. Y a saber por qué, eso me hizo pensar en Rose. No sé dónde estará su alma, pero si está en el Cielo, estoy seguro de que se sentirá muy sola. Me imaginé al fantasma de Rose todo solitario posado en una nube blanca, sin clavícula ni dedos del pie, ni familia ni amigos. No podía quitarme esa imagen de la cabeza y me quedé con un mal cuerpo que me duró todo el día y luego no me dejó dormir.

Los arbustos susurraron y Roger saltó de mi regazo y se escabulló hacia la noche, rozando con la tripa la hierba larga. Yo me incliné sobre el estanque y traté de encontrar mi pez entre el agua plateada. Estaba escondido debajo de un nenúfar y totalmente solo así que lo acaricié. Nadó hacia mis dedos y me los mordisqueó como si fueran comida. Me pregunté dónde se habrían metido sus padres. Puede que se hubieran quedado en algún río o en el mar. O puede que el estanque fuera una especie de Cielo de los Peces y que el resto de su familia aún no hubiera muerto. Y aunque sabía que eso era imposible, me entró una tristeza tan grande por mi pez solitario que me pasé horas haciéndole compañía y probablemente me habría quedado ahí toda la noche si no hubiera empezado a chillar un conejo.

Me tapé las orejas con las manos y cerré los ojos todo lo fuerte que pude pero resultaba difícil no oír aquel chillido. Al instante siguiente, Roger estaba a mi lado frotándome la cabeza contra el codo, y había dejado a mis pies un conejo muerto. Yo no quería mirarlo pero no pude evitarlo, como cuando alguien tiene restos de comida o una marca de nacimiento en la cara y te lo quedas mirando sin querer. El conejo era sólo un bebé. Tenía el cuerpo minúsculo y el pelo todo esponjoso y las orejas que parecían nuevas. Intenté tocarle la nariz pero cada vez que le rozaba con el dedo los bigotes, el cuerpo se me echaba para atrás como si me hubiera electrocutado. Yo no quería dejar el conejo allí pero tampoco era capaz de tocarlo así que al final encontré dos ramitas y las usé como palillos chinos. Agarré el conejo por una oreja y lo llevé lejos del estanque y lo dejé caer en los matorrales. Lo cubrí con hierba, con hojas, con todo lo que pude encontrar. Roger ronroneaba a mi lado como si me acabara de hacer un favor.

Me puse en cuclillas y le miré a los ojos y le dije el quinto mandamiento.
«No matarás»
. Roger ronroneó todavía más fuerte, con la cola levantada de orgullo. No se estaba enterando y me enfadé con él. Le dejé volver a entrar en casa pero le cerré la puerta de mi cuarto en la cara y luego intenté dormir. Por primera vez en mi vida, soñé con Rose.

La señora Farmer ha pegado los Diez Mandamientos en la pared de enfrente de mi sitio. Aunque quisiera olvidarme del cuarto, no podría. Es como tener los ojos de papá clavados en el mural, observándome.

Al principio de Matemáticas, Sunya no paraba de susurrar
«Qué te pasa»
y yo de decirle
«Nada»
pero no era capaz de mirarla sin acordarme de Rose. Al final dijo
«Bueno pues da igual»
y me preguntó si se me había ocurrido alguna otra idea para la venganza. A los hermanos de Sunya no les parece bien darle una paliza a un niño de diez años así que necesitábamos un plan nuevo. Ella se muere de ganas de darle su merecido a Daniel pero yo prefiero no hacer nada. No para de decirme
«Como dejes que se salga con la suya te va a volver a hacer lo mismo»
pero yo no creo que eso sea verdad. A Daniel le gusta ganar y ahora que ya ha ganado ha perdido el interés. Lleva siglos sin meterse conmigo. No me ha dado patadas ni puñetazos ni me ha llamado
«Gilipollas»
desde hace días. Se acabó, y yo he perdido y está bien así.

Bueno, tampoco es que esté bien pero como no puedo ganar prefiero saber perder. En Wimbledon hay un tenista que llega muchas veces a la final pero nunca consigue el trofeo. La gente dice cosas como
«Es un caballero»
y
«Cuánta deportividad»
porque lo único que hace es sonreír y encogerse de hombros y aceptar que ha quedado segundo. Así que eso es lo que estoy haciendo yo porque si intento ganar a Daniel además de que volvería a perder me partiría la cara.

En mitad de Matemáticas la señora Farmer ha dicho que tenía una cosa Muy Importante que explicarnos. Los pelos de la verruga le vibraban y tenía la barbilla toda temblorosa.
«Van a venir los de la Ofsted»
dijo y miró hacia la puerta como si estuvieran a punto de echarla abajo. Lo de Ofsted sonaba como a ejército o algo así, y ya estaba yo preguntándome si vendrían armados cuando la señora Farmer dijo
«Son inspectores»
. Daniel levantó la mano y dijo
«Mi padre es inspector jefe de la policía»
. La señora Farmer dijo
«Basta ya de presumir»
y Sunya se rió en alto a propósito. La señora Farmer dijo
«Estos inspectores no son de la policía. Son unos hombres y unas mujeres especiales que examinan las escuelas y les ponen una nota… Excelente, Notable, Satisfactorio y Deficiente»
. La cara se le iba poniendo cada vez más blanca y hasta los ojos descoloridos daba la impresión de que se le estaban borrando. Van a venir la semana que viene a ver cómo os doy clase y es Muy Importante que los Inspectores vean lo bien que trabajamos todos. Es Muy Importante que os comportéis como niños y niñas buenos. Puede que os hagan alguna pregunta y es Muy Importante que seáis educados y listos y que digáis cosas buenas de nuestra clase. Sunya sonrió de oreja a oreja. Yo sabía exactamente lo que estaba pensando. Me dieron ganas de devolverle la sonrisa, pero no lo hice.

En el recreo me pasé doce minutos en los lavabos para honrar a papá. Metí las manos debajo del secamanos, haciendo que era un monstruo que escupía fuego. Las manos se me estaban quemando y las llamas estaban al rojo vivo pero yo era lo bastante duro para soportarlo y ni siquiera grité. Era un buen juego pero no tan bueno como estar sentado en el banco o colarse por la puerta secreta con Sunya. Pero eso ya no puedo volver a hacerlo. Por si acaso existe el Cielo y Rose está allí sola, necesito que Dios me deje entrar a mí también. Y para eso tengo que cumplir los Diez Mandamientos. Todos ellos. El cuarto incluido.

Han pasado dos días desde la última vez que hablé con Sunya. Papá nos ha llevado al colegio y nos ha hecho la cena todos los días desde el día del pollo asado así que creo que yo estoy haciendo lo que tengo que hacer. Aun así resulta difícil y se me encogió el estómago cuando encontré el anillo de Blue-Tack en mi taquilla. Debería resultar más fácil ahora que ya no somos amigos, pero era mejor cuando ella no paraba de preguntarme
«Qué te pasa»
y
«Por qué estás tan raro»
. Por lo menos entonces podía oír su voz.

Me siento como uno de esos drogadictos de las películas que no hacen más que pensar en pastillas y cuanto menos las tienen más las quieren hasta que se les va la olla del todo y atracan un supermercado para conseguir el dinero. No estoy diciendo que yo vaya a atracar el puesto de chucherías del colegio ni nada parecido. No creo que Sunya quisiera volver a ser mi amiga ni aunque le regalara todo el chocolate que hay en el armario de la conserjería, que es donde ponen el puesto de chucherías durante los recreos de los miércoles y los viernes.

Leo ha venido esta noche a cenar. Papá ha hecho pizza. Eran unas pizzas de la tienda pero les ha puesto por encima trocitos de jamón y una lata de piña para que fueran tropicales. Eso lo solía hacer mamá. Mientras comíamos no ha habido mucha conversación. Papá hacía como si Leo no estuviera y Leo parecía nervioso y estoy seguro de que Jas también se sentía incómoda porque no paraba de preguntarme cosas que ya me había preguntado antes. Me dijo
«Y qué tal va ese fútbol»
, aunque ya le dije la semana pasada que no hay ningún partido hasta después de Navidades. Y luego dijo
«Cómo es el director de tu colegio»
, pero ella lo sabe mejor que yo porque ha hablado con él por teléfono. Yo le iba respondiendo a todo lo mejor que se me ocurría. Se notaba que se moría de ganas de oír algo que no fuera el sonido grimoso de los cuchillos en los platos y los suspiros de papá por el pelo verde de Leo.

Después de la cena, Leo no paró de decir
«Gracias»
y
«Estaba estupendo, estupendo de verdad»
como si acabáramos de darle un banquete en lugar de unas pizzas del supermercado. Y papá gruñó algo que no logré oír y me dio bastante rabia porque según la abuela
«Ser educado no cuesta nada»
. Jas cogió a Leo de la mano y a papá se le salieron los ojos de las órbitas cuando la vio tirar de él hacia la escalera. Dijo
«De eso nada»
y señaló hacia el salón. A Jas se le puso la cara como uno de esos tomates que dan en el Desayuno Inglés Completo en España. Me dio pena pero como me estaba esforzando en respetar el cuarto mandamiento no dije ni pío y fui a ayudar a papá a fregar los platos. Se había puesto a restregarlo todo con todas sus fuerzas y las burbujas se salían del fregadero. Me habría gustado preguntarle por qué estaba enfadado pero no me atreví. Lo que hice en cambio fue contarle lo de Moisés y la piedra, pero antes de que hubiera terminado dio media vuelta y se fue a coger una cerveza.

Capítulo 13

Anoche soñé con Sunya. Yo no paraba de pedirle que me dejara verle el pelo y trataba de tocarle el hiyab pero ella me esquivaba y se lo enrollaba alrededor de la cabeza. Yo se lo pedía otra vez. Y otra. Le rogaba y le rogaba cada vez más desesperado, pero cuanto más le pedía que se lo quitara más se lo cerraba ella y más pequeña se le hacía la cara hasta que la tuvo toda tapada menos uno de los ojos. Ese ojo no chispeaba, lo único que hacía era mirarme y remirarme y luego se convirtió en una boca que decía
«Vuélvete a Londres»
. Cuando me desperté tenía el cuerpo sudoroso y el pelo todo pegado y echaba tanto de menos a Sunya que me dolía el corazón.

En el coche de camino al colegio, papá se puso a decir que
«No»
y Jas estaba enfurruñada. No paraba de repetir
«Pero si tú me dijiste que Vale»
y papá dijo
«A que tengas novio pero no a que andéis saliendo por ahí»
. Ella dijo
«Sólo queremos ir al cine»
y él dijo
«Leo lleva el pelo verde»
. Y Jas dijo
«Y qué»
y papá dijo
«Que me parece un poco raro»
y Jas replicó
«Pues no lo es»
y yo estaba de acuerdo pero mantuve la boca cerrada. Papá dijo
«Los chicos que se tiñen el pelo son un poco…»
. y luego se detuvo. Jas le lanzó una mirada furibunda.
«Son un poco QUÉ exactamente»
gritó y yo recé para que Dios le tirara a papá otra piedra que lo dejara sin conocimiento para que se callara.
«Son un poco afeminados»
y ella dijo
«Quieres decir GAYS»
y papá le respondió
«Tú lo has dicho, no yo»
.

Entonces hubo un silencio que se alargó y se alargó hasta que Jas dijo
«Para el coche»
. Y papá dijo
«No digas tonterías»
y Jas gritó
«Para el puñetero coche»
. Papá lo paró y le tocaron el claxon. Jas se bajó de un salto. Cerró la puerta de un portazo y ella lloraba y papá gritaba y los cristales se estaban empañando. Volvieron a tocar el claxon. Papá miró por el retrovisor y dijo
«No vengas a decirme lo que tengo que hacer en mi propio país»
. Limpié el cristal para mirar hacia atrás y vi a Sunya en el coche con su madre. Papá arrancó demasiado rápido dejando a Jas allí bajo la lluvia y empezó dale que te pego con que si los pakistaníes esos no trabajan y se pasan el día sentados en su casa viviendo del dinero del gobierno para luego volar por los aires el país que los está manteniendo.

Y de golpe, mientras papá daba un volantazo para esquivar una oveja que estaba pastando a un lado de la carretera, el octavo mandamiento resonó en mi cabeza.
«No levantarás falso testimonio contra tu prójimo»
. Ayer cuando la señora Farmer nos preguntó qué significaba eso Daniel levantó la mano y dijo
«Que no hay que contar mentiras sobre tus vecinos»
.

Me puse derecho en mi asiento.
«No hay que contar mentiras»
. El corazón se me aceleró.
«Sobre tus vecinos»
. Empezó a sonar la radio y aunque la música estaba bastante alta yo no oía más que las mentiras que iba soltando papá.
«Los musulmanes son todos unos asesinos. No se molestan ni en aprender inglés. Fabrican bombas en sus dormitorios»
. De pronto el corazón se me paró. Papá estaba Levantando Falso Testimonio. Y Sunya vive a sólo dos millas. Así que papá está desobedeciendo el mandamiento porque lo que significa es
Que no hay que contar mentiras sobre tus vecinos
y no
Que no hay que contar mentiras sobre tus vecinos de la puerta de al lado
, que ya sería otra cosa.

El coche se detuvo a la puerta del colegio y papá dijo
«Venga, te bajas»
y yo asentí con la cabeza pero mi cuerpo no se movía. Papá estaba Levantando Falso Testimonio.
«Date prisa»
me soltó, mientras contemplaba cómo los limpiaparabrisas empujaban el agua de un lado para otro. Me desabroché el cinturón de seguridad. Salí con esfuerzo del coche. Papá arrancó sin decirme ni adiós. Mientras su coche se alejaba por la calle abajo, levanté hacia el cielo el dedo corazón. Llevaba en él no uno sino dos anillos, la piedra blanca y la marrón casi tocándose. Renegué de Dios y de Moisés. Luego incliné el dedo hacia abajo y renegué de mi padre y desobedecí el cuarto mandamiento y me sentí mejor. El coche desapareció al volver una esquina mientras yo entraba corriendo en el colegio a buscar a Sunya.

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