Monster High (22 page)

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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Viveka asintió en señal de acuerdo.

—Gracias —Frankie bajó los ojos con actitud humilde. «Uno… dos… tres… ¡YA!»—.

¿Entoncespodríanconfiarenmíydarmepermisoparairalbaileestanoche? —soltó de corrido antes de perder el valor.

Viktor y Viveka intercambiaron una mirada fugaz.

«¿Lo están pensando? ¡Sí! Confían…»

—No —respondieron al unísono.

Frankie resistió el impulso de soltar chispas. O de chillar. O de amenazarlos con ponerse en huelga de recarga. Porque se había preparado para semejante respuesta. En todo momento había sido una posibilidad. Por eso había leído completo
Curso de interpretación para jóvenes actores: la guía para adolescentes definitiva
, de Mary Lou Bellí y Dinah Lenney. Para
actuar
como si entendiera la denegación de un permiso. Para
actuar
como si la aceptara. Y para
actuar
a la hora de regresar a su habitación con actitud serena.

—Bueno, gracias por escucharme —dijo. Acto seguido, les dio un beso en la mejilla y se

marchó a la cama—. Buenas noches.

—¿Buenas
noches
? —se extrañó Viktor—. ¿Y ya está? ¿Sin discusión?

—Sin discusión —repuso Frankie con una tierna sonrisa—. Tienen que obligarme a cumplir

el castigo si no, no voy a escarmentar. Lo entiendo.

—M-muy bien —Viktor regresó a su revista médica, sacudiendo la cabeza como si no acabara de creer lo que estaba escuchando.

—Te queremos —Viveka le sopló un beso.

—Y yo, a ustedes —Frankie sopló dos besos en respuesta.

Hora para el plan «B».

—A ver,
fashionratas
—dijo Frankie a sus confidentes espolvoreadas con purpurina, al tiempo que las trasladaba a la zona de estar del glamoroso laboratorio—. Esto no va a ser agradable. Se romperán reglas. Se pondrán amistades a prueba. Y se correrán grandes riesgos. Pero es un precio pequeño a pagar por el amor verdadero y la libertad personal, ¿no les parece? —colocó la jaula sobre la mesa auxiliar lacada en naranja. Las ratas arañaron el cristal en señal de acuerdo.

Luego de poner
Just Dance
, de Lady Gaga, a todo volumen, Frankie abrió de un tirón una caja de decolorante de cabello y trazó gruesas rayas blancas desde el cuero cabelludo hasta las puntas. Separadas a diez centímetros, eran exactas a las de su bisabuela. Mientras esperaba a que la solución hiciera efecto, se reclinó sobre el diván rojo cubierto de almohadones y empezó a escribir un mensaje de texto a Lala.

—Ahí va —dijo con un suspiro.

FRANKIE: «¿Sigue en pie el boicot?»

LALA: «Sí. Cleo, Clawdeen y Blue están aki. Qué ilu que escribas otra vez. :D ¿Fijo que no puedes venir?»

FRANKIE: «Castigada :(».

—Ahora voy a manipular un poco a mis amigas —explicó Frankie a las
fashionratas
—. He guardado el secreto toda la semana, y tengo que soltarlo —tecleó un mensaje y pulsó «Enviar»—. No me juzguen.

FRANKIE: «Mis padres estuvieron en casa de Melody la nueva del insti el pasado finde en casa de vino y se enteraron de que va al baile con Deuce».

LALA: «Alquilaron la casa a mis abuelos, ¿sabes?»

No era la respuesta con la que Frankie había contado.

FRANKIE: «Bien lo de tus abuelos. ¿Crees lo de Deuce? ¿Lo sabe Cleo?»

Silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… Eran las 18.50. El baile comenzaría en cuarenta minutos. ¿Dónde…?

CLEO: «¿¿Es verdad??»

Frankie se incorporó. «¡Sí!»

FRANKIE: «Eso dice mi mamá».

FRANKIE: «¿Quieres sorprenderlos?»

CLEO: «¡Claro! Pero no tenemos disfraces :(»

«¡Sí, sí, sí!»

—Funciona —anunció Frankie a las fashionratas. Se sentía un tanto culpable por manipular la situación, pero todo cuanto había dicho era verdad. Y había actuado en beneficio de sus amigas tanto como en el propio. Con el paso del tiempo, se lo agradecerían. Todo el mundo se lo agradecería. Sólo tenía que conseguir que asistieran al baile.

FRANKIE: ¡¡Invasión de monstruos!! ¡¡Nacimos disfrazadas!! ¡¡Disfraces alucinantes!!»

FRANKIE: «Nuestra gran oportunidad de ver qué piensa la gente de nosotros, de nuestro verdadero yo».

FRANKIE: «Tenemos que demostrarles que no hay por qué tener miedo»

FRANKIE: «Si nosotros no superamos el miedo, ellos nunca lo harán»

Era el momento de tomarse un descanso, antes de que sus amigas la acusaran de parecer una pegatina para la defensa del auto. Pero le costaba dejar de dar el sermón. Nunca había albergado sentimientos tan intensos sobre nada. Ni siquiera sobre Brett.

Silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio…

—¿Qué hacen? —Frankie se reclinó hacia atrás y echó chispas.

Silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio…

CLEO: «¿Tú no estabas castigada?»

FRANKIE: «Me escaparé por la ventana».

Silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio… silencio…

LALA: «Nos vemos al final de Radcliffe en n.5».

FRANKIE: «:D».

Se puso a pedalear en el aire con los pies, calzados con mocasines. «¡Sí, sí, sí!»

Sopló un beso a las
fashionratas
, apagó la música y agarró la bolsa guardarropa que había cogido del garaje. Con unos pants por toda vestimenta y una espesa capa de brillo en los labios, se escabulló por la ventana de cristal esmerilado y ejecutó el salto de dos metros que la separaba de la libertad, sintiéndose más cargada que una Visa en navidades.

CAPÍTULO 20

PASARLO DE MIEDO

—A ver, ¡una última foto! —el padre de Bekka se apresuró a bajarse del Cadillac SRX rojo. Iba vestido con un forro polar color vino, pantalones Dockers y zapatillas azules.

—¡Papá! —Bekka pateó el suelo con sus zapatos de raso de tacón de aguja. Señaló las escaleras de entrada al instituto, salpicadas de gigantescas huellas verdes y ocupadas por adolescentes embutidos en disfraces, los cuales fingían ser demasiado sofisticados como para entrar al baile. Retazos de niebla se filtraban por las rendijas de la puerta de doble hoja (ahora forrada para que no se viera el interior), arrastrando con ella el repetitivo sonido de un bajo. —Brett me espera ahí dentro.

—Tranquila —Melody rodeó a Bekka y Haylee con los brazos—. No nos vamos a morir por una foto más.

—No, tienes razón —masculló Bekka mientras unas cuantas animadoras de último curso, disfrazadas de zombis, pasaban de largo dando saltitos—. Nos vamos a morir de vergüenza.

—¡Sonrían! —insistía el señor Maddren, quien se colocó las gafas en lo alto de la calva.

Bekka y Haylee, obedientes, esbozaron una sonrisa. Melody lo intentó. Le había costado menos recuperarse de la cirugía facial. Sí, era una chica sana, casi curada del asma, y formaba parte de una familia unida. De todas formas, ¿era mucho pedir una relación que durara más de lo que dura un beso?

Jackson la había esquivado durante toda la semana. Alegando tener tarea o dolor de cabeza, había frustrado una tras otra las peticiones de Melody acerca de salir a dar una vuelta. Y, como respetuosa amiga traidora que escuchaba a escondidas, ella había contestado que lo entendía. Pero Melody quería ayudar, quería ser el hombro sobre el que Jackson llorara. Compartir su carga. Contarle que durante toda su vida se había sentido como un “monstruo”. Decirle que lo comprendía. Pero saltaba a la vista que Jackson no quería su hombreo, ni ninguna otra parte de su cuerpo. Y eso le oprimía el pecho más de lo que el asma había conseguido nunca.

Por las noches, a solas en su habitación llena de cajas, Melody resistía el impulso de confiar su dilema a Candace. El secreto de Jackson era demasiado dañino para compartirlo. En cambio, trató de convencerse de que la distancia que Jackson ponía entre ambos no tenía nada que ver con sus sentimientos hacia Melody, y sí tenía mucho que ver con la promesa que le había hecho a su madre. Pero las dosis de narcisismo que podía aplicar a la herida tenían un límite. Pasado un rato, resultaba patético era como mandarse flores a sí misma el día de San Valentín.

Melody realmente no pudo deshacerse de su mal humor pero si había conseguido prepararse para el baile. No quería fallar a sus dos nuevas amigas la novia de Frankenstein y la dama de honor terrorífica.

—¡Están preciosas, chicas! —exclamó entusiasmado el señor Madden mientras regresaba a la portezuela abierta de su coche—. Las recogeré a las diez en punto —anunció. Acto seguido, arrancó el motor y se marchó.

Las luces traseras del automóvil se desvanecieron en la distancia, llevándose consigo la esperanza de Melody: marcharse pronto del baile. ¿Por qué había accedido a dejar su bolso en el coche? Bekka había comentado que les “daría libertad”. ¡Ja! Haría justo lo contrario, al dejarla atrapada dos horas y media con un chico que no le correspondía.

—¿Intentarás divertirte? —suplicó Bekka, como si le estuviera leyendo la mente.

Melody le prometió que lo haría y añadió:

—Estás guapísima.

—Más me vale.

Bekka soltó un tembloroso suspiro, se recogió la cola del vestido nupcial y empezó a subir los escalones, tambaleándose sobre sus tacones de diez centímetros.

Bekka se tomaba el papel de novia de Frankestein como una especie de prueba de cara a una futura boda con Brett. Había coloreado de verde esmeralda cada centímetro de su cuerpo — incluso aquellas partes que, según insistía su madre, “nadie podía ver, salvo Dios y el hueco de un inodoro”—. En lugar de ponerse peluca, Bekka se había cardado su propio pelo y, con laca, había formado un enmarañado cucurucho asimismo, había utilizado decolorante de vello facial para trazar vetas blancas. Sus costuras, realizadas con auténtico hilo de sutura, iban pegadas al cuello con cinta adhesiva transparente de doble cara, ya que dibujarlas con lápiz de ojos negros no habría sido “hacer justicia al personaje”. Había cambiado el vestido de novia del Castillo de los Disfraces por otro más “auténtico”, adquiriendo en El Granero Nupcial. Si aquella noche Brett no veía su propio futuro en los ojos de Bekka, maquillados con una gruesa capa de sombre negra, jamás lo haría. O eso creía ella.

—Tú también estás estupenda, Haylee —añadió Melody.

—Gracias —Haylee esbozó una amplia sonrisa. Tenía el aspecto de una niña poseída que se presenta a un concurso de belleza infantil. La dama de honor terrorífica lucía un vestido amarillo brillante con medias blancas, y llevaba la cara pintada de blanco, negro y rojo. Transportaba una cesta repleta de insectos de goma.

Ninguno de los compañeros de Melody la felicitó por su disfraz. Si lo hubieran hecho, ella habría sabido que mentían. Vestida con
leggins
negros, el
blazer
negro de Chanel de su madre, zapatillas de
ballet
negras y boina, y con la cara maquillada de rojo y negro, había adoptado el estilo
friqui chic
. Todo el mundo coincidió en que era preferible a su idea anterior: el disfraz de ola asesina.

En el instante que Bekka abrió las puertas del instituto, Melody sintió una opresión en el pecho.

—¡No puedo!

En su lugar, entraron un esqueleto y un cíclope.

—Melly, supéralo, ¿quieres? —replicó Bekka con brusquedad.

—No —repuso su amiga, con respiración sibilante—. La máquina de niebla. El asma. El inhalador está en el coche de tu padre…

—¡Entra! —Bekka empujó a Melody a través de la densa capa de humo gris y la condujo en dirección al gimnasio. Pulsó hacia abajo la barra hidráulica plateada y la puerta se abrió con un siseo.

Oscuridad. Luces negras.
Remix
de Rihanna. Bolsas de basura pegadas a las paredes. Capullos gigantescos rellenos de falsos cadáveres suspendidos de las tuberías del techo. Olor a suelas de goma y cinta adhesiva de embalaje. Mesas para bocadillos, divididas en zonas de alergia marcadas con lápidas. Mesas redondas sobre las que se desparramaban falsas partes del cuerpo humano. Sillas envueltas en sábanas blancas salpicadas de pintura roja. Chicas disfrazadas que bailaban en la pista. Chicos disfrazados que se armaban de valor para reunirse con ellas. Mientras Melody luchaba por respirar, semejantes detalles le recorrían los sentidos a toda velocidad, como si le suplicaran que, antes de sufrir un colapso, se fijara en ellos.

—Toma —Bekka le entregó un inhalador.

Melody aspiró con fuerza por la boquilla.

—Aaaaaah… —se deleitó con la expulsión ininterrumpida de aire—. ¿De dónde lo sacaste?

—De tu bolso, antes de que nos bajáramos del coche —se lo entregó a Melody—. Al director Weeks le encanta esa máquina. La utiliza incluso en Acción de Gracias. Dice que había niebla el día que los primeros colonos llegaron a Plymouth Rock.

—Gracias —Melody sonrió y frunció las dejas al mismo tiempo—. Si esta noche Brett no te pide que te cases con él, te lo pediré yo.

—Olvídate de la proposición de matrimonio. Sólo prométeme que intentarás pasarlo bien.

—Lo prometo —Melody colocó en alto la palma de la mano. Era lo menos que podía hacer.

Deuce se acercó a ellas con andar confiado.

—Aquí llega el sombrerero loco —anunció Haylee.

Con sombrero de copa de terciopelo rojo, esmoquin a juego y sus características gafas de sol, Deuce estaba impresionante. Melody decidió que ya que tenía que pasarse el baile con elnovio de otra chica (cuando le hubiera gustado estar con otro que ojalá fuera su novio), Deuce era el candidato perfecto.

—Hola, chica de la boina —saludó, tratando de no insultar el ambiguo atuendo de Melody.

—Vengo de
friqui chic
—se quitó la boina de un tirón y puso los ojos en blanco en señal de lo patético que encontraba su propio disfraz.

—Ah, claro ahora me doy cuenta —asintió él al tiempo que sonreía.

—Vamos a buscar a Brett y a Heath —anunció Bekka. Acto seguido, se marchó con Haylee a toda prisa, antes de que Melody pudiera detenerla.

De pronto solos, no tuvieron más remedio que fijarse en el ambiente de diversión que los rodeaba. Monstruos de todas las clases imaginables alternaban entre sí, se saludaban mutuamente con piropos y tiraban de sus reticentes parejas había la pista de baile.

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