Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (21 page)

«Pues no»
dijo Jas y yo me paré y giré en redondo y los miembros del jurado levantaron las cejas.
«Que no qué»
dijo el hombre. Con voz alta y clara Jas replicó
«No me verán en la próxima ronda»
. El público dio un respingo. El hombre parecía estupefacto.
«No digas tonterías»
dijo.
«Es la oportunidad de tu vida. Este concurso te puede cambiar la vida»
. Jas me agarró la mano y me la apretó.
«Y qué pasa si no queremos que nos la cambien»
dijo y entonces miró no al jurado, sino al público. Levantó la voz y me di cuenta de para quién estaba hablando.
«No pienso cantar sin Jamie. No pienso abandonar a mi hermano. Las familias tienen que mantenerse juntas»
.

Salimos del escenario entre el sonido de unos aplausos que duraron horas. La chica del portapapeles sacudió la cabeza pero todos los demás artistas nos rodearon. Dijeron
«Ha sido impresionante»
y
«Enhorabuena»
y, aunque era sobre todo por Jas, me pareció que una mínima parte era por mí y me sentí bien. Me acerqué a nuestros admiradores y les di la mano uno por uno como Leo o como Wayne Rooney y tuve la sensación de que la camiseta me quedaba perfecta y de que yo ya era mayor. Puede que al final sí fuera distinto haber cumplido ya una década. Luego nos sentamos y esperamos a que acabara el espectáculo y no hablamos porque nuestra felicidad era demasiado grande para las palabras.

«Vamos a buscar a Leo»
dijo Jas una hora más tarde cuando la última actuación, un hombre que cantaba ópera haciendo el pino con la cabeza, hubo terminado. Salimos de la sala de espera. Fuera estaba oscuro y seguía cayendo nieve. Nos dirigimos a la entrada principal y tenía en el techo grandes lámparas de cristal de esas pijas que parecían pendientes gigantescos. La alfombra era roja y los pasamanos eran dorados y el teatro entero olía a dulces y a éxito. Yo estaba buscando a Sunya y buscando a papá y buscando buscando buscando a mamá, con una sonrisa del tamaño de una medialuna en la cara.

Nos abrimos camino a empujones entre la multitud y todo el mundo nos miraba y asentía con la cabeza y sonreía porque nos habían reconocido del concurso. Un hombre levantó la mano para hacerme un choca esos cinco pero yo no le acerté. Una anciana graznó
«Me habéis hecho llorar»
y yo dije
«Cállese»
pero Jas dijo
«Gracias»
así que debía ser una alabanza, aunque había sonado fatal. Jas buscaba pinchos verdes y yo chispas marrones y estirábamos el cuello y clavábamos los ojos y andábamos a zancadas volviendo la cabeza hacia los lados y entonces nos PARAMOS. Los vimos los dos exactamente en el mismo instante. A veinte metros de nosotros. Dos caras, cada una mirando hacia un lado. En silencio. Como desconocidos. No Leo. Ni Sunya. Papá y mamá.

«¡Mamá!»

Grité todo lo fuerte que pude pero ella no me oyó.

«¡¡Mamá!!»

Había demasiada gente apelotonándose a la puerta del teatro. Un hombre disfrazado de payaso me empujó a un lado.
«Has estado maravilloso»
chillaba su mujer, besándole la nariz roja y brillante. Me puse de puntillas intentando ver a mamá por encima de sus cabezas.

Botas negras.

Vaqueros.

Abrigo verde.

Y manos.

De color rosa, vivas, manos de verdad que agarraban con fuerza un bolso negro, jugueteando con la cremallera plateada. Manos que habían hecho cenas y despejado dolores de cabeza y me habían metido jerseys por la cabeza en los días fríos. Manos que me habían arropado en la cama. Manos que me habían enseñado a dibujar.

«Por todos los santos»
dijo Jas.
«Ha venido de verdad»
. Nos quedamos allí parados mirándola, con el teatro resonando a nuestro alrededor.

Mamá estaba morena. Tenía alrededor de los ojos un montón de arrugas que yo no le había visto antes. Y se había cortado el pelo corto. Lo tenía un poco gris por los lados y con reflejos rubios por arriba. Estaba distinta. Pero estaba allí. Me alisé hacia abajo la camiseta y me coloqué el cuello y me puse bien las mangas, sin quitarle en ningún momento a mamá la vista de encima no fuera a ser que desapareciera.

De pronto nos vio. Jas soltó un taco. Yo agité la mano y mamá se puso roja y levantó el brazo pero no movió la mano. La volvió a dejar caer. Le dijo algo a papá y él ni la miró.
«Allá vamos»
susurró Jas rodeándome con el brazo. Sentí cómo le subían y le bajaban las costillas mientras nos abríamos paso entre la multitud.

El tiempo se volvió demasiado lento y demasiado rápido, las dos cosas a la vez, y allí estábamos ya delante de mamá y en el espacio que nos separaba había tal cantidad de sentimientos explotando que el aire crujía como el arroz hinchado de los Krispies. Esperé a que me diera un abrazo, o un beso en la cabeza, o que se fijara en mi camiseta de Spiderman, pero lo único que hizo fue sonreír y luego clavó la vista en el suelo.

«Hola»
dije.
«Hola»
respondió mamá.
«Hola»
murmuró Jas. Me eché hacia delante y abrí los brazos. Mamá no se movió. Yo ya había ido demasiado lejos para dar marcha atrás en lo del abrazo. Tenía que seguir adelante con él. Avancé hacia mamá y la rodeé con mis brazos, asombrado de ver que le llegaba casi al hombro cuando antes era como un palmo más bajo.
«Ha encogido»
pensé, lo cual era absurdo, pero así fue como lo sentí. El contacto entre nosotros duró menos de dos segundos. Yo quería que el abrazo fuera perfecto, pero resultó frío y duro y me hizo pensar en piezas de puzzle que no encajan, por muy fuerte que las aprietes.

«Vuestra canción ha sido estupenda»
dijo mamá cuando se soltó. Sus palabras sonaron vacías, como si estuvieran escritas con un lápiz muy fino en un papel grande y hubiera demasiado espacio entre letra y letra.
«Qué talento tienes»
. Yo dije
«Gracias»
mientras mamá añadía
«Vaya voz»
. Le estaba hablando a Jas, no a mí, y me puse rojo.

Silencio.

Yo quería contarle a mamá lo de mi gol y lo de las jugarretas de Halloween y lo del pollo negro de la cena que hizo papá con el horno. Quería contarle lo de la señora Farmer y las pililas del nacimiento de Daniel y que me había hecho amigo de una niña que era la más buena del mundo, quitando a mi hermana. Si mamá me hubiera preguntado, o incluso si hubiera mirado hacia mí, lo habría desembuchado todo. Pero ella seguía mirando al suelo.

«Vamos a salir de aquí»
dijo al final papá. Mientras salíamos del teatro, hizo una cosa que no había hecho antes. Me puso la mano en el hombro y me dio un apretón.

La acera estaba helada y los copos de nieve parecían de color naranja al pasar revoloteando ante las farolas. Se oyó un claxon y Leo pasó pisando el acelerador, el pelo verde detrás del volante negro, y se alejó zumbando por la calle.
«Quién era ése»
preguntó mamá, y Jas se encogió de hombros. Resultaba demasiado difícil de explicar. Mamá se había perdido demasiadas cosas. Pero se iba a poner al día. Yo la iba a ayudar. Teníamos todo el tiempo del mundo.

Papá se sacó del bolsillo las llaves del coche. Las hizo repiquetear en la mano.
«Estamos»
le preguntó a Jas. Ella asintió. Y
«tú, Jamie»
dijo, y yo sonreí de oreja a oreja. Aquello era lo que yo había estado deseando.

Me estaba preguntando si mamá llamaría por teléfono a Nigel para decirle que habían terminado y si le diría que era un cerdo, cuando dijo
«Supongo que volveremos a vernos pronto»
. Pensé que se refería a
«En cuanto lleguemos a vuestra casa»
porque ella tenía que ir en su coche así que le dije
«Yo voy contigo»
. A Jas se le subieron los hombros hasta las orejas como si acabara de ver un perro corriendo hacia la carretera y no pudiera hacer nada para evitar el accidente. Papá se puso pálido y cerró los ojos. Mamá se frotó la nariz. Yo no entendía por qué se comportaban todos de forma tan rara.
«Yo te enseño el camino»
le dije y ella preguntó
«De vuelta a Londres»
y entonces lo entendí.

«Era sólo una broma»
dije y me esforcé en reírme pero cada
«ja»
era una quemadura en mi garganta. Mamá sacó unos guantes de su bolso y se los puso en las manos de color rosa.
«Bueno, pues adiós»
dijo.
«Me ha encantado veros. Estáis estupendos»
. Papá resopló. Mamá se mordió el labio. Pasó un autobús por la nieve medio derretida y le empapó a Jas las piernas desnudas.

«Toma»
dijo mamá, sacando de su bolso un clínex. Se lo dio a Jas, que se quedó mirándolo inexpresiva.
«Sécate las piernas»
dijo mamá, de pronto otra vez con su voz normal. Impaciente. Un poco irritable. Era el mejor sonido del mundo. Jas hizo lo que ella le decía.
«Estás muy guapo»
me dijo mamá mientras Jas se frotaba las espinillas. Yo saqué pecho de modo que la tela azul y roja quedara justo delante de sus narices. Ella ni siquiera la miró.
«Te pareces mucho a tu hermana»
.

«Vámonos»
dijo rápidamente papá.
«Está empezando a cuajar la nieve»
. Mamá asintió.
«Nos vemos muy pronto»
mintió, tocándole el hombro a Jas y acariciándome la cabeza. Y
«enhorabuena»
.

Mamá se alejó, con el chapoteo de sus botas negras y el frufrú de su abrigo verde. No reconocí su ropa. Era nueva. Me pregunté cuándo se la habría comprado. El día de mi cumpleaños. O la tarde del partido de fútbol. O la de la Velada de los Padres.

Y de golpe me vi corriendo detrás de ella, pasando entre bailarines y cantantes y cientos de caras felices, todas rojas de frío.
«MAMÁ»
grité a todo lo que me daba la voz.
«MAMÁ»
. Ella se dio la vuelta.
«Qué pasa, mi niño»
me preguntó y me dieron ganas de gritar
«NO ME LLAMES ASÍ»
pero tenía cosas más importantes que decirle.

Estábamos delante de un restaurante italiano y me llegaba el olor a pizza y habría debido tener hambre pero me dolía demasiado la tripa para comer. Oí a la gente riéndose y a los camareros hablando y el sonido de los vasos al chocar como cuando se hace un brindis.

El restaurante estaba iluminado con velas y pensé que ojalá yo estuviera allí dentro, y no en la fría calle gris.

«Qué pasa»
dijo mamá otra vez. Yo no quería preguntárselo. Me daba miedo la respuesta. Pero pensé en Jas y en el estribillo de la canción y me obligué a ser valiente.
«Mañana tienes que ir a trabajar»
jadeé. Mamá parecía desconcertada. Se arrebujó en el abrigo.
«Por qué»
dijo, como temiendo que le fuera a pedir que se quedara un poco más.
«Sólo quería saberlo»
resoplé. Sacudió la cabeza.
«No. Hace meses que dejé de dar clases»
.

Todo me empezó a dar vueltas. Pensé en una bola del mundo en su soporte de metal y una mano que la hacía girar una y otra vez.
«Entonces no trabajas para el señor Walker»
le pregunté, dándole ocasión de cambiar de respuesta, odiando a mi corazón por latir como loco con esa última migaja de esperanza. Mamá volvió a sacudir la cabeza.
«No»
dijo.
«Ahora no trabajo. He estado fuera. De viaje. Nigel tenía que hacer unas investigaciones para su libro sobre Egipto y me fui con él. No hemos vuelto hasta Nochevieja»
. Bueno, eso explicaba el moreno.

Mamá abrió su bolso una vez más. Sacó cuatro sobres, dos escritos con mi letra y los otros dos con la de Jas.
«No me llegaron a tiempo»
dijo en voz baja, como si estuviera disculpándose, como si pretendiera que yo le dijera que no pasaba nada porque se hubiera perdido la Velada de los Padres, que estaba muy bien que se hubiera perdido la Navidad.
«Habría venido»
dijo. No sé si estaba diciendo la verdad.

Yo tenía una pregunta más y ésa era aún más difícil de hacer. El mundo giró más rápido, los coches y la gente y los edificios en una nebulosa mareante alrededor de mamá y de mí.
«La camiseta»
empecé, con los ojos en un charco del suelo.
«Ah, sí»
dijo ella.
«Quiero decir»
. Sonrió.

«Es fantástica»
. Y yo, a pesar de todos los pesares, le devolví la sonrisa. Frotó la tela con el índice y el pulgar.
«Es una camiseta preciosa. De dónde la has sacado. Te queda perfecta, James»
.

Capítulo 20

No hablé ni siquiera cuando estuvimos de vuelta en nuestra casa y papá me preguntó si quería una taza de chocolate. Me había pasado el día entero pensando a saber por qué en terremotos, y al entrar en el recibidor no veía más que el suelo que temblaba y los edificios cayéndose en algún lugar lejano como China. Me pregunté si habría terremotos en Bangladés y si Sunya querría hablarme de ellos en el colegio. Sunya no había venido al concurso de talentos a pesar de que yo la había invitado en la tarjeta de Navidad y había cubierto el
Por favor
con purpurina dorada. Debía de estar todavía enfadada conmigo así que hasta que pasara algún tiempo no iba a querer hablar de desastres naturales.
«Quieres una taza de chocolate»
dijo suavemente Jas. Yo asentí y subí las escaleras en busca de Roger. En mi cuarto no estaba. Me senté en el alféizar y me quedé mirando mi reflejo en el cristal. La camiseta de Spiderman me pareció un asco.

A lo mejor mamá estaba de broma. O ya no se acordaba de que me la había mandado.

Sí. Tenía que ser eso. Asentí y mi reflejo asintió también.

Ya no se acordaba.

A mamá siempre se le olvidan las cosas. Va al supermercado y no se acuerda de lo que quería comprar. Y nunca encuentra las llaves porque se le olvida dónde las ha puesto. Una vez aparecieron en el congelador debajo de una bolsa de guisantes congelados y ella no tenía ni idea de cómo habían ido a parar allí. Tampoco era tan extraño que se le hubiera olvidado una cosa que había ocurrido hacía ciento treinta y dos días.

Entró papá con mi chocolate. De la taza azul salía una espiral de humo.
«Aquí tienes»
dijo, sentándose en mi cama. Desde que nos mudamos a la casa, papá sólo había entrado en mi cuarto una vez y fue porque estaba borracho y tenía que ir al cuarto de baño.

Yo no sabía qué decir así que le di unos sorbos al chocolate aunque estaba demasiado caliente y me quemaba la lengua.
«Está bueno»
preguntó, asintiendo hacia la taza. No lo estaba, pero de todas formas dije
«Mmmm»
. Le había faltado revolver bien el cacao en polvo. Se había quedado todo en el fondo de la taza como una especie de fango. Pero estaba caliente y era dulce y lo había hecho papá, así que estaba bien. Mirándome beber parecía muy satisfecho de sí mismo.
«Es bueno para los huesos. Te vas a poner más alto y más fuerte que Rooney si te tomas uno al día»
dijo.
«Yo te lo hago»
. Se estaba poniendo rojo y se frotaba la barbilla con la mano haciendo aquel ruido suyo con los pelillos. Yo dije
«Vale»
y él, al levantarse, me apretó el hombro por segunda vez en aquel día.

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