Misterio de los anónimos (18 page)

—Sí, señor —replicó Fatty—. Y un asunto muy difícil, por cierto. Teníamos un montón de pistas equivocadas.

—Descubrimos que el escritor de anónimos cogía el autobús de las diez quince que va a Sheepsale —explicó Bets—. Y lo tomamos un lunes para ver quiénes eran los pasajeros. ¡Pero nadie echó ninguna carta allí!

—¡Excepto el señorito Federico! —gritó el señor Goon.

—Lo ves... ya te dije que el señor Goon te pondría en su lista de sospechosos si te veía echando aquella carta —dijo Bets.

—¡Casi esperaba que lo hiciera! —exclamó Fatty con una sonrisa que hizo fruncir el entrecejo al señor Goon.

Aquella entrevista no estaba resultando como él había supuesto. ¡Aquel endiablado Federico! Siempre salía con bien de todo. Y el inspector tampoco parecía estar tomando muy en serio aquel asunto. Mala cosa.

—Supongo que el señor Goon le habrá contado lo del autobús de Sheepsale, y que las cartas eran siempre enviadas desde allí en el correo de las once cuarenta y cinco —dijo Fatty—. ¡Y que nadie echó ninguna ese día... excepto yo!... y yo supongo que al igual que todos nosotros, hizo averiguaciones para ver si alguno de los pasajeros habituales del autobús había dejado de ir aquel día por alguna razón... y así sus sospechosos se redujeron al viejo Curiosón, la señorita Tittle y la señora Luna.

—Sí. Él me lo contó —dijo el inspector—. ¡Y yo creo, si me permiten decirlo, que fue una labor muy inteligente por vuestra parte el discurrir todo esto!

Aquello fue demasiado para el señor Goon.

—¡Labor inteligente! ¡Entorpecer la labor de la Ley, así es cómo yo lo llamo! —exclamó el señor Goon—. ¡Supongo que a continuación le dirá que sabe quién es el autor de los anónimos.

—Sí. Ahora iba a llegar a eso —replicó Fatty, tranquilamente—. ¡Yo «sé» quién es el autor de los anónimos!

Todos miraron a Fatty. Incluso el inspector se irguió en su asiento en el acto. Y en cuanto a Goon, tenía la boca abierta y miraba a Fatty con incredulidad.

—¿Quién es? —dijo.

—Señora Hilton, ¿puedo llamar al timbre? —dijo Fatty.

Ella asintió, y Fatty hizo sonar el timbre con fuerza. Todos aguardaron expectantes.

CAPÍTULO XXI
¡BIEN HECHO, FATTY!

El timbre resonó fuertemente en la casa. Se oyó abrir la puerta de la cocina y ruido de pasos por el recibidor. A poco la señora Luna hizo aparición en el salón mirando con sorpresa y temor a toda la gente allí reunida.

—¿Ha llamado la señora? —preguntó con voz un tanto temblorosa.

—Yo he sido quien ha llamado —replicó Fatty volviéndose al inspector—. Ésta es la autora de los anónimos —dijo—. ¡La señora Luna!

La señora Hilton se quedó sin aliento. El señor Goon lanzó un gruñido, y todos los niños contuvieron la respiración. Sólo el inspector permaneció inmutable.

La señora Luna estaba muy pálida y miraba a Fatty de hito en hito.

—¿Qué quieres decir? —dijo en tono fiero—. ¿Cómo te atreves a decir una cosa así a una respetable mujer cumplidora de la Ley?

—No muy cumplidora de la Ley, señora Luna —intervino el inspector con voz serena—. Va contra la Ley el escribir cartas llenas de rencor y mentiras y enviarlas anónimamente. Pero, por favor, Federico... explícate. Tengo la suficiente fe en tu inteligencia para saber que no te equivocas, si me permiten decirlo... pero quiero saberlo todo.

La señora Luna comenzó a llorar.

—¡Siéntese y no haga ruido! —le ordenó el inspector Jenks.

—¡Yo no quiero ser tratada de esta manera, no quiero! —sollozó la cocinera—. ¡Una mujer inocente como yo! ¡Vaya, si hasta yo he recibido una de esas terribles cartas!

—Sí... casi me engaña con ese truco —dijo Fatty—. Pensó que así quedaba descartada... pero fue sólo una muestra de astucia por su parte. Ahora lo comprendo.

—¡Niño malo y perverso! —gemía la señora Luna.

—¡Silencio! —exclamó el inspector en tono tan fiero que Bets pegó un respingo—. Hable sólo cuando se le pregunte, señora Luna. Si es usted inocente tendrá oportunidad de demostrarlo. Escucharemos lo que tenga que decir cuando el señorito Federico haya contado su historia. Empieza, Federico.

Y Fatty se dispuso a hablar en tanto que los otros niños se inclinaban hacia delante, pues aunque conocían casi toda la historia muy bien, estaban deseando oír su final, que sólo Fatty conocía.

—Bien, señor, usted ya sabe que descubrimos que las cartas eran echadas en Sheepsale cada lunes para alcanzar el correo de las once cuarenta y cinco, así que era probable que la persona culpable fuese una de las que cogía el autobús de las diez quince de Peterswood a Sheepsale —dijo Fatty.

—Cierto —dijo el inspector.

—Bien, descubrimos que ninguno de los pasajeros del autobús del lunes pasado podría ser el autor de los anónimos —dijo Fatty—, y ciertamente que ninguno de ellos echó una carta al correo. Así que entonces decidimos averiguar si alguno de los pasajeros habituales del autobús de los lunes no lo había tomado aquella semana, y hacer algunas pesquisas respecto a ellos. Como usted ya sabe, descubrimos que tres pasajeros de los habituales no habían tomado el autobús aquel día... la señorita Tittle, el viejo Curiosón y la señora Luna.

—El señor Goon también estuvo dando los mismos pasos —dijo el inspector. Un gruñido procedente del lugar donde estaba Goon hizo que todos le miraran con curiosidad.

—¿Cómo conseguiste ver las cartas y el matasellos? —quiso saber Goon—. Eso es lo que quisiera saber.

—Oh, ese es un detalle sin importancia —replicó Fatty no queriendo descubrir la parte que Gladys había tenido en aquel asunto—. Bien, prosiguiendo, inspector... a continuación descubrimos que aquel lunes había sido enviada otra carta... pero no desde Sheepsale, sino que fue entregada a mano. Aquello señalaba definitivamente a alguien de Peterswood, y posiblemente a uno de nuestros tres sospechosos... el viejo Curiosón, la señorita Tittle o la señora Luna.

—Bien —dijo el inspector, profundamente interesado—. Debo confesar que tus dotes deductivas son muy buenas, Federico.

—Bien, la carta fue entregada a una hora muy temprana de la mañana —continuó Fatty—, así que tenía que averiguar cuál de los tres sospechosos se había levantado temprano aquel lunes. ¡Y descubrí que los tres habían madrugado!

—Muy interesante —dijo el inspector—. No creo que el señor Goon haya llegado tan lejos como tú, ¿verdad, señor Goon? Continúa, Federico.

—Aquello me desconcertó —dijo Fatty—, y lo único que se me ocurrió a continuación fue conseguir muestras de la escritura de cada uno de los tres... para compararlas con las cartas anónimas, ¿comprende?

—Buena idea —dijo el inspector Jenks—, pero seguramente difícil de llevar a la práctica...

—No mucho —repuso Fatty con modestia—. Verá, me puse un disfraz... de repartir pelirrojo. —Se oyó un bufido del señor Goon—. Y —prosiguió Fatty— les llevé un paquete certificado a cada uno de los tres pidiendo que me firmaran un recibo con letras mayúsculas... para poder compararlas con las letras mayúsculas de los anónimos.

—Muy ingenioso —dijo el inspector, y se volvió hacia el señor Goon, cuyos ojos estaban a punto de saltarle de las órbitas al oír todos los trabajos detectivescos llevados a cabo por Fatty—. Sé de seguro que está de acuerdo conmigo.

El señor Goon no estaba de acuerdo, pero no podía decírselo.

—Pues bien, descubrí que Curiosón no sabía escribir —dijo Fatty—. Así que quedaba descartado. Luego vi que la letra menuda y pulcra de la señorita Tittle no se parecía en nada a las mayúsculas de las cartas anónimas... y eso también la descartaba... y ante mi sorpresa comprobé que la escritura de la señora Luna era una mescolanza de letras grandes y pequeñas y pensé que ella tampoco podía ser la culpable.

—¡Y no lo soy! —exclamó la señora Luna balanceándose de un lado a otro—. No lo soy.

—Aquí tiene una muestra de su letra... o mejor dicho de sus mayúsculas, inspector —dijo Fatty abriendo su librito de notas y mostrando al inspector Jenks la curiosa escritura de la señora Luna, en la que las letras grandes se mezclaban con las pequeñas—. Cuando le pregunté por qué lo había hecho me dio a entender que no podía evitarlo... y a mí me pareció que no sabía distinguir las mayúsculas de las minúsculas.

—Claro —dijo el inspector Jenks—. Así que también la descartaste, puesto que el contenido de las cartas anónimas y las direcciones estaban escritas correctamente en letras mayúsculas y sin ninguna minúscula...

—Sí, señor —prosiguió Fatty—. Y casi abandono el caso. No veía la menor luz por parte alguna... y tampoco tenía ninguna pista auténtica. Entonces tampoco pensé que la señora Luna hubiese escrito un anónimo para ella misma... aunque debiera haberlo pensado, por supuesto...

—¿Y la carta que recibí «yo»? —preguntó de pronto el señor Goon—. La escribió usted, ¿verdad, señorito Federico? Vamos, confiéselo ahora... y en ella me llamaba entrometido, bobalicón y se burlaba de mí como lo suele hacer.

—No... por supuesto que no escribí esa carta —le dijo Fatty—. Y yo creo que si la compara con las otras verá que es igual que todas, señor Goon.

—Bueno, Federico... ¿cómo llegaste a saber finalmente que «era» la señora Luna y nadie más que ella? —preguntó el inspector.

—Le digo que no fui yo —sollozó la señora Luna.

—Eso fue cosa de la suerte, señor —explicó Fatty con modestia—. ¡Yo no podía dar la menor prueba de ello, y fue el señor Goon quien me puso sobre la verdadera pista!

—¡Bah! —exclamó el señor Goon, incrédulo.

—Sí... de pronto nos dio un saco entero de pistas... ¡ese saco que está encima de la mesa! —dijo Fatty—. Y en cuanto vi su contenido pude atar cabos y saber quién había escrito esas cartas llenas de odio y mala intención.

El inspector fue sacando las cosas una por una, y contemplándolas con gran interés.

—¿Y qué te dijeron estas cosas exactamente? —preguntó con curiosidad.

—Hay un diccionario... con el nombre de Pip —explicó Fatty—. Eso me dijo que probablemente había salido de esta casa siendo utilizado por alguien que vivía aquí. Luego me fijé en varias palabras que habían sido subrayadas para poder copiarlas mejor... ¡y cada una de esas palabras había sido empleada en los anónimos!

El señor Goon tenía el rostro más rojo que nunca. ¡Pensar que el niño había sacado todas aquellas cosas del saco!

—Luego el abecedario —continuó Fatty—. Y, como ya habrá usted observado, los abecedarios siempre llevan las letras mayúsculas, A para Amapola, etc., etc. Así que adiviné que ese libro había sido comprado para que le sirviera de referencia a una persona que no conocía bien la diferencia de forma entre las mayúsculas y las minúsculas. La letra mayúscula G, por ejemplo, es completamente distinta de la g minúscula. Naturalmente, el autor de los anónimos no quería descubrir el hecho de que no había recibido la educación necesaria para conocer la diferencia.

—Bien deducido, Federico, bien deducido —dijo el inspector muy interesado—. ¿Y qué me dices de esto? —Y levantó la libreta escolar.

—Eso es sencillo, señor —dijo Fatty—. ¡Incluso Bets podría leer «esa» pista ahora!

—¡Sí que puedo! —gritó Bets—. Es una libreta que la señora Luna debió comprar para ensayarse haciendo mayúsculas. Está llena de mayúsculas hechas con lápiz.

—Supongo que si pregunta en la papelería, inspector, le dirán que la señora Luna compró allí esta libreta hace algunas semanas.

—Averígüelo, Goon —dijo el inspector y el policía se apresuró a anotarlo en su librito de hule negro.

—El horario de autobuses era una pista fácil —dijo Fatty—. Me figuré que encontraría señalado el de las diez quince. Y este pedazo de papel roto... que se utilizó como señal en el diccionario, yo diría... que debe ser arrancado alguna receta. Lo supe en cuanto leí las palabras... «cucharada»... «remover»... y «horno». Espero que descubrirá que están escritas con letra corriente de la señora Luna y que ese fragmento fue arrancado del libro de recetas de la cocina.

—¡Una manera muy ingeniosa de leer estas pistas tan particulares! —dijo el inspector muy complacido—. Qué lástima, señor Goon, que no se tomara la molestia de examinar cuidadosamente estas pistas usted mismo, deduciendo todo lo que ha descubierto Federico.

—Pensé que estaba lleno de pistas falsas —murmuró el señor Goon—. Es que me sacan de quicio.

—Es un error dejar que el furor enturbie su mente, Goon —dijo el inspector—. Si hubiera examinado estas pistas hubiera podido llegar a las mismas conclusiones que Federico... ¡pero tampoco esta vez lo hizo!

¡Al parecer el inspector creía que Goon hubiese podido sacar el mismo provecho de las pistas de Fatty!

De pronto la señora Luna se echó el delantal por encima de la cabeza y sollozó ruidosamente. Se balanceaba de un lado a otro y Bets la contemplaba con disgusto. No podía soportar la gente que lloraba con estrépito.

—¡Están todos contra mí! —gimoteó la señora Luna—. ¡No tengo ni un solo amigo en el mundo! ¡Todos están contra mí!

—Sólo tiene que reprochárselo a usted misma, buena mujer —le dijo el inspector Jenks—. Usted parece estar llena de odio contra mucha gente... y no debe sorprenderle el no tener amigos. Me temo que tendrá que venir conmigo para ser interrogada. Señora Hilton, me parece que la señora Luna no volverá con usted.

—Tampoco la querría —replicó la señora Hilton con un estremecimiento—. ¡En mi casa no quiero a ninguna mujer tan cruel, solapada y aborrecible! No, nunca. Pobre Gladys. Iré a buscarla en seguida. Estoy horrorizada y disgustada, señora Luna. Ha causado mucho daño a mucha gente, y espero que sea bien castigada.

—¿Te importa ahora que hayamos investigado el caso, mamá? —le dijo Pip, pensando que aquélla era una buena oportunidad para obtener el perdón de su madre.

—Pues... no me gusta que os mezcléis en estos asuntos tan desagradables —dijo la señora Hilton—. Y debo confesar que esperaba que fuese el señor Goon quien lo solucionara. Pero creo que habéis atado cabos magníficamente... en especial Fatty, claro.

—Oh, todos los Pesquisidores han contribuido un poco —dijo Fatty con lealtad—. Y no podría haberlo hecho sin ellos. Y —continuó sin mirar al señor Goon—, nos hemos divertido muchísimo algunos ratos... ¿no es verdad, Pip?

—¡Ya lo creo! —exclamaron todos los otros sonriendo al señor Goon, quien volvió la cara lanzando uno de sus famosos gruñidos.

El inspector se puso en pie.

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