Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (15 page)

La señora Farmer entró en la clase con un traje negro que le estaba pequeño. Le colgaba la tripa por encima del borde de los pantalones y la tenía blanca y fofa como la masa de pan. Dijo
«Buenos días queridos»
y sonaba diferente, demasiado suave y demasiado cariñosa. Dijo
«Vamos a despertar esas mentes»
y tuvimos que ponernos de pie y hacer con los brazos esos movimientos extraños que hacen trabajar a más no poder distintas partes de nuestro cerebro. Ya me estaba preguntando si a la señora Farmer se le habría aflojado un tornillo cuando entró en la clase un hombre con un portapapeles. La señora Farmer dijo
«Este es el señor Price, de la Ofsted»
.

En la pizarra la señora Farmer escribió una cosa llamada Objetivo del Aprendizaje y se puso dale que te pego sobre nuestras metas para esa mañana. Por las miradas que le echaba todo el tiempo al señor Price saltaba a la vista que estaba tratando de impresionarle, pero él no sonrió. Tenía los dedos largos y la barbilla larga y la nariz larga con unas gafas justo en la punta. Estábamos otra vez con lo de Jesús y teníamos que ponernos por parejas para hacer un nacimiento de barro. Uno hacía a la gente y el pesebre y el otro hacía el establo y los animales.

Sunya hizo las vacas y las ovejas y un animal muy gordo que podría haber sido un cerdo si no fuera porque tenía un cuerno. Pasó la señora Farmer y se acercó para verlo mejor y susurró
«Pero qué es eso»
y Sunya dijo
«Un rinoceronte»
. La señora Farmer echó una ojeada por encima del hombro para comprobar que el señor Price no la estaba mirando y luego aplastó con el puño el animal de barro. El rinoceronte se despachurró contra la mesa y los ojos de Sunya centellearon peligrosamente.
«Nuestro Señor Jesucristo no nació en un zoo»
siseó la señora Farmer y Sunya dijo
«Y usted cómo lo sabe»
. El Inspector de la Ofsted se acercó a nuestra mesa y preguntó
«Qué estáis modelando»
. Sunya abrió la boca pero la señora Farmer gritó
«Ovejas»
antes de que hubiera tenido ocasión de responder.
«Estás haciendo ovejas, verdad que sí querida»
. Sunya no dijo nada, pero con un rollito de barro hizo una salchicha puntiaguda igualita que un cuerno.

La señora Farmer se alejó y se paseó entre las parejas preguntando
«Qué tal os está saliendo»
y se hacía raro porque normalmente se queda sentada en su sitio tomando café. El señor Price habló con Daniel y Ryan que estaban haciendo un establo perfecto con animales perfectos y un Niño Jesús perfecto. Daniel no paró de decir lo buena profesora que era la señora Farmer, y la señora Farmer hacía como que no lo oía pero del gusto le salieron dos círculos rosas en las mejillas. Daniel levantó la vista hacia el mural como si supiera que su post-it iba a estar muy pronto en la nube número dos. Sunya se puso a enrollar el barro con todas sus ganas. Hizo cinco cuernos más.

Hacia el final de la clase, la señora Farmer se quitó la chaqueta. Tenía manchas de sudor debajo de los brazos. Dijo
«Excelente trabajo queridos. Poned por favor los nacimientos en mi mesa y yo os los coceré en el horno a la hora del recreo»
. El señor Price dijo
«Me gustaría volver luego para verlos terminados»
y la señora Farmer pestañeó pero dijo
«Será un placer»
. El inspector salió de la clase y la señora Farmer se dejó caer en su silla y dijo
«Recoged este desastre»
, otra vez con su voz normal.

Sunya llevó nuestro nacimiento a la mesa de la profesora y se puso a estirar el cuello para ver los trabajos de los otros niños. Se pasó allí horas dejándome a mí toda la limpieza y me habría enfadado si no llega a ser porque me estaba esforzando al máximo en ser amable. Cuando la clase estuvo limpia nos dejaron salir fuera, pero Sunya desapareció en los lavabos de chicas y no volvió a salir hasta que la señora gorda del comedor tocó el silbato.

Mientras el Niño Jesús se doraba en el horno, tuvimos Lengua y Literatura. A la señora Farmer se le iban todo el rato los ojos hacia la puerta como si esperara ver entrar al Inspector en cualquier momento. Escribimos poemas llamados Mis Navidades Mágicas en los que teníamos que hablar de todas las cosas maravillosas que pensábamos que nos iban a suceder. A mí no se me ocurría ni una sola. En mi familia las Navidades siempre son tristes. El año pasado, papá colgó un calcetín al lado de la urna y se puso a darle gritos a mamá cuando vio que no lo había llenado de regalos. Y este año va a ser peor que nunca porque no está aquí mamá para hacer la cena de Navidad, que es lo mejor de las vacaciones, aunque haya que comer coles de Bruselas.

La señora Farmer dijo
«Espabila, James»
así que empecé a escribir a toda prisa. Me imaginé las mejores Navidades del mundo y fue sobre eso sobre lo que escribí. Hablé del aroma del pavo caliente y del sonido de las campanas de la iglesia. Escribí sobre las sonrisas paralelas de las preciosas gemelas. No se me ocurría nada que rimara con Papá Noel aparte de té con miel, que en el segundo verso había dicho que no es mi bebida preferida. Pero como el poema entero es una mentira enorme, tampoco creo que eso importe.

A Sunya por una vez le estaba costando y no había escrito más que cuatro líneas. Le susurré
«Qué te pasa»
y dijo
«Es que yo no celebro la Navidad»
. A eso no supe qué decir. No me puedo imaginar un invierno sin Navidad como no sea en la película de
Narnia
cuando la Bruja Blanca hace que Papá Noel no pueda llevarles los regalos a los castores parlantes. Sunya dijo
«Me gustaría ser normal»
y en ese momento el señor Price entró en la clase.

El barro ya estaba cocido así que la señora Farmer lo sacó del horno. Dijo
«Cuidado, que están calientes»
mientras nosotros nos apelotonábamos a su alrededor. El señor Price asomó la nariz por encima de su portapapeles. Nuestro nacimiento había quedado bastante bien. La Virgen era más grande que San José, y al Niño Jesús se le habían caído la pierna derecha y los brazos de forma que parecía un renacuajo, pero aparte de eso estaba perfecto. Ninguno de los animales tenía cuernos y ya me estaba yo preguntando qué habría hecho Sunya con sus salchichas puntiagudas cuando el señor Price pegó un respingo. Seguí su mirada y vi el nacimiento de Daniel. En él, todos los animales tenían algo en mitad de la frente. Y no sólo los animales: la Virgen, San José y hasta el propio Niño Jesús tenían una salchicha pegada en el entrecejo. Miré a Sunya. Ponía cara de inocente pero los ojos le ardían como el carbón. Las salchichas no parecían cuernos. Parecían pequeñas pililas. Me tapé la boca con la mano para no reírme. No me atreví a mirar a Daniel por si le daba por echarme a mí la culpa, pero pensé
«Quién es ahora el gilipollas»
.

El señor Price salió de la clase con la cara toda congestionada y el bolígrafo agitándose entre sus largos dedos mientras escribía algo malo en su portapapeles. A Daniel no le pasó nada. La señora Farmer no tenía pruebas de que hubiera sido él. Pero eso daba igual. Nosotros nos habíamos vengado. La clase entera se tuvo que quedar castigada a la hora de comer porque nadie tenía intención de confesar que había Vejado al Hijo de Dios, signifique eso lo que signifique. Todo el mundo estaba furioso porque habían empezado a caer del cielo copos blancos y las otras clases estaban en el patio haciendo peleas de bolas de nieve. Pero a mí no me importó porque así pude pasar la hora de la comida con Sunya en lugar de estar esperando a que saliera de los lavabos de chicas.

Hasta que dejó de comer, a Jas le encantaban las bratwurst con puré de patata. Cortaba en trocitos las bratwurst y las escondía en el puré de patata. A la salida del colegio fue en eso en lo que pensé, en parte porque estaba muerto de hambre y en parte porque el mundo parecía un enorme plato de bratwurst con puré de patata de aquellos de Jas, con todo escondido bajo los montones de nieve blanca.

Sunya no se quedó esperando cuando la señora Farmer nos dijo a toda la clase que nos quitáramos de su vista. Salió corriendo del colegio y se fue andando por la calle a todo lo que daba. Yo me resbalé mientras intentaba alcanzarla. Cuando me oyó gritar su nombre, se paró y se dio la vuelta. Se le veía la cara muy morena bajo los copos de nieve y estaba tan guapa que me olvidé de lo que iba a decir.
«Qué quieres, Jamie»
. No parecía enfadada, sólo cansada y harta. Puede que incluso aburrida, y eso habría sido peor que ninguna otra cosa. Me quedé todo helado y no era por la nieve. Me habría gustado decir algo gracioso de verdad para que le brillaran los ojos, pero se me quedó la mente en blanco y lo único que hice fue quedarme mirándola y mirándola hasta que la nieve se arremolinó a nuestro alrededor. Al cabo de una larga pausa, dije
«A cuánta gente has salvado hoy, Chica M»
y ella torció el gesto. Dije
«Yo he salvado a mil cuatro pero ha sido un día tranquilo»
y ella se cruzó de brazos y suspiró impaciente. El hiyab se le había puesto de lunares con los copos de nieve y le ondeaba al viento. Parecía enfadada así que le dije
«Gracias»
y ella dijo
«Por qué»
. Di un paso hacia ella.
«Por hacer quedar a Daniel como un gilipollas, por devolvérsela»
y para mí mismo añadí
«Por todo»
. Sunya se encogió de hombros.
«No lo he hecho por ti. Lo he hecho por mí»
. Luego se dio media vuelta y se marchó, dejando con los pies huellas profundas en la nieve.

Capítulo 15

Llevo toda la semana diciéndole a papá que mañana tiene que estar en el colegio a las tres y cuarto. Espero que no beba. No quiero que nos haga pasar vergüenza a mamá y a mí. Mamá no ha respondido a mi carta, pero yo sé que va a venir. Creo que va a venir. De verdad lo espero. Ayer me estuve una hora y media con los dedos cruzados, sólo para estar seguro. Jas dijo
«No pongas demasiadas esperanzas»
pero yo dije
«Mamá no se perdería la Velada de los Padres»
. En la redacción que escribí desde el punto de vista del Niño Jesús me han puesto una A con lo cual ahora mi ángel está en la séptima nube. Estoy deseando que la lea mamá.

Hace un rato, cuando he llegado a casa del colegio, la luz del contestador automático estaba parpadeando. Pensé que igual era mamá que había dejado un mensaje sobre lo de mañana así que me obligué a mí mismo a esperar un momento antes de escucharlo. Papá estaba dormido en el sofá con la urna en un cojín y la felicitación del Día del Padre prendida bajo la papada, aleteando cada vez que resoplaba. Cerré la puerta y le di su comida a Roger y me lavé los dientes y me eché agua en la cara y me peiné el pelo con los dedos. Llevaba meses sin oír la voz de mamá y quería estar bien presentable. La camiseta de Spiderman está toda arrugada y mugrienta así que me la restregué con una toalla y me la rocié de desodorante.

Cuando estuve preparado, arrastré una silla hasta el teléfono y me senté, nervioso. La luz roja del contestador automático se reflejaba palpitando en mi mano. Estiré el dedo. Lo dejé suspendido encima del botón de play. Me moría por oír la voz de mamá, pero de pronto también me entró un miedo terrible. Puede que hubiera llamado para decir que no venía. Empecé a contar hasta treinta pero mi dedo apretó el botón antes de que hubiera llegado ni siquiera a diecisiete.

Una voz de mujer.
«Ah, hola»
ha dicho, sorprendida de estar hablando con un contestador automático. No parecía mamá pero ya se sabe que a la gente le cambia la voz por teléfono. He cruzado los dedos.

«Señor y señora Matthews, soy la señorita Lewis, la tutora de Jasmine durante este curso. No es que haya pasado nada grave, pero Jasmine lleva desde el viernes pasado sin venir al colegio. Sólo quería asegurarme de que está en casa con ustedes. Hemos supuesto que no se encuentra bien y que por eso no la hemos visto por aquí estos días. Les agradecería que me llamaran por teléfono esta tarde para que podamos saber dónde está y cómo se encuentra. Si está enferma, espero que se recupere enseguida para que pueda volver muy pronto al colegio. Muchas gracias».

Lo primero que pensé fue
«No es mamá no es mamá no es mamá»
y no lograba concentrarme de verdad en lo que la señorita Lewis estaba diciendo. Así que volví a darle al botón y lo escuché otra vez, quedándome más boquiabierto a cada frase. Jas no estaba enferma. Había salido hacia el colegio esa mañana con su uniforme.

Me quedé allí sentado en silencio, demasiado alucinado para moverme. Roger se me subió al regazo. Su cola se retorcía en el aire como una de esas serpientes encantadas que se ven en países polvorientos como África y en la peli de
Aladdin
. Yo no sabía qué hacer. Saltarse el colegio es cosa grave.

«Dónde has estado»
pregunté cuando Jas apretó el picaporte y entró en el recibidor. Me miró como si yo fuera tonto y dijo
«En el cole»
. Su mentira me dio en toda la cara y las mejillas se me pusieron como el contestador automático, de un rojo palpitante palpitante palpitante. Le dije
«Di la verdad»
y ella dijo
«No seas tan cotilla»
con ese tono sarcástico que pone.
«La señorita Lewis ha dejado un mensaje»
y los ojos de Jas volaron al teléfono y su mano voló a su boca. Dijo
«Y papá lo ha…»
y yo dije
«No»
y ella dijo
«Se lo vas a…»
y yo dije
«Por supuesto que no se lo voy a contar»
.

Ella asintió y se hizo un té y me preguntó si yo quería una granadina caliente, que es más o menos mi bebida preferida aunque no sea lo que mejor rima con palabras de Navidad. Le dije
«Sí»
pero no
«Por favor»
. Todavía estaba enfadado con ella por haberme mentido y por meterse en aventuras que no me incluían. Ella se sentó a la mesa de la cocina y dijo
«Lo siento»
y yo dije
«Mmm vale»
, pero en realidad no valía y me molestó ver que ponía cara de alivio, como si con sólo una palabra de nada se pudiera borrar todo. Y pensé en Sunya y por primera vez entendí por qué no quería ponerse el anillo de Blue-Tack. No me había perdonado porque yo sólo le había pedido perdón una vez y eso no era suficiente.

Me dieron ganas de salir de aquella cocina y correr por toda la calle y subir la colina hasta casa de Sunya. Habría querido plantarme ante su ventana y gritar
«Lo siento lo siento lo siento»
hasta que ella me mirara con los ojos brillantes y dijera
«Vale»
pero lo dijera de verdad. Pero como no podía, no lo hice, y me quedé ahí sentado a la mesa esperando a que Jas empezara a hablar.

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