Sonó el celular de Frankie. Era Blue. Luego, Lala. Luego, Blue. Luego, Lala. Dejó que las llamadas fueran directas al buzón de voz.
Tras una caminata de diez kilómetros bajo el aguacero, Frankie torció por Radcliffe Way. Sus extremidades estaban sueltas y su energía, en las últimas. Sin embargo, se negó a llorar. Tenía que ahorrar su resistencia para el inevitable sermón que recibiría de sus padres. «¿Fuiste a un
spa
? ¿Qué hiciste con la electricidad? ¿Y si alguien te vio? ¿Cómo se te ocurrió caminar una distancia tan grande con una recarga tan baja? ¿Sabes lo peligroso que fue? ¡No sólo para ti, sino para todos los RAD! Frankie, ¿cuántas veces…?»
Justo en ese momento, un todoterreno urbano de color verde pasó a su lado a toda velocidad y las ruedas dividieron un charco en dos enormes cortinas, como las aguas del Mar Rojo. Una de las oleadas chocó contra la portezuela del pasajero. La otra, caló a Frankie de arriba abajo.
Esta vez, se echó a llorar.
LOS OJOS, EN EL TROFEO
—¿Seguro que no se te antoja acampar con nosotros? —gritó Glory por encima del ruido ensordecedor de una cama de aire en pleno inflado—. Ya dejó de llover. Y el aire fresco te vendrá bien para los pulmones.
Se encontraban en la sala, aún con cajas por vaciar, y observaban a través de las puertas corredizas de cristal los esfuerzos de Beau por montar una tienda de campaña color caqui de proporciones gigantesca.
—Segurísimo —a Melody le entraron ganas de reír ante la sola idea. ¿A quién pretendían engañar sus padres? Pijama de cachemir, tienda de campaña con capacidad para ocho personas, sábanas de lino italiano sobre las camas de aire, brochetas coreanas de ternera de un establecimiento de comida para llevar, una garrafa de mojitos y un reproductor de DVD con la primera temporada de Lost… No parecía exactamente un camping normal. Era como si Melody se metiera en la boca el tubo de escape de un autobús en Los Ángeles y lo tomara por un inhalador.
Además, tenía planes. En cuanto Candace se marchara a reunirse con su tercer chico de la semana, Melody entraría a hurtadillas en su habitación con una bolsa de palomitas con sal y azúcar para ver su programa favorito: The biggest loser (“El perdedor más grande”, el reality de obesos). Sólo que no se trataba de un programa de televisión, ni de una cuestión de sobrepeso. Se trataba de una chica llamada Melody que se había enamorado de un chico superlindo pero impredecible, y que se encontraba sola una noche de sábado clavando la vista en la ventana del chico. Por tercera noche consecutiva.
—Me piro, vampiro —anunció Candace, presentándose ante su familia con un minivestido casi transparente, con un hombro al aire y un estampado de los sesenta, a manchas color púrpura, azul y blanco. Los botines plateados dejaban medianamente claro, por si alguien llegara a dudarlo, que no era una chica de por allí.
—¿Qué tal el pelo? —preguntó mientras se ahuecaba los suaves rizos de su cabello rubio—. ¿Demasiado sexy?
—¿Alguna vez te fijas en lo que dices? —preguntó Melody sin poder reprimir una risita.
—Voy a salir con Jason. Es “lista B” total —explicó Candace, que se volvió a aplicar brillo en los labios—. No quiero darle una impresión equivocada. Sólo pretendo poner celoso a Leo.
—Va a ser el vestido el que le dé una impresión equivocada —comentó Beau mientras entraba desde el jardín—, y no el peinado —su forro polar gris acero de Prada estaba salpicado de briznas de hierba—. Y ahora, sube a tu cuarto y termina de vestirte.
—¡Papá! —Candace chocó un botín contra el suelo—. ¿De veras tú y yo vivimos en la misma casa? Aquí el bochorno no es peor que en Miami. Otra capa de ropa y moriré de un golpe de calor. Ni siquiera tuve que utilizar el difusor para volumen cuando me sequé el pelo— tiró de uno de mis rizos y lo soltó—. Observa —la elasticidad hablaba por sí misma.
—El hombre del aire acondicionado viene el miércoles —Beau se secó su frente bronceada—. Ahora, ve a cambiarte de ropa o te meteré por la cabeza esa tienda de campaña, a ver si así pones a Jason celoso.
—¡Leo! —puntualizó Candace.
—¿Y si te pruebas mi vestido abombado verde esmeralda encima de tus pantalones de Phi? —con un dedo del pie, Glory puso a prueba la firmeza de la cama de aire—. Está en el armario, en la caja con la etiqueta “YSL”.
—No sé —Candace, vacilante, soltó un suspiro—. Necesitaría unos botines negros, y no tengo.
—Ponte los míos de Miu-Miu —Glory dio un soplo para apartarse un mechón castaño de sus ojos azul verdoso.
—¡Genial! —exclamó Candace como si la idea no se le hubiera pasado por la mente. Guiñó un ojo a Melody para demostrar que, en efecto, sí le había pasado por la mente.
—¡Vaya descaro! —bromeó Melody, que siguió a su hermana y se dejó caer sobre la elegante cama de dosel de Candace. La rigidez de los barrotes metálicos se compensaba con las sábanas rosa de volante y el edredón de satén blanco. Era el extremo opuesto a la cama de Melody: una litera negra estilo Ikea con un práctico hueco para escritorio en la parte inferior.
—Mira, Melly, en esta vida tienes que ir de cabeza por lo que quieres —explicó Candace, introduciendo a presión un pie en el rígido botín de piel—. Ya sabes: los ojos en el trofeo, sobre todo con Romeo —señaló con la barbilla la ventana de Jackson, tenuemente iluminada.
—No hay nada entre nosotros —replicó Melody, odiando el sonido de sus propias palabras— “¿Por qué reconocerlo en voz alta molestaba mucho más que saberlo?”
—¿Qué me dices de las flores de cerámica?
—Se pasó la semana coqueteando con Cleo. Para mí que sólo me utiliza para provocarle celos, ahora que Deuce volvió de Grecia —se giró a un lado sobre la cama—. Es un farsante, Candi. Y ya estoy harta de que me tomen el pelo.
—Te das por vencida a las primeras de cambio. Siempre te ha pasado —Candace alisó con ambas manos el borde del vestido abombado verde esmeralda y ladeó la cabeza hacia la derecha—. Me gusta.
Unos faros alumbraron las paredes de troncos de la habitación.
—Mi carroza de la “lista B” me aguarda.
—Procura no resultar demasiado sexy —bromeó Melody.
—Sólo si tú procuras ser más sexy —Candace, al estilo de los agentes de seguridad en el aeropuerto, pasó una mano por encima de los pants de Melody, gris y con el símbolo de la paz—. Esto no es aceptable.
—Lo compré en Victoria ́s Secret —alegó su hermana menor.
—Ya —Candace roció a coco y Chloe con la última fragancia de Tom Ford—. Pues mejor sería que el “secreto de Victoria” nunca hubiera salido de la tienda.
Alborotó el pelo de Melody.
—Deberías pensar en salir de casa. Si el aburrimiento no te mata, el calor lo hará —chasqueó los dedos—. Me piro, vampiro —dejó tras de sí un sensual rastro de Black Orchid.
Melody permaneció acostada en la cama de dosel. Lanzaba al aire un almohadón de satén blanco y trataba de agarrarlo antes de que le cayera en la cara. ¿Ésa era su nueva vida? ¿En serio?
Aguardó a escuchar el sonido de los botines de Miu Miu en los escalones de madera y, acto seguido, se enfundó el minivestido casi transparente que Candace había abandonado junto al neceser de maquillaje. Con la agitación propia de cenicienta, se calzó los botines plateados y, cojeando, se acercó al espejo. Los botines le comprimían los dedos de los pies, pero hacían milagros con sus pantorrillas. Largas y esbeltas, tenían la misma elegancia delicada del vaporoso tejido. El exquisito estampado en tonos azul y púrpura otorgaba vida a sus ojos grises, como las luces de colores en un árbol de Navidad. De pronto, se había convertido en una chica digna de ser contemplada. Se imaginó sobre un escenario, cantando, con aquel vestido. A lo mejor eso de ser guapa no estaba tan mal…
¡Brrrrum! ¡Burrrrum!
De no haber sido por el sonido de su iPhone, Melody se podría haber pasado el resto de su vida mirándose en el espejo.
Deslizó el pulgar por la pantalla, deteniendo al instante el tono del arranque de una moto.
—Hola —respondió, impulsándose hasta la ventana en la silla de escritorio de su hermana, tapizada de blanco.
—¿Qué pasa? —preguntó Beca. Freak, la canción de Estelle, sonaba de fondo.
—Nada —Melody volvió la vista hacia la casa blanca de estilo campestre al otro lado de la calle. De los alféizares colgaban rústicas jardineras de madera rebosantes de flores silvestres. Un arce gigantesco en el jardín delantero daba cobijo a un conjunto de comederos para pájaros ocultos entre sus ramas. La pintoresca vivienda, que irradiaba el encanto del “niño de mamá”, no encajaba con la de un ligón empedernido.
—¿Qué haces? —preguntó Melody—. Creía que habrías quedado con Brett. ¿No iban a ir a ver la nueva película del Cineplex?
Estelle fue reemplazada por el clic clac clic clac clic clac de dedos en un teclado.
—Mis padres quieren que me quede en casa por ese rollo del monstruo —dio una fuerte palmada en una superficie sólida—. Es terrible. Me he pasado la semana esperando para salir con él y ahora… —volvió a dar un manotazo a la superficie sólida—. Sólo íbamos a ir al cine. ¿Qué piensan? ¿Qué me va a atacar el hombre lobo? ¿O fantomas? Ah, no, espera. ¿Qué tal la piraña asesina?
Clic clac clic clac clic clac…
—¿Y si le pides a Brett que vaya a verte? —preguntó Melody, frunciendo los ojos para determinar si el movimiento tras la persiana del dormitorio de Jackson era una señal de actividad o meras ilusiones.
—Se lo pedí. No quiere —su tono pasó de la indignación al desencanto—. Tiene que ver a esa cosa lo antes posible. Así que se va con Heath… o eso dice.
Clic clac clic clac clic clac…
La luz del dormitorio de Jackson se apagó. Para desgracia de Melody, el espectáculo se había cancelado.
—Explícame todo eso del monstruo —dijo Melody, por fin mostrando algo de interés. La gente en el instituto había estado comentando un incidente en Mount Hood High, pero ella no había prestado atención. Al fin y al cabo, hablaban de monstruos. Además, para monstruos, las chicas del instituto de Bervely Hills de modo que no había de qué preocuparse. Pero que los padres prohibieran a sus hijos que salieran a la calle convertía la situación en algo real… o casi—. ¿De veras vieron uno?
—Eso creen mis padres —respondió Beca con un gruñido.
—Los míos también —terció una voz conocida.
—¡Haylee!
—Hola, Melody.
—¿Desde cuándo estás al teléfono? —preguntó Melody, pensando que a lo mejor se le había pasado por alto mientras examinaba la habitación de Jackson.
—Estás en todas mis llamadas —explicó Bekka—. Toma notas para el libro.
—Ah —Melody se mordió la uña del pulgar, cayendo por fin en la cuenta de que el ruido de fondo lo producía Haylee al teclear. La intromisión no le hacía mucha gracia, la verdad—. En fin, ¿dónde estábamos?
Clic clac clic clac clic clac…
—Monstruos —apuntó Haylee.
—Sí, gracias —Bekka respiró hondo—. Corren toda clase de rumores, pero yo me inclino por la historia de Brett, porque entiende un montón del tema.
Clic clac clic clac clic clac…
—Dicen que existen familias de monstruos que viven en el cañón del Infierno, a unos trescientos kilómetros de aquí. Beben y se bañan en el río Serpiente y se alimentan en las montañas de los Sietes Diablos. En verano hace tanto calor en el cañón que emigran al oeste, hacia el mar, y viaja sólo de noche o en las montañas de mucha niebla.
De pronto, Jackson pasó por delante de la ventana. La sorpresiva visión provocó en Melody un escalofrío. En realidad, nunca antes lo había visto en su habitación. Apagó la luz del dormitorio de Candace para que él no la viera, y fingió interesante en la lección de Bekka sobre el folclor regional.
—¿En serio?
Clic clac clic clac clic clac…
—Eso dice Brett —explicó Bekka—. Entonces, cuando llega el otoño y el ambiente se enfría, regresan. Por lo tanto, tiene sentido que hayan visto un monstruo, porque estamos en temporada alta de migración.
—No debería haber besado a Deuce —comentó Melody malhumorada—. Sólo conseguí que empeoraran las cosas.
—¿Qué cosas?— preguntó Bekka—. Jackson y tú no están saliendo.
—Ay, me diste donde me duele —replicó Melody entre risas. Su nueva amiga tenía razón. Aquella historia de persecución y malos rollos empezaban a resultar desquiciante. Era lo contrario a un buen comienzo.
—Es verdad —Haylee ratificó el testimonio de Bekka.
—Ya lo sé —Melody apoyó la frente en el frío cristal de la ventana. Era lo más parecido a un chapoteo de agua fresca que se le ocurría—. Me dejé engañar por esa historia del artista tímido. Ni siquiera es tan mono como pensaba.
Clic clac clic clac clic clac…
—Muchas gracias —dijo una voz masculina.
Melody pegó un salto.
—¡Aaaah! —se giró a la velocidad del rayo y contempló la silueta delgada recortada en el oscuro umbral de la puerta. La adrenalina le aceleró el corazón como un motor fuera de borda.
—Melody, ¿estás bien? ¡Contesta! —gritó Bekka por el teléfono—. ¿Es el monstruo?
Clic clac clic clac clic clac…
—Estoy perfectamente —Melody se colocó una mano sobre el pecho desbocado—. Sólo es Jackson. Te llamo luego.
Clic cl…
Melody colgó y lanzó el teléfono sobre la cama de Candace.
—¿Era Deuce? —preguntó él.
Disfrutando de la cálida sensación que los celos de Jackson le provocaban, Melody decidió dejarle creer que sí.
—Ahora no viene el caso. ¿Qué haces aquí?
—La pareja de vagabundos que acampa en el jardín me abrió la puerta —Jackson dio un paso y se adentró en las tinieblas.
Melody frunció los ojos.
—¿Estuviste escuchando a escondidas?
—¡Eh! —exclamó él, aproximándose a la ventana—. ¿Es ésa mi habitación?
—¿Y yo qué sé ?—Melody replicó más a la defensiva de lo que le hubiera gustado. Hizo rodar la silla de vuelta al escritorio y encendió la luz.
Los ojos avellana de Jackson se iluminaron al verla. Las mejillas de Melody se pusieron al rojo vivo. Se le había olvidado por completo que llevaba puesto el minivestido de Candace. De pronto, se sintió cohibida. No porque sus piernas quedaron al descubierto, sino porque quedara al descubierto sus intentos por parecer sexy.
—Mmm, yo… — balbuceó Jackson al tiempo que se secaba su frente húmeda—. Sólo he venido a decirte que te alejes de Deuce.