Monster High (26 page)

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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Melody atravesó a toda velocidad la calle en tinieblas en busca de su bicicleta y una linterna. Pedirle a sus padres o a Candace que la llevaran en coche sería romper la confianza que la señora J le había depositado. Y no podía hacer eso. Ni lo haría. Encontrar a Jackson y llevarlo a casa sano y salvo sería su primer logro importante. Y no tendría nada que ver con la simetría, con el tamaño de la nariz ni con ser hermana de Candace. Aquella misión de rescate demostraría a Melody de qué estaba hecha. Y no lo que Beau podía hacer con ella.

—¿Qué tal el baile? —preguntó Glory elevando la voz desde la sala. Levantó la taza de té de la mesa auxiliar y se dirigió a la cocina.

—Estuvo buen —respondió Melody, siguiendo a su madre—. ¿Tenemos una linterna?

Glory negó con la cabeza.

—Ahora utilizamos faroles. Están en el garaje, en el cubo de plástico con la etiqueta “Iluminación exterior”. También habrá velas, me imagino. ¿Por qué?

—Tengo ganas de ir a dar una vuelta. El ambiente en el baile estaba cargado, y aquí hace mucho calor.

—¿No será peligroso? —Glory elevó hacia lo alto sus ojos azul verdoso—. Los monstruos andan sueltos —colocó la taza en el fregadero—. ¿Lo puedes creer? Ha salido en todas las noticias —se rió por lo bajo—. Me encanta la vida en las ciudades pequeñas. No sabrán lo que son monstruos de verdad hasta que visiten nuestro antiguo vecindario, ¿tengo razón?

—Desde luego —repuso Melody, nerviosa—. Bueno, hasta mañana. No volveré tarde.

Glory sopló un beso a su hija y, acto seguido, se retiró a su dormitorio.

Melody se precipitó hacia la puerta. Ansiosa por comenzar la búsqueda, la abrió de un tirón y se estrelló contra Bekka.

—¡Dios mío! ¿Qué haces aquí? ¿Va todo bien? ¿Cómo está Brett?

¿Denotaba su voz lo culpable que se sentía?

—Estable. Pero ha tenido un ataque de histeria y no puede hablar.

Melody atrajo a Bekka hacia sí para abrazarla. Bekka se lo permitió, aunque no le devolvió el abrazo.

—Debes de estar muy preocupada.

—Lo estoy —repuso Bekka—. Bueno, eh… ¿por qué no estás buscando al monstruo?

—De hecho, salía ahora mismo —replicó Melody, orgullosa de no mentir.

—Muy bien —dijo Bekka sin señal de alivio—. Toma —entregó a Melody una mochila color caqui—. La dejaste en el coche de mi papá.

—Ah sí. Gracias. No te debías haber molestado en traérmela esta noche —Melody se encogió por el tono insólitamente agudo de su voz teñida de culpa.

—Ya conoces mi regla —replicó Bekka con una sonrisa altanera—. Las amigas son lo primero.

—Sí las amigas son lo primero —repitió Melody.

—Las amigas son lo primero —Bekka volvió a esbozar una sonrisa altiva.

Algo había cambiado. Iba más allá de la conmoción al descubrir que su novio, supuestamente, había besado a una monstruo. Más allá del remordimiento de Melody por no ir a la caza de un simple truco visual. La diferencia se palpaba en el aire. Y se ocultaba tras los ojos verdes de Bekka.

—También dejaste esto en el coche —le entregó a Melody su iPhone. Pero cuando Melody se dispuso a agarrarlo, Bekka lo retiró hacia atrás y dio dos golpecitos en la pantalla—. Mira lo que encontré por casualidad.

El video de Jackson convertido en D.J. apareció.

D.J… D.J. Hyde. Como el doctor Jeckyll y míster Hyde. Igual que mi bisabuelo… que era un súper friqui, por cierto. Encontré unos papeles en el desván de casa y, por lo visto, en su día hizo un montón de experimentos extraños con tónicos, ¡y los probaba él mismo! Después de beber las pociones, se convertía en un hombre desenfrenado. A mí no me gusta el alcohol, pero bailar me enloquece. ¿Tienes música?

Melody sintió que el estómago se le revolvía. Que la boca se le secaba. Que le costaba respirar.

—¡Estuviste fisgando! —acertó a decir. Fue lo único que se le ocurrió.

—No, fue cosa de Haylee. Puso en duda tu lealtad.

“¿Por qué no lo borraría” Melody sentía el golpeteo del pulso en el cerebro, como si reflexionara en qué medida el descubrimiento de Bekka afectaría a Jackson y a su madre. Bekka ya no era la amiga que le avisaba de los sustos que Brett tenía la intención de darle, o que acarreaba el inhalador de Melody por si hacía falta. Ahora era el enemigo, y le llevaba una ventaja monstruosa.

—Devuélvemelo —exigió Melody.

—En cuanto me reenvíe el video por
e-mail
—Bekka dio unos golpecitos en la pantalla y esperó la confirmación.

Bip.

—Aquí tienes —puso el iPhone de un golpe en la gélida palma de Melody.

—Ese video era una broma —trató de alegar aquélla—. Estábamos grabando una película. ¡Igual que Brett!

—¡Mentirosa! —Bekka chasqueó los dedos. Haylee apareció desde un lateral del porche. La sumisa ayudante abrió su maletín negro y sacó el contrato firmado por Melody. El que decía que nunca le coquetearía a Brett Redding, ni se metería con Brett Redding, ni dejaría de darla una paliza a cualquier chica que se
metiera
con Brett Redding. Lo rompió en pedazos del tamaño del confeti y los esparció sobre el tapete de la entrada que rezaba: “¿Te acordaste de limpiarte los pies?”

Dolía mucho más de lo que Melody se podía haber imaginado. A pesar de las extravagancias de Bekka y Haylee, las apreciaba sinceramente. Habían sido sus primeras amigas verdaderas.

—Bekka, siento…

Haylee presentó otro documento.

—Chitón, simpatizante de los monstruos —espetó Bekka con brusquedad—. Es evidente que te relacionas con ese grupito, así que tienes que saber dónde está ella.

—No lo sé, te lo juro —suplicó Melody—. Ni siquiera creo que es chica sea un monstruo de verdad.

—Sé lo que vi —Bekka arrancó el documento de las manos de Haylee y se lo entregó a Melody—. Tienes cuarenta y ocho horas para encontrarla. En caso de incumplimiento, la filtración del video adquirirá las proporciones de Paris Hilton.

Haylee le entregó el bolígrafo rojo y plata.

—No voy a firmar —Melody dio un paso atrás.

—En ese caso, lo filtraré ahora mismo. Tú decides.

Melody agarró el bolígrafo y garabateó su firma en la parte posterior.

—Pon la fecha —demandó Haylee.

En esta ocasión, Melody apretó con tanta fuerza que perforó el papel.

Haylee sacó del maletín un cronómetro de cocina amarillo, con forma de huevo, y ajustó el tiempo a sesenta minutos.

Tic tac tic tac tic tac….

—Cuarenta y siete vueltas más y vendremos por ti —advirtió Bekka.

Haylee levantó el maletín y ambas bajaron los peldaños a pisotones en dirección al Cadillac del señor Madden.

Tic tac tic tac tic tac…

Arrancaron el motor y salieron rodando, dejando a Melody con un panorama despejado de la casa de Jackson. La alegre fachada de la vivienda le devolvía la mirada con la calidez de un inocente cachorrillo… un cachorrillo al que ella estaba a punto de administrar una inyección letal.

CAPÍTULO 25

EN ESTADO DE SHOCK

Frankie se había subido al estrado. Había hecho el juramento. Había llegado la hora de testificar.

¿Y qué si ha calor sofocante? ¿Y qué si su maquillaje se derretía y su piel verde quedaba al descubierto? ¿Y qué si sus costuras estaban tan tirantes que le hacían daño? Nada de eso importaba. Limpiar su nombre delante de los RAD y de los normis que abarrotaban la sala del tribunal era lo único importante.

Pediría disculpas a sus padres por traicionar su confianza. Por haberlos desacreditado frente a los RAD y por no haber prestado atención a sus advertencias. Les explicaría a Lala, Blue, Clawdeen y Cleo lo mucho que su amistad había significado para ella, y que nunca había tenido la intención de ponerlas en peligro. Le diría a la señora J lo mucho que agradecía sus consejos. Pediría perdón a Brett por perder la cabeza, y a Bekka por besarse con su novio. Le daría las gracias a Billy por rescatarla y a Claude por llevarla a casa en coche. Admitiría que no merecía una segunda oportunidad pero, en caso de que se la ofrecieran, nunca volvería a fallarles. Después, haría una última petición a los normis, suplicándoles que dejaran de temer a los RAD que le permitieran al padre de Frankie compartir su genialidad con el mundo abiertamente que valoraran el excepcional sentido de la moda de sus amigas, así como su excesivo crecimiento de pelo que les permitieran salir del ataúd y vivir con libertad…

Pero cuando llegó el momento de hablar, las palabras se negaron a salir. Rechinó los dientes, soltó chispas y gimió como una zombi. Con cada nuevo intento por explicarse, su lamento iba subiendo de tono. Las mujeres y los niños empezaron a gimotear. Los hombres se subieron a los bancos y se pusieron a dar pisotones para ahuyentarla. Pero no funcionó. La frustración creciente provocaba que gimiera más alto, que rechinara los dientes con más fuerza y soltara chispas más refulgentes. Por fin, una multitud furiosa se apresuró hasta el estrado y empezó a descuartizarla. Sus extremidades verdes empezaron saltar de un lado a otro, como cuando se mezcla una ensalada. El dolor era insoportable. Frankie soltó un chillido capaz de reventar el cristal y…

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

—¡Despierta! ¡Despierta! —alguien la zarandeó.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

—Tranquila, sólo es un sueño. ¡Despierta!

Frankie parpadeó y, poco a poco, abrió los ojos. La habitación estaba oscura y silenciosa.

—¿Qué parte? —consiguió preguntar, a pesar de su garganta reseca.

—¿Qué parte qué? —preguntó un chico.

—¿Qué parte… fue un sueño? —Frankie bajó los ojos.

«¡Ay! ¿De veras llevo puesto un camisón de hospital?»

—Todo fue un sueño.

Frankie se incorporó de un salto, desdeñando la sensación de mareo.

—¿En serio?

—Sí, Dinamita —susurró él con ternura—. En serio.


¿D.J.?
—Frankie se secó el sudor de la frente. Aquellas mantas electromagnéticas daban mucho calor—. ¿Está aquí alguna de mis amigas? ¿Cuánto tiempo estuve dormida? — examinó la estancia en busca de pistas. Nada estaba como recordaba. El diván había desaparecido. Las brochas de maquillaje y los brillos de labios ya no ocupaban los vasos de laboratorio. Y las
fashionratas
ya no estaban cubiertas de purpurina—. ¿Dónde están mis cosas? ¿Qué haces tú aquí?

—¡Eh! Vayamos por partes —repuso él—. Primero, estuviste durmiendo nueve horas. Segundo, tus amigas no están aquí. No las dejan salir de casa. Puede que te hayan llamado, pero tu papá te confiscó el teléfono. Tercero, tus padres han guardado en cajas todas tus cosas porque (son sus palabras, no las mías) llevan mimándote demasiado tiempo y eso tiene que cambiar. Y cuarto, me subí al coche con Billy y Claude después de ese bodrio de baile. Cuando te dejaron en casa, me bajé, me escondí y…

—¡Un momento! Entonces, ¿hubo un baile de verdad? —los ojos de Frankie se llenaron de lágrimas—. Creí que habías dicho que todo era un sueño.

—Esa parte no —se rió por lo bajo—. Chica, cuando esos tipos me contaron lo que le hiciste a ese normi, por poco me hago pipí en los calzoncillos —se pasó la mano por su flequillo caído. Estaba empapado de sudor.

—¡Uf¡ —Frankie se acostó de nuevo. De manera instintiva, se llevó la mano a la costura del cuello, pero estaba tapada con una gruesa capa de gasa—. ¿Qué voy a hacer?

—¿Acerca de qué? —D.J. se acarició el pelo. Frankie echó unas cuantas chispas. Él soltó una risita con deleite.

—¿Acerca de
qué
? —Frankie se incorporó—. ¡Acerca de arruinarle la vida a todo el mundo!

D.J. buscó su mirada con sonrientes ojos color avellana. —No arruinaste la vida a nadie. Al contrario, le diste emoción.

—Sí, claro.

—¡Es verdad! —D.J. dio unos golpecitos en la pantalla de su iPhone—. Eres la única de por aquí que tiene chispa —la canción
Use Somebody
, de Kings of Leon, empezó a sonar. Como un perro con la cabeza fuera de la ventanilla en un día soleado, D.J. cerró los ojos durante el solo de guitarra inicial y se puso simular los rasgueos de las cuerdas. Una vez que la letra empezó, tomó a Frankie de la mano y la ayudó a bajarse de la cama. Luego la atrajo hacia sí, pegó su mejilla a la de ella y la fue llevando con pasos de baile por el aséptico laboratorio, ahora carente de estilo y de
glamour
.

I've been running around, I was looking down, at all I see…

Frankie se acordó de Lala y se preguntó hasta qué punto estaría enamorada de D.J.

—¿Qué haces? —soltó una risita nerviosa.

—Intentar que te olvides de Brett —le susurró al oído.

Frankie echó chispas.

Él sonrió.

Pasaron danzando junto al estante con los vasos de laboratorio vacíos. Los tubos de vidrio se veían solitarios sin los coloridos objetos de Frankie, quien les había dado una utilidad. También les había fallado a ellos.

You know I could use somebody, someone like you…

—¡Mira que soy idiota! —exclamó Frankie con un grito—. Pensé: «Ah, le encantan los monstruos seguro que le gusto» —se mofó de su propia ignorancia—. No sabía nada de él. Sólo quería estar con alguien que no quisiera que me escondiese.

—Ahora estás con ese alguien.

Frankie se apartó de la mejilla de D.J. y le buscó la mirada.

—¿Por qué eres tan amable conmigo?

—Porque me gustas, Dinamita. Me gusta que no te asuste ir por todas.

—¿Ir por todas? —Frankie retorció la mano para liberarse y dio un paso atrás. Quería verlo de la cabeza a los pies.

—Por las cosas que deseas.

Frankie se palpó la parte posterior de su camisón de hospital para asegurarse de que seguía abrochado.

—Bueno, pues no puedo tener lo que deseo.

—¿Por ejemplo?

—Libertad.

—Puedes, si yo te ayudo —dio un pequeño paso en dirección a ella.

—¿Por qué ibas a ayudarme?

—Porque haces que me den ganas de escribir canciones —tocó uno de los tornillos de Frankie. Le dio un toque en el dedo—. Esa descarga tuya es una preciosidad, ¿o no?

Frankie soltó una risita.

—Una preciosidad, desde luego.


¿Frankie?
—la llamó Viktor con un susurro desde el pasillo.

D.J. le tapó la boca a toda velocidad y apagó la música.

—Hazte la dormida. Yo me esconderé.

La puerta del dormitorio se abrió ligeramente.

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