Misterio de los anónimos (4 page)

CAPÍTULO IV
EL GUANTE DEL SEÑOR GOON

Los niños tuvieron un día maravilloso... cálido, soleado... habían primaveras por todas partes, y las brillantes azulinas formaban una hermosa alfombra con las anémonas.

—Esto es la gloria —dijo Daisy—. Gracias a Dios que por fin ha cambiado el tiempo. Extendamos nuestros impermeables y sentémonos encima.

«Buster» correteaba feliz y los niños le vieron alejarse.

—¡A la busca del gran Misterio del Conejo! —exclamó Fatty—. ¿Dónde hay una madriguera lo bastante grande para que quepa un perro como «Buster»? Éste es el gran problema que «Buster» espera siempre llegar a resolver.

Todos rieron.

—Ojalá nosotros tuviéramos algún gran problema que resolver —prosiguió Daisy—. Me he acostumbrado a que mi cerebro tenga algo que «rumiar» durante las vacaciones, y me resulta extraño no tener nada en qué pensar.

El día transcurrió rápidamente, y pronto fue hora de regresar a sus casas. Los cinco montaron en sus bicicletas, pero les costó bastante trabajo arrancar a «Buster» de una madriguera muy grande en la que había logrado introducir medio cuerpo, y se disgustó mucho. Iba sentado en la cesta de Fatty con las orejas gachas. ¡Ahora que casi había logrado alcanzar aquel conejo! ¡Un minuto más y era suyo!

—«Buster» está enfadado —dijo Pip riendo—. ¡Eh, «Buster»! ¡Anímate!

—Me pregunto si mamá habrá hecho todas las cosas importantes que tenía que hacer —dijo Bets a Pip—. ¡Por lo menos no podrá decir que hoy la hayamos molestado en ningún momento!

En la esquina de la iglesia se separaron tomando distintas direcciones.

—¡Mañana nos encontraremos en casa de Larry! —gritó Fatty—. Si hace buen tiempo en el jardín. ¡Adiós!

Pip y Bets bajaron por la carretera hasta enfilar la avenida de su casa.

—Estoy sediento —dijo Pip—. ¿Tú crees que Gladys querría darnos un poco de hielo de la nevera para ponerlo en un jarro de agua? Tengo tanto calor que me gustaría beber agua helada.

—Bueno, pero no se lo pidas a la señora Luna —respondió Bets—. ¡Seguro que dice que no!

Fueron en busca de Gladys. No estaba en la cocina porque se asomaron por la ventana y no la vieron. Tampoco estaba arriba porque subieron y la llamaron. Su madre al oírles salió del despacho para saludarles cuando ya ellos volvían a bajar corriendo la escalera.

—¿Lo habéis pasado bien? —les preguntó—. Me he alegrado mucho de que os hiciera tan buen día.

—Sí; un día insuperable —replicó Pip—. Mamá, ¿podemos beber agua fría? ¡Nos estamos abrasando!

—Si queréis... —les dijo la señora Hilton y ellos corrieron a la cocina donde encontraron a la señora Luna haciendo calceta.

—¿Qué queréis? —les dijo con inesperada amabilidad.

—Sólo un poco de agua fría, si nos hace el favor —dijo Pip—. Pero no íbamos a pedírselo a usted, señora Luna, sino a Gladys. No queremos molestarla.

—No es ninguna molestia —respondió la señora Luna poniéndose en pie—. Yo os la daré.

—¿Ha salido Gladys? —preguntó Bets.

—Sí —replicó la señora Luna sin más explicaciones—. Ahora coged rápidamente esos cubitos de hielo y ponedlos en un jarro. Eso es.

—Pero hoy no es el día de salida de Gladys —insistió Pip sorprendido—. Si salió anteayer.

—Mira... ¡has dejado caer un cubito de hielo! —exclamó la señora Luna—. Bueno, ya no sirvo para ir persiguiendo cubitos de hielo por toda la cocina, así que tendréis que cogerlos vosotros.

Bets se reía mientras Pip intentaba coger el escurridizo pedazo de hielo. Al fin, cuando lo hubo conseguido, lo puso bajo el chorro de agua del grifo antes de echarlo dentro del jarro.

—Gracias, señora Luna —dijo Pip llevándose el jarro y dos vasos al cuarto de jugar.

—Parece que la señora Luna no tenía ganas de hablar de Gladys, ¿verdad? —dijo Pip—. Es curioso.

—Pip... tú no crees que pueda haberse marchado, ¿verdad? —exclamó Bets de pronto—. Espero que no sea así. La quiero mucho.

—Pues... podemos averiguarlo fácilmente —propuso Pip—. Vamos a asomarnos a su habitación. Si están allí sus cosas entonces sabremos que ha salido sólo un rato y que piensa volver.

Siguieron por el pasillo hasta la reducida habitación de Gladys. Abrieron la puerta y al asomar la cabeza quedaron estupefactos.

¡Todo lo que pertenecía a Gladys había desaparecido! Su peine, su cepillo de dientes, y la funda azul que ella había bordado en el colegio para guardar sus camisones. No quedaba nada que recordase que la joven había vivido allí un par de meses.

—¡Sí... se ha ido! —exclamó Bets—. Bueno, ¿y por qué no nos lo ha dicho mamá? ¿O la señora Luna? ¿Por qué tanto misterio?

—Es muy extraño —dijo Pip—. ¿Tú crees que habrá robado algo? Parecía tan buena chica. A mí me era simpática.

—Vamos a preguntárselo a mamá —replicó Bets. Así que fueron a buscarla al despacho, pero su madre ya no estaba allí. Iban ya a volverse para marcharse cuando los ojos penetrantes de Pip descubrieron algo que había en el suelo debajo de una silla. Lo cogió.

Era un guante grande de lana negra. Se lo quedó mirando para ver si recordaba quién usaba guantes de lana negros.

—¿De quién es? —preguntó Bets—. Mira..., ¿no es un nombre eso que hay dentro?

Pip miró... y el nombre que leyó hizo endurecer su mirada. En una etiqueta pequeña estaban impresos en tinta cinco letras: «T. GOON».

—¡T. Goon! ¡Teófilo Goon! —exclamó Pip sorprendido—. ¡Diantre! ¿Para qué habrá venido aquí hoy el viejo Ahuyentador? Estuvo aquí, sentado en este despacho y perdió su guante. No me extraña que mamá nos dijese que tenía cosas muy importantes que hacer, si una de ellas era entrevistarse con el viejo Ahuyentador. ¿Pero por qué habrá venido?

Bets comenzó a gimotear.

—¡Se ha llevado a Gladys a la cárcel! ¡Lo sé! ¡Gladys está en la cárcel, y yo la quiero tanto!

—¡Cállate, tonta! —le riñó Pip—. Mamá va a oírte.

La señora Hilton entró apresuradamente en el despacho, pensando que Bets se habría hecho daño.

—¿Qué te ocurre, querida? —le preguntó.

—¡Mamá! El señor Goon ha llevado a Gladys a la cárcel, ¿verdad? —sollozó Bets—. Pero yo estoy segura de que no ha robado nada. Estoy convencida. ¡Era tan... bu... bu... buena!

—No seas tontina, Bets —le dijo su madre—. «Claro» que el señor Goon no ha hecho nada de eso.

—Bueno, entonces, ¿por qué ha estado aquí? —quiso saber Pip.

—¿Cómo sabes que ha estado aquí? —dijo su madre.

—Por esto —replicó Pip mostrándole el guante de lana negra—. Este guante es del señor Goon. Así que sabemos que ha estado aquí en el despacho... y como Gladys se ha ido estamos casi seguros de que el señor Goon tiene que ver con su marcha.

—Pues no es así —dijo la señora Hilton—. Hoy estaba muy preocupada por algo y yo la dejé ir a casa de su tía.

—¡Oh! —exclamó Pip—. Entonces, ¿para qué vino a verte el señor Goon, mamá?

—La verdad, Pip, esto no es cosa tuya —dijo su madre bastante molesta—. Ni siquiera que os metáis en esto. Ya sé que os consideráis detectives, pero esto nada tiene que ver con vosotros y no quiero que volváis a meteros otra vez en eso que vosotros llamáis misterios.

—Oh... entonces es que hay un misterio —dijo Bets—. ¿Y el viejo Ahuyentador trata de descifrarlo? ¡Oh, mamá, tienes que contárnoslo!

—No es nada que tenga que ver con vosotros —dijo la señora Hilton con firmeza—. Vuestro padre y yo hemos estado discutiendo algo con el señor Goon, eso es todo.

—¿Es que se ha quejado de nosotros? —preguntó Pip.

—No, por extraño que parezca —repuso su madre—. Basta de gimotear, Bets. No hay nada de qué lamentarse.

Bets se secó los ojos.

—¿Por qué se ha ido Gladys? —dijo—. Yo quiero que vuelva.

—Bueno, puede que vuelva —fue la respuesta de su madre—. No puedo decirte por qué se ha ido, excepto que estaba preocupada por algo. Es un asunto particular suyo.

La señora Hilton salió de la habitación, y Pip miró a Bets mientras se guardaba en el bolsillo el enorme guante negro.

—Cielos, qué mano de gigante debe tener el viejo Ahuyentador —comentó—. Quisiera saber por qué estuvo aquí, Bets. Estoy seguro que es algo que tiene que ver con la buena de Gladys.

—Vamos a decírselo a Fatty —propuso Bets—. Él sabrá lo que hay que hacer. ¿Por qué tanto misterio? Y oh, ¡no puedo soportar la idea de que el viejo Ahuyentador ha estado aquí sentado hablando con mamá tan satisfecho pensando que nosotros no íbamos a saber nada!

Aquella tarde no pudieron ir a casa de Fatty, porque la señora Hilton decidió repentinamente lavarles el cabello.

—Pero si lo tengo limpio —protestó Pip.

—Pues está completamente negro —dijo su madre—. ¿Qué has estado haciendo hoy, Pip? ¿Te has puesto cabeza abajo sobre un montón de hollín o algo por el estilo?

—¿No podrías lavarnos la cabeza mañana por la noche? — dijo Bets. Pero no sirvió de nada. Tenía que ser en aquel preciso momento. Así que hasta el día siguiente, Pip y Bets no pudieron ver a Fatty. Estaba en casa de Larry, naturalmente, puesto que habían quedado en encontrarse allí.

—Escuchad —comenzó a decir Pip—, en nuestra casa ha ocurrido algo muy extraño. ¡El viejo Ahuyentador vino ayer a ver a mis padres por algo tan misterioso que nadie quiere decirnos qué es! Y Gladys, nuestra simpática camarera, se ha ido y no podemos averiguar exactamente por qué. Y mirad... aquí está el guante que se dejó en casa el señor Goon.

Todos lo examinaron.

—Tal vez sea una pista valiosa —exclamó Bets.

—¡Tonta! —le dijo Pip—. No ceso de decirte que no pueden haber pistas si no se tiene un misterio que resolver. Además, ¿cómo puede ser una pista el guante de Goon? Eres un bebé.

—Pues... «es» una pista que demuestra que ayer estuvo en tu despacho —intervino Fatty viendo que a Bets se le llenaban los ojos de lágrimas—. Pero yo digo una cosa... todo esto es un poco extraño, ¿no os parece? ¿Vosotros creéis que Goon va tras algún misterio que nosotros desconocemos, pero que conocen vuestro padre y vuestra madre, Pip, y no quieren que nosotros nos mezclemos en ello? Sé que a vuestros padres no les agradó mucho la aventura que tuvimos durante las vacaciones de Navidad. ¡No me sorprendería que estuviera ocurriendo algo que no quieren que llegue hasta nosotros!

Hubo un silencio. Visto así aquello resultaba muy probable. ¡Qué vergüenza que les ocultasen un misterio siendo tan buenos detectives!

—Y lo que es más, yo creo que el misterio tiene que ver con Gladys —prosiguió Fatty—. ¡Imaginaros! ¡Pensar que ha estado ocurriendo algo en nuestras propias narices y no sabíamos nada! ¡Y nosotros registramos graneros y cobertizos mientras había un misterio en la propia casa de Pip!

—Bien... ¡hemos de descubrir lo que es! —dijo Larry—. Y lo que es más, si Goon piensa descubrirlo, nosotros también pondremos manos a la obra, y llegaremos al final antes que «él». Apuesto a que le gustaría vencernos siquiera una vez, para que el inspector Jenks pudiera darle unas palmaditas en la espalda, a él, y no a nosotros, para variar.

—¿Cómo vas a descubrirlo todo? —le preguntó Daisy—. No podemos preguntar a la señora Hilton, porque no nos dirá ni una palabra.

—Voy a sonsacar a Goon —repuso Fatty ante la admiración de todos—. Iré a devolverle este guante fingiendo saber algo más de lo que sé... y tal vez me descubra algo.

—Sí... ve —dijo Pip—. ¡Pero aguarda un poco... él cree que estás en China!

—¡Oh, ya he regresado después de resolver el caso con toda rapidez! —rió Fatty—. Dame el guante, Pip. Iré ahora mismo. Ven conmigo, «Buster». ¡Estando tú allí no es probable que Goon se ponga demasiado violento!

CAPÍTULO V
LA CARTA «NÓNIMA»

Fatty se alejó en su bicicleta llevando a «Buster» en la cesta. Cuando hubo llegado a la casa del señor Goon fue a llamar a la puerta, que le fue abierta por la señora Cockles, quien hacía la limpieza al señor Goon al igual que a los Hilton. Conocía a Fatty y le era simpático.

—¿Está en casa el señor Goon? —preguntóle Fatty—. Oh, bien, en ese caso entraré a verle. Tengo que devolverle algo que le pertenece.

Y tomó asiento en la salita pequeña y calurosa mientras la señora Cockles iba a buscar al policía que estaba en el patio, arreglando un pinchazo de su bicicleta. Se puso la chaqueta y fue a ver quién quería verle.

Cuando vio a Fatty los ojos casi se le salen de las órbitas.

—¡Recórcholis! —dijo—. Yo creía que estabas en el extranjero.

—Oh... resolví un pequeño misterio allí —dijo Fatty—. ¡No me llevó mucho tiempo! Un asunto de un collar de esmeraldas. Lástima que no viniera usted conmigo a Tippylulú, señor Goon. Hubiera disfrutado mucho comiendo arroz con palillos.

El señor Goon estaba seguro de que no hubiera disfrutado con semejante cosa.

—Es una lástima que no te hayas quedado allí más tiempo —gruñó—. Donde estás tú hay complicaciones. Ahora lo sé por experiencia. ¿Qué se te ofrece esta mañana?

—Pues... verá... señor Goon, ¿recuerda usted aquel asunto por el que fue usted ayer a ver a los señores Hilton? —le dijo Fatty fingiendo saber muchísimo más de lo que en realidad sabía, y el señor Goon le miró sorprendido.

—Vamos —le dijo—. ¿Quién te ha hablado de eso? No debías saber nada, ni tú ni los otros, ¿comprendes?

—Esas cosas no pueden mantenerse en secreto —dijo Fatty.

—¿Qué clase de cosas? —preguntó el señor Goon simulando no saber de qué le estaba hablando.

—Pues esas... cosas que usted ya sabe —dijo Fatty poniéndose misterioso—. Sé que va usted a ponerse a trabajar en este asunto, señor Goon, y quiero desearle buena suerte. Espero, por la pobre Gladys, que lo aclare usted muy pronto.

Aquello era un disparo a ciegas, pero pareció sorprender a Goon en gran manera. Parpadeó mirando a Fatty con sus ojos de sapo.

—¿Quién te ha hablado de esa carta? —le preguntó de improviso.

«Oooh —pensó Fatty—. ¡De manera que se trata de algo relacionado con una carta!», y agregó en voz alta:

—Ah, yo siempre tengo medios para averiguar estas cosas, señor Goon. Nos gustaría ayudarle, si podemos.

De pronto el señor Goon perdió los estribos y se puso como la grana.

—¡No quiero vuestra ayuda para nada! —gritó—. ¡Ya me habéis ayudado bastante! ¿Ayudar vosotros? ¡Lo que hacéis es entrometeros en lo que no os importa! ¿Es que no puedo llevar un caso yo solo sin que vosotros intervengáis? ¡No os metáis en esto! La señora Hilton me prometió no deciros nada, ni enseñaros la carta tampoco. Ella tampoco quiere que metáis las narices en esto. ¡Esto es un caso para la policía y no para unos mocosos entrometidos como vosotros! Lárgate y que no te vea más entrometiéndote en donde no te llaman.

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