Misterio de los anónimos (12 page)

Fatty se alarmó ligeramente. En aquellos momentos no deseaba tropezarme con el Ahuyentador. Contempló el sobre una vez más. El nombre y la dirección estaban escritos con letras mayúsculas también, y el sobre cuadrado era igual a los otros empleados. Fatty sacó de su bolsillo su cuaderno de notas y miró la página encabezada con la palabra «Pistas».

Comparó la palabra «Peterswood» calcada por él con la misma palabra que aparecía en el sobre. Sí, no cabía la menor duda, las dos palabras habían sido escritas por la misma mano. Eran exactamente ¡guales.

Fatty devolvió el sobre a la señora Lamb. Con aquello tenía bastante. No necesitaba ver la carta... podía imaginársela... unas frases llenas de odio y mala intención, quizá con un poquitín de verdad. Ya tenía lo suficiente para estar intrigado... allí estaba la carta de costumbre, recibida el martes por la mañana... pero esta vez no había sido enviada por correo, ni desde Sheepsale. ¡Qué extraño!

—Bien, me marcho ya —dijo Fatty—. Gracias por enseñarme el sobre, señora Lamb. Siento mucho que haya recibido una de estas repugnantes cartas. No descansaré hasta que descubra quién las ha escrito.

El señor Goon también lo anda buscando —dijo la señora Cockles—. Dice que tiene bastante idea de quién es.

Fatty lo dudaba. Estaba seguro de que el señor Goon se hallaba tan intrigado como él. Se despidió y se dispuso a salir de aquella sucia habitación.

¡Pero por la puerta del jardín entraba la oronda figura del señor Goon! Fatty estaba desconcertado. Quiso salir por la verja antes de que entrara el policía, pero el señor Goon, sorprendido y exasperado al verle allí, le cogió de un brazo arrastrándole hasta el interior de la casa.

—¿Este niño ha estado entrometiéndose en las cosas que atañen sólo a la Ley? —preguntó con voz airada—. ¿Qué es lo que estaba haciendo aquí? Esto es lo que quiero yo saber.

La señora Lamb temía al señor Goon, pero a la señora Cockles no le daba miedo.

—No ha hecho nada malo —respondió—. Sólo se ha tomado un interés puramente amistoso.

—¿Cómo supo que la señora Lamb había recibido una de esas cartas? —quiso saber el señor Goon todavía furioso.

—Pues, tuve que telefonear a la señora Luna para decirle que esta mañana no iría a ayudarla porque mi hermana había recibido una carta —explicó la señora Cockles—. Y casualmente estaba allí el señorito Federico y tomó el recado. Me dijo que sabía todo lo referente a las cartas y que le gustaría ver ésta, y como yo sabía que se daba buena maña para descubrir cosas así...

—Señora Lamb, ¿no le habrá enseñado la carta a este entrometido antes que a mí? —rugió el señor Goon.

—Pues, pues... él dijo que las había visto todas —tartamudeó la pobre señora Lamb asustadísima—. Así que pensé que no tenía importancia, pero sólo le enseñé el sobre, señor Goon.

El señor Goon volvió sus ojos de sapo hacia Fatty.

—¿Qué significa... de que has visto todas las cartas? —preguntó—. Han estado en mi poder... no las he abandonado ni un minuto. ¿Qué significa eso de que las has visto «todas»?

—Debo haberlas visto en sueños —replicó Fatty en aquel tono amistoso que tanto enfurecía al señor Goon.

—Estás mintiendo —le dijo—. Sí, y lo sabes. ¡Esas cartas no han dejado de estar en mi poder ni un solo minuto!

—¿De veras? —replicó Fatty—. Bien, entonces no podría haberlas visto.

—¡A menos de que sepas más de ellas de lo que das a entender! —dijo Goon en tono sombrío y misterioso recordando de pronto que había visto a Fatty echando una carta en Sheepsale la mañana anterior—. ¡Oh, eres un enemigo... nunca sé cuál es tu juego, nunca! ¡No creería nada de lo que me dijeras, señorito Federico Trotteville!

—Gracias, Teófilo Goon —dijo Fatty sonriendo. El señor Goon deseaba tirarle de las orejas, pero de pronto recordó que aquellas cartas «habían dejado» de estar en su poder una vez... aquella en que al parecer las perdió por la carretera, después de tropezar con el chico pelirrojo repartidor de telegramas. Miró a Fatty con recelo.

—¿Es amigo tuyo ese repartidor de telegramas? —le preguntó de pronto. Y Fatty pareció muy sorprendido por la pregunta.

—¿Qué repartidor de telegramas? —preguntó.

—Ese pelirrojo lleno de pecas —dijo el señor Goon.

—No tengo ningún amigo pelirrojo y pecoso que reparta telegramas, aunque me gustaría mucho —fue la respuesta de Fatty—. ¿A qué vienen tantas preguntas sobre el chico de los telegramas?

El señor Goon no estaba dispuesto a explicárselo, pero mentalmente tomó nota de que debía ponerse en contacto con el repartidor de telegramas para hacerle unas cuantas preguntas. ¡Tal vez él y Fatty estuvieron en combinación!

—Bueno, ahora tengo que irme —dijo Fatty cortésmente— a menos que tenga usted que hacerme más preguntas sobre repartidores de telegramas, señor Goon. Oh... ¿Le gustaría que le diera otra pista? Espere un poco, veré a ver si llevo alguna encima.

Y ante el furor del señor Goon rebuscó en sus bolsillos sacando un sombrero de paja de una muñeca.

—¿Será esto una pista? —murmuró Fatty, pero viendo que el señor Goon iba adquiriendo aquel color púrpura tan característico, se dirigió rápidamente a la puerta.

—Si no te largas —le dijo el señor Goon entre dientes—. Si no te largas... te... te...

Pero Fatty ya se había largado y corrió hacia casa de Pip. ¡El misterio de las cartas volvía a ponerse al rojo vivo!

CAPÍTULO XIV
TRES SOSPECHOSOS MÁS

Pronto estuvo en el cuarto de jugar explicando todo lo ocurrido a sus amigos. ¡Cómo gritaron al enterarse de que el señor Goon sabía que Fatty había leído todas las cartas!

—¡Vaya sorpresa que debe haberse llevado! —le dijo Pip—. Se pasará horas preguntándose cómo pudiste verlas. Apuesto a que ahora irá a buscar al chico de los telegramas... sabe que fue él quien le devolvió las cartas que supone debió perder.

—¡Vaya, pues será muy afortunado si encuentra al repartidor de telegramas, aunque vaya a buscarle a la oficina de telégrafos! —respondió Fatty—. ¡Pero escuchad una cosa... «ahora» sabemos por qué ninguno de los pasajeros del autobús echó la carta al correo! ¡Fue entregada a mano! ¡No es extraño que no viéramos acercarse a nadie al buzón de Sheepsale!

—Debe haber sido alguien que ayer no pudo alcanzar el autobús por alguna razón —comentó Daisy, pensativa—. Hemos de averiguar si alguno de quienes lo toman regularmente, no lo cogió ayer. ¡Si podemos descubrir a la persona que no fue como de costumbre, «tal vez» hayamos descubierto también el autor de los anónimos!

—Sí... tienes razón, Daisy —dijo Larry—. Fatty, ¿quieres que uno de nosotros tome el autobús de las diez quince mañana, y haga algunas preguntas al conductor.

—Puede que sea mejor no hacerlo —respondió Fatty—. Podría parecerle un poco extraño, o pensar que teníamos mucha cara dura, o algo por el estilo. Yo tengo una idea mejor que ésa.

—¿Cuál? —preguntaron los otros.

—Pues, ¿qué os parece si fuéramos a ver a la señorita Tembleque esta mañana? —dijo Fatty—. Sabemos que acostumbra a tomar ese autobús todos los lunes. Ella puede darnos los nombres de todas las personas que acostumbran a cogerlo en Peterswood. El autobús sale del lado de la iglesia y allí sube ella. Debe conocer a todos los que lo toman el lunes.

—Sí. Vamos a verla ahora —dijo Bets—. La señora Luna ha vuelto con sus riñones, Fatty. No ha tardado mucho. Pip le dio el recado y dijo: «¡Vaya, pues no me sorprende el que la señora Lamb haya recibido una de esas cartas, porque fue una de las más puercas y perezosas del pueblo!»

—¡Bueno, he de confesar que su casa olía bastante mal! —dijo Fatty—. Vamos... a la casa de al lado. Preguntaremos a la señorita Trimble si ha visto a tu gato, Pip.

—Pero si «Bigotes» está aquí —exclamó Pip sorprendido señalando al enorme gato.

—Sí, tonto. Pero la señorita Trimble no lo sabe —replicó Fatty—. Hemos de tener «alguna» excusa para entrar. Seguramente estará cortando flores en el jardín, o paseando al perro. Primero miraremos por encima de la tapia.

Tenían la suerte de cara. La señorita Trimble estaba en el jardín hablando con la señorita Harmer, quien cuidaba de los valiosos gatos siameses de lady Candling.

—Vamos. Entraremos todos juntos por la puerta principal y daremos la vuelta al jardín hasta llegar donde está ella —les dijo Fatty—. Ya desviaré la conversación hacia el autobús.

Fueron al encuentro de la señorita Trimble. La señorita Harmer también se alegró al verles, y les enseñó todos los gatos de ojos azules.

—Y tenéis que venir a ver los narcisos de la huerta —les dijo la señorita Trimble ajustándose los lentes sobre la nariz. Bets la contemplaba con la esperanza de que se le cayeran.

Todos la siguieron. Fatty caminaba a su lado apartando cortésmente cualquier rama que pudiera enganchar sus cabellos. Ella pensó que era un niño muy bien educado.

—Espero que el lunes encontrara usted bien a su señora madre —dijo Fatty.

—No muy bien —respondió la señorita Trimble—. No está muy bien del corazón la pobre. Siempre se alegra mucho de verme los lunes.

—Y usted también debe disfrutar mucho los lunes —exclamó Fatty—. ¡Es tan bonito el viaje hasta Sheepsale y tan alegre su mercado!

A la señorita Trimble se le cayeron los lentes y quedaron balanceándose en el extremo de su cadenita de oro. Volvió a colocárselos sonriendo a Fatty.

—Oh, sí. Los lunes siempre los paso bien —dijo.

—¡Supongo que conocerá usted a todas las personas que toman ese autobús! —intervino Daisy pensando que ya era hora de que ella dijera algo.

—Pues sí, a menos que sean forasteros y no hay muchos —dijo la señorita Trimble—. Siempre va la señora Jolly... es tan simpática. Y esa joven pintora también... no sé cómo se llama... pero que es tan dulce y educada.

—Sí, a nosotros también nos gusta mucho —comentó Fatty—. ¿Vio usted al hombre que iba sentado a mi lado, señorita Trimble? Qué sujeto tan malcarado.

—Sí. Nunca le había visto —fue la respuesta de la señorita Trimble—. El vicario suele subir al autobús en Buckle y siempre resulta agradable charlar con él. Algunas veces también sube el señor Goon para cambiar impresiones con el policía de Sheepsale, pero no sé por qué siempre me alegro de no verle.

—Supongo que algunas personas que por lo regular toman ese autobús, no lo tomarían ayer, ¿verdad? —dijo Fatty con aire inocente—. Yo creía que iría mucho más lleno de lo que iba.

—Pues, déjeme pensar... sí, por lo general «suele ir» más gente —replicó la señorita Trimble al tiempo que se le caían los lentes. Los niños contuvieron el aliento. ¡Ahora tal vez conocerían el nombre del escritor de anónimos!

—¿Alguien que «nosotros» conozcamos? —preguntó Fatty.

—Pues, no sé si conoceréis a la señorita Tittle —dijo la señorita Trimble—. «Siempre» lo toma los lunes, pero ayer no la vi. Es modista, sabéis, y todos los lunes va a Sheepsale a coser todo el día.

—¿De veras? —exclamó Fatty—. ¿Es muy amiga suya, señorita Trimble?

—Pues, no —dijo ella—. No puedo decir que lo sea. Es como muchas modistas, ya sabéis... sólo habla de chismes y escándalos... es un poquitín rencorosa, y eso a mí no me gusta. No es cristiano, digo yo. Critica demasiado a la gente para mi gusto, y ¡sabe un poquitín demasiado de todo el mundo!

Los niños quedaron convencidos al instante de que aquella señorita Tittle era la autora de aquellas odiosas cartas. ¡Al parecer era exactamente igual a ellas!

—¿Verdad que los narcisos están muy bonitos? —dijo la señorita Trimble cuando llegaron a la huerta.

—¡Preciosos! —exclamó Daisy—. Sentémonos un poco, para contemplarlos

Y todos se sentaron. La señorita Trimble, mirando preocupada a los niños, se fue poniendo de color rojo como la grana.

—Creo que no debiera haber dicho eso de la señorita Tittle —dijo—. Lo dije sin pensar. Algunas veces viene aquí a coser para lady Candling, ¿sabéis?, y ¡es difícil no verse arrastrada por sus chismes... me hace cada pregunta! Creo que va a venir esta semana para hacer unas cortinas nuevas de verano... y ya lo estoy temiendo. No puedo soportar tanta envidia y mala intención.

—Lo creo —dijo Bets aprovechando la oportunidad para meter baza—. Usted no es así.

La señorita Trimble quedó tan complacida al oír el comentario de Bets que sonrió arrugando la nariz, y se le cayeron los lentes.

—Ya van tres veces —dijo Bets.

La señorita Trimble se los volvió a poner, ya no tan complacida, pues no podía soportar que Bets las contase de aquella manera.

—Será mejor que nos marchemos —dijo Fatty, pero a continuación le asaltó una idea—. Supongo que no deben haber más asiduos en el autobús de los lunes, ¿verdad, señorita Tembleque... quiero decir Trimble?

—¡Parece que os interesa mucho ese autobús! —replicó ella—. Bien, déjame pensar. Siempre va el viejo Curiosón, claro. No sé por qué no iría ayer. Siempre acude al mercado.

—¿El viejo Curiosón? ¿Quién es? —preguntó Fatty.

—Oh, es ese viejo que vive con su esposa en un carromato al final del prado de la Rectoría —replicó la señorita Trimble—. Tal vez no lo hayáis visto nunca.

—¡Oh, sí! ¡Ahora le recuerdo! —exclamó Fatty—. Es un individuo menudo y curioso, de nariz ganchuda y bigotes lacios y caídos que siempre anda murmurando entre dientes.

—Le llaman Curiosón porque es muy curioso —explicó la señorita Trimble—. ¡Las cosas que quiere saber de todo el mundo! Los años que tiene mi madre... los años que tengo yo... lo que hace lady Candling con sus trajes viejos... y lo que gana el jardinero. No me extraña que la gente le llame Curiosón.

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