Misión de honor (24 page)

Read Misión de honor Online

Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

—Depredador —respondió Bond, lacónico—. Anúncieles que está aquí Depredador y un amigo suyo —precisó, sin sonreír.

Apenas un minuto más tarde, el mismo guardia les mostraba el camino, a través de un pasillo, hacia una estancia más espaciosa. Las cortinas, de terciopelo rojo, estaban corridas. Un retrato de la reina colgaba sobre la chimenea Adam y otro, de Winston Churchill, adornaba la pared contraria. Una larga y reluciente mesa de juntas ocupaba buena parte del espacio disponible.

Seis rostros se volvieron en un solo movimiento hacia los recién llegados. M presidía la mesa. A su derecha se encontraba Bill Tanner, y al lado opuesto Bond reconoció a otro oficial del Servicio. Sentado junto a Tanner estaba el comandante Boothroyd, el armero, jefe de la sección Q, y lady Freddie Fortune ocupaba el asiento inmediato.

Bond no tuvo tiempo de asombrarse ante la presencia de Freddie, porque el sexto y último componente de la asamblea abandonó su silla casi a la carrera.

—¡James, cariño! ¡Qué alegría verte! Indiferente a las conveniencias, Percy Proud le estrechó contra sí en un abrazo que parecía no ir a interrumpirse ya.

—¡Comandante Bond! ¡Miss Proud! —exclamó M auténticamente confuso—. Creo que… Hmmm… Tenemos cosas importantes que hacer.

Desprendiéndose de Percy, Bond saludó con la cabeza al resto de los reunidos y presentó a Peter.

—Considero que el profesor Amadeus puede ayudarnos —dijo.

Lo hizo dirigiendo a Freddie Fortune miradas tan frecuentes y suspicaces, que M terminó por explicar:

—Lady Freddie lleva unos cuantos años en el equipo. Ha realizado excelentes trabajos de infiltración. Muy encubiertos. Es una excelente colaboradora, cero cero siete. Olvide usted por completo que la ha visto aquí.

Reparando en la fija mirada de que le hacía objeto Freddie, Bond arqueó una ceja y respondió con una sonrisa sarcástica:

—Confío, señor, en que se habrán introducido ustedes… —comenzó a decir.

—Sí, cero cero siete —le atajó M—. Entramos en Endor cosa de una hora después de haber abandonado usted la casa en su coche. Pero los pájaros habían volado. No creo que quedasen muchos allí en el momento de marchar usted. Y han desaparecido como por arte de magia. Sin dejar rastro. Pensamos que podría usted decirnos…

—A mí me dieron instrucciones de volver a la casa por el mismo itinerario que he seguido al venir.

Recordaba la sensación de soledad que le había producido Endor aquella mañana, y el hecho de que sólo hubiera visto a Cindy y al asistente árabe a primera hora, y más tarde, únicamente a Holy, Rahani y Zwingli.

—Pero los coches seguían en el garaje —arguyó, consciente del poco peso de la excusa—. Los tres.

—Nuestra gente sólo encontró dos al llegar —intervino el hombre al que Bond había reconocido, pero cuyo nombre no conseguía recordar, y que era, sin duda, el oficial de enlace.

—¿Y qué ha sido de mi compañera? ¿Qué se sabe de Cindy? —preguntó Percy, apoyándole una mano en la manga a Bond, que hurtó la mirada.

—No lo sé con certeza. Anoche me prestó una gran ayuda. Incluso trató de hacerse con una copia del simulacro… del programa en que se basa lo que se trae esa gente entre manos —dijo. Y volviéndose hacia M, añadió—: ¿Sabía usted, señor, que en todo este asunto actúan por mandato de SPECTRA?

M que cuando se lo proponía sabía ser glacial en sus respuestas, dijo:

—¿De veras? ¿O sea que esa organización infame vuelve a estar en pie de guerra?

—Todavía no me has dicho qué ha sido de Cindy —terció Percy, esa vez asiéndole el brazo con fuerza.

—Realmente no lo sé, Percy. Ni idea.

Y pasó a relatarle los sucesos de la noche anterior, omitiendo cuanto había ocurrido después de su regreso al cuarto de la mulata, pero no la conversación mantenida con Holy por la mañana.

—¿Quiere decirse que no sabemos nada acerca de ese simulacro? —preguntó M.

—Permítanme intervenir —dijo Amadeus, con lo cual todos los presentes se volvieron hacia él—. Yo he visto funcionar ese programa. Fue hace un par de semanas. Una noche, ya de madrugada. No podía dormir y bajé al laboratorio. Jason estaba en la sala de guerra. Míster Bond sabe a qué me refiero: una habitación situada al fondo del sótano. Le tenía aquélla tan absorto, que ni siquiera me oyó —adujo, pasándose una mano por la frente—. Eso fue mucho antes de que apareciese aquella partida de brutos cargados de armas…, antes de que empezara a angustiarme el estar en aquella casa.

M, incómodo, se había puesto a dar nerviosas chupadas a la pipa.

—De modo que me dije yo: acércate y echa una ojeada, Pete. A ese programa le llaman…

—El juego del Globo —le interrumpió Bond.

—Yo he visto cómo lo desarrollaban y usted no, míster Bond. Y además tengo el uso de la palabra —Amadeus lanzó una mirada a su alrededor, gozándose en la atención de que era objeto—. Como venía diciendo, le llaman el juego del Globo, pero tiene que ver con algo que han bautizado con el nombre de Operación Desescalador.

M, frunció el ceño, repitió en voz baja el nombre.

—El simulacro —continuó Amadeus, más audiblemente— se desarrolla, al parecer, en un aeropuerto comercial, más bien pequeño y que no reconocí, aunque eso carece de importancia. La trama comienza en un complejo de oficinas situado inmediatamente a la izquierda del edificio de la terminal. Hay mucho movimiento de coches y de comandos que se sitúan en posiciones estratégicas. Por lo que pude ver, el propósito de todo eso es echarle el lazo a alguien.

—¿Echarle el lazo? —preguntó M.

—Secuestrarle, señor —explicó Bond.

Amadeus les dedicó una mirada severa y elocuente: no le gustaba que le interrumpiesen.

—Después de echarle el lazo a ese sujeto, hay mucho trajín entre coches. Ya me entienden: lo llevan a cierto lugar y allí lo sacan de un vehículo y lo meten en otro. De ahí, la acción pasa a un campo más pequeño…, un aeródromo. Todas las instalaciones, la torre de control, el edificio principal, el hangar, es de tamaño reducido. ¿Y qué dirían que hay allí, además? Un dirigible.

—¿Un dirigible? —repitió Bond sorprendido.

—De ahí viene lo del Juego del Globo. Entran en ese campo de aviación con el secuestrado. El montaje me pareció inteligente a más no poder… Emplean tres coches, doce hombres y el rehén… Llamémosle así. ¿Resultado? El grupo domina la situación por las armas. En el desenlace, que es bastante complicado, entra en juego el dirigible, que despega con rumbo desconocido y…

—¡Jefe de personal! —exclamó M casi con un grito—. Compruebe lo de esa máquina. Sabemos que existe porque figuraba en el itinerario. Lo vi personalmente. Obtuvieron la debida autorización del equipo del presidente, de nuestro primer ministro y de los rusos, so pretexto de un vuelo de exhibición previsto para el mediodía de mañana.

Bill Tanner abandonaba la estancia antes de que M hubiese concluido su explicación.

Bond miró a su superior jerárquico con expresión claramente interrogativa.

—Verá, señor, estos últimos días no he tenido acceso a ningún medio de comunicación. Ni siquiera pude utilizar la radio del coche. ¿Tendría usted inconveniente…?

—Ninguno —M se retrepó en su asiento—. Afortunadamente ahora tenemos cierta noción de lo que pueden estar maquinando. Conocemos el lugar y los medios elegidos para llevar a cabo el golpe. Ahora nos falta saber en qué ha de consistir. Y eso es harina de otro costal…

—Si quisiera usted concretar… —instó Bond.

—Esto ha sido materia reservada por espacio de unos meses… Bastantes, en realidad —empezó M—. Organizar cosas de esta clase requiere siempre muchísimo tiempo, y los interesados insistían en que se llevara con el mayor sigilo. Esta noche está prevista la llegada a Ginebra de los delegados que deben participar en una conferencia en la cumbre. A decir verdad, la sesión principal ha de celebrarse esta misma noche. Los participantes han reservado por tres días todo el hotel Le Richemond…

—¿Quiénes son los participantes, señor?

—Rusia, los Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania Occidental. Con sus respectivos presidentes a la cabeza, secundados por consejeros, secretarios, asesores militares… En fin, ciento y la madre. El objetivo de las conversaciones es el control de las armas nucleares con miras a un porvenir más alentador y risueño. Como siempre, nos prometen la luna…

—¿Y ese dirigible? —quiso saber Bond, cuyo pesimismo iba en aumento conforme avanzaba M en su exposición.

—¿El
Europa
? Pertenece a la firma Goodyear, que actualmente lo tiene situado en Suiza. Al enterarse de la inminente conferencia, solicitaron permiso para sobrevolar el hotel Le Richemond en lo que ellos llaman una misión de buena voluntad. Tienen estacionado el
Europa
en un pequeño campo de aviación, accesible sólo desde el propio lago y que utilizan los equipos de rescate de montaña y algunos aviones particulares.

—¿Pero cuándo organizó eso la Goodyear? —insistió Bond, que no tenía noticia alguna acerca de la mencionada conferencia.

—Ya sabe usted lo que son esas cosas, cero cero siete —contestó M con un rezongo—. Programan sus actividades con un año de antelación. En cualquier caso, el
Europa
estaba situado ya en Suiza, y hubiera efectuado de todos modos su vuelo de exhibición. Pero al anunciarse las conversaciones, tuvieron que pedir un permiso especial.

Percy, percatada ya del planteamiento, intervino entonces.

—Dígame, profesor Amadeus: ¿desde cuándo conoce usted la existencia del juego del Globo?

—Desde hace cosa de cuatro o cinco meses.

—¿Y esa conferencia en la cumbre…?

—Llevan casi un año planeándola —dijo M—. La información se conocía sólo en medios diplomáticos. Los chicos de la prensa se mostraron considerados por una vez. Los periódicos no hablaron para nada del asunto, aunque sin duda estaban al tanto.

Bill Tanner reapareció para anunciar que había hablado con Ginebra.

—El encargado de seguridad que tiene la Goodyear en el aeródromo dice que todo está en orden. De todas formas, hemos alertado a la policía suiza. Van a cerrar el campo de aviación; sólo permitirán el acceso al personal autorizado de la Goodyear, es decir, de treinta a treinta y cinco personas, incluidos organizadores, equipo de publicidad y de relaciones públicas, los mecánicos y dos pilotos. Como nadie podrá entrar allí sin el visto bueno de los representantes de Goodyear, andamos sobre seguro.

—Perfecto. Bien, cero cero siete, nuestra misión se reduce ahora a sentarles las costuras a esa pandilla de maleantes. ¿Alguna sugerencia?

Bond tenía una, en efecto: la única posible.

—Facilíteme la frecuencia COPE, señor. La auténtica, en caso de que ya dispongan de ella, porque tratándose de SPECTRA y de los encargados de despachar sus asuntos sucios, nada me parece imposible.

—Ah, sí…, la frecuencia COPE. Mencionaba usted eso en su mensaje. Y nos hizo cavilar. Explíqueme ese asunto, cero cero siete.

Bond sintetizó de cabo a rabo la historia, sin omitir nada.

—Aseguran estar en posesión del código ruso equivalente, y desde luego del norteamericano. Yo me inclino a creerles, señor.

—Sí —asintió M—. SPECTRA nunca ha ido a la zaga en cuestiones de información. Lo de someter a vigilancia el aeródromo ha sido una buena iniciativa, jefe de personal. Tenga ahora la bondad de seguir de cerca las medidas de la policía Suiza. Y manténgase en contacto con la gente de la Goodyear.

M pasó a exponer su teoría personal, jugando, mientras tanto, con su pipa. Si SPECTRA poseía los códigos de emergencia de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, junto con las frecuencias correspondientes, y si lograba situar agentes suyos en la inmediata vecindad de los dirigentes de una de ambas potencias, nada le impediría utilizar para sus fines el código del país en cuestión.

—El método indicado —apuntó Bond— sería apoderarse del dirigible y cargar en él el necesario equipo de onda corta. Hecho eso, se trata de situar el
Europa
sobre el mismo local en que los jefes de Estado celebren su asamblea…

—¡Exactamente, cero cero siete! Si se sitúan encima mismo de ese punto, el satélite de comunicaciones de los Estados Unidos reconocerá el código cifrado, y lo mismo puede decirse, supongo, del satélite soviético.

A partir de ese punto, las alternativas eran dos: que una de las potencias lanzara sobre la otra un ataque nuclear pleno, o que lo hicieran ambas, aniquilándose mutuamente y convirtiendo en un erial los respectivos continentes por una larga serie de años. Una perspectiva inimaginable, según expresó M en voz alta. Bond aprovechó para señalar que Jay Autem Holy había hablado únicamente de paz.

—Pero me amenazaron con poner en marcha un segundo plan, en caso que no regresase con la frecuencia COPE.

—Queda otra alternativa: la opción Reja de Arado —señaló M, como si eso entrañase la respuesta a los anhelos de todos—. Reja de Arado y su equivalente ruso.

Al preguntarle Percy en qué consistía esa opción, M repuso, con una sonrisa, que se trataba de un método para enviar a la chatarra todos los arsenales nucleares o, cuando menos, el grueso de ellos. Y en voz más baja dio a conocer a los reunidos el código cuya emisión por la frecuencia COPE determinaría el desmantelamiento de todos los arsenales nucleares, tanto estratégicos como tácticos.

—Se estima que en los Estados Unidos la operación llevaría alrededor de veinticuatro horas. Supongo que en el caso de la Unión Soviética el plazo será algo más largo. Al igual que siempre ha existido una Máquina del Juicio Final, desde hace tres decenios disponemos de una Reja de Arado capaz de purificar la Tierra.

M hizo una pausa, fruncidos los labios, en espera de que sus palabras calasen en el ánimo de los presentes, tras lo cual prosiguió:

—Se creó con miras a la eventualidad de una catástrofe, como pudiera ser la paralización, por uso de gases enervantes, de un sesenta y siete por ciento de las Fuerzas Armadas, o como resultado de una situación sin salida. Siempre se ha sobreentendido, claro está, que la opción Reja de Arado no se emplearía más que por mutuo acuerdo. Pero existe como posibilidad. Y entraña en potencia los mismos peligros que el hacer volar por los aires a dos grandes países, porque su aplicación sería la forma más directa de romper de un solo golpe el equilibrio existente entre ambas superpotencias, que descansa en sus arsenales nucleares. Hacer eso sería crear la auténtica revolución, el desastre económico y el caos.

Other books

Still Point by Katie Kacvinsky
Merlin by Jane Yolen
Priests of Ferris by Maurice Gee
Volver a verte by Marc Levy
The Spark by Howell, H. G.
Man Curse by Raqiyah Mays
A Prison Unsought by Sherwood Smith, Dave Trowbridge