Mil días en la Toscana (8 page)

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Authors: Marlena de Blasi

Tags: #Biografía, Relato, Romántico

Lo siguiente que tengo que hacer por mi cuenta es elaborar un plan de trabajo. Por mucho que quiera echar el cerrojo de la puerta del establo a imperativos y exigencias como los que atormentaban la vida de Fernando como banquero, debo someterme a algún tipo de disciplina. Ahora me toca trabajar a mí por un tiempo, para que él pueda disfrutar de su recién adquirida condición de pensionista. Mi primer libro, escrito en Venecia, es un volumen de memorias y recetas e incluye escenas de mis viajes por diez de las regiones septentrionales de Italia. Como está en pleno proceso de producción para ser publicado a finales del otoño, no hay nada más que yo pueda hacer por él en este momento. Mientras tanto, tengo un contrato para escribir otro libro, más o menos con el mismo formato, pero con respecto a ocho regiones del sur de Italia. Los dieciocho meses que me han dado para investigar y escribir parecen extenderse hasta el infinito ante mí, aunque ya sé que el tiempo engaña y que tengo que ponerme cuanto antes a hacer un esquema del libro y a programar los viajes.

Aunque todo el proceso me llena de entusiasmo, en este momento preferiría meterlo bajo la cama de madera amarilla y limitarme a disfrutar de esta vida toscana, pero no puedo. A pesar de que prefiero mantenerme fiel a nuestra rebelión contra lo establecido, también quedan pendientes varias obligaciones mensuales con clientes de Estados Unidos: escribir un boletín informativo para un grupo reducido de restaurantes de California, desarrollar un menú y varias recetas para otro y —este es más reciente— concebir y elaborar un proyecto inicial en Los Ángeles. En lo más profundo de mi corazón, la verdad es que disfruto mucho con todo esto y agradezco estas oportunidades que nos sirven de sustento y evitan que tengamos que depender de nuestros propios bolsillos, exiguos de por sí.

Me pongo a instalar una especie de oficina en el lugar que queda delante de la chimenea del establo y, como un sabueso que sigue el rastro de la liebre, Barlozzo introduce por la puerta parte de su cuerpo huesudo.


Ti serve una mano?
¿Te ayudo? —me pregunta al ver la maraña de cables de ordenador que tengo en las manos. El duque ya sabe que solo me someto a las dosis mínimas del siglo XXI. Se hace cargo de la situación y añade—: Pensé que escribirías tus libros y tus historias con una pluma sobre pergamino.

—Uso el ordenador como procesador de textos y nada más. Las artimañas más complejas se las dejo a Fernando. Pero ¿cómo sabes tú tanto de estas cosas? —le pregunto.

—No sé si sabré tanto, pero debo de saber más que tú. Además, todas las instrucciones están en italiano y leer sí que sé. Será mejor que sigas con tu trabajo de
tappezziera
, tapicera, que todavía debe de quedar algo en la casa que no hayas cubierto o envuelto en telas.

¿Por qué seguirá comportándose como un bribón? Sacudo la cabeza y ahogo una carcajada ante su necesidad casi constante de ocultar su amabilidad tras un rostro y una voz tan fieros, mientras saco unas cortinas de un baúl: son de un brocado amarillo pesado y, según el comerciante que me las vendió en la feria de Arezzo, en otro tiempo colgaban en un teatro o en una capilla. Las paso por encima de la barra negra de hierro colgada de unos adornos de madera tallados en forma de pina que hay encima de las puertas del establo. La tela se desliza en su sitio. Son tres paneles; cada uno de ellos mide casi dos metros de ancho y el doble de largo, de modo que su suntuosidad cae en grandes charcos mantecosos sobre el suelo de piedra. Sujeto uno de los paneles hacia un lado con una cuerda larga de satén rojo, con la que hago un nudo de Saboya perfecto. La tela gruesa contiene el sol, pero, al mismo tiempo, el sol exalta su color y baña de dorado la pequeña habitación. El duque no ha dicho ni una palabra mientras tanto; aún lo veo en cuclillas, contemplando el efecto, y solo su sonrisa me dice que le parece encantador.

Mientras continúa su construcción, el horno atrae todos los días a un grupo nutrido de hombres de la aldea que dan vueltas a su alrededor. Refunfuñan y silban y algunos dicen que es
formidabile
, mientras que otros se mesan los cabellos, chillan «
madonnina
» y dicen que, cuando lo encendamos, todo el valle volará por los aires. A medida que Fernando está cada vez más cerca de terminarlo —ahora se congregan a su alrededor contingentes técnicos tanto oficiales como voluntarios—, los habitantes de los pueblos vecinos se acercan por la noche, dejan los coches junto a la carretera y acuden a visitar el horno como si fuese un santuario. Nuestro humor caprichoso nos impulsa a bautizarlo con el nombre de santa Giovanna, santa Juana; Casi todos los que vienen nos hablan del horno de su infancia, de lo que cocinaba la tía los domingos, de aquellos panes inolvidables que horneaba la
mamma
. En parte pila bautismal y en parte colmena, es tan grande que no conseguiré subir nada hasta su cámara a menos que me ponga de pie sobre la caja de madera que, para que pueda subirme encima, Barlozzo ha reforzado con una plancha de pizarra.

A su manera neolítica, Barlozzo ha fabricado nuestras herramientas a mano. Lija lentamente una tira de roble de un metro y medio para hacer un asa y la añade a una plancha de metal que ha afinado a fuerza de machacarla con una piedra: ya tenemos la pala. Hace una escoba para el horno con un puñado de ramitas secas de olivo atadas en una trenza. Con un instrumento diabólico que parece unas tenazas como las que habrá usado el hombre de Neandertal, agujerea a intervalos regulares otras dos planchas de metal, coloca una encima de la otra y las separa con trocitos que le han sobrado del asa de roble: la rejilla para poner a enfriar el pan.

Fernando y yo analizamos qué pan haremos primero.

—¿Le pondremos harina de maíz o de trigo? ¿O haremos tortas chatas con puñados de romero?

Fernando lo quiere con aceitunas negras secas y nueces tostadas y no quiere usar harina de trigo.

El duque todavía no ha levantado la vista y sigue agujereando el metal. Sabe que nuestra conversación no es más que palabrería inútil, porque los primeros que hagamos y, si somos tan inteligentes como espera, todos los siguientes, serán panes puros toscanos sin sal, de corteza gruesa y dura y miga blanda y acida. Hacemos una nueva
biga
—usamos una pizca de levadura, un puñado de harina, un poco de agua; mezclamos todo y lo agitamos para que cobre fuerza—, que añadiremos a la que hemos traído de Venecia; así obtendremos una masa madre intercultural para elaborar pan toscano con recuerdos venecianos.

Se acaba el horno un domingo y acordamos hacer la primera hornada el sábado siguiente por la mañana, el último sábado de julio; después del pan, estofaremos una
coscia di maiale al Chianti
, o dos patas, si son muchos los que quieren venir a comer con nosotros. Dejamos invitaciones en el bar y decimos a todos los que encontramos que será una comida inaugural y que pueden traer masa de pan por la mañana y hornearla con nosotros, si quieren.


Senz'altro, ci vediamo, ci sentiamo prima
. Sin falta, nos vemos o hablamos antes —dije a muchos de ellos.

Salimos al jardín antes que el sol y disponemos la leña y las astillas para encender el fuego como nos ha recomendado Barlozzo, aunque con mayor precisión. Creamos un bodegón con ramas de roble y sarmientos y apilamos encima un haz enorme de tallos secos de hinojo silvestre para perfumarlo y para que nos dé buena suerte. Fernando coloca una cerilla sobre el hinojo y otra sobre las astillas que hay debajo: saltan las llamas con estruendo y gruesas nubes de humo salen con fuerza por la puerta de la cámara, hasta el extremo de que no podemos vernos el uno al otro. Nos alejamos corriendo del desastre, hasta que nos damos cuenta de que la ráfaga sofocante ha quedado contenida y empieza a subir por las paredes de la chimenea; finalmente, su negra columna rúnica sale a borbotones por la abertura. Tosemos y gritamos: lo hemos conseguido. El valle no corre peligro y vamos a hornear pan.

En dos sillas de hierro forjado que acercamos al frente del horno, nos sentamos a esperar, como comadronas. Detrás hay prados verdes, apenas verdes, como
mascarpone
mezclado con salvia y apio picados; los olivos envían mensajes plateados a una bandada de aves regañonas y, en los campos más alejados, los restos de trigo se tuestan y quedan crujientes y quebradizos, como el caramelo cuando se enfría. Vivo la vida que siempre he imaginado. Quiero lo que ya tengo. Cuando se lo digo a Fernando, me dice:

—Hay que remover la leña.

Tal vez estemos diciendo lo mismo.

Desliza la mano por la correa de cuero de su largo atizador de panadero de fabricación casera y sacude la pila al rojo vivo, con lo cual brotan chispas y el aire se vuelve borroso otra vez. Ya falta poco, conque entro a dar forma a mis
pagnotte
: redondeles de masa de medio kilo que he dejado fermentar una hora. Usando otra vez el atizador, Fernando empuja las brasas hacia un lado, mientras yo me subo a mi caja, doy una buena sacudida a la pala y tiro los panes sobre el suelo del horno, empujo la puerta de la cámara con la cadera, para cerrarla, y los envío a la gloria. Son casi las nueve y media y pensamos que a esa hora habría venido alguien a hacernos compañía, pero aún no.

Tampoco viene nadie durante el resto de la mañana. Mientras se hace la segunda hornada, sacamos una pata de cerdo de su baño de vino tinto, le hacemos incisiones en la carne púrpura y rellenamos los huecos con una pasta de ajo, romero y clavos, la untamos con aceite y volvemos a echarle por encima el vino en que se ha marinado. El horno se está enfriando cuando metemos dentro la olla cerrada herméticamente y amontonamos a su alrededor la ceniza blanca, esperando que la suerte nos acompañe. Comemos nuestro primer pan para desayunar y también en la comida: lo cubrimos con
prosciutto
, lo cogemos con la mano y lo masticamos con avidez, entre sorbos de Trebbiano frío.

Ya son casi las nueve de la noche y, después de una tormenta intensa, aunque breve, reaparece un sol lánguido y fugaz a darnos rápidamente las buenas noches. Cuando estamos poniendo la mesa para cenar en la terraza, vemos a Florì que baja la montaña arrastrando los pies, de mala gana, con un tazón contra el pecho, como si vadeara un río con un fusil. Veinte metros detrás de ella viene el duque, balanceando una botella de cinco litros de vino tinto en una cesta de paja. Al final, sí que habrá una cena de celebración.

Bajo corriendo a recibir a Floriana , que llega sin aliento. Se detiene en el camino, con la última luz a sus espaldas. Espinas de lluvia se aferran a su cabello suelto y sin pañuelo y la apresan dentro de su marco rojizo. Son sus ojos almendras de color ámbar que esta noche se encienden en algún lugar nuevo y viejo, en alguna mazmorra deliciosamente secreta que a menudo debe de olvidar que posee. Hablamos durante un minuto y Barlozzo pasa a nuestro lado, como un niño demasiado tímido para hablar con dos chicas al mismo tiempo.


Belle donne, buona sera
. Buenas noches, guapas —dice sin interrumpir la marcha.

Nuestros invitados son amables, agradables y, sin embargo, aunque muy sutilmente, parecen sentir el peso de la obligación. De todos modos, el cerdo está tierno como el queso fresco y la salsa parece un ponche caliente y espeso de vino con especias. El pan tiene sabor a leña quemada y a siglos. No tardan en ponerse a hablar más entre ellos que con nosotros y nos damos cuenta de que también disfrutan de sentirse más cómodos en nuestra compañía. Trato de no quedarme mirándolos, pero en realidad hacen una pareja estupenda y cada uno de ellos se ocupa del otro sin ninguna afectación. Creo que jamás los he visto tocarse ni mirarse de frente y sin embargo uno tiene la sensación de un gran amor, del tipo de amor que es el primer amor del mundo. Oficialmente, no forman una pareja o al menos ninguno de ellos nos lo ha demostrado en modo alguno a lo largo de estas semanas. Cada uno tiene su propia casa y su propia vida y se ocupa de todo de forma independiente, pero debe de haber más: estoy segura de que hay algo más.

—¿Saben de dónde deriva la palabra compagna, «compañera»? —pregunta Barlozzo, mientras coge otro pan y lo parte por la mitad—. Del latín.
Com
es «con» y
pane
es «pan». Una compañera es la persona con la que partimos el pan.

Cada uno alza su copa y pasa el pan al vecino y todos pasamos trochos de pan por lo que queda de la salsa. Amén.

Después de cenar, los caballeros quieren sentarse a fumar y a beber grapa. Florì y yo decidimos bajar hasta las fuentes termales a las que Fernando y yo vamos a bañarnos casi todas las mañanas. Guardamos puñados de
biscotti
en una bolsa de papel y la metemos en una bolsa de la compra con una manta pequeña y una toalla vieja para secarnos los pies; nos aseguramos de que tengan pilas las dos linternas, nos quitamos las sandalias y nos ponemos unas botas de lluvia de distintos pares que encontramos en el establo. Nos envolvemos en nuestros chales y nos despedimos de Fernando y del duque.

La noche refresca rápidamente; nos reímos y coincidimos: «
Siamo due matte
, somos dos locas», por salir de aquella manera y tan tarde. Percibo lo mucho que la alegra aquella aventura delicadamente salvaje y su alegría aumenta la mía. Mientras andamos, se pone a hablar de
Las aventuras de Huckleberry Finn
. Me agrada que una toscana sexagenaria como ella, con la cabeza llena de rizos prerrafaelistas, haya leído una narración de aventuras que es la quintaesencia de lo estadounidense.

—¿Sabes una cosa, Chou? Siempre he querido construir una balsa como aquella y dejarme llevar por la corriente de aquel mismo río, el río más grande del mundo, detenerme en una orilla solitaria, en las lindes de un bosque, encender fuego, cocinar panceta y comérmela directamente de la sartén.
Come si dice
panceta
in inglese?
¿Cómo se dice «panceta» en inglés? Ah,
bahcone. Certo. Sarebbe bellissimo
. Sería estupendo.

Cuando llegamos a las fuentes, movemos en arco las linternas en busca de un lugar adecuado para sentarnos, nos quitamos las botas empujándolas con los pies y sumergimos las piernas en el agua caliente que se filtra; pero, cuando nos calentamos los pies, el resto de nuestro cuerpo se enfría y Florì tira de la manta. Nos envolvemos con ella los hombros y nos quedamos allí sentadas, hablando de los libros de nuestra vida. A pesar de lo mucho que le gusta
Huckleberry Finn
, Florì dice que sus libros «extranjeros» preferidos son
Madame Bovary
,
David Copperfield
y
Ana Karenina
; sobre todo
Ana Karenina
.

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