Read Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea Online
Authors: Annabel Pitcher
La señora Farmer dijo
«Como se acercan las Navidades, vamos a empezar a trabajar en el nacimiento de Jesús»
. Todos se quejaron y yo me di cuenta de que este colegio era igual que el anterior. En Londres hacíamos lo de Jesús todos los diciembres y representábamos el Nacimiento para los padres y las madres, que debían de estar hartos de ver lo mismo una y otra vez. Hasta entonces yo había sido una oveja y la parte trasera de la mula y la estrella de Belén, pero nunca siquiera una persona. La señora Farmer dijo
«Es importante que entendáis el Verdadero Sentido de la Navidad»
y yo canturreé en bajo
«En el portal de Belén han entrado los ratones y al bueno de San José le han roído los calzones»
. Sunya ni siquiera se rió.
La señora Farmer dijo
«Vamos a escribir la historia del nacimiento del Señor desde el punto de vista del propio Jesús»
. Jesús no habría visto nada más que la tripa de la Virgen por dentro, un montón de paja y unos cuantos pelos de la nariz cuando los pastores se asomaron a su cuna. Pero entonces la señora Farmer dijo
«Este es el trabajo Más Importante de todo el año. Quiero que lo hagáis lo mejor que podáis para poder poneros una buena nota y enseñárselo a vuestras madres y vuestros padres en la Velada de los Padres»
. Escribí cuatro páginas antes de que la señora Farmer dijera
«Dejad ya el bolígrafo»
. A mamá le va a encantar, sobre todo cuando en el interior de la tripa de la Virgen se enciende la luz roja del arcángel Gabriel, que en mi historia es una mujer no vaya a ser que papá lo lea en la Velada de los Padres. Si los chicos que llevan el pelo verde le parecen gays, no sé lo que podría pensar de un hombre con alas.
Arranqué una hoja de mi cuaderno de dibujo y garrapateé una nota para Sunya. Decía
Nos vemos en el almacén a la hora del recreo
y con mis lápices especiales dibujé una cara sonriente con cuernos de demonio. Ella leyó la nota pero no hizo el menor gesto. Cuando nos dejaron salir de la clase corrí rápidamente a la conserjería pero no le puse a la señora Williams la pistola en la sien ni le dije que me diera de inmediato todas las chocolatinas ni nada. Me compré un Crunchie con mi dinero de la abuela y luego salí corriendo y me esfumé por la puerta secreta.
Boté una pelota de tenis cincuenta y una veces antes de comprender que Sunya no iba a venir. Me molestó que se empeñara en seguir enfadada así que abrí el Crunchie y estaba a punto de darle un mordisco cuando me detuve. La boca me salivaba a chorros pero volví a envolver el chocolate y me lo metí en el calcetín porque no tenía bolsillos en el pantalón. En Matemáticas le escribí a Sunya otra nota pidiéndole que nos viéramos en el almacén a la hora de comer. Esta vez puse
Por favor
y
P.D.: Tengo una sorpresa para ti
para ver si así lograba que viniera.
Me comí mis sándwiches sentado sobre una pelota de fútbol. Como no se estaba quieta resultaba difícil mantener el equilibro y se me cayó un trozo de corteza de pan al suelo. Cada vez que algo crujía, y hasta cuando no crujía nada, el corazón se me disparaba y la pierna derecha empezaba a movérseme sola y la boca se me quedaba demasiado seca para tragarme el sándwich. Mantuve los ojos clavados en la grieta de luz de la puerta. Seguía teniendo la esperanza de que se convirtiera en un cuadrado y en él apareciera Sunya, su silueta recortada contra el sol, pero el picaporte no se movió y la puerta siguió cerrada.
Cogí una raqueta de tenis y estampé una pelota contra la pared. Lo volví a hacer. Y otra vez y otra y otra. Cada vez más rápido y más fuerte. El sudor me corría por la espalda y tenía la respiración acelerada cuando noté una palmadita en la espalda y la pelota se me escapó y me dio en toda la cara. Sunya preguntó
«Estás bien»
y yo sabía que debería dolerme pero lo único que sentía era que estaba feliz de verla.
Asentí con la cabeza y me quité su anillo del dedo corazón. Se lo tendí y ella se lo quedó mirando y mirando sin decir nada durante como un millón de segundos. Así que le dije
«Póntelo tú»
y ella dijo
«O sea que eso era»
y yo dije
«Eso era qué»
y ella sacudió la cabeza y dio media vuelta para marcharse. Ya estaba en la puerta cuando le grité
«No te vayas»
y ella dijo
«Por qué no»
y yo dije
«La sorpresa»
. Me bajé el calcetín y le ofrecí el Crunchie.
Me echó exactamente la misma mirada que le había echado yo a Roger cuando me trajo el ratón muerto. Levantó la nariz, salió como una tromba del almacén y me cerró la puerta en la cara de un portazo. Las paredes retumbaron y todo se puso oscuro. Bajé la vista a mi mano. El Crunchie estaba todo aplastujado y pringoso y tenía trozos de pelusa blanca pegados en el chocolate derretido.
Miré por el almacén buscando algo que regalarle. El único regalo que me pareció interesante fue una jabalina y era demasiado grande para salir con ella sin que me pillara la señora gorda del comedor. Estar en el almacén yo solo no tenía gracia así que salí afuera a la lluvia y una cosa amarilla me llamó la atención. Tuve una idea.
Quedaban diez minutos del recreo de después de comer. Di una vuelta al patio intentando encontrar a Sunya con la nueva sorpresa escondida a la espalda. La vi con Daniel y por una décima de segundo me entraron celos pero entonces me di cuenta de que estaban discutiendo. Preferí no meterme porque no me apetecía llevarme una paliza pero oí a Daniel decir
«Virus del curry»
y
«Hueles mal»
antes de irse. Me acerqué a ella con las manos todas sudorosas y el corazón saltándome contra las costillas como el perro Sammy en la puerta de casa de Sunya. Dije
«Tachan»
y le tendí las flores que acababa de coger. Y aunque la mayor parte eran dientes de león el ramo me había quedado estupendo así que me llevé una sorpresa al ver que se echaba a llorar.
Sunya es fuerte y Sunya es la Chica M y Sunya es la luz del sol y las sonrisas y la chispa. Pero esta Sunya estaba diferente y al perro que daba saltos en mi pecho se le puso la cola para abajo de la pena.
«Qué te pasa»
le pregunté pero ella no hizo más que sacudir la cabeza. Las lágrimas le corrieron una tras otra por las mejillas y sorbió con la nariz y se mordió el labio tembloroso. Le dije
«Las quieres o qué»
y me salió demasiado alto, como si estuviera enfadado con ella o algo, cuando en realidad lo único que estaba era rabioso contra Daniel por haberla hecho llorar estropeándome mi sorpresa. Sunya me arrancó las flores de la mano y las tiró al suelo. Luego las pisoteó con todas sus fuerzas y les dio de patadas de forma que los pétalos se esparcieron por todo el patio.
«NO quiero tus estúpidas flores ni tu estúpido chocolate»
gritó, y yo me quedé sin saber qué hacer porque no se me ocurría nada más que regalarle. Así que le dije
«Bueno, y entonces qué quieres»
y ella chilló
«Que me digas QUE LO SIENTES»
.
Entonces la miré, la miré de verdad, y ella me miró a mí con una pena que era grande y profunda y verdadera. Y de golpe pasaron ante mis ojos todas las cosas malas que le había hecho y por mis oídos todas las cosas desagradables que le había dicho. Recordé que había salido corriendo cuando ella me ofreció el anillo. Recordé que le había dicho
«Déjame en paz»
a la puerta del despacho del Director. Recordé que me había largado en Halloween, que le había dicho
«Tú cállate»
cuando lo del fútbol, y que la había ignorado sin ningún motivo después de que ella me invitara a su casa. Bueno, tampoco sin ningún motivo. En aquel momento lo que yo pretendía era llegar al Cielo, pero eso tampoco era razón suficiente.
Le cogí la mano y Daniel gritó
«Spiderman Mariposo ha agarrado el Virus del Curry»
pero yo le ignoré. Dije
«Lo siento»
desde el fondo del alma y Sunya asintió con la cabeza pero no sonrió.
Le pregunté a Sunya si quería que la acompañara andando hasta su casa pero me dijo
«No gracias»
. Volvía a ser mi amiga porque me había pedido prestados mis lápices especiales para dibujar un mapa en Geografía, pero ya no era como antes. Le conté tres chistes incluido uno de los de
«Toc-toc. Quién es»
más graciosos de toda mi vida y ni siquiera se rió. Y cuando le di el anillo de Blue-Tack en Historia, se lo guardó en el estuche en lugar de ponérselo en el dedo.
Me costó siglos volver a casa. Me parecía que los pies y la mochila me pesaban más de lo normal. Cuando me faltaban dos minutos para llegar Roger salió de un brinco de un matorral así que le dije
«Lo siento»
a él también. Cazar es lo que hacen los gatos y yo no debería enfadarme con él cuando mata cosas. Me siguió a casa y nos quedamos los dos sentados en el porche mucho rato, yo con la espalda apoyada en la puerta y Roger con la espalda en el suelo y las patas naranjas por el aire. Moví un cordón de los zapatos y se puso a jugar con él y a maullar como si se le hubiera olvidado del todo nuestra discusión. Ojalá las chicas fueran tan simples como los gatos.
Cuando entré, la casa me pareció distinta. Vacía. Oscura. La lluvia corría por los cristales y los radiadores estaban congelados. En la cocina no se estaba guisando nada ni se oyó el
«Cómo te ha ido»
de papá. Aunque eso no había ocurrido más que unas pocas veces, ya había empezado a acostumbrarme, así que el silencio gris me asustó. Habría querido gritar
«Papá»
pero me dio miedo que no hubiera respuesta así que me puse a silbar y encendí las luces. Me angustié pensando que igual en la mesa de la cocina había una nota que decía
No puedo seguir con esto
. No la había, pero a papá tampoco se lo veía por ningún lado.
Fue entonces cuando me fijé en la puerta del sótano. Estaba abierta. No mucho. Sólo una rendija. Abajo estaba oscuro. Di al interruptor de la luz. No ocurrió nada. Yo seguía acordándome de Candyman así que cogí un cucharón de madera del cajón de la cocina, por si acaso. Luego me di cuenta de que un cucharón de madera no me iba a servir de gran cosa contra un garfio y fui a cambiarlo por un sacacorchos. Bajé el primer escalón. Los dedos de los pies me dolían de lo frío que estaba el cemento.
«Papá»
susurré. No hubo respuesta. Bajé el segundo escalón. Entonces vi al fondo del sótano el resplandor amarillo de una linterna. Dije otra vez
«Papá. Estás ahí abajo»
. Alguien respiraba con fuerza. Empecé a bajar despacio el pie hacia el tercer escalón pero no pude soportarlo por más tiempo y me eché a correr hacia abajo.
Nos habían robado. No había otra explicación. El suelo del sótano ni siquiera se veía de la cantidad de cosas que tenía encima. Fotos y libros y ropa y juguetes y las piernas de papá saliendo de una gran caja.
«Cómo han conseguido entrar»
le pregunté, frenándome en el último escalón porque no había más sitio donde poner los pies. No había visto ninguna ventana rota.
«Quién ha hecho esto»
. Papá seguía con medio cuerpo dentro de la caja cuando me di cuenta de lo que estaba escrito por un lado en el cartón. SAGRADO. Papá braceaba dentro de la caja y tanteando con la mano encontró algo. Lo tiró hacia atrás por encima del hombro y cayó al suelo.
«Has sido tú»
murmuré.
Papá asomó fuera de la caja. Se lo veía pálido a la luz de la linterna y tenía todo el pelo negro de punta. En la camiseta llena de manchas llevaba una chapa que decía Hoy Cumplo Siete Años.
«Lo encontré»
dijo, agitando un dibujo en el aire.
«Es magnífico, verdad»
. No era ni siquiera un dibujo, sólo cinco manchas de tinta en un papel arrugado, pero me mordí la lengua y asentí.
«Qué pequeñas son, James. Mira lo pequeñas que son»
.
Pisé un zapato con hebilla y un vestidito de flores y una vieja tarjeta de cumpleaños a la que le faltaba una chapa. Me incliné para mirar más de cerca. Las manchas de tinta se convirtieron en huellas de manos. Había dos más grandes en las que ponía Mamá y Papá, dos más pequeñas en las que ponía Jas y Rose, y una enana en la que ponía mi nombre. Estaban en un círculo alrededor de un corazón y en el corazón alguien había escrito Feliz Día del Padre. Probablemente mamá, por lo bien escrito que estaba.
Precioso, pero que se pusiera a besarlo ya era un poco demasiado. Papá le plantó un beso a la mano de Jas y luego a la mano de Rose y luego a la mano de Jas otra vez.
«Qué nombres tan bonitos»
dijo con aquella voz temblorosa que me ponía de los nervios.
«Jasmine y Rose»
. Acarició las huellas de las manos de las gemelas.
«Así es como yo las recuerdo»
. Me sentí desconcertado y dije
«Jas todavía está viva»
, pero papá no me oyó. Se tapó la cara con las manos y sus hombros empezaron a dar sacudidas. Sentí una necesidad urgente de soltar la carcajada porque papá no paraba de soltar unos hipidos altísimos y fortísimos pero me la tragué y traté de pensar en cosas tristes como la guerra y esos niños de África que tienen la tripa hinchada, a pesar de que no comen nada.
Papá estaba diciendo algo pero con tantos mocos y tantas lágrimas que las únicas palabras que logré entender fueron
«Siempre»
y
«Mis niñitas»
. Jas es mayor y guapa y rosa y con un piercing y papá se la está perdiendo por desear que se hubiera quedado en los diez años.
La abuela dice
«La gente siempre quiere lo que no puede tener»
y yo creo que es verdad. Papá quiere que Rose esté viva y que Jas tenga diez años, pero lo que tiene es a mí. Yo tengo la edad que él quiere pero soy chico, Jas es chica pero no tiene la edad que él quiere, Rose es chica y tiene la edad que él quiere. Pero está muerta.
«Hay gente que nunca está satisfecha»
suele decir también la abuela.
Jas no llegó a casa hasta las once así que tuve que hacer yo todo lo que normalmente hace ella. Limpié el retrete cuando papá se puso malo y lo llevé a acostarse. Cuando vi que se metía en la cama con la felicitación del Día del Padre se me retorcieron las tripas. Se quedó dormido enseguida. La cara entera le vibraba al roncar y le llevé un vaso de agua para luego. Me quedé mirándolo durante cosa de un minuto y luego me fui a mi cuarto y me senté en el alféizar con la información sobre el Mayor Concurso de Talentos de Gran Bretaña. Roger ronroneaba tan fuerte que le notaba la garganta calentita zumbando en mis pies.
En lo alto de la carta ponía
Ven a Mánchester a cambiar tu vida
y me imaginé a Jas y a mí entrando en el teatro y subiendo al escenario y cantando para el jurado delante de montones de cámaras de televisión. Me imaginé que la cara de mamá estaba entre el público y que a su lado estaba sentado papá y que se agarraban de la mano de lo orgullosos que estaban de nosotros. Se olvidaban de todas sus peleas y se olvidaban de todo lo de Rose y ya no importaba lo más mínimo que Jas hubiera crecido y hubiera cambiado. Después del concurso, mamá telefoneaba a Nigel y le decía
«Te dejo»
. Le decía hasta que era un cerdo y todos nos reíamos y nos metíamos en el mismo coche y volvíamos todos a la misma casa. Papá tiraba todo el alcohol que tenía a la basura. Mamá me decía
«Te queda estupenda tu camiseta»
y yo por fin podía quitármela y ponerme un pijama. Luego me metía en la cama y mamá me arropaba bien con las mantas como solía hacer antes de largarse con el tipo del grupo de apoyo hace ciento sesenta y ocho días.