Read Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea Online
Authors: Annabel Pitcher
El padre de Sunya no vio la tarjeta. Después de comprobar durante cinco minutos que no había entrado ningún ladrón, corrió las cortinas y apagó la luz y Sammy siguió ladrando un poco más pero luego se calló. Yo no me atrevía a moverme y me quedé todo lo quieto que pude, a pesar de que tenía una ramita clavándoseme en la pierna y se me había dormido el pie derecho. Contemplé la ventana sin pestañear hasta que los ojos se me quedaron secos. Quería que Sunya abriera las cortinas y que encontrara la tarjeta y quería ponerla contenta por lo triste que la había visto en el colegio. Pensé en su mano y mi mano y en que habían estado a punto de rozarse, y me pregunté qué habría pasado si su madre no llega a tocar el claxon.
Al cabo como de un millón de años pensé que era seguro moverse. En el reloj de una iglesia daban las doce cuando salí a cuatro patas del arbusto y me enganché en las ramas y se me hizo un siete en la manga de la camiseta. Fui a recoger la tarjeta. Estaba toda mojada. La nieve había empapado el sobre. Estaba preguntándome si debería dejarla allí, o llevármela otra vez a casa, o meterla en el buzón de Sunya, cuando oí que se abría la puerta de la cocina.
Tendría que haber salido corriendo o haberme escondido o haberme tirado al suelo y haberme tapado con la nieve, pero el cuerpo se me quedó paralizado. Como estaba de espaldas a la casa no tenía ni idea de a quién podía tener detrás así que pegué un brinco cuando una lengua húmeda me lamió la mano. Sammy sacudía la cola de un lado para otro dándome en la pierna que no paraba de movérseme. Conté hasta tres y me di la vuelta y allí estaba ella. Llevaba el velo cubriéndole el pelo pero no tan ajustado como otras veces. Era como si se lo hubiera puesto deprisa y corriendo. Llevaba un pijama azul y se le veían los dedos de los pies y los tenía pequeños y derechos y morenos y quedaban muy bien sobre el suelo de la cocina.
Se quedó mirándome y yo me quedé mirándola pero no me sonrió. Dije
«Hola»
y ella se puso el dedo sobre los labios para decirme que me estuviera callado. Me acerqué a ella y me sentía los brazos demasiado largos y las piernas demasiado patosas y la cara demasiado caliente. Le tendí la tarjeta pero no se puso contenta como se había puesto Jas. Le dije
«Esta tarjeta es especialmente para ti y la he hecho con cartulina y con purpurina»
, por si acaso no se había dado cuenta de lo especial que era. No dijo
«Gracias»
ni
«Hala»
, ni chilló como hacen las chicas cuando están contentas. Dijo
«Chissst»
y miró por encima del hombro como si tuviera miedo de que alguien nos viera.
Se la puse en la mano y esperé a que abriera el sobre. Yo sabía que en cuanto viera el muñeco de nieve con la camiseta de Spiderman y el muñeco de nieve con el hiyab se daría cuenta de lo gracioso que era y sonreiría. Pero se escondió la tarjeta en el pijama y susurró
«Te tienes que ir»
. Como yo no me movía, volvió a mirar por encima del hombro y dijo
«Vete, por favor. No me dejan ser tu amiga. Mi madre piensa que no traes nada bueno»
. Dije
«QUÉ»
y ella me tapó la boca con la mano. Los labios me ardían igual que en Halloween. En la planta de arriba crujió una tabla del parqué. Ella dijo
«Vete»
y me empujó hacia fuera y agarró a Sammy por el collar y lo metió dentro. Mientras yo corría entre la nieve y Sunya cerraba la puerta de la cocina se encendió una luz. Y esta vez, al saltar la tapia, más que volar me tropecé y me caí en plancha en la fría tierra.
Cuando vi a Jas entrar en la cocina se me cayeron los Chocopops. Por poco no la reconozco.
«Estás como…»
. empecé y me dijo
«Déjalo»
y
«Búscame un bolígrafo»
. Le costó diez intentos escribir una nota para papá. Una decía
«Por favor por favor por favor ven»
pero eso sonaba demasiado desesperado así que la siguiente decía
«Como no vengas»
, y eso resultaba un poco demasiado amenazador. A la octava vez por fin escribió:
Papá. Tenemos una sorpresa para ti y nos encantaría que vinieras hoy al Teatro Palace de Mánchester. Estate allí a la una y verás el espectáculo de tu vida.
Yo estaba más nervioso que la persona más nerviosa en la que soy capaz de pensar, que ahora mismo es el león de
El mago de Oz
. En el estómago tenía no ya mariposas sino algo más grande y que daba más miedo. Puede que fueran águilas o halcones o algo así. O ahora que lo pienso puede que fueran monos con alas de los que raptan a Dorothy y la llevan donde la bruja que le tiene miedo al agua. Fueran lo que fueran no paraban de pellizcarme por dentro y de pegar saltos de acá para allá de una forma muy poco agradable. Yo tenía miedo de olvidarme de todo y meter la pata así que no paré de repasar la letra y la coreografía mientras Jas escribía la nota para papá. Por eso tuvo que tirarla al sexto intento. Le di con la pierna un golpe en el bolígrafo al hacer una patada voladora. No sé por qué me entró la risa y ella parecía enfadada y susurró
«Por todos los santos, Jamie»
. Y luego no quiso dejarme a mí colocar la carta en la mesilla de noche de papá ni ponerle el despertador para las siete y cuarto, por si hacía demasiado ruido.
Eran las cinco en punto de la mañana y estábamos los dos en silencio, aunque no era necesario. Papá no se despierta ni en pleno día cuando está la tele a todo trapo en el salón. Pero aun así nosotros andábamos de puntillas y el corazón nos hacía BUM cada vez que a uno de los dos se le caía algo o hablaba demasiado alto. Jas tenía miedo porque Leo nos iba a venir a recoger en coche y no quería que papá lo viera y se pusiera como un loco. Yo tenía miedo porque como papá nos pillara y no nos dejara ir mamá y él nunca volverían a juntarse. A ella le mandamos una carta el 28 de diciembre así que ha tenido tiempo de sobra para llegar. Y esta vez el señor Walker no es excusa. La academia cierra en Navidades. Lo puse como si el concurso fuera de verdad muy importante y añadí
Es la oportunidad de tu vida
, que lo decían en la tele, y
Ven a Mánchester a cambiar tu vida
, que lo copié de la carta de información del concurso, y
Por favor mamá necesito verte de verdad
, que me lo inventé yo mismo.
«Todavía no me creo que yo esté haciendo esto»
dijo Jas mientras íbamos al salón a esperar a Leo.
«Mi horóscopo de hoy dice que no debo correr ningún riesgo»
.
Respiraba de forma entrecortada con la mano en el pecho.
«Vamos a repasarlo una vez más»
le dije, mirando cómo le temblaban las manos. Cantamos en susurros la letra y también hicimos la coreografía pero Roger se había despertado y no paraba de meterse en medio. Se me enredaba en los pies y no me dejaba dar saltos y patadas alrededor de Jas que es lo que tengo que hacer en la primera estrofa. Me estaba poniendo de los nervios pero me esforcé en no decir nada porque todavía me sentía mal por haberle cerrado la puerta en las narices. Aun así cuando me tropecé con su cola brillante de purpurina flojeé un poco. Me agaché y él me miró todo esperanzado como si le fuera a hacer una caricia. Pero en lugar de pasarle la mano por el pelo, lo cogí en brazos y lo llevé al recibidor y le cerré la puerta del salón. Se quedó allí maullando pero no le hice caso y al final se aburrió y se largó.
«Ya está aquí»
chilló Jas. Un coche azul se paró a la puerta de nuestra casa. Ella se toqueteó el peinado nuevo y dijo
«Qué tal estoy»
. Dije
«Muy bien»
, aunque estaba rara. Se lo debía de haber teñido de castaño la noche anterior y lo llevaba muy bien peinado y recogido en dos coletas cortas. Se parecía tanto a Rose que se hacía extraño. Ya sé que eran idénticas y toda la pesca, pero la Jas de ahora no se parece a nadie más que a Jas. Cuando nos metimos en el coche de Leo era como si el espíritu de Rose hubiera descendido de su nube del Cielo y eché de menos los piercings y el pelo rosa y la ropa negra. Jas llevaba un vestido de flores, una chaqueta y zapatos planos de hebilla, la última ropa que mamá le compró en Londres. Yo seguía con mi camiseta de Spiderman porque no quería que mamá se llevara una desilusión al ver que no me la había puesto. La dejé lo más elegante que pude frotándola con un trapo y le arreglé la manga con imperdibles.
Leo levantó las cejas al ver a Jas. Ella le miró con cara de angustia y dijo
«Es sólo hoy»
y Leo puso cara de alivio pero le dijo
«Estás muy mona»
. Entonces Jas se rió y él se rió, y ya estábamos en camino. Íbamos a toda velocidad porque en la carta del concurso ponía que iban por orden de llegada y que sólo daba tiempo de que salieran al escenario ciento cincuenta números. Corríamos entre las montañas y el sol salió mientras trepábamos las colinas y pasábamos zumbando por delante de las granjas y dando tumbos por los caminos de campo. Hubo un momento en que íbamos derechos hacia el sol y el coche se llenó de esa luz amarilla anaranjada y dentro hacía calor, como si estuviéramos dentro de una yema de huevo o algo así. Y todo estaba bonito y por todas partes había esperanza y yo de golpe no me aguantaba de ganas de subirme al escenario.
Cuando llegamos se acercó a nosotros una chica con un portapapeles de clip y dijo
«Qué número vais a hacer»
y Jas dijo
«Cantar y bailar»
y la chica suspiró como si fuera la cosa más aburrida que había oído en su vida. Nos dio un número que era el ciento trece y dijo
«Estaos preparados a las 5 de la tarde para actuar. Tenéis tres minutos en el escenario, o menos si no le gustáis al jurado»
. Miré al reloj de la pared. Eran las once y diez.
En la sala de espera había un montón de gente. Payasos haciendo malabares con frutas, veinte niñas con tutus, cinco mujeres con perros que hacían trucos, nueve magos que sacaban animales del sombrero y un lanzador de cuchillos tatuado que cortaba una manzana en rodajas con una espada que sujetaba con los dientes, que los tenía de oro. Jas y yo encontramos dos sillas de madera en medio de la sala y esperamos.
El tiempo pasaba rápido. Repasábamos nuestro número cada media hora. Había tanta gente a la que mirar y tanto en lo que pensar que cada vez que miraba al reloj era como si las manecillas hubieran pegado un salto de treinta minutos hacia delante. No paraba de imaginarme a papá encontrándose la nota encima de la mesilla y corriendo a la ducha y eligiendo algo elegante que ponerse para el espectáculo. No paraba de imaginarme a mamá poniéndose un vestido bonito y diciendo
«No es asunto tuyo adonde vaya, Nigel»
y comprándonos una tarjeta de felicitación en la gasolinera de la autopista a Mánchester. Lo más probable era que se encontraran los dos fuera y sonrieran y sacudieran la cabeza y dijeran
«Estos niños»
como quejándose pero orgullosos, como si no pudieran creerse que hubiéramos tenido valor suficiente para montar una sorpresa tan grande. Se sentarían en las filas de delante y compartirían un helado y disfrutarían de todas y cada una de las ciento doce actuaciones que iban antes de la nuestra, pero entonces saldríamos nosotros y Jas estaría clavadita a Rose y papá se alegraría de haber vuelto a la vida normal y los dos dirían
«Hala»
cuando me vieran bailar con mi camiseta de Spiderman.
Esa fue la primera cosa muy agradable en la que pensé en la sala de espera. La segunda cosa muy agradable tenía los ojos chispeantes y unas manos morenas que aplaudían más fuerte que nadie cuando yo cantaba mi última nota y me quedaba con los brazos en alto.
El número ciento cinco salió a escena. A Jas le empezó el tic en la pierna. Estaba tan pálida y parecía tan pequeña con su ropa nueva y su pelo nuevo que sentí un impulso de protegerla. Le puse el brazo por los hombros, aunque casi no llegaba, y ella sonrió y susurró
«Gracias»
. Se le trasparentaban todos los huesos y le dije
«Deberías comer más»
. Puso cara de sorprendida.
«Ya estás bastante delgada»
le dije y los ojos se le llenaron de lágrimas. Las chicas son raras. Nos dimos la mano y esperamos.
Ciento ocho. Ciento nueve. Ciento diez. Ya no quedaban más que dos actuaciones antes de la nuestra. La sala de espera se estaba quedando vacía. Olía a sudor y a pinturas para la cara y a comida pasada y parecía un horno porque los radiadores estaban a todo trapo. Empezó la música del número ciento once. El viejo había cantado sólo cinco notas cuando quitaron su disco y los jueces le dijeron que no tenía talento. El público empezó a corear
«Fuera fuera fuera fuera»
y Jas se puso de color verde.
«No soy capaz»
dijo, sacudiendo la cabeza y agarrándose el estómago.
«De verdad que no soy capaz de hacer esto. Mi horóscopo dice que no debo correr ningún riesgo»
.
El viejo salió por la puerta que daba al escenario y se derrumbó en una silla. Apoyó la cabeza calva en las manos y los hombros le temblaron porque estaba llorando. Las cámaras de la tele habían seguido su salida del escenario y le estaban haciendo un primer plano y él les decía
«Déjenme»
como si estuviera loco cuando en realidad lo que estaba era desilusionado porque ahí se había acabado su sueño. Llevaba lentejuelas por toda la camisa y lentejuelas por todo el pantalón y se tenía que haber tirado días para coserlas todas y sólo había conseguido estar diez segundos en el escenario.
«Sinceramente no soy capaz de hacer esto»
dijo Jas, y miraba al viejo con cara de estar aterrorizada.
«Mi horóscopo tenía razón. Ha sido una mala idea. Lo siento, Jamie»
. Incluso se levantó y empezó a marcharse. Hasta ese momento pensé que sólo estaba exagerando.
«Espera»
dije y me salió como un chillido. Me daba terror que Jas se fuera de verdad.
«No te vayas por favor»
. No me escuchó. Se puso a correr y estaba ya cerca de la puerta que decía SALIDA. La chica del portapapeles gritó
«El número ciento doce»
y un hombre vestido de Michael Jackson aspiró hondo y se puso de pie. Jas estaba en la puerta. Agarró con la mano el picaporte. No podía dejarla marcharse.
«Piensa en mamá»
grité.
«Piensa en papá. Y en Leo»
. Jas abrió la puerta y un soplo de aire helado se coló dentro pero ella no salió. Corrí hacia ella y la agarré de la mano.
«Tú crees de verdad que lo está viendo»
me preguntó en un susurro, con los ojos todos redondos y la cara blanca.
«Sí»
respondí.
«Leo al dejarnos ha prometido que…»
. Ella negó con la cabeza.
«No digo Leo»
dijo, mordiéndose demasiado fuerte el labio. Le salió una gota de sangre enana de un corte. Se la secó con un dedo. Hasta se había quitado la pintura de uñas negra y se las había pintado de rosa pálido.
«Digo mamá»
.