—¿Qué haces? —Melody agarró su iPhone. Implicar a la policía no quedaba descartado, de modo que empezó a grabar por si se necesitara una prueba.
—¿Otra vez tú? —Jackson elevó las cejas—. Debería haberlo sabido, con todo este sudor — se pasó los dedos por el torso—. Chica,
me subes la temperatura
.
—¡Jackson, basta! —Melody se bajó de la cama de un salto.
—¿Por qué me llamas Jackson todo el tiempo?
—Porque es tu nombre —replicó Melody mientras se pegaba el iPhone blanco a la cara.
—Nada de eso.
—¿Ah, no? —desafió Melody—. Entonces, ¿cómo te llamas?
—D.J. —respondió él, clavando la vista en el objetivo—. D.J. Hyde. Como el doctor Jeckyll y míster Hyde. Igual que mi bisabuelo… que era un súper
friqui
, por cierto. Encontré unos papeles en el desván de casa y, por lo visto, en su día hizo un montón de experimentos extraños con tónicos, ¡y los probaba él mismo! Después de beber las pociones, se convertía en un hombre desenfrenado. A mí no me gusta el alcohol, pero bailar me enloquece —guiñó el ojo y paseó la vista por la desordenada habitación—. ¿Tienes música? —Melody dejó de grabar. Antes de que pudiera detenerlo, D. J. Hyde había salido despedido hasta la estación de carga de color blanco colocada sobre el escritorio y había conectado su propio iPhone.
Carry Out
, de Timbaland, empezó a retumbar por los altavoces. Girando las caderas y extendiendo los brazos de manera que los laterales de su camisa parecían alas, empezó a bailar como si estuviera actuando en un estadio abarrotado de chicas histéricas.
—¿Qué pasa aquí? —Candace apareció en el umbral con el ventilador de Melody a cuestas. Descalza, con
jeans
holgados y camiseta sin mangas blanca y ajustada, su aspecto desenfadado le otorgaba un aspecto de lo más sexy—. ¿Están grabando una cinta de audición, o qué?
—Sí, para un pequeño espectáculo al que llamo
¿Y tú quién eres?
—le arrancó el ventilador de las manos y la atrajo hacia él.
—Soy Candace —repuso entre risas, permitiendo que la sujetara.
Las percusiones de Timbaland les llegaban como pelotas a una jaula de béisbol, y D.J. las iba devolviendo una por una con un chasquido de dedos sobre la cabeza.
—Melly, ¿quién se lo iba a imaginar? —gritó Candace por encima de la música. Luego, también ella colocó las manos en alto.
—Yo no —Melody enchufó el ventilador.
—Máquina de viento, ¿eh? —vociferó D.J.
Al instante, Candace y él se pusieron a girar frente al ventilador. La camisa de D.J., flotando al aire, daba la impresión de que realmente formaran parte del video de Timbaland.
—Uuuuuuh, uuuuuuh —gritó Candace, cuyas manos trazaban ahora estrechos círculos por encima de su cabeza. Se inclinó y aumentó la velocidad del ventilador.
D.J. estiró las manos al estilo de Supermán.
—¡Estoy volando! —anunció mientras la camisa ondeaba a sus espaldas como una capa.
—¿Qué suena ahí arriba? —llamó Glory.
—Nada —respondió Melody. Imposible explicar la verdad.
—Bueno, pues bajen de volumen esa nada, por favor. Mis invitados llegarán de un momento a otro.
Encantada de poner fin a la fiesta, Melody se apresuró a retirar el iPhone de la estación de carga.
Candace y D J. tardaron unos segundos en dejar de bailar. Y unos cuantos más en dejar de reírse. Y transcurrieron unos cuantos más hasta que el ambiente se calmó.
—Fue increíble —Candace entrechocó las palmas con su compañero de baile—. Tienes bastante más pila de lo que parece.
—¿Cómo dices? —se puso las gafas, un tanto desconcertado.
—Con esas gafas y la camisa —Candace le señaló el torso—. Ya sabes, cuando está abrochada —soltó una risita—. Pareces, no sé,
nerd
. Pero eres muy divertido.
Él bajó la vista y, a toda velocidad, se abrochó los botones.
—¿Ah, sí?
Melody notó que el aguijón de la clarividencia le recorría la espina dorsal.
—¿Cómo te llamas?
—¿Qué?
—¿Cómo te llamas? —insistió.
—Jackson —dio un paso atrás, se apoyó en la escalera de la cama y se frotó la frente húmeda—. ¡Ay, no! ¿Volví a tener una laguna?
—Sí —repuso Melody—. Sólo que no fue exactamente una laguna—se plantó a su lado y pulsó el botón «Reproducir» de su iPhone—. Jackson, te presento a D.J. Hyde.
—¡Jackson, espera! —gritó Melody. Pero él no la escuchó.
Tras darse cuenta de cómo había actuado delante de Melody, se marchó a más velocidad que los paparazzi a la caza de Britney Spears.
Candace no pronunció palabra. Se limitó a lanzar a su hermana una mirada furiosa y a sacudir la cabeza en señal de desaprobación.
—¿Qué?
—Exacto —Candace levantó su rubia melena y colocó la nuca frente al ventilador.
—Exacto, ¿qué? —espetó Melody, cuyos pensamientos giraban sin parar hasta volverse borrosos, como el boceto del tiovivo dibujado por Jackson.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—¿Qué
puedo
hacer? —Melody volvió la vista a las cajas sin desembalar en su habitación.
Tal vez se encargaría de ellas—. No creo que sea cuestión de llamar a la policía.
—Quizá deberías ir a buscarlo —sugirió Candace, como si realmente le importara.
—No, gracias —Melody se puso a tirar de una cutícula suelta hasta que empezó a sangrar—. Una relación con un chico… o lo que quiera que sea, impredecible, no es precisamente lo que busco en estos momentos.
—En ese caso, tú te lo pierdes —Candace se giró para marcharse. Su trasero bamboleaba bajo la abundancia de tela de sus
jeans
extra grandes.
—¡Espera!
Candace se detuvo en seco.
—¿Qué significa eso de que yo me lo pierdo? —preguntó Melody.
—Todo lo impredecible es divertido —declaro Candace con la seguridad de quien lo sabe de primera mano—. Aunque Jackson sólo esté la mitad del tiempo, vas por delante de casi todas las chicas.
Melody pensó en él y sonrió.
—Es simpático, ¿verdad?
—Ve a buscarlo —insistió Candace, cuyos ojos azul verdoso irradiaban sinceridad—. Hay que aferrarse a lo que se desea —chasqueó los dedos—. La consejera sentimental se marcha.
Melody bajó las escaleras como de rayo y, a empujones se abrió camino entre la pareja de alta estatura que se encontraba junto a la puerta de entrada.
—Cariño, quiero presentarte a los Stein viven más abajo de la calle. Tienen una hija de tu edad…
—Encantada —repuso Melody por encima del hombro—. Vuelvo en seguida.
—No te preocupes —le dijo a Glory la mujer de larga melena oscura—. Mi hija es igual.
Mientras avanzaba a paso veloz en dirección a la vivienda blanca de estilo campestre, Melody se sentía como la protagonista de la típica comedia romántica en donde la chica corre hasta el aeropuerto antes de que despegue el vuelo del hombre que ama, al que poco antes ha abandonado. Pero las similitudes terminaban ahí. Por lo que ella tenía entendido, la historia de la chica que corría tras un monstruo abandonado no había llegado todavía a la gran pantalla.
La puerta de la casa estaba abierta con una rendija.
—¿Jackson? —preguntó con suavidad—. ¿Jackson?
Melody empujó la puerta con el dedo índice. Una ráfaga de aire helado la golpeó en la mano. Entró. La temperatura no subía de los quince grados. ¿De veras era tan difícil controlar los termostatos de Salem?
En un primer momento, había tenido sus dudas acerca de irrumpir en casa de Jackson, sobre todo porque la madre de éste era su profesora de biología pero él había entrado de improviso en la suya dos veces, así que…
—¿Jackson? —volvió a llamarlo con un susurro.
Polvorientos sofás de terciopelo y alfombras orientales de tonos oscuros, así como rincones atestados de cachivaches que podrían haber llegado desde el Londres del Viejo Mundo a través de la máquina del tiempo, otorgaban al reducido espacio una sensación de agobio y lo hundían en una especie de hastío histórico, lo que suponía un inesperado contraste con la radiante y alegre inocencia de la fachada exterior. Melody sonrió para sí. Era un tipo de contraste que ella conocía, acaso demasiado bien.
—Si sabías quién era yo, ¿por qué no me lo dijiste? —gritó él desde algún lugar de la planta de arriba.
Melody escuchó la voz de la madre de Jackson.
—¡Quería protegerte! —alegó ella.
Melody sabía que debería marcharse, pero no se sentía capaz.
—¿Protegerme de
qué
? —replicó Jackson entre sollozos—. ¿De despertarme en jardines de desconocidos? ¿De hacer el ridículo en casa de los vecinos? ¿De asustar a la única chica que me gusta de verdad?
Melody no pudo evitar una sonrisa. Le gustaba de verdad.
—Pues sábete que no me has protegido de nada de eso —continuó Jackson—. Todo eso me ha pasado. ¡Y en las últimas veinticuatro horas! Quién sabe lo que habré hecho en los últimos quince años.
—De eso se trata precisamente —explicó su madre— No lleva ocurriendo quince años. Fue empeorando a medida que te hacías mayor.
Guardaron silencio unos segundos.
—¿Qué lo provoca? —preguntó Jackson, ahora más calmado.
—El exceso de calor —repuso la señora J con suavidad.
Melody se puso a repasar mentalmente sus encuentros con D.J. «¡Pues claro!» La manta térmica… su dormitorio… el ventilador…
—Exceso de calor —repitió Jackson con lentitud. Como si lo hubiera debido saber desde el principio—. Por eso en casa hace siempre tanto frío.
—Y por eso no te dejo practicar deporte —añadió la señora J quien, por el tono de voz, parecía sentir alivio al compartir su secreto.
—¿Y por qué el calor?
—Jackson, siéntate un momento —se produjo una pausa—. Nunca te lo he contado, pero el doctor Jeckyll era tu bisabuelo… Un hombre tímido y discreto, igual que tú. A veces, su timidez lo frenaba, de modo que inventó una poción que le otorgaba valor y lo hacía más… enérgico. Se volvió adicto a esa droga que, con el paso del tiempo… lo mató.
—Pero ¿cómo he…? —empezó a decir Jackson. Su madre lo interrumpió.
—La poción era tóxica y acabó por corromper su ADN. Y esa condición fue pasando a través de las generaciones. Tu abuelo y tu padre también la tuvieron.
—Entonces, ¿papá no nos abandonó?
—No —se le quebró la voz—. Nos conocimos cuando él era investigador genético y yo… Hice todo lo que pude —sollozó—. Pero los cambios de personalidad llegaron a ser intolerables y… en fin, lo volvieron loco.
Jackson no respondió. La señora J se quedó en silencio. Los únicos sonidos que llegaban de la habitación del piso de arriba eran sollozos y gemidos que partían el corazón.
Melody también rompió a llorar. Por Jackson. Por la madre de Jackson. Por los antepasados de la familia. Y por sí misma.
—¿Es lo que me va a pasar a mí? —preguntó él, por fin.
—No —la señora J se sonó la nariz—. Contigo es diferente posiblemente esté mutando. Por lo que he comprobado, te afecta cuando te acaloras demasiado. Una vez que te enfrías, regresas a tu ser.
Se produjo una pausa prolongada.
—Entonces tú también eres… —Jackson hizo una pausa—. Eres la madre de
él
.
—Sí, claro —respondió ella sin darle mayor importancia—. Porque eres tú… sólo que distinto.
—¿Distinto en qué sentido?
—A D.J. le encanta ser el centro de atención, mientras que tú eres tímido. A él le encanta la música a ti, la pintura. Él rebosa confianza en sí mismo tú eres reservado. Ambos son maravillosos, a su manera.
—¿Sabe él de mi existencia?
—No —la señora J hizo una pausa—. Pero sabe quiénes son sus antepasados.
—¿Cómo ha…?
La señora J lo interrumpió.
—D.J. ha indagado en su pasado, pero no sabe nada de ti. Él también cree que sufre de lagunas mentales. No me puedo fiar de él. Ni de nadie. Tienes que guardar el secreto. Prométemelo. ¿Lo harás?
Melody tomó estas palabras como señal para marcharse. No quería escuchar la respuesta de Jackson. Ya había escuchado demasiado.
Lorem
TOCATA Y FUGA
El plan «A» estaba listo para ser activado. Tras una semana de intensos preparativos y planificación, era la manera más respetable de que Frankie pudiera asistir al baile de septiembre. Aunque no la única.
—Mamá, papá, ¿puedo hablar con ustedes un minuto? —preguntó, sintiéndose como nueva tras su recarga vespertina y el baño de vapor con aromaterapia que le suavizaba las costuras.
Sentados en el sofá, escuchaban jazz y leían junto a la chimenea. Se habían quitado su maquillaje F&F y tenían los tornillos del cuello al descubierto. La familia había cenado (gracias a Frankie), la vajilla estaba limpia (gracias a Frankie) y no se habían producido indiscreciones durante los últimos siete días (gracias a Frankie).
La hora había llegado.
—¿Qué pasa? —Viktor soltó su revista médica y retiró sus zapatillas desgastadas de la tapicería de otomán: una invitación para que su hija se sentara.
—Mmm… —Frankie se palpó las costuras del cuello. Se notaban holgadas y blandas después del baño de vapor.
—No te jales los puntos —advirtió Viveka. Sus ojos de color violeta adoptaban un tono berenjena en contraste con su cutis verde. Resultaba indignante que los demás no pudieran disfrutar de la belleza natural que poseía.
—¿Estás nerviosa por algo? —preguntó Viktor.
—No, qué va —Frankie se sentó sobre sus manos—. Sólo quería decirles que durante esta semana he reflexionado mucho sobre mi comportamiento y estoy de acuerdo con ustedes. Fue peligroso y desconsiderado.
Las comisuras de los labios de sus padres se elevaron una pizca, como si no quisieran comprometerse a una sonrisa completa hasta saber adónde conducía la conversación.
—Tal como me pidieron, volví a casa directa del instituto todos los días. No he enviado mensajes de texto, ni me he conectado al correo electrónico, ni a Twitter, ni a Facebook. Durante el almuerzo en la cafetería, sólo he hablado cuando me han hablado a mí.
Todo era verdad. Había evitado incluso cruzar la mirada con Brett. Lo cual no había resultado demasiado difícil, ya que Bekka había intercambiado el pupitre con él en la clase de biología.
—Lo sabemos —Viktor se inclinó hacia delante y dio dos golpecitos en la rodilla de su hija—. Y estamos muy orgullosos.