—¿Quién es Chuck? —Jackson se apartó, ofendido.
—Un personaje de
Gossip Girl
, la serie.
—Ah —soltó la referencia con un gesto de la mano. Luego, examinó el rostro de Melody—. En realidad, ¿quién eres tú?
—¿Qué? —ella volvió a reírse, pero algo en la expresión de Jackson le dijo que no estaba bromeando.
—En serio, ¿estamos juntos en clase?
—¡Jackson! —exclamó Melody, a pesar de la opresión en sus pulmones—. ¿Qué te pasa?
—¿Quién es
Jackson
? —su expresión se agrió, e hizo una pausa. Luego, su aspecto demacrado dio paso a una sonrisa traviesa—. Ah, sí, ya sé. Te encantan los juegos de rol.
—Jackson, basta ya —Melody dio un paso para apartarse de él—. Me estás volviendo loca.
—De acuerdo, lo siento —con delicadeza, atrajo a Melody hacia sí.
Deseando confiar en él, Melody recuperó el aliento y respiró hondo. Jackson olía diferente, como a vitaminas. ¿O acaso era el hedor de la realidad, una vez que el amor se había marchitado?
—Entonces, si yo soy
Jackson
, ¿quién eres tú?
—¡Eh! —Melody lo apartó de un empujón—. ¡Ya está bien!
—Espera —dio un paso atrás—. No lo entiendo. ¿Te gusto o no? Porque estoy dispuesto a lo que sea. Sólo quiero saberlo.
Melody sintió que el estómago se le revolvía. ¿Sería otra broma de las bromas de Brett? ¿Es que Jackson formaba parte de su equipo? ¿Acaso Bekka le había tendido una trampa y, con engaños, la había introducido en su siniestro círculo de amigos para que pudieran capturar la escena real de un corazón que se destroza? Rápidamente, examinó los arbustos en busca de una cámara escondida.
—Apuesto a que algo de música vendría bien —comentó él—. Quizá deberíamos ir a tu casa —le tendió la mano. Las manchas de pintura habían desaparecido.
—No, gracias —repuso Melody con un sollozo. Recogió su manta térmica del suelo mojado y se la enrolló alrededor del cuerpo, a modo de abrazo compasivo.
—Así que ésas tenemos, ¿eh? —retiró la mano y se la pasó por su sudoroso cabello—. No importa. De todas formas, estoy saliendo con otra. Ella sí que es como los fuegos artificiales, ¡pura dinamita!
Melody abrió la boca. Pero no salió nada. Había perdido hasta la voz.
—Adiós —consiguió decir luego, se marchó a casa a toda prisa mientras su cuerpo tembloroso se desesperaba por dar rienda suelta al huracán de lágrimas que iba cobrando fuerza tras sus párpados. Pero combatió el impulso, negándose a dale a Jackson ni una sola pizca de lo que le quedara por dar en su interior.
A medida que se lanzaba como una flecha por Radcliffe Way, las primeras gotas consiguieron escapar y le surcaron las mejillas: la calma posterior a la tormenta. Aun así, Melody se las arregló para escribir un mensaje de texto a Bekka antes de que la visión se le empañara por completo.
«Si Brett quiere encontrar monstruos de verdad, que empiece a salir con chicos :(».
Pulsó «ENVIAR».
Y el dique se rompió.
¿BOICOT? NO, GRACIAS
—Frankie, cariño, pasa los espárragos a nuestros invitados, por favor —solicitó Viveka con una nota de falso acento británico de Madonna. Frankie no se sorprendió. Todo lo relativo a la cena organizada por sus padres había sido artificial. Hasta la sonrisa relajada que ambos lucían en el rostro.
Lo cierto era que, de haber tenido un caballo, aquella mañana Viveka habría atravesado la cocina y al mismo tiempo grita: «¡Vienen los normis! ¡Vienen los normis!» En cambio, comprobó tres veces el maquillaje de toda la familia, enrolló bufandas alrededor de los cuellos altos de sus respectivas prendas y cerró la puerta del laboratorio.
—Esta noche es muy importante para nuestra familia —había advertido con antelación, mientras Frankie la ayudaba a poner la mesa para cinco, en vez de para tres, como era habitual—. El nuevo decano podría entregar a tu padre mucho dinero para sus investigaciones, de modo que tenemos que dar una buena impresión.
Primero la señora J y, ahora, su propia madre. Frankie estaba cansada de que le dijeran cómo comportarse con los normis.
—¿Pongo los platos para las
fashionratas
? —preguntó, incapaz de reprimir su frustración.
Viveka colocó el último plato con un sonoro tintineo.
—¿Cómo dices?
—¿No van a ser afectadas si papá consigue el dinero? —Frankie dobló una servilleta de color gris acero y la ubicó en el lugar correspondiente—. Ya sabes, haría experimentos con ellas.
—En realidad, quienes se verán afectados por el dinero del decano Mathis son veteranos heridos y pacientes ingresados en hospitales, a la espera de un trasplante de órganos.
—¿Te refieres a los normis ingresados en hospitales, ¿no? —presionó Frankie.
—Me refiero a todo el mundo —insistió Viveka. Miró hacia abajo con sus ojos violeta—. Con el tiempo.
En la cocina sonó la alarma del reloj
Viveka se marchó a toda prisa para sacar el asado del horno.
—¡Por fin! —exclamó con un suspiro mientras apartaba a un lado su oscura melena y examinaba la crujiente pieza de ternera—. Perfecto. La tercera es la vencida.
—¿Sabes? —Viveka regresó a la mesa con otras dos copas de cristal y un nuevo brío en su andar—. Si todo sale según lo previsto, algún día tu padre no necesitará costuras para unir los miembros de los afectados. Sus partes del cuerpo artificiales se aferrarán al tejido del paciente, y el tejido se regenerará.
—Porque las costuras son feas, ¿verdad? —los ojos de Frankie se cuajaron de lágrimas.
—No, Frankie, no estoy diciendo eso —Viveka corrió al lado de su hija.
—¡Eso es lo que dijiste! —Frankie echó a correr hacia el laboratorio y cerró la puerta de un golpe a sus espaldas. La repentina brisa arrancó la cara de Justin Bieber del esqueleto. Otro normi más que no soportaba mirarla.
—Frankie, los espárragos, por favor —dijo Viveka desde la cabecera de la mesa, esta vez un poco más alto.
—Ah, lo siento —Frankie se inclinó hacia delante para tomar la fuente blanca de cerámica y se la pasó a la señora Mathis, sentada al otro lado. Pero la rolliza señora con el peinado de Hillary Clinton y el color de pelo de Bill Clinton estaba demasiado absorta con la teoría de Viktor (acerca de la energía electromagnética, que podría otorgar vida a los objetos inanimados) como para darse cuenta.
La señora Mathis soltó una risita.
—¿Oíste, Charles? —se dio una palmada en el escote, salpicado de manchas solares—. Tal vez acabes casándote con esa televisión de pantalla plana.
—Por eso nos encanta este científico loco —el decano Mathis alargó la mano por detrás de su mujer y apretó el hombro de Viktor—. Algún día va a inventar algo que cambiará nuestra forma de vida para siempre.
Ay, si Viktor reuniera el valor electromagnético para decirle al decano Mathis que ese «algo» ya se había inventado, y que en ese momento estaba pasando una fuente de espárragos a su mujer.
—Ya lo hizo —anuncio Frankie, colocando la fuente sobre la mesa.
—¿Ah, sí? —el decano se recostó sobre la silla de aluminio anodinado y se acarició los lados de su barba canosa—. Y dime, ¿qué es?
—Yo —Frankie sonrió con todo el encanto de una Shirley Temple contemporánea.
El decano y su mujer se echaron a reír. Viktor y Viveka, no.
—¿Alguien quiere espárragos?
—Yo no, Viv, gracias —la señora Mathis rechazó la fuente con un gesto de la mano.
—Cora no soporta los vegetales —explicó el decano.
—Vamos, Charles —se giró para mirarlo cara a cara—. Sabes que no es verdad. Sólo odio los verdes. Hay algo en ese color… No resulta apetitoso. ¿Tengo razón?
Frankie echó chispas.
Viktor se aclaró la garganta.
—¿Alguien quiere repetir? —ofreció Viveka.
—¿Qué es eso? —preguntó la señora Mathis.
A Frankie le costaba creer que la rechoncha señora Mathis no estuviera familiarizada con repetir un plato. Entonces, se dio cuenta de que el dedo de la mujer, adornado con una sortija de rubí, señalaba la puerta principal, donde un guante rojo de chenilla introducía un pedazo de papel por la ranura del buzón.
—Pero ¿qué…? —Viktor se levantó y abrió la puerta de un tirón.
Las dos chicas al otro lado soltaron un alarido.
Blue y Lala.
—¡Eh! —Frankie se levantó de un salto, ansiosa por escapar de la mesa. Había algo en el color blanco que a Frankie le resultaba de lo menos apetitoso.
—¿Qué pasa, chicas? —preguntó Viktor, agachándose para recoger el papel.
Ambas intercambiaron una mirada nerviosa.
—Nosotras, eh… queríamos dejarle algo a Frankie —explicó Blue, cuyos rizos rubios estaban recogidos en coletas bajas.
Frankie arrancó el papel de las manos de su padre.
—¿Están recogiendo firmas?
—Vamos a boicotear el baile de septiembre, a menos que cambien el tema de la invasión de los monstruos —explicó Lala, tiritando bajo su suéter de cachemir rosa chicle con cuello escotado—. Pero no se preocupe —susurró a Viktor—. Vamos a decir que no nos gusta el tema porque nos da miedo, y no porque resulte ofensivo —saltaba a la vista que no le importaba romper la norma de no hablar de asuntos de los RAD ni siquiera en conversaciones en las que sólo hubiera RAD.
—Yo no quiero boicotear el baile —protestó Frankie, pensando en Brett y en la cena en el barco que podrían ganar—. Quiero asistir. Quiero bailar con los chicos —añadió mientras ejecutaba unos pasos de baile.
—¿Y qué pasa con el tema de los monstruos? —preguntó Blue, haciendo caso omiso del baile de Frankie en contra del boicot—. ¿No te molesta?
Una ráfaga de viento arrastró una maraña de hojas y de plantas rodadoras urbanas por la calle sin salida.
—¿Quieren entrar? —ofreció Frankie.
—Mmm, no me parece una buena idea —Viktor agarró el picaporte con fuerza—. Tenemos invitados.
—Podemos ir a mi habitación —sugirió Frankie.
—Otra vez será —respondió Viktor al tiempo que lanzaba una seria advertencia bizqueando los ojos—. Buenas noches, chicas.
Les cerró la puerta en las narices sin darles oportunidad de despedirse.
—Pero ¿qué haces? —Frankie dio un tirón de la sofocante mezcla de cuello tortuga y bufanda.
—Viktor —la voz de Viveka llegó desde el comedor—. ¿Cómo se llama ese compañero de habitación chiflado que tuviste en la universidad? El que se extirpó su propio apéndice.
—Tommy Lassman —replicó Viktor desde la puerta, aún bizqueando.
—Sí, es verdad —Viveka se echó a reír y continuó relatando su historia.
—¿Por qué nos desafías últimamente? —susurró Viktor.
—No los desafío —por primera vez en la noche, Frankie notó que su estado de crispación se suavizaba—. Es sólo que me siento frustrada.
—Entendemos cómo te sientes, pero dar la nota no es la mejor manera de expresarlo.
—Entonces, ¿cuál es? —Frankie se apoyó en la fresca pared de cemento y cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Firmar en apoyo de una causa equivocada? ¿Fingir que tratas de inventar cosas que ya has inventado? ¿Tratar de conseguir dinero para investigaciones que ayuden a los normis cuando tu propia gente está…?
—¡Basta ya! —Viktor dio una palmada.
Frankie pegó un brinco por el sonido atronador.
—¿Eso que oigo es otra tormenta? —preguntó la señora Mathis—. Esta lluvia no se acaba nunca.
En condiciones normales, Frankie y su padre se habrían doblado de risa por la equivocación de la mujer. Pero ambos sabían que la situación distaba mucho de ser divertida.
—¿Qué? —Frankie pateó el inmaculado suelo blanco con su bota hasta la rodilla de Pour La Victoire—. ¿Qué tendrá que ver el baile con…?
—Tienes que aprender a ser discreta. Hasta que lo consigas, no me puedo fiar de ti.
—Seré discreta, te lo prometo —repuso Frankie con sinceridad—. Confía en mí.
—Lo siento, Frankie pero es demasiado tarde.
«¿De veras está haciendo esto?»
—¿Qué sentido tiene que me hayas dado la vida si no me dejas vivirla? —preguntó a gritos.
—Ya basta —masculló él.
—No, hablo en serio —insistió Frankie, harta de que la mandaran a callar—. ¿Por qué no me hiciste normi?
Viktor suspiró.
—Porque no es lo que somos. Somos especiales. Y me siento muy orgulloso de ello. Tú también deberías sentirte orgullosa.
—¿Orgullosa? —Frankie escupió la palabra como si la hubieran empapado con quitaesmalte de uñas—. ¿Cómo puedo sentirme orgullosa cuando todo el mundo me pide que me esconda?
—Te pido que te escondas para que estés a salvo. Aun así, puedes enorgullecerte de lo que eres —explicó Viktor, como si fuera tan simple—. El orgullo tiene que venir de tu interior y permanecer contigo, diga lo que diga la gente.
«¿Qué?»
Frankie cruzó los brazos de nuevo y apartó la mirada.
—Yo construí tu cerebro y tu cuerpo. La fortaleza de ánimo y la confianza en ti misma son cosa tuya —explicó Viktor, consciente del desconcierto de su hija.
—¿Y cómo consigo eso? —preguntó Frankie.
—Lo demostraste la mañana que te llevamos al instituto de Mount Hood —le recordó él—. Antes de que permitieras que esas animadoras te lo arrebataran.
—¿Y cómo lo recupero? —se preguntó Frankie en voz alta.
—Probablemente tardes un tiempo —repuso Viktor, quien con sus ojos bizcos miraba por encima del hombro de su hija para observar a sus invitados—. Pero cuando lo encuentres, agárralo con todas tus fuerzas. Y no permitas que nadie te lo arrebate, por mucho que lo intente. ¿Entendido?
Frankie asintió, aunque no lo entendía.
—Muy bien —Viktor le guiño un ojo.
La desconcertante lección comenzó a batir la rabia de Frankie hasta convertirla en algo que nunca antes había sentido: una especie de merengue emocional. El tacto etéreo de la soledad recubierto con la capa crujiente de la injusticia. Sin embargo, el sabor no resultaba dulce en lo más mínimo.
Viktor regresó al comedor a paso tranquilo, columpiando los brazos a ambos costados con aire despreocupado.
—¿Quién quiere postre?
Frankie se marchó a su habitación a toda prisa, sin importarle quién pudiera verla o qué pudieran pensar de ella. Sin importarle nada en absoluto. En el instante mismo que agarró el picaporte, empezó a sollozar. Apoyada en la pared, se deslizó hacia abajo hasta quedarse sentada en el frío suelo y escondió la cara entre las manos. Luego se puso a pensar en la única persona de las que conocía que encontraba belleza en los monstruos.