—¿Todo esto es delineador? —preguntó Lala ahogando un grito y apretando los labios contra los dientes.
Frankie asintió, sin saber si debería sentirse orgullosa o avergonzada.
Melody, la chica a la que había dado un susto en la cafetería, entró en el aula a toda prisa, después de la profesora, y ocupó el asiento situado al otro lado de Frankie. Esbozó una sonrisa amable. O era así como lo normis decían ¿“a mí no me engañas”?
Frankie jaló hacia arriba su cuello de tortuga con objeto de que sus tornillos centelleantes no la delataran.
La profesora, de pelo corto, rubio y rizado, que llevaba un conjunto de punto de color turquesa, batió las palmas.
—¡Empecemos! —dibujó en el pizarrón un círculo de gran tamaño y, en el centro, dio unos golpecitos con su larga barra de gis—. Este es nuestro mundo. Es redondo, como el círculo que forman sus pupitres. Y me propongo demostrarles… —el gis se partió por la mitad y salió disparado por los aires.
—¡Aaay! —el posible RAD se agarró un lado del cuello y se cayó de la silla—. ¡Me dispararon!
Todo el mundo se echó a reír. Frankie, preocupada, se inclinó hacia delante.
—Ya basta, Brett —la malhumorada profesora suspiró mientras recogía del suelo el errante pedazo de gis.
“Brett. Brett y Frankie. Brankie. Frett. Frankie B., como la marca de
jeans
… Se diga cómo se diga, suena genial”.
Brett volvió a ocupar su asiento y sostuvo la mirada de Frankie, provocando que ésta soltara más chispas todavía. Por un instante, tuvo la sensación de que la broma había sido dedicada sólo a ella.
A lo largo de los siguientes cuarenta y cinco minutos, llegó a la conclusión de que Lala estaba loca por D.J. que D.J. estaba loco por “la de los fuegos artificiales” que Lala podía quedarse con D.J., porque, por muy lindo que fuera, carecía del toque misterioso de Brett y que el radar de Melody debía de estar pitando, porque no dejaba de mirar a D.J., quien no estaba dispuesto a dejar de ser el centro de atención. Frankie tuvo que hacer un extraordinario esfuerzo físico —que era como tratar de no pensar, como no poder respirar, como haber perdido la vida— para no centellear como Las Vegas de noche.
Cuando sonó el timbre, se levantó de un salto y echó a correr hacia el baño de chicas. Lala y Blue la llamaron, pero hizo caso omiso. Frankie dudaba de que le quedara la voluntad suficiente para retener las chispas por más tiempo.
Entró en el baño como un vendaval, se encerró en la primera cabina y soltó la descarga. Dio gracias porque el baño estuviera vacío porque la energía —que se había ido acumulando con el contacto visual con Brett, los comentarios de D.J. y la mirada fija de Melody— le salió disparada por los dedos con una estruendosa ráfaga. Tiró de la cadena varias veces para disimular el escándalo.
Descargada y con sensación de alivio, soltó un suspiro de agotamiento y abrió la puerta.
—Por el sonido de los truenos, Sheila tenía más gases que un pez globo —comentó Blue con una sonrisa comprensiva. Se frotó con abdominales planos—. Sé lo que se siente.
Lala se tapó la boca y soltó una risita.
—Sí —Frankie se lavó las manos. Más valía que ambas tomaran el ruido por un problema de flatulencia a que se enteraran de la insólita verdad.
—Se te olvido esto —Lala agitó el estuche de F&F como si de una bandera se tratara.
—Ah, gracias —Frankie se llevó la mano adonde habría estado su corazón—. Sin esto, me sentiría perdida.
—¿Por qué? —Blue hizo girar uno de sus rizos rubios con un dedo cubierto de lana—. Eres guapísima. No necesitas todo ese maquillaje.
Lala asintió en señal de acuerdo.
—Gracias —las piezas interiores de Frankie se hincharon de orgullo—. Lo mismo les digo, chicas —respondió con sinceridad—. Lo que pasa es que… mmm… tengo problemas de cutis.
—Igual que yo —Blue se giró hacia el grifo y se salpicó agua en el cuello—. Sequedad extrema.
—Deberías ver todas sus cremas —comentó Lala con un dejo de envidia—. Su dormitorio parece una sucursal de Sephora.
—Y el tuyo parece El Canguro de Cachemir —contraatacó Blue, aún empapada.
—¿Qué es El Canguro de Cachemir? —se interesó Frankie.
—Ni idea —Lala se rió por lo bajo—. A ver, Blue, ¿qué es?
—Lo inventé —Blue soltó una carcajada—. Porque no se me ocurría ninguna tienda que sólovenda suéteres de cachemir.
—Lo hice porque siempre tengo frío —Lala cruzo los brazos sobre su vestido de lana—. Por eso tengo un montón de ropa de cachemir.
—¿Tu también siempre tienes frio? —preguntó Frankie a Blue—. ¿Por eso llevas los guantes?
—Para nada —Blue agitó la mano en señal de negación—. Lo mío solo es sequedad —se giró hacia Lala—. ¿Oye, vamos al
spa
el fin de semana?
—¿Te refieres a que si te voy a regalar otra invitación? —replicó Lala con tono exagerado.
—Vamos, Lala, ese lugar es muy caro. No puedo pagar la cuota para no socios. Y si no me doy pronto un buen chapuzón, la piel se me pondrá como un cactus.
—Prueba a usar una navaja de afeitar —sugirió Lala.
—Cuando tú te pongas un bozal en el hocico.
Frankie soltó una risita, divertida por el ingenio y la vivacidad de las bromas entre ambas.
—Eh, deberíamos llevar a Frankie esta vez —sugirió Lala a través de sus labios cerrados—. Apuesto a que la cama de rayos UVA te mejoraría el cutis.
—¡Bingo! —exclamó Blue mientras se rascaba el brazo—. Te dará la seguridad que necesitas para arrancar a Brett de los brazos de su Sheila.
—¿Qué? —Frankie cerró los puños para evitar echar chispas.
—Te vi mirándolo —bromeó Blue al tiempo que abría la puerta del baño.
—¡Uf! —Frankie fingió que le daba vergüenza. Pero, en realidad, lo que sentía era alegría, al haber sido incluida en aquel risueño intercambio de comentarios.
—A ver, puedes quedar para el sábado —peguntó Lala a medida que se sumaba al tránsito que recorría el pasillo.
—Claro —Frankie asintió cortésmente. No tenía ni idea de lo que una cama de rayos UVA podía hacer por ella pero si las normis la utilizaban para atraer a los chicos como Brett, ¿dónde había que apuntarse?
LABIOS EXPLOSIVOS
El viernes, Bekka saludo a Melody con un choque de palmas de modo de felicitaciones.
—Sobreviviste a tu primera semana de clases en Merston High —sus mejillas pecosas mostraban el mismo tono rosado de la chaquete de punto extravagante de color rosa apagado que llevaba puesta. Con
jeans
oscuros ajustados y botas de agua amarillas hasta la rodilla, aportaba una agradable explosión de color en una tarde lluviosa.
—Sí, es verdad —Melody se colgó al hombro su mochila de camuflaje—. Se pasó volando.
—Pareces sorprendida —observó Bekka, al tiempo que avanzaba por el pasillo abarrotado.
Haylee iba detrás, documentando la conversación. Sus zuecos de goma de color naranja, forrados de piel de borrego, chirriaban a medida que se esforzaba por mantener el frenético paso.
—Y es que lo estoy —Melody subió la cremallera de su sudadera con capucha mientras se acercaban a la salida del instituto—. Fui víctima de un “besa y corre”, lo que podría haber hecho que la semana se hiciera muy lenta. Pero, en el fondo, tuvo su gracias —sonrió al recordar la pelea de comida con Cleo, los maratones por
e-mail
con Bekka a las tantas de la noche y las inútiles escapadas durante las cuales ella y Candace espiaban la casa de Jackson. No había actividades sospechosas (ni actividad alguna, en realidad), pero ambas hermanas por poco se mueren de risa cuando Coco y Chloe echaron una ojeada por los prismáticos.
—Corrección —interrumpió Haylee—. En teoría, la víctima fue Jackson, no tú.
Melody había aprendido a ser paciente con Haylee y, a veces, llegaba incluso a valorar su pasión por la exactitud y el orden. Pero no era una de esas veces.
—¿Cómo que
él
fue la victima? —preguntó Melody con un tenso susurro, cuidadosa de no dar otro motivo más de chismes a los alumnos de bachillerato que pasaban por allí. La idea era mantener un perfil bajo después de lo que Bekka y ella denominaba el melodrama del lunes, que rápidamente se había convertido en el “melodrama” del lunes. Y hasta el momento, no lo había hecho nada mal. Porque lanzar atlas a la cabeza de Jackson mientras este ligaba con esa tal Frankie en Geografía habría sido de lo más satisfactorio. Y golpearlo con la bola de nieve de la torre Eiffel mientras besaba a Cleo en la clase de francés habría resultado
très
liberador. Pero se había abstenido. Al contrario, había adoptado la actitud de un huevo: cáscara dura por fuera, líquido viscoso por dentro. Que Haylee lo eligiera a
él
como víctima era lo más absurdo que había oído últimamente.
—Melly tienes razón —Bekka se giró para mirar a Haylee—. En este caso, la víctima es ella.
Melody dedicó a Bekka una sonrisa de agradecimiento, sin saber que le compadecía en mayor medida: contar con el apoyo de una nueva amiga o que la llamaran por su apodo.
—La víctima
no
es Melody —insistió Haylee, cuyas gafas se empañaron con la neblina de la certidumbre—. Es Jackson —señaló la puerta de doble hoja donde un punado de alumnos se había congregado en espera de un paréntesis de la lluvia. Charlaban con el susurro propio de los directores de funeraria, a todas luces entristecidos por la imposibilidad de atravesar la frontera con el mundo libre, solo dos personas del nutrido grupo parecían felices: Cleo y el chico bronceado, musculoso, con gafas oscuras y gorra de esquí a rayas blancas y verdes, porque se estaban besando—. ¡Mira!
—¡No puede ser! —Melody se llevo la mano a la boca.
—¿Ves? —argumentó Haylee, henchida de orgullo—. Claro besó a Jackson. Y ahora lo deja por otro. Así que él es la victima del “besa y corre”.
—Tienes razón —admitió Bekka con tono decepcionado.
—¿Quieres que añada eso a las notas? —preguntó Haylee, balanceándose hacia delante y hacia atrás sobre los dedos de los pies mientras daba tirones a su bufanda de lana rosa.
—No —respondió Bekka con cierto desdén.
Haylee dejó de balancearse.
—¿Quién es ese? —Melody se detuvo y fingió beber agua del surtidor para poder mirar mejor.
—Se llama Deuce —explicó Bekka, que fingió beber después de Melody—. Pasa los veranos en Grecia, con su familia. Acaba de regresar. No es tan mono como Brett pero de todos modos es superguapo.
—Y esta superunido a Cleo —añadió Haylee—. Cuando vuelve de Grecia, no hacen caso a nadie
—Da la impresión de que Jackson tendrá que buscar pareja para el baile —comentó Bekka, arrancando un pedazo de cinta adhesiva del cartel que anunciaba el Semi de septiembre y colgaba en lo alto. Comprimió la cinta hasta formar una bola y la arrojó al suelo.
—Sí, es verdad yo también —repuso Melody con gesto resentido mientras se encaminaba a la salida. Un poco de lluvia no le importaba. Al menos, nadie la vería llorar.
—¡Eh! —a Bekka, de pronto, se le iluminó la cara—. Deberías plantarle un beso por sorpresa a Deuce, ya sabes, para vengarte de Cleo por lo que le hizo a Jackson.
—¡No inventes! —exclamó Melody a gritos, ante lo absurdo de la proposición. Todo el mundo se giró para mirar, Cleo y Deuce incluidos. Perfil bajo, sí señor.
—Hazlo —susurró Bekka.
—Por nada del mundo —repuso Melody con otro susurro—. Hazlo tú. Tienes tanta ganas como yo de desquitarte con ella.
—Sí, pero tú no estás comprometida con nadie. Y yo sí.
—Gracias por recodármelo —Melody esbozó una media sonrisa.
—Hola, Melopea —Cleo se acercó poco a poco mientras las comisuras de sus labios hiperactivos se curvaban hacia arriba de placer—. Te he estado buscando.
Imitando el
look
glamoroso de Rihanna con calcetines marrón metálico hasta la rodilla, minivestido ajustado de mezclilla y zapatos de plataforma dorados, Cleo era el centro de atención de cuantos la rodeaban. Incluso en el caso de Bekka, que lanzaba a su archienemiga miradas asesinas con una mezcla de envidia y desprecio.
—¿Para qué? —preguntó Melody, con la aparente tranquilidad de un huevo, aunque por dentro notaba que podría resquebrajarse en cualquier momento.
—Quería que lo supieras —Cleo se roció el cuello con perfume de ámbar acto seguido, se inclinó hacia delante y siseó—. Puedes quedarte con ese
nerd
. Ya terminé con él.
Las palabras iban dirigidas al oído de Melody, pero ésta las recibió en el estómago.
—Un momento —Cleo se enderezó. Sus ojos azules siguieron la pista de algo a la distancia.
Melody miró por encima del hombro de Cleo. Era Jackson. Caminaba hacia ellas con un ramo de flores de cerámica que debió de haber hecho en la clase de artes plásticas. Las gafas le ocultaban la expresión de los ojos pero, por su modo de andar indeciso, Melody se percató de que estaba nervioso.
—Yo habré terminado con él —Cleo se lamió los labios, cubiertos de brillo—, pero es evidente que él no ha terminado conmigo —hizo un mohín y suspiro—. Pobrecillo. Mira las flores, tan patéticas. Ninguna chica se quedaría con ese
nerd
pudiendo tener a un dios griego. —Cleo, con aire condescendiente, echó hacia atrás la melena de Melody—. Excepto tú —soltó una carcajada.
Melody la miró directamente a los ojos mientras el corazón le retumbaba como un tambor de batalla. Pero Cleo le devolvió una mirada furiosa, negándose a batirse en retirada de cualquiera que fuera la guerra que libraban. ¿Era un combate relativo al territorio? ¿Al estatus de Amenazas Físicas? ¿A un racimo de uvas? Melody se dijo a sí misma que Cleo era la típica tirana de instituto que ponía a prueba a la chica novata. Se dijo que debería combatir el odio de Cleo con amor. Que debería adoptar la actitud más madura. Y marcharse. Apartarse de los problemas. Mantener un perfil bajo. Dejar su ego a la salida. Atravesar el umbral y dejarlo a un lado. Sobreponerse a la situación. Consultar con la almohada… Entonces, Cleo guiñó un ojo a Jackson. No porque le gustara él, que no le gustaba, sino para fastidiar a Melody.
Crac.
Sin previo aviso, la cáscara de huevo se rompió y el contenido quedó al descubierto. Pero en vez de hundirse, de caer formando un charco viscoso, pegó un empujón a Cleo para abrirse camino, se dirigió decididamente hasta Deuce y la jaló hacia ella. Localizó sus labios y…