Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (17 page)

En el ojo izquierdo de Sunya brilló una lágrima. Se fue hinchando plateada como una gorda gota de lluvia al oír que papá llamaba a su familia
«El Mal»
. Me imaginé que yo gritaba
«No le escuchéis»
. Me imaginé que decía
«Tú eres distinta y eso es lo estupendo»
. Y me imaginé que le partía a papá la cara por hacer llorar a Sunya, y por una décima de segundo creí que lo iba a hacer de verdad. Pero lo único que hice fue quedarme allí en mitad de la clase con el corazón acelerado y el cuerpo tembloroso dentro de aquella camiseta de Spiderman que resultaba demasiado grande para un niño como yo.

El Director entró en la clase haciendo ruido al andar con sus zapatos relucientes. Dijo
«Hay algún problema»
. La madre de Sunya no dijo nada y no se le veía más que la parte de arriba del hiyab porque estaba mirando al suelo. Yo quería que levantara la vista para poder decirle
«Perdón»
con los ojos pero ella no se movió. Papá dijo
«Ningún problema»
y me agarró de la mano y tiró de mí hacia la puerta y saludó al Director como si los últimos cinco minutos no hubieran ocurrido. Yo tenía la esperanza de que ahí acabara la cosa, pero mientras salíamos por el pasillo las uñas de papá se me clavaban en la mano haciéndome daño. Me iba a caer una buena.

En el coche no hablamos. Las ruedas giraban sobre la nieve rociando fango blanco por todas partes. En cuanto entramos en el camino de casa, papá dijo
«Métete dentro»
así que salté del coche y fui resbalándome por el hielo hasta que entré como una exhalación por la puerta principal y corrí al salón. Jas y Leo estaban tumbados en el sofá con la cara toda roja y la ropa negra toda revuelta. Jas dijo
«Creía que era la Velada de los Padres»
y yo dije
«Se ha terminado»
y
«Papá»
y señalé hacia el exterior. Jas empujó a Leo fuera del sofá dando un chillido.

Papá avanzaba por el recibidor.
«Rápido»
dije, tirándole de la mano a Jas. Leo se mordisqueaba el aro que llevaba atravesado en el labio. Los pasos se detuvieron.
«Escóndete»
siseó Jas. El picaporte giró. Leo se tiró en plancha detrás del sofá justo en el momento en que papá entraba en el salón.

A mí no se me da muy bien jugar al escondite. No me gustan los sitios pequeños y oscuros. Me dan sensación de estar enterrado bajo tierra así que me entra el pánico y acabo detrás de una puerta o en cualquier chorrada de sitio. Pero hasta a mí se me da mejor esconderme que a Leo, que ni siquiera se encogió lo suficiente para caber detrás del sofá. Su pelo de punta verde asomaba por encima del apoyabrazos y se le veían las botas negras en la alfombra.

Cuando papá lo vio, su cara pasó del morado al negro y chilló
«Levántate»
. Yo creo que Leo no sabía que papá le estaba hablando a él porque se quedó ahí siglos, aguantando la respiración y con los ojos cerrados como si se creyera que no le habían visto. Pero papá se acercó al sofá y le agarró a Leo la camiseta por detrás y tiró con fuerza. Leo se levantó como pudo mientras papá gritaba
«Largo de aquí ahora mismo»
. Jas dijo
«No le hables así»
y papá dijo
«Estoy en mi casa y le hablo como me da a mí la santa gana»
y se señalaba el pecho con el dedo tembloroso.

Leo salió corriendo y papá gritó
«Te prohíbo volver a esta casa y te prohíbo ver a Jasmine»
. Cerró de un portazo la puerta del salón. Una vieja foto de la familia se cayó de la pared y se rompió.
«No puedes hacer eso»
dijo Jas, furiosa y con ganas de pelea, gesticulando con los brazos.
«No nos puedes prohibir que nos veamos»
. Papá dijo
«Pues me parece que es justo lo que acabo de hacer»
y luego se volvió hacia mí.

«Tú quieres a Rose»
me preguntó y yo dije sin dudarlo
«Sí»
. Papá dio un paso adelante.
«Te acuerdas de cómo murió»
. Su tono era bajo y grave y peligroso. Intenté tragar saliva pero no tenía. Dije que sí con la cabeza. Papá cerró los ojos y parecía que estaba intentando controlar algo pero debía de ser más fuerte que él porque se puso a gritar y a dar patadas al sofá.
«MENTIROSO. ERES UN MENTIROSO, JAMES»
. Yo me apreté contra la pared. Papá lanzó un cojín y le dio a la pantalla de la lámpara, que se balanceó y chirrió.
«No soy un mentiroso»
respondí, y caí de rodillas al suelo al ver que papá venía lanzado hacia a mí desde la otra punta de la alfombra. La urna tintineó sobre la repisa de la chimenea.
«Entonces cómo puedes»
chilló papá con una voz que me retumbaba en los oídos como un iPod con el volumen a tope.
«Si me estás diciendo la verdad, cómo puedes ser amigo de esa niña»
.

Jas dijo
«Déjale en paz»
y se arrodilló a mi lado. Estaba llorando y le temblaban los brazos al abrazarme.
«Es que tú sabías esto»
rugió papá, inclinándose hacia Jas y gritándole en la cara.
«Sabías tú que la amiguita de Jamie era una musulmana»
. Jas me miró pero no parecía decepcionada ni enfadada, sólo sorprendida, y me dio en el brazo un apretón furtivo que quería decir
«A mí no me importa». «Una puñetera TERRORISTA»
chillaba papá, rociándolo todo de saliva. Yo habría querido decirle que estaba equivocado, porque todos los terroristas que había visto en la tele eran hombres de más de veinte años y no niñas de menos de once, pero dio un puñetazo en la pared justo encima de mi cabeza y tuve que taparme la cara.

Tenía los ojos apretados contra las rodillas pero oí que papá estaba llorando. Al sorber los mocos se le fueron de la nariz a la garganta y la voz se le puso pastosa y pegajosa.
«Tú nunca lloras por ella»
dijo y entonces me sentí culpable, como si todas y cada una de las cosas que se han torcido en mi familia hubieran sido culpa mía. Me pellizqué los ojos para que se me pusieran húmedos.

«Es imposible que la quieras»
dijo papá, en voz de pronto muy baja. Me examiné los dedos. Papá se acercó a la repisa de la chimenea y contempló la urna.
«Si no no habrías escrito todas esas mentiras, fingiendo que todavía está viva cuando lleva cinco años muerta. Si no no te habrías hecho amigo de una musulmana»
. Cogió de la repisa de la chimenea la urna y le tembló en las manos y sus dedos sudorosos dejaron marcas en el dorado.
«Mira lo que le hicieron, James»
dijo, levantando la urna.
«Mira lo que le hicieron los musulmanes a tu hermana»
. Ya no parecía enfadado, sólo más triste que la persona más triste en la que soy capaz de pensar, que ahora mismo es Spiderman cuando muere el tío Ben. Jas lloró todavía más fuerte y yo deseé que mis ojos pudieran llorar también.

Todo se quedó en silencio y aunque comprendí que todo había terminado tampoco sabía si era buen momento para ponerse otra vez a hablar. Así que me senté con la espalda apoyada en la pared y la mano escociéndome y dolor de cabeza y contemplé cómo las manecillas del reloj iban haciendo tictac en círculo. Al cabo de tres minutos y treinta y un segundos, papá volvió a colocar la urna sobre la repisa de la chimenea y se secó los ojos y salió del salón. Oí el tintineo de un vaso y el clac-psst de una lata al abrirse. Jas me ayudó a levantarme y dijo
«Vamos a tu cuarto»
.

Nos sentamos en el alféizar y contemplamos las estrellas. Allí estaban los gemelos y también el león. El color plateado del cielo resplandecía todo en la nieve, convirtiendo la hierba en diamantes.
«Mi horóscopo decía que hoy iba a ser un día horrible»
dijo Jas.
«Pero tampoco me imaginaba que fuera a ser para tanto»
. Su aliento hacía círculos de vaho en el cristal. En las gotitas condensadas escribió una gran J y luego su nombre, y con la misma J escribió mi nombre. Todas las letras goteaban a la vez y quedaba bastante chulo. Me dijo
«Estás bien»
y le dije
«Sí»
.

«Echo de menos a mamá»
dijo Jas de pronto y fue curioso porque yo acababa de pensar justo lo mismo.
«Ojalá todavía estuviera con nosotros»
. Me quedé mirando al suelo.
«No ha venido a la Velada de los Padres»
dije con un hilo de voz. Jas se recostó contra la ventana.

«Tampoco pensaba que fuera a venir»
. Restregué los dedos de los pies por la moqueta.
«Pero puede que pillara un atasco en la autopista»
dije.
«Si había atasco, se habrá dado por vencida y habrá dado media vuelta. Ya sabes cómo es ella. A lo mejor ha sido eso lo que ha pasado»
. Jas jugueteaba con un mechón de pelo rosa.
«A lo mejor»
dijo, pero no nos miramos. El presentimiento volvió a encendérseme, como una de esas velas de cumpleaños que tienen truco y no hay forma de apagarlas. No llegaba a reconocer aquella sensación pero, fuera lo que fuera, me daba miedo.

Nos quedamos un rato callados. Roger cruzó sigilosamente el jardín, dejando con sus patas naranjas agujeros brillantes en la nieve. Tenía la vista fija en el estanque helado. Me pregunté si mi pez seguiría vivo debajo de todo aquel hielo. Jas suspiró.
«Espero que Leo esté bien»
. Yo arranqué una hebra del cojín y dije
«Y yo espero que Sunya también»
. Entonces sonreí, aunque aquello no tenía gracia.
«Papá nos debe odiar»
.

«Sí»
dijo Jas, arrugando la frente.
«Y mamá»
. Yo lo había dicho en broma, y se lo iba a aclarar cuando apoyó la barbilla en las rodillas, toda pensativa y seria.
«Cuando yo era pequeña, tenía cinco ositos. Edward, Roland, Bertha, John y Burt»
. No entendí por qué se ponía a hablarme de sus muñecos.
«Mi oso se llamaba Barney»
dije lentamente. Jas dibujó cinco líneas en el vaho del cristal. Tenía la pintura de uñas negra saltada por donde se las había estado mordiendo.
«Me encantaban todos. Sobre todo Burt, que no tenía ojos. Pero un día lo perdí. Me lo dejé en un autobús en Escocia una vez que fuimos a visitar a la abuela y nunca más lo volví a ver»
. Roger desapareció bajo un arbusto, cazando. Di un golpe en el cristal para que parara.
«Me llevé un disgusto enorme»
continuó Jas.
«Me tiré horas llorando. Pero fue un alivio volver a Londres y tener allí mis otros osos»
. Borró con la mano una de las líneas del cristal y se quedó mirando las otras cuatro.
«Desde entonces los quise más que nunca, porque faltaba uno»
.

Aquello no tenía sentido así que no supe qué decir. Me quedé callado y esperé.
«Y puede que ellos sientan lo mismo»
dijo.
«Algún día. Cuando se les haya pasado un poco la pena»
. Yo no sabía si hablaba de los osos o de nuestros padres, pero parecía una niña pequeña, muy distinta de mi hermana mayor, y me dieron ganas de consolarla así que dije sólo
«Seguro que sí»
. Jas se apretó las rodillas contra el pecho.
«De verdad lo crees»
dijo y yo asentí con aire inteligente. Ella sonrió todavía temblorosa y empezó a hablar a toda velocidad.
«Entonces nos querrán por nosotros mismos sin pensar en Rose y mamá volverá a casa y todo se arreglará»
.

«Nosotros podemos hacer que vuelva»
dije de pronto, saltando del alféizar.
«Podemos hacer que vuelva y que todo se arregle»
. Le pasé el sobre arrugado que tenía escondido debajo de la almohada. Lo abrió y esta vez cuando leyó lo de
Ven a Mánchester a cambiar tu vida
ni dijo
«Vaya montón de chorradas»
ni nada parecido. Escuchó mi plan. Y esta vez cuando llegué a la parte en que salíamos a saludar después de cantar nuestra canción y papá y mamá se agarraban la mano de lo orgullosos que estaban no dijo
«Eso no va a ocurrir nunca»
. Murmuró
«Me encantaría que hicieran las paces»
y cerró los ojos, imaginando el primer abrazo que se darían.

«Pues venga, vamos a hacerlo»
dije emocionado.
«Las audiciones son dentro de tres semanas. Tenemos un montón de tiempo para trabajarnos algún talento»
. Jas llevaba los párpados cubiertos de maquillaje negro. De pronto se le arrugaron, como si algo le doliera.
«Ya no puedo con papá. Lo de…»
vaciló y aspiró hondo
«…la bebida»
. Era la primera vez que uno de nosotros decía esa palabra para referirse de verdad al alcohol y al mal cuerpo y a la decepción y no a la granadina caliente o lo que fuera. Me alegré de que Jas tuviera los ojos cerrados porque no sabía qué hacer con la cara ni con las manos ni con la enorme verdad de que nuestro padre era un borracho.

«Sólo tengo quince años»
dijo Jas en voz alta, abriendo de pronto los ojos con cara de desafío.
«De verdad quieres que vayamos a esa chorrada de concurso»
me preguntó. Asentí con la cabeza y, tras una pausa, mi hermana dijo
«Pues vale»
.

Capítulo 17

La última semana del trimestre fue un asco. Sunya no me hablaba y yo estaba harto de las bolas de nieve que Daniel me tiraba a la cara y del hielo que me metía por la camiseta de Spiderman y del hecho de que a todo el mundo le mandaban tarjetas de Navidad menos a mí. En la biblioteca había un buzón y metías dentro la tarjeta y antes de que nos fuéramos a casa las repartían por las clases. Lo hacía el Director con un gorro de Papá Noel puesto y entraba en nuestra clase y decía
«Jojojó»
. Luego iba leyendo los nombres que había en las tarjetas que tenía en la mano y siempre había montones para Ryan y montones para Daniel y bastantes para Sunya. Al principio me extrañó un poco porque Sunya se pasaba los recreos sola así que me sorprendió que tuviera tantos amigos. Pero luego vi que todas sus tarjetas estaban dibujadas con rotuladores en hojas de tamaño folio y firmadas con su propia letra por superhéroes. Se había mandado a sí misma una de Batman y una de Shrek y una del Duende Verde, que como sabe todo el mundo es el mayor enemigo de Spiderman. Esa la puso al lado de su estuche para que yo pudiera verla.

No hemos vuelto a hablar desde la Velada de los Padres y ya no me pide mis lápices especiales. Hay muchísimas cosas que me gustaría contarle sobre el Mayor Concurso de Talentos de Gran Bretaña y sobre nuestro plan de mandarle a mamá una carta y a papá dejarle una nota diciéndoles que vengan al Teatro Palace de Mánchester el 5 de enero. Me gustaría cantarle nuestra canción y enseñarle nuestra coreografía y contarle que con eso se va a arreglar todo. Cuando mamá haya vuelto y papá haya dejado de beber y se hayan olvidado de todo lo de Rose, papá estará demasiado feliz para odiar a Sunya. Puede que siga sin gustarle que seamos amigos pero mamá le dirá
«Déjalos que hagan su vida»
y Sunya vendrá a casa a tomar el té. Comeremos pizzas tropicales y ellos se olvidarán de que es musulmana.

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