Misterio de los anónimos (5 page)

—Pensé que tal vez querría usted su guante, señor Goon —le dijo Fatty cortés alargándole el enorme guante—. Lo perdió usted ayer.

El señor Goon lo cogió de un manotazo y «Buster» empezó a gruñir.

—¡Márchate tú y tu perro! —murmuró el señor Goon—. Estoy harto de los dos. ¡Largaos!

Y Fatty se largó. Estaba satisfecho del resultado de su entrevista con el señor Goon, pero muy intrigado. El señor Goon había dejado escapar algunas cosas... por ejemplo, lo de la carta. ¿Pero de qué carta se trataba? ¿Qué podía haber en ella para crear aquel misterio? ¿Estaría relacionado con Gladys? ¿Era «suya» aquella carta?

Pensando en todas estas cosas Fatty regresó junto a los otros en su bicicleta y les contó lo que había averiguado.

—Yo creo que es posible que la señora Luna sepa algo —les dijo—. Bets, ¿no podrías preguntárselo tú? Si la tanteas un poco es posible que te diga alguna cosa.

—Yo no sé hacerlo —dijo Bets indignada—. Ni tampoco espero que me dijera nada. Estoy segura de que ella tiene que ver con este misterio que todos tratan de ocultarnos. Ayer ni siquiera quiso decirnos que Gladys se había ido.

—Bueno, de todas formas, mira lo que puedas hacer —le dijo Fatty—. A ella le gusta mucho hacer calceta, ¿verdad? Pues llévale una labor de punto enredada y pídele que te la arregle... que te coja los puntos o como se llame eso... Entonces puedes comenzar a sonsa... a hablar con ella de Gladys, de Goon y demás.

—Lo intentaré —repuso Bets—. Bajaré esta tarde cuando ella se siente a descansar. No le gusta que la molesten por las mañanas.

De manera que aquella tarde Bets bajó a la cocina con una labor de punto muy enredada. Había estado planeando cuidadosamente lo que iba a decir a la señora Luna, pero se sentía un poco nerviosa. La cocinera sabía ser muy desagradable cuando quería.

En la cocina no había nadie, y Bets se sentó en la mecedora, y se estuvo meciendo hacia delante y hacia atrás.

Del patio posterior llegaron dos voces. Una era la de la señora Luna y la otra de la señora Cockles. Bets apenas prestaba atención... pero de pronto se puso en pie muy decidida.

—Bien, lo que yo digo es, que si una chica recibe una carta desagradable diciéndole cosas que ella quiere olvidar, y sin firmar, es lo suficiente para producir un buen susto a cualquiera —decía la voz de la señora Luna—. ¡Y qué cosa más repugnante; sí, repugnante es el escribir cartas y no firmarlas!

—Sí, eso es de cobardes —repuso la alegre voz de la señora Cockles—. Fíjese bien en lo que le digo, señora Luna, habrán más de esas cartas «nónimas» o como se llamen... esa clase de gente no se conforma con escribir a una sola persona. No, llevan dentro demasiado veneno para emplearlo sólo en una persona, y escriben y escriben, ¡Vaya, «usted» podría ser la próxima!

—La pobre Gladys estaba muy apurada —dijo la señora Luna—. No cesaba de llorar y llorar. Hice que me enseñara la carta. Estaba escrita toda con letras mayúsculas y yo le dije, digo: «Escúchame, hija mía, ve en seguida a contárselo todo a la señora, y ella hará cuanto pueda por ti». Y la hice ir a ver a la señora Hilton.

—¿La despidió? —preguntó la señora Cockles.

—No —replicó la señora Luna—. Ella le enseñó la carta al señor Hilton, y él telefoneó al señor Goon. ¡Ese individuo tonto y entrometido! ¡Para qué «le» habrá hecho venir!

—Oh, no es tan malo —exclamó la alegre voz de la señora Cockles—. ¿Quiere alargarme esa escoba? Gracias. Se porta bien si se le trata con dureza. Yo no le consiento ninguna tontería. Hace años que le hago la limpieza y nunca ha tenido una palabra dura para mí. ¡Pero Dios mío, cómo odia a esos niños!

—Ah, eso es harina de otro costal —dijo la señora Luna—. Cuando el señor Hilton le dijo lo de la carta se alegró mucho de que los niños no supieran nada... e hizo prometer al señor y a la señora que no dejarían que esos cinco se entrometieran. Y ellos se lo prometieron. Yo estaba allí, sosteniendo a la pobre Gladys y lo oí todo. «Señora Hilton (decía) éste no es un caso para niños y yo debo pedirles, en nombre de la Ley, que este asunto no salga de ustedes».

—¡Toma! —exclamó la señora Cockles—. Sabe hablar bien cuando quiere, ¿verdad? Señora Luna, yo creo que deben haber más cartas «nónimas» de las que nosotros sabemos. Bueno, bueno... así que la pobre Gladys se fue a casa muy afectada. ¿Y quién va a venir en su lugar, digo yo? ¿O es que va a volver?

—Pues, yo creo que lo mejor es que ahora no venga por el pueblo —repuso la señora Luna—. Las lenguas hablarán, ya sabe usted. Yo tengo una sobrina que podría venir la próxima semana, así que si no volviera no tendría importancia.

—¿Qué le parece si tomáramos una taza de té? —dijo la señora Cockles—. Con tanta limpieza me ha entrado sed. Ahora estas alfombras ya tienen otro aspecto, señora Luna.

Bets salió corriendo en cuanto oyó pasos que se acercaban a la puerta de la despensa, y casi se cae al tropezar con su labor. Subió la escalera a toda velocidad y jadeando entró en el cuarto de jugar. Pip la esperaba allí leyendo.

—¡Pip! ¡Lo he descubierto todo, sencillamente todo! —exclamó Bets—. Y «sí» hay un misterio que resolver... y distinto a todos los que se nos han presentado hasta ahora.

Se oyeron risas en el exterior. Eran los otros que llegaban.

—Espera un poco —dijo Pip, excitado—. Aguarda a que suban los demás y entonces ya puedes contárnoslo a todos. ¡Caramba, debes de haberlo hecho muy bien, Bets!

Los otros vieron en seguida por el rostro de Bets que tenía noticias que comunicarles.

—¡Bien por Bets! —exclamó Fatty—. Adelante, Bets. ¡Suéltalo ya!

Bets se lo explicó todo.

—Alguien ha escrito una carta «nónima» a Gladys —les dijo—. ¿Qué «es» una carta «nónima», Fatty?

Fatty sonrió.

—Tú quieres decir una carta «anónima», Bets —le dijo—. Es una carta que se envía sin la firma del remitente... por lo general es una carta cobarde en la que se dicen cosas que quien la ha escrito no se atrevería a decir cara a cara. De manera que Gladys recibió una carta anónima, ¿eh?

—Sí —replicó Bets—. Aunque no sé lo que decía esa carta, pero la disgustó mucho. La señora Luna consiguió saber de qué se trataba y la hizo que fuera a hablar con mamá y con papá, y ellos telefonearon al señor Goon.

—Y él vino a todo correr, relamiéndose de gusto porque tenía un misterio que resolver y nosotros lo ignorábamos —dijo Fatty—. Así, pues, tenemos por aquí a un escritor de cartas anónimas, ¿no es cierto? Un ser repugnante y cobarde... bien, aquí tenemos nuestro misterio, ¡Pesquisidores! ¿«Quién» es el autor de las cartas «nónimas»?

—Eso no podremos descubrirlo nunca —replicó Daisy—. ¿Cómo diantre podríamos hacerlo?

—Hemos de trazar planes —propuso Fatty—. ¡Y hemos de buscar pistas! —el rostro de Bets se iluminó en seguida. Le encantaba el buscar pistas—. Debemos hacer una lista de sospechosos... de las personas que pueden haber sido. Debemos...

—No hemos de trabajar con Goon, ¿verdad? —preguntó Pip—. No necesita saber que estamos enterados, ¿no os parece?

—Pues... él cree que lo sabemos ya casi todo —repuso Fatty—. No sé por qué no hemos de decirle que sabemos tanto como él, sin decirle cómo lo hemos averiguado, e incluso hacerle pensar que sabemos muchísimo más aún de lo que sabemos. ¡Eso hará que se espabile un poco!

Así que la próxima vez que los cinco Pesquisidores encontraron al policía, se detuvieron para hablar con él.

—¿Qué tal le va en ese caso tan difícil? —le preguntó Fatty muy serio—. Er... presenta unas pistas tan extrañas, ¿no es cierto?

El señor Goon, que no había descubierto ni una sola pista, quedó muy contrariado al oír que al parecer los niños sabían cosas que él ignoraba, y les miró de hito en hito.

—Decidme qué pistas habéis encontrado —dijo al fin—. haremos intercambio de pistas. Me sorprende lo mucho que habláis de este asunto cuando no debíais saber nada de nada.

—Sabemos mucho más de lo que usted se figura —replicó Fatty con aire solemne—. Es un caso muy difícil y... er... emocionante.

—Explicadme cuáles son vuestras pistas —volvió a decir el señor Goon—. Será mejor que intercambiemos nuestros indicios como ya os he dicho. Siempre he pensado que es mejor ayudarse que fastidiarse.

—Vaya, ¿dónde habré puesto esas pistas? —dijo Fatty registrando sus bolsillos. Sacó una rata blanca y se la quedó mirando—. ¿Esto era una pista o no? —preguntó a los otros—. No me acuerdo.

Era imposible no echarse a reír, y Bets se expansionó alegremente. El señor Goon echaba chispas.

—¡Largaros! —dijo en tono majestuoso—. ¡Os burláis de todo! ¡Mira que querer ser detectives! ¡Bah!

—¡Qué palabra más bonita! —dijo Bets cuando todos se alejaban riendo—. ¡Bah! ¡Bah, Pip! ¡Bah, Fatty!

CAPÍTULO VI
LOS PESQUISIDORES TRAZAN SUS PRIMEROS PLANES

Aquel día fueron todos a merendar a casa de Fatty. La señora Trotteville había salido, así que los cinco niños merendaron en la reducida habitación de Fatty, que ahora parecía más pequeña que nunca puesto que Fatty había comprado varios disfraces y pelucas. Los niños lanzaron exclamaciones de entusiasmo al contemplar un delantal rayado azul y blanco de ayudante de carnicero y un uniforme completo de ascensorista con gorra y todo.

—Pero Fatty, ¿cuándo vas a poder disfrazarte de chico del ascensor? —le preguntó Larry.

—Nunca se sabe —fue la respuesta de Fatty—. Ya veis, sólo busco disfraces que vayan bien a un niño. Si fuera mayor podría tener docenas y docenas... un traje de marino, de cartero, e incluso de policía. Pero siendo todavía un niño tengo que limitarme.

Fatty tenía también una librería completa de novelas policiacas. Leía todas las que conseguía encontrar.

—De esta manera aprendo muchas cosas —decía—. Yo creo que Sherlock Holmes fue uno de los mejores detectives. Caramba, él sí que tenía buenos misterios que resolver. ¡No creo que ni siquiera yo hubiera podido descifrar ninguno!

—Eres un engreído —dijo Larry probándose la peluca roja que le daba un aspecto muy particular—. ¿Cómo te pusiste las pecas que llevabas con esta peluca? —quiso saber.

—Con pintura grasa —repuso Fatty—. Ahí están mis pinturas... son las que usan los actores para maquillarse. Un día de estos me voy a maquillar como un niño negro y os daré un buen susto.

—¡Oh... asusta también al viejo Ahuyentador! —suplicóle Bets—. Déjame probar esa peluca, Larry, por favor.

—En realidad tendríamos que estar trazando planes para solucionar este misterio —dijo Fatty sacando un hermoso lápiz dorado de su bolsillo. Pip se sorprendió.

—¡Caramba! ¿Es de oro?

—Sí —repuso Fatty como sin darle importancia—. Lo gané durante el curso pasado por el mejor ejercicio. ¿No os lo dije? Era una composición maravillosa sobre...

—Está bien, está bien —dijeron Larry y Pip a una—. ¡Te creemos, Fatty!

—He vuelto a tener unas notas maravillosas —dijo Fatty—. ¿Y tú, Pip?

—Ya sabes que no —dijo Pip—. Oíste cómo mi madre lo decía. Cállate, Fatty.

—Hablemos de nuestro misterio —dijo Daisy al ver que se preparaba una pelea—. Escribe algunas notas, Fatty. Sigamos.

—Ahora iba a hacerlo —replicó Fatty con aire ceremonioso, y con hermosas letras encabezó una página de un precioso cuaderno de cuero. Los otros miraron para ver lo que había escrito:

MISTERIO N.° 4. EMPEZADO EL 5 DE ABRIL

—Oh... eso está muy bien —dijo Bets.

«PISTAS», fue la palabra siguiente escrita por Fatty en la página.

—Pero si no tenemos ninguna —dijo Pip.

—Pronto las tendremos —replicó Fatty volviendo la página y en la siguiente escribió—: «SOSPECHOSOS».

—Tampoco sabemos de ninguno —comentó Daisy—. Y os aseguro que no sé cómo demonios vamos a poder encontrarlos.

—Dejádmelo a mí —exclamó Fatty—. Pronto tendremos algo más en que poder trabajar.

—Sí, pero ¿qué? —dijo Pip—. Quiero decir que es inútil buscar huellas, o colillas, o pañuelos perdidos ni nada parecido. No hay nada que pueda servirnos de pista.

—Hay una cosa muy importante —dijo Fatty.

—¿Cuál es? —preguntaron todos.

—Esa carta anónima —dijo Fatty—. Es muy importante que la veamos. ¡Muy importante!

—¿Quién la tiene? —preguntó Larry.

—Puede que la tenga mi madre —dijo Pip.

—Es más probable que la conserve Gladys —replicó Fatty—. Eso es lo primero que hemos de hacer. Ir a ver a Gladys y preguntarle si ella sabe o se figura quién puede haberle escrito esa carta. También hemos de averiguar todo lo que dice.

—Vamos ahora mismo —propuso Pip, que siempre quería poner en práctica en seguida todo lo que decidían.

—Bien. Llévanos tú —dijo Fatty, y Pip se quedó desconcertado.

—Pero si no sé dónde vive Gladys —dijo.

—Ah, yo pensaba que sí lo sabíais —replicó Fatty—. Bien, Pip, tú debes averiguarlo. Eso es lo primero que hay que hacer... averiguar dónde vive Gladys.

—Puedo preguntárselo a mamá —dijo Pip, pensativo.

—No seas tan estúpido —saltó Fatty al punto—. ¡Usa tu cerebro! Sabes muy bien que tus padres no quieren que nos metamos en este misterio, y tenemos que disimular que estamos tratando de averiguar cosas. Bajo ningún pretexto se lo preguntes a tu madre... ni tampoco a la señora Luna.

—Bueno, ¿entonces cómo voy a averiguarlo? —dijo Pip, al parecer muy asombrado.

—¡Ya sé cómo, ya sé cómo! —gritó Bets de pronto—. Gladys me prestó un libro hace tiempo y no tuve tiempo de devolvérselo antes de que se marchara. Puedo decírselo a la señora Luna y pedirle la dirección de Gladys para enviárselo.

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