Misterio de los anónimos (14 page)

—¡Apuesto a que sí! —susurró Daisy—. ¡Entre las dos despellejarían a toda la población de Peterswood!

—La señorita Tittle no parece muy simpática —dijo Bets observando cómo la señora Luna se alejaba por el camino con sus lechugas. Evidentemente había ido a cogerlas a la huerta.

—Supongo que os daréis cuenta de que estábamos hablando en voz muy alta y que la señorita Tittle y la señora Luna pueden haber oído todo si es que se han parado a escuchar —dijo Fatty con un gemido—. No se me ocurrió que pudiera acercarse nadie por aquí. La señorita Tittle debía estar al otro lado de la tapia, y la señora Luna se ha llegado hasta aquí para coger las lechugas. Crecen muy cerca de la glorieta. ¡Ahora las dos estarán en guardia si han oído lo que decíamos!

—¡No deben habernos oído! —dijo Pip.

—Pueden haberlo hecho perfectamente —insistió Fatty—. ¡Qué tontos somos! ¡Vaya! Leer nuestras pistas y fechas a viva voz. ¡Y Bets leyendo mis notas en voz alta!

—¿Por qué no ha ladrado «Buster»? —dijo Bets.

—Pues porque conoce perfectamente a la señora Luna y no le ladra cuando se acerca —replicó Fatty—. Y no creo que se moleste por quien deambule por el jardín de al lado. ¿Verdad, «Buster», viejo camarada?

—Guau —replicó «Buster» con pereza—. Estaba tendido al sol, que le calentaba agradablemente, y alzó las orejas en espera de oír la palabra «paseo».

Pronto la oyó.

—Voto porque vayamos a dar un paseo —propuso Larry—. Aquí hace calor. Vamos al río para ver los cisnes. Les llevaremos un poco de pan.

Pip fue a pedir un poco de pan a la señora Luna, quien parecía disgustada y nerviosa.

«No es de extrañar —pensó Pip—. Después de haber estado batallando con el señor Goon.»

Lo pasaron divinamente junto al río. Regresaron a la hora de merendar, pero se separaron en casa de Pip puesto que aquella tarde cada uno tenía que merendar en su casa.

—Hasta mañana —les dijo Fatty—. Parece que hemos vuelto a atascarnos, ¿no es cierto? ¡Este misterio necesita un poco de engrase! Bien... ¡puede que mañana suceda algo!

Y Fatty tenía razón. Sucedieron muchas cosas... ¡y fue un día emocionante!

CAPÍTULO XVI
EL SEÑOR GOON ESTA INTRIGADO

Fatty creyó conveniente llevar su disfraz de aprendiz de carnicero al día siguiente por si acaso tuviera que realizar algunas pesquisas o nuevas entrevistas. Era un disfraz muy sencillo y efectivo. Se puso la peluca pelirroja, sin gorra. Se ajustó las cejas negras y oscureció su rostro, y luego, con su mandil atado a la cintura salió hacia la casa de Pip.

La señora Hilton le vio pasar como una exhalación por delante de la ventana.

«Ah —pensó—, es el chico del carnicero. Ahora la señora Luna no tendrá que ir a buscar la carne otra vez.»

Los otros saludaron a Fatty con entusiasmo. Les encantaba que se disfrazase. Se quitó la peluca, las cejas y el delantal al entrar en la habitación de jugar por temor a que pudiera entrar la señora Hilton y le viese.

Apenas había acabado de hacerlo cuando se oyó una gran conmoción en la planta baja, y los niños escucharon sobresaltados. Se oían sollozos y gemidos, alguien que hablaba con voz altisonante y más sollozos.

Fueron hasta el hueco de la escalera y escucharon.

—Es la señora Luna... y mamá —dijo Pip—. ¿Qué estará ocurriendo? La señora Luna está llorando como una desesperada y mamá trata de hacerla callar. Cielos, ¿qué será?

—¡Tal vez mamá haya descubierto que la señora Luna es la autora de los anónimos! —sugirió Bets con aire asustado.

—Bajaré a ver qué pasa —dijo Fatty haciéndose cargo de la situación como de costumbre.

Bajó la escalera silenciosamente y oyó la voz de la señora Hilton que decía con severidad:

—Vamos, señora Luna, no puede continuar así. ¡No lo soporto! ¡Deje de llorar en seguida!

—¡Oh, señora, pensar que yo he recibido también una de esas cartas repugnantes! —sollozó la voz de la señora Luna—. ¡Y con qué odio está escrita! Mire lo que dice.

—No quiero verla, señora Luna. Y usted no le preste atención —dijo la señora Hilton—. Sabe usted muy bien que es sólo una tontería escrita por una imaginación llena de rencor. Enséñesela al señor Goon y luego olvídese de ello.

—¡A ese señor Goon! —sollozó la señora Luna—. Pues no vino aquí ayer y me dijo que ya podía ser la persona que ha escrito las cartas... yo, una delincuente, una mujer pacífica que nunca he hecho daño a nadie. ¡Oooooo-o-oh!

—Domínese en seguida —le dijo la señora Hilton en tono imperioso—. ¡Se está usted dejando llevar del histerismo y no lo soporto! ¿Cuándo recibió la carta?

—¡En este mismo momento! —sollozó la señora Luna—. Alguien la echó por debajo de la puerta de la cocina, yo la recogí y la leí... y allí estaba ese odioso mensaje... oh, pensar que alguien ha podido escribirme a mí en estos términos, yo, que no tengo un solo enemigo en todo el mundo.

—¿Dice usted que «acaban» de echarla por debajo de la puerta? —dijo la señora Hilton, pensativa—. Vaya... hace sólo un minuto que vi pasar al chico del carnicero por delante de mi ventana.

—¡Pues no ha venido a la puerta de atrás! —declaró la señora Luna—. Y no ha dejado carne alguna ni nada.

—Es extraño —dijo la señora Hilton—. ¿No sería posible que hubiera sido ese chico quien trajera la nota... por encargo de alguien? Bueno, le preguntaremos al carnicero.

Fatty deseaba ardientemente no haberse puesto aquel disfraz. Debía esconderlo bien cuando subiera.

—Ahora iré a telefonear al señor Goon —anunció la señora Hilton—. Hágase una taza de té, señora Luna, y trate de ser razonable.

Fatty salió disparado escaleras arriba cuando la señora Hilton se dirigía al recibidor para telefonear, y los otros se agruparon a su alrededor.

—¿Qué es lo que ocurre? —le preguntaron—. ¡Cuéntalo, de prisa!

—¡A que no lo adivináis! —dijo Fatty—. La señora Luna ha recibido una de esas cartas... entregada a mano hará cosa de unos minutos. Cualquiera de nosotros puede haber visto a quien la dejó aquí... pero no le vimos. Vuestra madre me vio disfrazado, Pip, y es una lástima, porque ahora cree que soy «yo» quien trajo la carta.

—¡La señora Luna ha recibido una carta! —dijo Larry lanzando un prolongado silbido—. Bien, entonces eso la «descarta». Ahora sólo quedan el viejo Curiosón y la señorita Tittle.

—Esperemos al señor Goon —dijo Bets.

Se asomaron a la ventana y le vieron llegar en su bicicleta y desmontar ante la puerta principal. La señora Hilton le hizo pasar. Los niños se asomaron al hueco de la escalera, pero la señora Hilton, preocupada como estaba, ni siquiera les vio.

—Le he llamado para decirle que la señora Luna ha recibido ahora mismo una de esas desagradables cartas —dijo la señora Hilton—. Y naturalmente está muy apurada.

—¡Bien, señora, debo decirle que yo también he recibido una esta mañana! —exclamó el señor Goon—. Esto ya pasa de broma. Esta mañana encontré la mía en el buzón. Claro que pudieron traerla durante la noche. Mira que burlarse de la Ley de esta manera. ¡Vaya a un extremo que hemos llegado, tratar a la Ley con tan poco respeto!

—Es muy molesto —dijo la señora Hilton—. Yo no puedo imaginarme quién puede querer «enviarle» esa clase de cartas, señor Goon.

—Ah, no dudo que el autor sabe que estoy sobre su pista —replicó Goon—. ¡Piensa que así me quitará de en medio, no lo dudo! ¡Me dice que soy un entrometido y un atontado! ¡Ah, aguarde a que le ponga la mano encima!

—Bueno... venga a ver a la señora Luna —le dijo la señora Hilton—. Y por favor, trátela con sumo cuidado, señor Goon. Está casi histérica.

Evidentemente el señor Goon no sabía cómo tratar a una persona histérica a juzgar por las voces airadas que pronto se oyeron en la cocina. Al fin se abrió la puerta y el señor Goon salió al recibidor muy acalorado, para ir en busca de la señora Hilton, que se había retirado prudentemente al salón.

—¡Y ya le enseñaré yo a venir a molestar y acusar a una pobre mujer ¡nocente! —decía la voz de la señora Luna desde la cocina—. ¡Ayer molestándome como lo hizo... y hoy llenándome de insultos!

El señor Goon se enteró a continuación de la llegada del chico del carnicero pelirrojo, quien había desaparecido misteriosamente sin dejar la carne, y sin que al parecer le viera nadie.

El señor Goon pensó en el acto en el repartidor de telegramas pelirrojo.

«¡Qué cosas más extrañas suceden! se dijo para sí—. Las cartas que se caen... las recoge el repartidor de telegramas... y ahora el chico del carnicero que no viene a traer la carne... sino tal vez a dejar la carta para la señora Luna. Esto hay que investigarlo.»

—Los cinco niños están arriba —dijo la señora Hilton—. No sé si usted querrá preguntarles si han visto al chico del carnicero. Tal vez puedan darle más detalles.

—Iré a verles —replicó el señor Goon disponiéndose a subir la escalera. Cuando llegó al cuarto de jugar los niños, aparentemente, estaban jugando a las cuatro esquinas. Al ver entrar al señor Goon interrumpieron el juego.

—Buenos días —les dijo—. ¿Alguno de vosotros ha visto por aquí, esta mañana, a un chico pelirrojo que trabaja en la carnicería.

—Sí, yo le vi —replicó Pip con una sonrisa.

—¡Ah, tú le viste! ¿Qué hacía? —preguntó el señor Goon.

—Pues subía por la avenida —dijo Pip.

—Y supongo que volvería a marcharse en seguida —dijo el policía.

—No. No le vi marcharse —dijo Pip.

Y al parecer ninguno le había visto irse, de manera que el señor Goon comenzó a pensar que aquel misterioso muchacho pelirrojo debía estar aún por los alrededores de la casa.

—¿Es amigo vuestro? —les preguntó.

Pip vaciló. Fatty era amigo «suyo»... y, sin embargo, decir que eran amigos del chico del carnicero podría traerles complicaciones. Al ver su vacilación Fatty acudió en su ayuda.

—Nosotros no tenemos amigos repartidores de carne, ni tampoco de telegramas. ¿No se acuerda que me lo preguntó una vez?

—No estoy hablando contigo —dijo el señor Goon frunciendo el ceño—. Sino con el señorito Philip. ¡Me gustaría poder hablar con esos dos chicos pelirrojos! Y lo conseguiré aunque tenga que ir a la oficina de Telégrafos y hablar con el administrador, y preguntar a todos los carniceros de la población.

—Sólo hay dos carniceros —replicó Pip.

—Señor Goon, siento tanto que usted también haya recibido una de esas horribles cartas —dijo Fatty con fervor—. No puedo imaginar que nadie haya tenido valor... er... quiero decir... corazón para escribirle así.

—¿Cómo es así? —exclamó Goon en tono crispado—.

¿Qué sabes «tú» de las cartas que yo recibo? Supongo que no irás a decirme ahora que has visto la carta y que sabes lo que dice, ¿verdad?

—Bueno, puedo imaginármelo, más o menos —le dijo Fatty con modestia.

—Entonces dime lo que decía la carta —replicó el señor Goon comenzando a enfadarse.

—Oh, no podría estando éstos delante —dijo Fatty.

Claro que él ignoraba el contenido de la carta, aparte de que le trataban de entrometido y atontado, pero era divertido hacer creer al policía que sí estaba enterado.

—¡Bueno, no me sorprendería lo más mínimo que «tú» me hubieses escrito esa carta! —dijo el señor Goon—. ¡Tal vez no haya sido el autor de los anónimos... sino tú seguramente!

—¡Oh, usted «no pensará» una cosa así de «mí»! —exclamó Fatty haciéndose el ofendido. Y Larry y Daisy le miraron bastante alarmados. Recordaron haberle oído decir que le hubiese encantado escribir una carta al señor Goon. ¿Lo «habría» hecho?

El señor Goon se marchó decidido a encontrar al muchacho pelirrojo repartidor de carne, y al igualmente pelirrojo repartidor de telegramas, aunque tuviera que remover cielo y tierra. Larry se volvió hacia Fatty.

—¡Oye! No le habrás escrito tú, ¿verdad, Fatty?

—¡Claro que no, tonto! ¡Como si yo fuese capaz de escribir un anónimo a nadie aunque sólo fuese por divertirme! —dijo Fatty—. ¡Pero la verdad es que alguien ha entregado uno de los anónimos en la misma boca del león! Al propio Goon. No creo que la señorita Tittle fuese capaz de eso... ni siquiera el viejo Curiosón, el gitano.

—Y ahora la señora Luna está descartada —dijo Larry—. Cielos... parece más complicado que nunca, la verdad. ¿Tienes alguna idea de lo que podemos hacer a continuación?

—Una o dos —respondió Fatty—. Creo que nos ayudaría bastante obtener muestras de la escritura de la señorita Tittle y del viejo Curiosón, para compararlos con lo que calqué. Tal vez eso nos dijera algo.

—¿Pero cómo diantre vas a conseguirlo? —preguntó Daisy—. ¡Yo no sería capaz de conseguir una muestra de la letra de Curiosón aunque lo estuviera pensando un mes entero!

—¡Es bien sencillo! —replicó Fatty dándose importancia—. ¡Espera y verás!

CAPÍTULO XVII
FATTY TIENE UNA MAÑANA MUY ATAREADA

Al día siguiente el señor Goon y Fatty estuvieron muy ocupados. Fatty tratando de conseguir muestras de la escritura de la señorita Tittle, el policía tratando de localizar a los dos pelirrojos.

Fatty no sabía si disfrazarse o no, y por fin decidió ponerse la peluca pelirroja, las cejas de igual color, pecas y un sombrero redondo de repartidor. Era esencial que le creyeran un repartidor de cualquier cosa para poder conseguir las muestras de su escritura... o por lo menos eso es lo que Fatty se figuraba.

Fue en su bicicleta al prado de la rectoría donde el viejo Curiosón, el gitano, vivía en su sucio carromato con su esposa. En la cesta llevaba un paquete, conteniendo dos pipas viejas de su padre y una lata de tabaco que había comprado. Larry le encontró cuando pedaleaba furiosamente por la calle del pueblo para vigilar los pasos de Goon.

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