Monster High (25 page)

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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Haylee regresó al lado de ambos con fuertes pisotones.

—¡Vamos, Melody, en marcha! Tienes que hacerlo por Bekka. Ella lo haría por ti. Las amigas son lo primero, ¿lo recuerdas?

De pronto, Melody se sintió como una pelota de
ping-pong
, golpeada de un lado a otro sin que nadie le pidiera opinión. Quería apoyar a Jackson, pero también a Bekka. Aunque elegir a uno significaba defraudar al otro.

—Lo sé, pero…

—Melody, ¡ya vámonos! —insistió Jackson mientras la jalaba de la manga tenía la frente empapada de sudor.

—¡Un segundo!

—Compórtate como debes —le advirtió Haylee antes de marcharse a toda prisa para llevar a cabo su investigación.

—¡Anda, vamos! —exigió Jackson apretando los dientes.

Melody suspiró. El desconcierto más absoluto giraba a su alrededor. Y ahora también en sus entrañas. La mano del arrepentimiento le propinó una bofetada. ¿Por qué se había marchado de Beverly Hills? ¿Por qué se había operado aquella nariz que parecía la joroba de un camello? De haber seguido siendo Narizotas, nadie se pelearía por ella. Y no se encontraría en aquella situación imposible.

Parada en mitad de un gimnasio casi desierto, rodeada de disfraces rasgados, bocadillos aplastados, sillas diseminadas y mesas marcadas con huellas, Melody se quedó inmóvil, como un disco duro bloqueado por sobrecarga.

Jackson la soltó de la mano.

Se giró hacia él, aunque fue incapaz de hablar.

Se había quitado las gafas y la decepción le inundaba los ojos.

—¿Otra ves tú? —se sacó la camiseta blanca por fuera de los
jeans
—. ¿Por qué apareces todo el tiempo? No te ofendas, pero es que eres taaaan seria…

D.J. había regresado.

—¿Dónde está mi dinamita? —vociferó—. Dinamita, ¿dónde estááááááás?

Levantó la palma de la mano para entrechocarla con Melody.

—No te ofendas, ¿sí? Es sólo que aquí no hay música, y necesito algo más… animado.

—Lo entiendo —Melody entrechocó la palma con él y luego se despidió con un gesto de la mano. En lugar de perseguirlo, de tratar de protegerlo y encontrar a alguien que lo llevara a casa sin peligro, lo vio irse. Lo
dejó
irse.

Melody aspiró por el inhalador y a continuación se abrió camino entre la niebla que envolvía la puerta de entrada al instituto. No sabía cómo volver a casa. No sabía a quién salvar primero.

¿A su mejor amiga o a su novio? ¡La eterna cuestión!

En el exterior, las luces de las patrullas centelleaban mientras los policías apuraban a los alumnos para que regresaran a casa lo antes posible, sanos y salvos. El viento soplaba con ráfagas cortas e intensas, como el asmático que trata de comunicar un mensaje urgente. Con un runrún, arrastraba de un lado a otro del estacionamiento los vasos de plástico rojos procedentes de la fiesta, esparcidos por el suelo, creando así el ambiente perfecto para una caza de monstruos un tanto artificial: circunstancia que a Melody le habría hecho gracia de no haberse sentido el mayor monstruo de todos.

—¿Te llevo?

Melody se giró y vio a Candace, que emergía de la puerta envuelta en niebla. Disfrazada con un vestido corto de encaje negro, alas de purpurina negra y montones de rosas negras en la cabeza, descendió las escaleras con la gracia de las coristas de Radio City.

La sensación de vacío que provocaba el regreso de la adrenalina adondequiera que fuera su pinto inicial debilitó el cuerpo de Melody de la cabeza a los pies. Las piernas se le aflojaron, el latido del corazón aminoró su ritmo, y la respiración se estabilizó. Su hada madrina (en este caso, hada malvada) había aparecido.

—¿Qué haces todavía aquí?

—No podía marcharme así, por las buenas, sin saber que estabas bien —repuso Candace, como si resultara obvio—. Además, es lo más emocionante que me ha pasado desde que nos mudamos a Salem. Fue mucho más divertido que cualquier baile en Beverly Hills, eso seguro. Melody intentó esbozar una sonrisa.

—Ya vámonos.

—Mira —Candace señaló el gran cartel blanco situado delante del instituto. Alguien había cambiado las letras de color negro, de manera que en lugar de “MERSTON HIGH” ahora se leía “MONSTER HIGH”

—¡Ja! —soltó Melody sin rastro de humor.

En el breve trayecto de vuelta a Radcliffe Way, Melody contó hasta siete patrullas que circulaban a toda velocidad. El equipo estéreo del vehículo, que estaba apagado, provocaba un silencio más ruidoso que las sirenas. Candace era la clase de chica que ponía música a todo volumen hasta cuando su padre le pedía que sacara el coche del garaje y lo estacionara en la calle. Pero ahora estaba haciendo lo que Glory siempre hacía: sacar a Melody de su caverna por medio del silencio, a sabiendas de que el ruido en el cerebro de su hermana se volvería tan ensordecedor que necesitaría derramarlo, al menos en parte. ¿Y dónde mejor que el apacible espacio que ocupaban en ese instante? Era un recipiente vacío que aguardaba a ser llenado.

—Una pregunta.

—Sí —repuso Candace con expectación, clavando la vista en la oscura calle que tenía ante

sus ojos.

—¿Alguna vez has tenido que tomar partido entre una amiga y un novio?

Candace asintió

—¿A cuál de las pares se supone que tienes que apoyar?

—A la que tiene razón.

—¿Y si las dos tienen razón?

—Imposible.

—Pero es que las dos la tienen —insistió Melody—. Ése es el problema.

—No —Candace aminoró la marcha al pasar junto a una patrulla—. Ambos
creen
que tienen la razón. Pero ¿quién crees

que la tiene? ¿Cuál de las partes representa aquello por lo que vale la pena luchar, en tu opinión?

Melody miró por la ventanilla, como si esperara encontrar la respuesta en el césped de un vecino. Tolas las casa, excepto la suya, tenían las luces apagadas.

—No lo sé.

—Claro que los sabes —presionó Candace—. Lo que pasa es que no tienes el valor de ser sincera contigo misma. Porque, en ese caso, tendrías que enfrentarte a lo que no quieres hacer, y odias hacer cualquier cosa que te resulte difícil. Por eso abandonaste el canto y por eso no vives la vida y por eso siempre has sido una…

—¡Eh, de acuerdo! ¿Y si volvemos a la parte en la que estabas en plan Oprah?

—Melly, sólo una pregunta. ¿Qué harías si no tuvieras miedo? Ahí está la respuesta. Ése es el bando que tienes que escoger —torció por el camino particular en forma de círculo y colocó el todoterreno urbano BMV en la posición “Estacionar”—. Y si no eliges bando, te estás mintiendo a ti misma y a la gente de tu alrededor —abrió la portezuela y agarró su bolso—.

Oprah se retira.

Cerró con un portazo.

Melody se recostó en el asiento, disfrutando del último rastro de calor antes de que el habitáculo del coche se enfriara. Se obligó a sí misma a analizar ambos bandos. No desde la perspectiva de Bekka o de Jackson, sino desde la suya propia. Lealtad contra aceptación social. Con cada segundo que transcurría, la temperatura en el coche iba descendiendo.

Para cuando llegó a la decisión final, tiritaba de frío.

CAPÍTULO 23

CUNDE EL PÁNICO

Olía como si la vida se hubiera detenido y ya sólo existieran fríos instrumentos quirúrgicos esterilizados. Soluciones químicas. Vidrio. Metal. Guantes de látex. Y algo más que Frankie no acababa de identificar… Trató de abrir los ojos, pero sintió como si sus párpados estuvieran cerrados con llave. Y sus pierdas, encadenadas con grilletes. Y su voz, enmudecida. Dicen que los perros olfateaban el miedo, así que debía de ser un olor.

Seguramente se trataba de eso. Frankie olía el miedo.

Varias voces lo expresaban a su alrededor. Chorreaba de las bocas como cuando se estruja una esponja.

—Hay una auténtica caza de brujas ahí afuera.

—Dos polis llevan una hora husmeando en mi desván.

—No lo entiendo. ¿Cómo puede uno no darse cuenta de que su hija se escapa de casa a escondidas?

—¿Y a eso se le llama ser buenos padres?

—Yo lo llamo peligro para la sociedad, sobre todo
nuestra
sociedad.

—¿Y qué pasa con el chico normi? Si no sobrevive, la noticia se propagará por todo el país.

—Si es que no se ha propagado ya.

—Eso seguro —dijo Viveka entre sollozos—. Estamos consternados. Además, tenemos tanto que perder como ustedes. Viktor y yo haremos todo lo posible para asegurarnos de que nunca vuelva a ocurrir.

—¿Qué nunca
vuelva
a ocurrir? Tenemos problemas peores en este momento. ¿Qué hacemos con lo que está ocurriendo
ahora
? Tendrán que quitarle los colmillos a mi Lala si esto sigue así. ¡Los
colmillos
!

—Clawdeen y sus hermanos tendrán que hacerse la depilación láser. Su orgullo quedará herido de muerte. Y cuando llegue el invierno… ¡se congelarán!

—Al menos, sabéis dónde están vuestros hijos. Jackson no ha vuelto a cada aún. Cada vez que escucho una sirena de la policía, tengo que ponerme a respirar con una bolsa. ¿Y si empiezan a acorralar a los sospechosos? ¿Y si…? —la señora J rompió a llorar.

—Atención todo el mundo, por favor —habló Viktor con tono cansado y mortecino—. Aunque aceptamos toda la responsabilidad por el… contratiempo de esta noche, no se olviden que nosotros tenemos más que perder que cualquiera de ustedes —ahogó un sollozo y se sonó la nariz—. Están buscando a nuestra hija.
Nuestra hija
. Es verdad, hizo algo irreparable pero es a ella a quien persiguen. A mi pequeña. ¡Y no a sus hijos!

—Por ahora.

—Buscan a una chica verde sin cabeza que escapó de una fiesta de disfraces de monstruos — prosiguió Viktor—. Podemos decir que fue una travesura.

—Valiente travesura.

—Viveka y yo haremos cualquier cosa para acabar con esto. Empezaremos por sacar a Frankie de Merston High. Le daremos clases en casa y le prohibiremos salir.

—Pues yo creo que deberían abandonar Salem.

—¡Sí!

—Opino lo mismo.

—¿Abandonar Salem? —tronó Viktor—. ¡Creía que éramos una comunidad! ¿Cómo se atreven a darnos la espalda después de lo que…?

—Ha sido una noche muy larga para todos —interrumpió Viveka—. ¿Y si volvemos a reunirnos por la mañana?

—Pero…

—Buenas noches —zanjó Viveka.

La computadora emitió un último murmullo y luego se apagó.

—¡No doy crédito a lo que está pasando! —exclamó Viveka entre lágrimas—. No
podemos
mudarnos. ¿Y nuestros trabajos? ¿Y la beca de investigación? ¿Y nuestra casa? ¿Adónde iremos?

Viktor soltó un suspiro.

—No lo sé —con esparadrapo, colocó la última venda sobre los puntos de Frankie después, amortiguó la luz—. La buena noticia es que no nos queda nada que temer.

—¿Por qué?

—Nuestra peor pesadilla se ha hecho realidad.

La puerta del glamoroso laboratorio de Frankie se cerró tras ellos.

Sola y semiinconsciente, se quedaba dormida de manera entrecortada. Pero con independencia del estado en el que se encontrara, no conseguía escapar de su abrumador sentido de culpabilidad por haber destruido la vida de tanta gente. En sus sueños, la culpabilidad adoptaba una multitud de formas. Frankie provocaba avalanchas mortales, hacia naufragar barcos, aterrorizaba a huérfanos, ofrecía a sus amigos agua que se transformaba en sangre, arrojaba a sus padres por un precipicio y besaba a Brett con letales labios de tijera.

Después de cada pesadilla se despertaba con un sobresalto, empapada en lágrimas. Pero no encontraba consuelo en el apacible silencio de su habitación, porque allí todo respondía a la realidad. La culpa era tan inmensa que resultaba insoportable. Cada vez que abría los ojos, los volvía a cerrar a toda velocidad. Y deseaba que fuera la última vez que se despertara.

CAPÍTULO 24

CHANTAJE Y EXTORSIÓN

El dedo de Melody osciló frente al timbre de la puerta. Pulsarlo significaba más que despertar

a alguien. Significaba que había tomado partido.

Pulsó el timbre y dio un paso atrás. El corazón se le aceleró. No tenía miedo de la puerta que

estaba a punto de abrirse, sino más bien de la que estaba a punto de cerrarse.

—¿Quién es?

—Melody Carver. Soy amiga de…

—Entra —dijo la señora J. vestida con una bata de chenilla, agarraba en la mano un pañuelo

de papel hecho bola. Miró por encima del hombro de Melody y luego, rápidamente, cerró la

puerta con un pasador de cadena. La parte posterior de su corta melena estaba recogida en

una desaliñada coleta, y manchas de rímel le marcaban las mejillas como si fueran las

pruebas de Rorschach. Sin sus contundentes gafas estilo Woody Allen, parecía una madre

preocupada común y corriente.

Melody echó una ojeada al interior de la casa, tenuemente iluminada. Los muebles estilo

funeraria se veían más destartalados de lo que recordaba. Como si la tristeza anidara en sus

fibras polvorientas.

—¿Está Jackson?

La señora J. se llevó el pañuelo de papel a los labios y negó con la cabeza.

—Confiaba en que supieras dónde está. Ya debería haber vuelto a casa. Y con todo lo que…

Estoy intranquila, nada más. Es complicado.

—Lo sé.

La señora J sonrió en agradecimiento a la cordialidad de Melody.

—No —Melody rozó la suave manda de chenilla de la bata—. Me refiero a que sé lo de Jackson.

—¿Cómo dices? —la expresión de la mujer se endureció.

—Sé lo que le pasa cuando suda. Sé en qué se convierte y por qué.

Los ojos color avellana de la señora J se desplazaron de un lado a otro. Como si dudara entre golpear a Melody en la cabeza con un atizador de chimenea o echar a correr.

—¿Cómo…? ¿Cómo te enteraste?

—Me lo contó —mintió Melody—. Pero no se preocupe —tomó de la mano a la madre de Jackson. Estaba helada—. No se lo diré a nadie. Vine para ayudar. Lo encontraré.

—Melody, no te das cuenta de lo que se pondrá en juego si se propaga el rumor sobre Jackson. Es más complicado de lo que piensas. Más complicado de lo que él mismo piensa. Mucha gente podría salir perjudicada.

—Le doy mi palabra —Melody colocó en alto la mano derecha, dispuesta a comprometerse. No porque estuviera enamorada de Jackson. Ni porque sus besos le hicieran cosquillas por dentro, como cuando se muerde un pastel de queso y chocolate. Sino porque encontrarlo implicaba salvarlo de sí mismo, y ese “sí mismo” también era el mayor adversario de Melody. Por otra parte, la monstruo ladrona novios era asunto de Bekka. Y si lo de “las amigas son lo primero” era su auténtico credo, lo entendería.

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