Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (18 page)

Faltan dos días para Nochebuena. Yo creo que el cartero no pasa el 24 de diciembre ni el 25 de diciembre ni el 26 de diciembre y esta mañana no había nada en el buzón aparte de una de esas tristes cartas de alguna organización benéfica que te piden que pienses en toda la gente que se está muriendo de hambre en África mientras te estás comiendo el pavo. Intentaré acordarme de ellos mientras me como mi cena de Nochebuena, que va a ser sándwiches de pollo porque la va a hacer Jas. No creo que a los de la organización benéfica les importe lo que coma mientras
Dedique Un Pensamiento A Aquellos Que Se Están Muriendo De Hambre
cuando esté a la mesa.

Si es verdad que el cartero no pasa en Navidad entonces sólo queda mañana para que llegue un regalo de mamá. Estoy intentando emocionarme. No paro de imaginarme un paquete de los gordos en la alfombrilla de la puerta principal, pero cada vez que pienso en la tarjeta con un Feliz Navidad Hijo en grandes letras azules, se me enciende ese raro presentimiento de algo que me asusta. Ahora nunca se me va del todo.

Le pregunté a la señora Farmer con cuánto tiempo tendría que avisar ella al Director si necesitase un día libre. Daba la impresión de que le disgustaba tener que hablar conmigo y no paró de echar miradas al mural que había en la pared de detrás de su mesa como si todos los salpicones de café que tenían los ángeles fueran culpa mía. Al final dijo
«Si fuera por algo lo suficientemente importante, me permitirían ausentarme inmediatamente. Y ahora sal a jugar y deja ya de hacer preguntas tontas»
.

«Si fuera por algo lo suficientemente importante»
. No lograba quitarme esas palabras de la cabeza. Pasaban zumbando por mi cerebro y me mareaban. Luego tuvimos que escribir una redacción y no toqué el papel con el bolígrafo y en Matemáticas me inventé los números y en Dibujo las ovejas me salieron más grandes que los pastores porque no me concentraba. Parecía que un rebaño de ovejas asesinas estaba a punto de cargarse a pisotones el pesebre.

En la obra del colegio sorpresa sorpresa representábamos el Nacimiento y yo era una persona por primera vez en mi vida. Me dieron el papel del hombre que decía
«No hay sitio en la posada»
pero no vino nadie a verme así que dio igual. Jas no consiguió volver a tiempo del instituto y papá no ha vuelto a salir de la cama desde la Velada de los Padres. A Sunya al principio le habían dado el papel de la Virgen pero no paraba de quejarse y de agarrarse la tripa como si estuviera dando a luz por el camino hacia la posada. En el último ensayo, la señora Farmer la agarró y la levantó de la silla en mitad del escenario y la hizo ponerse a cuatro patas y le dijo que era el buey y que se quedara por el fondo del establo.

El ultimísimo día yo me moría por hablar con Sunya, pero no se me ocurría cómo empezar. Cuando no me estaba mirando, tiré el lápiz debajo de su silla y estaba a punto de pedirle que me lo cogiera cuando la señora Farmer me echó de clase por lanzar objetos puntiagudos. Dijo
«Le podías haber sacado un ojo a alguien»
, cosa que no era verdad. El lápiz no tenía punta y además lo tiré tan por lo bajo que no le había pasado cerca de los ojos a nadie, a menos que hubiera algún enano invisible por la zona. Cuando me dejó volver a entrar en clase, el lápiz seguía a los pies de Sunya, pero no me atreví a pedírselo porque la señora Farmer había dejado bien claro que lo había tirado ahí aposta. Tuve que hacer el gráfico con el boli y me salió todo mal y no pude borrarlo así que me pondrán una mala nota. Pero da igual. Ya no me interesan las Aes. Jas tenía razón en lo del colegio. En realidad no es tan importante.

Cuando llegó el momento de irse, la señora Farmer dijo
«Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. Las clases vuelven a empezar el 7 de enero así que hasta entonces»
. Se me estaba acabando el tiempo de volver a hacerme amigo de Sunya así que cuando todos se fueron me quedé en la clase mirándola recoger sus cosas. Se pasó siglos poniendo sus libros en un montón ordenado y comprobando que todos los rotuladores tenían su tapa y que estaban en el paquete por el orden del arco iris. Me dio la impresión de que estaba esperando a que yo hablara pero no paraba de canturrear a todo volumen y la abuela siempre dice
«Es de mala educación interrumpir»
. Cinco mechones de pelo le colgaban sobre la cara y no paraba de apartárselos de los ojos. Por la cabeza me revoloteaban palabras como
«Perfecto»
y
«Luminoso»
y
«Bonito»
pero antes de que pudiera decir nada, Sunya salió. Se fue a coger su abrigo y yo la seguí y ella se echó a correr por el pasillo y yo la seguí y salió como una tromba por la puerta al camino pero se paró cuando me oyó gritar
«EPA»
.

No era la mejor palabra que podía haber dicho pero captó su atención. Se dio la vuelta. Casi todo el mundo se había ido y ya estaba oscuro pero el hiyab de Sunya resplandecía como el fuego a la luz naranja de las farolas. Quería decirle
«Feliz Navidad»
pero Sunya no la celebra así que en lugar de eso le dije
«Feliz Invierno»
. Puso un poco de cara de asombro y me entró el pánico por si tampoco celebraba las estaciones. Empezó a andar hacia atrás y se fue alejando y alejando, y como no me apetecía que desapareciera en la noche le grité lo primero que me vino a la cabeza.
«FELIZ RAMADAN»
.

Sunya se quedó quieta. Corrí hacia ella tendiéndole la mano y lo volví a decir.
«Feliz Ramadán»
. Las palabras salían calientes al aire helado y se vaporizaban sílaba a sílaba. Sunya se quedó mirándome mucho rato y yo sonreí esperanzado hasta que dijo
«El Ramadán fue en septiembre»
. Tuve miedo de haberla ofendido pero entonces sus ojos empezaron a echar chispas y la peca que tenía en el labio se estiró como si estuviera a punto de sonreír. Las pulseras tintinearon. Levantó el brazo. A mí me temblaban los dedos cuando su mano se acercó a la mía. Estaban a veinte centímetros de distancia. A diez centímetros. A cinco centí…

Se oyó un claxon y Sunya dio un brinco y musitó
«Mi madre»
. Corrió por el camino cubierto de gravilla y se metió en el coche. La puerta se cerró de un golpe. El coche se puso en marcha. Dos ojos brillantes me contemplaron a través del parabrisas. Todavía me temblaban los dedos cuando el coche desapareció en la carretera oscura.

Jas me compró un montón de regalos pequeños de Navidad, una regla y una goma del Man.Utd. y un desodorante nuevo porque se me había terminado. Los envolvió todos y los metió en uno de mis calcetines de fútbol de modo que parecía un calcetín de Navidad. Yo le hice a ella un marco de cartón y puse dentro la única foto que encontré en la que estamos ella y yo. Sin mamá. Sin papá. Sin Rose. Sólo Jas y yo y nos puse alrededor flores rosas porque ella es una chica y es su color preferido. Y le conseguí una caja de sus bombones preferidos para que comiera algo porque está demasiado delgada.

Hicimos sándwiches de pollo relleno y patatas fritas de microondas y nos lo comimos viendo
Spiderman
. No me pareció tan buena como la recordaba de mi cumpleaños pero aun así me gustó, sobre todo cuando Spiderman le da una paliza al Duende Verde. Roger le dio algunos mordiscos a mi sándwich pero Jas no tocó el suyo.
«Estoy dejando hueco para los bombones»
dijo, y al cabo de un rato se comió tres, y eso me hizo sentirme bien. No paraba de echar miradas por la ventana con ojos tristes, pero cada vez que yo la pillaba, ponía una gran sonrisa.

Mamá no nos mandó ningún regalo y papá no tiene ni idea del día que es porque no hace más que estar tumbado en la cama bebiendo y roncando y bebiendo y roncando así que tampoco nos regaló nada. Lo único que hizo en todas las Navidades fue ponerse a dar golpes en el suelo de su cuarto y gritar
«Parad ya ese escándalo»
cuando estábamos cantando villancicos a grito pelado.

A las nueve en punto se oyeron unos golpecitos en el cristal y Jas me miró y yo la miré y nos arrastramos los dos hasta la cortina. Por una décima de segundo creí que podía ser mamá la que había llamado al cristal y me enfadé con mi corazón por acelerarse cuando yo sabía que no iba a ser ella. Apartamos de en medio la cortina y el aliento de Jas me hacía cosquillas en la oreja. No se veía nada, sólo la nieve del jardín de delante, pero cuando se me acostumbraron los ojos a la oscuridad vi que había unas palabras escritas por todo lo blanco.
Te Quiero
. Jas soltó un chillido como si fuera para ella y yo me sentí decepcionado porque eso significaba que no era para mí.

Se puso las botas de agua de papá y salió de puntillas y estaba muy graciosa con su pelo rosa y la bata verde, tropezándose por la nieve. Pegué la cara a la ventana y contemplé cómo encontraba la tarjeta que Leo le había dejado en el jardín. Vi cómo le brillaban los ojos y se le encendía la sonrisa y el corazón le crecía en el pecho como un bizcocho en el horno oxidado que usamos en el colegio para cocinar. Besó la tarjeta como si fuera la mejor cosa del mundo y eso me hizo pensar.

Tardé dos horas en hacer una tarjeta. Con mis lápices especiales dibujé montones de copos de nieve y un muñeco de nieve que se parecía a mí y otro muñeco de nieve que se parecía a ella y lo cubrí todo de purpurina. Roger estaba sentado a mi lado mientras yo trabajaba en el suelo de mi cuarto y como no paraba de meterse en medio ahora tiene destellos plateados en la cola. Resultaba más fácil escribir en la tarjeta que hablar cara a cara con Sunya, así que le puse todas las cosas que habría querido decirle desde el principio del todo. Cosas como
Gracias por ser mi amiga
y
Me gusta mirarte la peca
y
Mi padre es un bestia pero yo no soy como él así que por favor ponte el anillo de Blue-Tack
. Le conté lo de la audición y que en cuanto mamá volviera a casa y metiera a papá en vereda todo iba a ser perfecto y que podríamos ser amigos a partir del 5 de enero. Aunque me estaba quedando sin espacio, la invité a venir al Teatro Palace de Mánchester a ver el concurso de talentos y le dije que se iba a quedar con la boca abierta cuando oyera cantar a Jas y viera mi coreografía. Firmé la carta por el único superhéroe de quien ella no había recibido ninguna en el cole. Spiderman.

Tuve que esperar a que Jas se fuera a dormir para poder salir a escondidas a echarla en el buzón. La primera vez que entré sin hacer ruido en su cuarto para ver si tenía los ojos cerrados estaba hablando en susurros por su teléfono móvil y me dijo
«Largo de aquí, enano cotilla»
. Pero la segunda vez que fui a mirar estaba dormida como un tronco con la mano colgando de la cama y la boca abierta y el pelo rosa todo revuelto sobre la almohada. Las campanillas tintinearon cuando volví a cerrar con cuidado la puerta.

Eran las once en punto cuando me puse mis botas de agua. Roger me restregó el pelo naranja por la goma roja como si supiera que estábamos a punto de correr una aventura. Me pareció que tenía los ojos verdes más grandes de lo normal cuando íbamos de puntillas hacia la puerta de la calle.
«Chissst»
le dije, porque se puso a ronronear. En el silencio de la casa sonaba como el motor de un tractor. La puerta chirrió al abrirla y la nieve hacía ruido al aplastarla con los pies pero nadie lo oyó y salí andando por el camino sin que nadie me viera.

Me parecía que estaba haciendo una cosa tan mala al salir así en Nochebuena que todo el rato esperaba que empezaran a sonar sirenas de la policía y empezaran a encenderse luces intermitentes azules y alguien gritara
«Estás detenido»
. Pero no ocurrió nada. Todo estaba en silencio. Lo único que vi fue la luna reflejándose en los picos helados de las negras montañas. Yo era libre.

Sentí que la cabeza me daba vueltas y me eché a reír y Roger me miró como pensando que me había vuelto majareta. Me sentía como si no existiera nadie en el mundo más que yo y mi gato y pudiéramos hacer cualquier cosa que se nos ocurriera, lo que fuera. Me puse allí mismo a bailar y a mover los brazos por el aire y a menear el pandero y nadie me vio. Me puse a dar vueltas, cada vez más rápido, y la nieve pasaba zumbando como una nebulosa blanca ante mis ojos. Me subí de un salto a un muro y lo fui recorriendo con la sonrisa más grande que se me ha puesto desde que metí el gol de la victoria. La tarjeta aleteó al viento y me imaginé a Sunya leyéndola, puede que hasta besando la parte donde yo había escrito Spiderman.

Eso hizo que me sintiera capaz de volar así que salté del muro agitando los brazos y durante una décima de segundo me quedé de verdad flotando por encima de la nieve antes de caer sobre un pie. La sangre me burbujeaba como una Coca-Cola en una fiesta y sentía un hormigueo por todo el cuerpo y tenía más energía que en toda mi vida junta. Roger dijo
«Miau»
y yo dije
«Ya sé a qué te refieres»
y le dije que se volviera a casa a esperarme. Le di un beso en la nariz mojada y sus bigotes me hicieron cosquillas en los labios. Luego salí corriendo a toda velocidad con el viento frío cortándome las mejillas.

Mis manos se estamparon contra el portón de Sunya. Estaba jadeando y tenía el pulso acelerado y me dolían los pies y me chorreaba el sudor. Aquello era la cosa más valiente que había hecho jamás en mi vida y sonreí mientras abría el portón y corría por el camino de la casa de Sunya. Al saltar la tapia, volé un instante antes de aterrizar en el jardín de atrás. Yo era un pájaro y Wayne Rooney y Spiderman, todos a la vez, y no le tenía miedo a nada, ni siquiera a Sammy el perro que se había puesto a gruñir en la cocina.

Dejé la tarjeta sobre el césped y agarré una china. La tiré a la ventana de Sunya pero dio en la pared dos metros más abajo. Cogí otra. Esa pasó volando por encima del tejado. En los libros siempre lo ponen como si estuviera chupado darle al cristal, pero me costó once intentos. Cuando la piedra dio en la ventana, salí corriendo y me escondí detrás de un arbusto porque quería ver a Sunya encontrar la tarjeta. Conté hasta cien. No ocurrió nada. El perro Sammy se estaba poniendo como loco, ladrando y arañando y gruñendo, pero a mí me daba igual. Encontré una piedra más grande y esta vez me salió perfecto y dio bien fuerte contra el cristal.

Me volví a todo correr al arbusto, haciéndome un corte en el moflete con una rama, pero no me escoció ni un poquito. Esta vez sólo llegué a contar hasta trece. Se abrió una cortina y en la ventana apareció una cara morena. Se encendió una luz.

La cara morena era de un hombre. El padre de Sunya le dijo algo por encima del hombro a alguien que yo no podía ver. Se quedó mirando el jardín y los árboles y el césped, y Sammy gruñía y yo tuve miedo de que lo dejaran salir y me encontrara en el arbusto.

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