Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (23 page)

Pero sabía que tenía que hacer algo. Roger se merecía un funeral como está mandado. Pensé en mi hermana que estaba sobre la repisa de la chimenea. Sería agradable que mi gato estuviera también allí. Me imaginé una urna naranja con las cenizas de Roger dentro. Así podría seguir hablando con él y acariciarlo y abrazarlo siempre que quisiera. Y de repente lo comprendí. De repente lo pillé. Por qué Rose estaba en la urna de la repisa de la chimenea. Por qué a papá le costaba tanto esparcir sus cenizas en el mar. Por qué le ponía tarta en los cumpleaños, por qué le abrochaba el cinturón de seguridad y por qué colgaba un calcetín junto a la urna en Nochebuena. Le resultaba demasiado difícil desprenderse de ella. La quería demasiado para decirle adiós.

Me arrodillé y metí la cara entre el pelo de Roger y lloré hasta que no podía respirar. Me goteaba la nariz y me latía la cabeza y tenía la cara hinchada pero no podía parar. Oí que se abría una ventana detrás de mí. Oí a papá gritar
«Jamie, métete dentro. Ahí fuera hace un frío que pela»
. No me moví.

Si no podía tener a Roger, quería sus cenizas. Encontré dos ramitas y sujeté una con los pies y con la mano derecha froté contra ella la otra. Con la mano izquierda abrazaba a Roger y le cantaba al oído para que no oyera el ruido de los palos al frotarlos y no se asustara. Pero no funcionó. Hacía demasiada humedad para que las ramitas se prendieran.

Oí que la puerta de atrás se abría y me di la vuelta. Papá.
«Hace un frío que pela»
volvió a decir, pero entonces se detuvo.
«Roger»
.

Papá me ayudó a ponerme de pie y me dio el primer abrazo que yo recuerde. Fue fuerte y apretado y tranquilizador y hundí la cara en su pecho. Los hombros me temblaban y me costaba respirar y mis lágrimas le mojaron la camiseta. No me hizo
«Chissst»
ni me dijo
«Tranquilízate»
ni me preguntó
«Qué te pasa»
. El sabía que era un dolor demasiado grande para decirlo con palabras.

Cuando ya no me quedaron más lágrimas, papá me dio unas palmaditas en la espalda y me abrió la cremallera de la cazadora. Yo no se lo impedí. Me cogió a Roger, con tacto con suavidad con delicadeza, y lo depositó en el suelo. Le tocó los párpados y se los cerró con cuidado. Las canicas desaparecieron. Parecía que Roger estaba dormido como un tronco.

«Espera un momento»
dijo papá. Tenía la mirada triste pero apretó los labios y desapareció dentro de la casa. Al cabo de un minuto volvió trayendo una pala y una cosa pequeña que se encajó en el bolsillo. Yo empecé a decir
«Vamos a incinerarlo»
pero papá dijo
«No podemos hacer fuego en la nieve»
. Intenté coger a Roger, llevármelo de allí. No quería que mi gato estuviera enterrado en el suelo. Papá me agarró el brazo y dijo
«Roger ya no está»
. Asintió con la cabeza, convenciéndose a sí mismo de algo. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero aspiró hondo y pestañeó para quitárselas. Volvió a asentir como si acabara de tomar una decisión difícil. Empezó a cavar. Dijo
«Lo que quiera que hubiera ahí ha desaparecido»
. Le apretaba la voz una tristeza que yo creí comprender.

Tardó mucho tiempo. La tierra estaba dura. Mientras papá trabajaba, no paré de acariciarle la cabeza a Roger, diciéndole una y otra vez que le quería. Se me volvieron a llenar los ojos de lágrimas y me corrían por la cara. Deseé que el agujero no llegara a ser lo bastante hondo. Deseé que papá no terminara nunca. No me sentía preparado para despedirme. En algún momento apareció Jas. No la había oído llegar. Un instante no estaba y al siguiente estaba agachada a mi lado, llorando sin ruido, acariciándole a Roger el pelo ensangrentado. Ella tenía otra vez el pelo rosa. Se lo había vuelto a teñir.

Papá terminó demasiado pronto.
«Ya está»
dijo.
«Estás preparado»
. Dije que no con la cabeza.
«Lo vamos a hacer juntos»
murmuró papá y se sacó la cosa pequeña del bolsillo. La urna dorada.
«Lo vamos a hacer juntos»
.

A veces la señora Farmer decía que hacía demasiado frío para llover y así mismo tenía papá la cara. Demasiado triste para llorar. Se acercó al estanque. Jas se puso de pie y cruzó los brazos, abrazándose el cuerpo. Yo cogí en brazos a Roger. Papá abrió la urna. El sol brilló más fuerte que en todo lo que llevábamos de día. La luz se reflejó en la urna dorada, haciéndola soltar destellos.

Di un paso hacia el agujero. Papá se echó un poco de Rose en la mano. No. No de Rose. Rose no estaba allí. Papá se echó un poco de cenizas en la mano. Deposité a Roger dentro de la tumba. Papá aspiró hondo. Yo aspiré más hondo aún. Todo se quedó parado durante unos segundos. Un pájaro cantó y el viento agitó los árboles pelados. Papá soltó las cenizas. No les dijo adiós. Esta vez no lo necesitaba. Rose se había ido hacía mucho tiempo.

Las primeras cenizas cayeron revoloteando al estanque, mezclándose con la nieve que caía del cielo. Aterrizaron encima del agua y se hundieron. Vi a mi pez nadando junto al nenúfar. Agarré la pala y recogí un poco de barro. Me sudaban las manos sobre el mango de metal. Sostuve la pala encima del agujero pero no era capaz de volcarla dentro. No era capaz de echarle el barro encima a mi gato.
«Roger ya no está»
me dije a mí mismo.
«Se ha ido. Eso no es él. Lo que quiera que hubiera ahí ha desaparecido»
. No sirvió de absolutamente nada. Lo único que veía era la nariz negra de Roger y los bigotes plateados de Roger y la larga cola de Roger y me dieron ganas de sacarlo de la tumba. Todavía no me sentía preparado para aceptar que estaba muerto.

Papá volvió a inclinar la urna. Más cenizas cayeron en su mano. Apretó con fuerza los dientes y la volvió hacia abajo. Las cenizas de Rose cayeron al estanque. Si papá podía hacerlo, yo también. Eché el barro dentro de la tumba.

No podía mirar a Roger. No podía ver cómo desaparecía su cuerpo bajo la tierra. Susurré
«Te quiero»
y
«Tú siempre serás mi mejor gato»
y
«Te voy a echar de menos»
y luego empujé todo el barro hacia la tumba lo más rápido que pude. No esperé a ver lo que estaba haciendo papá. Sabía que si me paraba aunque fuera una décima de segundo luego no iba a ser capaz de continuar.

Aplané con la mano la superficie de la tumba para que quedara toda lisa y llana. Después tiré la pala al suelo como si estuviera infectada o algo así. No me podía creer lo que acababa de hacer. Me puse enfermo de pensarlo, enfermo del mundo, enfermo de la tripa y del corazón y de la cabeza. Jas me pasó el brazo por los hombros y me tuvo cogido mientras yo lloraba. Roger ya no estaba. No lo iba a volver a ver nunca. Eso daba demasiado miedo pensarlo así que me sequé las lágrimas de los ojos y me forcé a mirar a papá. Seguía junto al estanque, esparciendo todavía las cenizas de Rose en el agua. Mota a mota.

Me acerqué a él, tirando de la mano de Jas. Nos pusimos uno a cada lado de papá y contemplamos cómo iban cayendo las cenizas. Mi pez nadaba haciendo un bonito dibujo, meneando alegremente la cola, y algunas de las cenizas aterrizaron en su piel anaranjada y se pegaron a sus escamas brillantes.

Ahora quedaba solo un puñado de cenizas. Papá se echó el último montoncito en la mano. Levantó la urna y miró dentro, asombrado de que no quedara nada. Le temblaban las manos.

«No»
dije de pronto.
«No lo hagas»
. Los dedos de papá se cerraron alrededor de las últimas cenizas.
«Qué»
dijo respirando con dificultad, con la cara más blanca que toda la nieve que nos rodeaba.
«No lo hagas»
repetí.
«Quédate con ésas»
. Papá sacudió la cabeza.
«Rose ya no está»
dijo con dificultad. Levantó en alto las cenizas.
«Esto no es ella»
. Paré de llorar.
«Ya lo sé»
dije.
«Pero lo fue. Fue parte de su cuerpo. Deberías guardarlas. Sólo unas pocas»
. Papá me miró y yo le miré a él y algo grande pasó vibrando entre nuestros ojos. Dejó caer aquellas últimas cenizas en la urna dorada.

Nos estábamos congelando, así que nos metimos en casa. Papá desapareció dos minutos en el piso de arriba y Jas hizo tres tazas de té. Mientras nos las tomábamos en el salón no hablamos. La repisa de la chimenea parecía vacía sin la urna. Me di cuenta de que papá la debía de haber puesto en su cuarto. Para tenerla fuera de la vista, pero tenerla, por si la necesita, y la va a necesitar en los días más tristes como el 9 de septiembre. Yo sé que no me voy a olvidar de que Roger murió el 6 de enero en lo que me quede de vida, aunque tenga un millón de animales, porque ninguno podrá compararse nunca con mi gato.

Cuando nos terminamos el té, nos quedamos como mirándonos unos a otros. Esa mañana nos había ocurrido algo importante. Todo estaba diferente. Y por más que me doliera la tripa y me doliera el corazón y me doliera la garganta y no pararan de caerme las lágrimas, yo sabía que no todo en aquel cambio había sido malo. Que también había ocurrido algo bueno.

Jas seguía sin comer. Papá seguía bebiendo. Pero estuvimos juntos todo el día. En el salón. Sin hablar del todo, pero sin querer irnos cada uno a nuestro cuarto. Vimos una película. Jas me preguntó si quería que viéramos
Spiderman
pero le dije
«No»
así que puso una peli de risa. No nos reímos, pero en los mejores golpes sonreíamos. Y papá le dijo a Jas
«Me gusta ese pelo»
y cuando ella le dijo
«Gracias»
añadió
«Deberías dejártelo rosa»
. Y cuando llegó la hora de irse a la cama y el cielo estaba lleno de estrellas como cientos de ojos de gatos en un camino oscuro, papá me dio el segundo abrazo de mi vida. Fue fuerte y apretado y tranquilizador como el primero. Y cuando me tumbé en mi cama debajo de mi edredón, echando de menos a Roger, deseando que estuviera en el alféizar en lugar de bajo tierra, papá entró en mi cuarto con una taza de chocolate caliente. Me la puso en las manos y el humo me acarició la cara. Esta vez el polvo de cacao sí que estaba bien revuelto.

Capítulo 22

Las clases volvieron a empezar al día siguiente. Yo seguía esperando que Roger viniera a frotarse contra mis espinillas al levantarme de la cama, o que saltara a mi regazo cuando me estaba comiendo los Chocopops, o que me enroscara la cola en los tobillos mientras me lavaba los dientes. Sin él la casa parecía vacía. Sin él yo me sentía vacío.

Papá se levantó de la cama a tiempo para llevarnos al colegio. Estaba un poco resacoso, pero eso no importaba en absoluto. Papá no es perfecto. Y yo tampoco. El se está esforzando, y eso es lo que de verdad importa. No es que siempre lo haya hecho bien, pero lo ha hecho un millón de veces mejor que mamá. El no nos ha abandonado. Sólo está triste por lo de Rose y eso es lógico. Que te maten un gato ya es bastante malo. Que te vuelen en pedazos a una hija tiene que ser horroroso.

Cuando nos detuvimos a la puerta del colegio papá vio en la calle a Sunya. Yo le estaba viendo a él la cara por el retrovisor. Apretó la mandíbula, pero no se puso a gritar
«Los musulmanes mataron a mi hija»
ni nada parecido. Ni siquiera me advirtió que me mantuviera apartado de ella. Lo único que dijo fue que no iba a llegar a casa hasta las seis de la tarde por el trabajo. Jas le dio un apretón en el brazo y papá sonrió con cara de orgullo y luego me dijo
«Que lo pases bien. Estás sacando unas notas estupendas, así que sigue así»
.

Entré en el colegio. Todavía llevaba puesta la camiseta de Spiderman, pero no por mamá porque ella no me la había mandado. La tela se había empapado de la sangre de Roger y por eso no quería quitármela. Sé que debía de parecer un asesino o algo así, pero me daba igual. Quería seguir cerca de mi gato.

«Aquí viene el mariposón»
, gritó Daniel por el pasillo. Se había puesto a la puerta de la clase con Ryan. Me dieron miedo pero no quería ponerme rojo ni echarme a temblar ni salir corriendo. Fui hacia ellos.
«El mariposón con su penosa camiseta de Spiderman»
. Soltaron unas risitas y chocaron en alto esas cinco. Yo aproveché para pasar por debajo. Daniel me dio una patada por detrás en la pierna y me hizo daño y me dieron ganas de pegarle un puñetazo en la cara, pero no me apetecía llevarme otra paliza. Daniel sonrió satisfecho como si él hubiera ganado y yo me acordé de aquel tenista que siempre queda segundo en Wimbledon y no sé por qué eso me puso furioso. El corazón me rugía en el pecho como un perro rabioso.

«Menudo pringao»
gritó Daniel para que le oyera toda la clase. Me senté al lado de Sunya y esperé a ver si ella lo fulminaba con la mirada o le respondía algo. Se encogió en su silla como si estuviera tratando de esconderse. Ni siquiera miró hacia mí. Yo quería preguntarle si había leído mi tarjeta especial. Quería preguntarle si había visto el muñeco de nieve que se parecía a ella y el que se parecía a mí y si se había reído. Quería preguntarle por qué no había venido al concurso de talentos, y quería contarle todo lo que había pasado allí, lo estupenda que había estado Jas y el valor que yo le había echado para cantar y bailar en el escenario. Pero luego me acordé de aquella noche en su jardín y de que había dicho
«Mi madre piensa que no traes nada bueno»
. Así que no le dije nada de todo aquello. Me quedé contemplando mi estuche mientras la señora Farmer pasaba lista.

Primero tuvimos Literatura y nos hicieron escribir sobre Nuestras Fabulosas Navidades intentando agrupar las frases en párrafos. No había ocurrido nada fabuloso pero yo no quería mentir. Así que dije la verdad. Escribí sobre el calcetín de fútbol lleno de todas las cosas que me había comprado Jas. Hablé de los sándwiches de pollo y las patatas fritas de microondas y los bombones que habíamos cenado. Expliqué que la mejor parte había sido cuando nos pusimos a cantar villancicos a grito pelado. Al final escribí
Tampoco es que hayan sido exactamente unas Navidades fabulosas pero han estado bien porque Jas estaba conmigo
. Era lo mejor que había escrito hasta entonces. Cuando la leí en voz alta, la señora Farmer dijo
«Has hecho un trabajo excelente»
y mi mariquita dio un salto hasta la hoja número uno. Durante las vacaciones habían reemplazado a los ángeles.

Después de Literatura tuvimos Matemáticas y después de Matemáticas había Asamblea. El Director nos dijo que los inspectores de la Ofsted le habían puesto al colegio una nota que era Satisfactorio, y que eso significaba que lo estábamos haciendo bien, pero tampoco para tirar cohetes. Dijo que nos habrían puesto un Notable si no llega a ser por Un Incidente que había disgustado a uno de los inspectores. La señora Farmer miró a Daniel y sacudió la cabeza. Daniel abrió un palmo de boca. Un destello me dio en los ojos. Levanté la vista. Mis ojos se cruzaron con los de Sunya y por una décima de segundo creí que se le iba a escapar la risa. Pero se dio la vuelta y se puso a asentir con la cabeza como si de verdad estuviera escuchando lo que estaba diciendo el Director de los Propósitos para el Año Nuevo. Decía
«Apuntad alto este año y daos una oportunidad a vosotros mismos. No os pongáis una meta aburrida como voy a dejar de morderme las uñas o voy a dejar de chuparme el dedo»
. Todo el mundo se echó a reír. El Director sonrió y esperó a que hubiera silencio.
«Buscad un objetivo que os emocione. Que os dé hasta un poco de vértigo»
. Inmediatamente supe cuál iba a ser el mío.

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