MELODY CARVER
* Nariz nueva.
* Le encanta Jackson, su nuevo vecino «súper guapo».
* Camiseta años setenta, jeans negros y Converse rosas.
Melody y su familia abandonan Beverly Hills en busca del aire puro de Salem (Oregón). Tras librarse de su nariz (como la joroba de un camello) y sus constantes ataques de asma, Melody se convierte por fin en «la chica guapa» del instituto Merston High. Lo malo es que se siente una impostora… hasta que conoce a Jackson. ¿También él esconde algo? ¿Podría estar relacionado con los insólitos rumores acerca de… monstruos que andan sueltos?
FRANKIE STEIN
* Nuevo… bueno, todo en ella es nuevo.
* Sueña con Brett, que tiene una novia súper celosa.
* Traje pantalón de lana que pica (preferiría minifalda escocesa y top de cachemir)
Frankie ha vivido en Salem desde que nació, aunque sólo cuanta con quince días de vida. Sedispone a conquistar el instituto, a los chicos y los centros comerciales, en ese mismo orden. Lamentablemente, la gente se asusta de la piel de Frankie, de color verde menta, en lugar de aplaudir su «electrizante» sentido de la moda. Si quiere ser cool entre los normis de Merston High, va a tener que ocultar un secreto monstruoso. En cambio, lo arriesga todo por un beso robado, equivocación que puede costarle más de lo que cree.
Melody y Frankie se proponen demostrar que lo diferente puede encajar. Pero, ¿están preparados los normis de Merston High para un cambio de imagen? ¿Puede un monstruo sobrevivir en un mundo de normis?
Lisi Harrison
Monster High
ePUB v1.1
13.03.12
PRÓLOGO
Las tupidas pestañas de Frankie Stein se separaron con un aleteo. Una potente luz blanquecina centelleaba ante sus ojos mientras se esforzaba por enfocar la mirada, pero los párpados le pesaban demasiado como para terminar de abrirlos. La estancia se oscureció.
—Ya se cargó la corteza cerebral —anunció un hombre cuya voz profunda denotaba una mezcla de agotamiento y satisfacción.
—¿Puede oírnos? —preguntó una mujer.
—Puede oírnos, vernos, entendernos e identificar más de cuatrocientos objetos —repuso él, exultante—. Si seguimos introduciendo información en su cerebro, dentro de dos semanas tendrá la inteligencia y las aptitudes físicas de una típica quinceañera —hizo una pausa—. De acuerdo, quizá un poco más lista de lo normal. Pero tendrá quince años.
—Ay, Viktor, es el momento más feliz de mi vida —la mujer ahogó un sollozo—. Es perfecta.
—Lo sé —él también ahogó un sollozo—. La niñita perfecta de papá.
Uno detrás de otro, besaron a Frankie en la frente. Él olía a productos químicos ella, a flores frescas. Juntos, despedían un aroma a ternura.
Frankie trató de abrir los ojos de nuevo. Esta vez, apenas puso parpadear.
—¡Pestañeó! —exclamó la mujer—. ¡Intenta mirarnos! Frankie, soy Viveka, soy mamá. ¿Puedes verme?
—No, no puede —respondió Viktor.
El cuerpo de Frankie se tensó al escuchar aquellas palabras. ¿Cómo era posible que otra persona determinara de lo que ella era capaz? Carecía de sentido.
—¿Por qué no? —preguntó su madre, al parecer por las dos.
—La batería está a punto de agotarse. Necesita una recarga.
—¡Pues recárgala!
«¡Sí, recárgame! ¡Recárgame! ¡Recárgame!».
Más que nada, Frankie deseaba contemplar aquellos cuatrocientos objetos. Quería examinar los rostros de sus padres mientras éstos los iban describiendo con sus voces amables. Deseaba cobrar vida y explorar el mundo en el que acababa de nacer. Pero no podía moverse.
—No puedo recargarla hasta que los tornillos acaben de fijarse —explicó su padre.
Viveka empezó a llorar sus débiles sollozos no eran ya de alegría.
—Tranquila, cariño —musitó Viktor—. Unas cuantas horas más y se habrá estabilizado por completo.
—No es por eso —Viveka inspiró con fuerza.
—Entonces, ¿por qué?
—Es tan hermosa, con tanto potencial y… —sollozó otra vez—. Me parte el corazón que tenga que vivir… ya sabes… como nosotros.
—¿Y qué tiene de malo? —replicó él. A pesar de todo, algo en su voz daba a entender que conocía la respuesta.
Viveka soltó una risita.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Viv, las cosas no van a seguir así eternamente —declaró Viktor—. Los tiempos cambiarán.
Ya lo verás.
—¿Cómo? ¿Quién va a cambiarlos?
—No lo sé. Alguien lo hará… tarde o temprano.
—Bueno, pues confío en que sigamos estando aquí para verlo —repuso ella con un suspiro.
—Estaremos —le aseguró Viktor—. Nosotros, los Stein, solemos vivir muchos años.
Viveka se rió con suavidad.
Frankie se moría de ganas de saber qué tenía que cambiar de aquellos «tiempos». Pero formular la pregunta resultaba impensable, ya que su batería se había agotado casi por completo. Con una sensación de ligereza y, al mismo tiempo, de increíble pesadez, Frankie se fue sumiendo en la oscuridad y acabó por instalarse en un lugar desde donde no oía a quienes la rodeaban. No podía escuchar la conversación de sus padres ni percibir el olor a flores y a sustancias químicas de sus respectivos cuellos.
A Frankie sólo le quedaba confiar en que, al despertar, eso por lo que Viveka quería «seguir estando aquí» se hubiera hecho realidad. Y, de no ser así, que la propia Frankie tuviera la entereza necesaria para conseguírselo a su madre.
NUEVOS EN EL VECINDARIO
El trayecto de catorce horas de Beverly Hills (California) a Salem (Oregón) había sido un auténtico horror. El viaje por carretera estuvo impregnado desde el primer momento de un sentimiento de culpabilidad, y la tortura no cesó a lo largo de los mil quinientos kilómetros. La única vía de escape para Melody Carver era fingir que dormía.
—Bienvenidos a Aburrilandia —masculló su hermana mayor mientras atravesaban la frontera del estado de Oregon—. O mejor, Bostezolandia. ¿Qué tal Espantolandia? Quizá…
—¡Basta ya, Candace! —zanjó su padre desde el asiento del conductor del flamante todoterreno urbano BMW. Verde en cuanto al color de la carrocería y al ahorro de combustible, el vehículo diesel era una de las múltiples compras que sus padres habían efectuado para demostrar a la gente de la zona que Beau y Glory Carver eran algo más que distinguidos y opulentos desplazados del distrito de Beverly Hills.
Otras de sus adquisiciones se encontraban en las treinta y seis cajas trasladadas con antelación por la empresa UPS, llenas de kayaks, tablas de
windsurf
, cañas de pescar, cantimploras, DVD ilustrativos de la cata de vino, bolsas de frutos secos variados de cultivo biológico, artículos de acampar, trampas para osos, transmisores portátiles, crampones, punzones para hielo, martillos de escalada, azuelas, equipos para esquiar —esquís, botas y bastones—, tablas de
snowboard
, cascos, prendas de abrigo Burton y ropa interior de franela.
Pero las protestas de su hija mayor aumentaron de tono cuando empezó a llover.
—¡Aaaaah, agosto en Lluvialandia! —Candace olisqueó el aire—. Fabuloso, ¿verdad?
A continuación, puso los ojos en blanco. Melody no necesitaba mirar para averiguarlo. Aun así, echó una ojeada a través de sus párpados apenas abiertos a modo de confirmación.
—¡Aggh! —Candace, indignada, dio un puntapié en la parte posterior del asiento de su madre. Luego se sonó la nariz y frotó el hombro de su hermana con el pañuelo de papel húmedo. Melody notó que el corazón se le aceleraba, pero consiguió mantener la calma. Era más sencillo que contraatacar.
—No lo entiendo —continuó Candace—. Melody ha sobrevivido quince años respirando aire contaminado. Otro año más no va a matarla. ¿Y si se pusiera una mascarilla? La gente podría firmarla, como se firman las escayolas. Igual serviría de inspiración para una nueva línea de accesorios para asmáticos. Por ejemplo, inhaladores engarzados en collares o…
—Ya está bien, Candi —Glory soltó un suspiro, a todas luces exhausta debido a la discusión que se venía prolongando desde hacía un mes.
—En septiembre del curso que viene estaré en la universidad —presionó Candace, poco acostumbrada a salir perdiendo en una disputa. Era rubia y de proporciones perfectas las chicas como ella siempre se salían con la suya—. ¿Es que no podían esperar un año más para mudarse?
—Este traslado beneficiará a toda la familia. No es sólo cuestión del asma de tu hermana. Merston High es uno de los mejores institutos de Oregón. Además, se trata de entrar en contacto con la naturaleza y alejarse de toda esa superficialidad de Beverly Hills.
Melody sonrió para sí. Su padre, Beau, era un famoso cirujano plástico, y su madre había ejercido como asesora de imagen de las estrellas de Hollywood. La superficialidad dominaba la vida de ambos. Los dos eran sus zombis. Con todo y eso, Melody agradecía los esfuerzos de su madre por evitar que Candace culpara a su hermana de la mudanza. Aunque Melody consideraba que, en efecto, de alguna manera era culpa suya.
En una familia de seres humanos genéticamente perfectos, Melody Carver suponía una incoherencia. Una rareza. Una peculiaridad. Una anormalidad.
Beau había sido agraciado con una belleza al estilo italiano a pesar de sus raíces del sur de California. El destello de sus ojos negros era como un rayo de sol en la superficie de un lago.
Su sonrisa tenía la calidez del cachemir, y su bronceado permanente no había afectado en lo más mínimo su piel, de cuarenta y seis años de edad. Con la proporción precisa tanto debarba incipiente como de fijador para cabello, contaba con tantos pacientes hombres como mujeres. Todos y cada uno de ellos confiaban en que, al quitarse las vendas, presentarían un aspecto eternamente joven… igual que Beau.
Glory tenía cuarenta y dos años y, gracias a su marido, su cutis libre de imperfecciones había sido sometido a estiramientos mucho antes de que hubiera necesidad. Daba la impresión de que Glory, con su pie impecablemente cuidado, hubiera dado un paso más allá del desarrollo humano habitual y alcanzado el siguiente estado de evolución, uno que desafiaba la ley de la gravedad y en el que se dejaba de envejecer a partir de los treinta y cuatro años. Con su de no haber sido tan menuda. Todo el mundo lo decía. Pero quedarse cruzada de brazos no carnosos por naturaleza que no necesitaban colágeno, Glory podría haber ejercido de modelo cabello castaño y ondeado a la altura de los hombros, sus ojos azul verdoso y sus labios tan era lo suyo, y juraba que la asesoría de imagen habría sido en cualquier caso su profesión elegida, aunque Beau le hubiera aplicado extensiones en las pantorrillas.
La afortunada Candace era una combinación de sus padres. Al estilo de los grandes depredadores, se había apoderado de todo lo bueno y había dejado las sobras para el retoño más débil. Aunque la constitución menuda que había heredado de su madre perjudicaba una posible profesión como modelo, hacía maravillas con respecto a su armario, a rebosar de ropa descartada que iba de Gap a Gucci (pero en su mayor parte Gucci). Tenía los ojos azules de Glory y el risueño centelleo de Beau el bronceado de Beau y el cutis impecable de Glory. Sus elevados pómulos semejaban barandillas de mármol. Y su larga melena, que adoptaba por igual una textura lisa así como ondulada, tenía el color de la mantequilla salpicada de toffee derretido. Las amigas de Candi (y sus respectivas madres) sacaban fotos de su mandíbula cuadrada, su barbilla pronunciada o su nariz recta y se las entregaban a Beau con la esperanza de que sus manos pudieran obrar los mismos milagros que una vez obrara su ADN. Y, por supuesto, acababan consiguiéndolo. Incluso en el caso de Melody.