Monster High (16 page)

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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

—¡Claude! —gritó Cleo al chico que parecía el mayor. De pelo oscuro y rizado, vestía pantalones caqui y blazer azul—. ¿Dónde está tu hermana?

—En el túnel, llorando —respondió el chico al tiempo que masticaba con fiereza—. La han vuelto a sorprender.

Cleo y Lala intercambiaron un mohín compasivo.

—¡No tienes por qué aullárselo al mundo entero! —vociferó Claudine desde el otro lado de la puerta.

—¡Eh! Tú eres quien aullaba, no yo —replicó él, desenvolviendo otra Big Mac y apartando a un lado el pan de la hamburguesa.

—¿Qué se supone que voy a hacer? —Claudine entró en la estancia entre sollozos—. Miren lo que me hicieron —dio un tirón al pelaje manchado con pintura roja que le rodeaba el cuello.

—¿Qué pasó? —Cleo le dio unas palmadas en el brazo.

—Fueron esos activistas de PETA, la organización por los derechos de los animales. Piensan que llevo piel.

—Es que la llevas —razonó Frankie.

—Sí —Claudine se desabrochó su abrigo azul marino y dejó al descubierto su pelaje color ámbar—. ¡La mía!

Frankie ahogó un grito, horrorizada. No por la conmoción de ver una capa de pelo de hombre lobo bajo un camisón de lo más sexy, sino por el recuerdo de haber sugerido a Claudine que se quitara la bufanda de piel. ¡Ojalá lo hubiera sabido!

—¡Grrr! —gruñó la loba—. Si la estúpida corriente no se hubiera cortado ayer, me habría depilado y nada de esto habría pasado.

Frankie se sentó en el brazo de un sofá cercano y fingió tirar de una puntada suelta en el tobillo.

—Tranquila. Ya estás a salvo —Cleo abrazó a la afligida licántropo—. Mamá está contigo.

Claudine soltó una carcajada y se secó la nariz con el hombro de Cleo, cubierto de vendas.

—Debe de ser lo más cursi que he oído jamás.

—No, yo creo que el comentario de Lala sobre el “RAD con un mal día de pelo” fue peor.

—¿Sabes qué? —cambiando de tema, Lala peinó con los dedos el pelaje de Claudine, pintado de rojo—. Es una especie de punk-rock.

Claudine le clavó las pupilas.

—¿Qué tienes en la frente?

—¡Rímel! —replicó Blue.

—Sorpresa, sorpresa —bromeó Cleo.

—¿Qué pasa? —Lala enseñó los colmillos—. No me veo en los espejos, ¿de acuerdo? Por lo menos, lo intento —bramó. Acto seguido, se sentó en el sofá al lado de Frankie.

—¡Eh! ¿Qué haces aquí? —preguntó Claudine, esperando de pronto en la nueva invitada.

Frankie se señaló los tornillos.

—Ah, qué bien —Claudine permaneció tan tranquila, como si se ganase la vida taladrando cuellos en el centro comercial.

Frankie se fijó en el nombre bordado en su camisón: “Clawdeen” (de claw, “garra” en inglés).

—¡Anda! —dijo, señalándolo—. ¿Así se escribe tu nombre? Qué buena onda.

Clawdeen bajó la vista al bordado.

—Es como lo escriben mis padres. Pero en el instituto es más fácil adaptarlo a la ortografía de los normis. Cuantos menos comentarios fastidiosos, mejor.

La señora J entró y echó el pasador a la puerta de madera.

“¿Dónde está Brett?”

Frankie soltó un largo suspiro. Brett no iba a acudir. No era como ella. Tendría que descartarlo como opción.

La señora J apagó el estéreo y todo el mundo tomó asiento formando un círculo. Blue se envolvió en una bata de felpa rojo y se unió a las chicas, en el sofá.

—Siento el retraso —se disculpó la señora J—. Problemas con el coche.

—Sí, recuérdeme usar la misma excusa la próxima vez que llegue tarde a biología —aulló Claude.

Todo el mundo se rió por lo bajo.

—Primero tendrás que sacar credencial —replicó ella al tiempo que se colocaba sobre el podio de piedra, frente al grupo del sofá.

—Once días —anunció Claude.

Los RAD aplaudieron. Claude se levantó e hizo una reverencia mientras Frankie examinaba a la señora J con renovado interés. Con gafas a lo Woody Allen, melena corta lisa y oscura, lápiz labial rojo y una colección de faldas tubo y blusa de diversos tonos de negro, resultaba interesante como profesora. Pero como RAD, carecía de chispa.

—¿Qué es la señora J? —preguntó Frankie a Lala con un susurro.

—Es normi, pero su hijo es un RAD, sólo que él no lo sabe. La señora J piensa que, al no saberlo, está protegido.

—¿Es la madre de Brett? —susurró Frankie, emocionada.

—Nada de eso —Lala fingió desmayarse.

—Antes de empezar con el tema de hoy, quiero presentarles a nuestro miembro más reciente

—dijo la señora J—. Frankie Stein.

Frankie se levantó y todos aplaudieron. Sus cálidas sonrisas parecían recién sacadas del horno. Les devolvió el gesto, sonriendo con todo el cuerpo.

—Por favor, preséntese a Frankie después de la reunión, si es que no lo han hecho ya. Bueno, continuamos… —la señora J. fue pasando las hojas amarillas de su cuaderno a rayas, llenas de anotaciones—. Como saben, la semana pasada vieron un RAD en el instituto Mount Hood.

Frankie jaló las costuras del cuello.

—Me figuro que fue una travesura, pero los normis se lo están tomando muy en serio. Algunos no se atreven a salir de casa….

—¡Auuuuuuuuuuuuuu! —los hermanos de Clawdeen se pusieron a aullar y a golpear sus mocasines contra el suelo.

—¡Basta! —ordenó la señora J, agitando su melena corta—. Ya existe suficiente adversidad en este mundo. Tenemos que fomentar el amor. ¿Entendido? —vociferó.

Los chicos se calmaron de inmediato.

—Lo que quiero transmitirles es que tenemos que ser extremadamente precavidos hasta que el asunto se olvide. Las relaciones con los normis deber ser cordiales, pero distantes…

Cleo levantó la mano.

—Señora J, cuando dice “distantes”, ¿significa no besar a Melopea?

—¿Es una normi?

Cleo asintió.

La profesora se quitó las gafas y lanzó a Cleo una mirada como diciendo: “¿Lo preguntas en serio?”

—En ese caso, ya conoces la respuesta.

Deuce se levantó y miró a su novia cara a cara.

—Cleo, ¡déjalo ya! —las serpientes de su cresta sisearon en señal de asentimiento—. Te dije que ella me atacó a mí. Yo no tuve nada que ver. Te quiero, y sólo a ti.

Cleo aleteó sus pestañas gruesas (y seguramente falsas).

—Ya lo sé. Sólo quería que lo dijeras en público. De cualquier manera, no le gustas. Está por Jackson.

Todos los presentes se echaron a reír, excepto la señora J y Frankie, la cual se preguntaba por qué los chicos consideraban a Melody tan electrizante. Al fin y al cabo, no era más que una ladrona de novios.

—¿Ya terminaste, Cleo? —preguntó la señora J.

—Depende —volvió a clavar la vista en Deuce—. ¿Y tú?

Deuce asintió y le lanzó un beso.

Cleo le lanzó otro.

Deuce se sentó en la alfombra de piedra. Se colocó los auriculares y las serpientes se apaciguaron de inmediato.

Cleo dedicó a la señora J una sonrisa engreída.

—Ahora ya terminé.

—¡Muy bien! —Clawdeen levantó una mano y las chicas entrechocaron las palmas.

—Si todo el mundo ya terminó, me gustaría pasar a otro asunto un poco más… urgente —la señora J se levantó y se subió las mangas holgadas de su blusa negra—. Es el claustro de profesores del viernes me enteré de que el baile de septiembre de este año va a tener un tema de ambientación.

Blue levantó su mano palmada.

—¿El fondo marino?

—Me temo que no, Lagoona Blue —respondió con voz pesarosa la señora J—. A la vista del supuesto avistamiento de un monstruo, piensan que tendría gracia organizar… —respiró hondo y, luego, soltó aire— una invasión de monstruos.

La reacción fue tan explosiva que Frankie se imaginó al tiovivo desprendiéndose de sus bisagras y rodeando en espiral a lo largo de Front Street.

—¡Es un insulto!

—¡Un cliché total!

—Y lo hicimos a principios de bachillerato, y fue patético.

—¿Y si organizamos una invasión de normis?

—Podríamos vestirnos como siempre, y no hacer nada especial.

—Sí, pero si hacemos lo que los normis, ¡tendremos que quedarnos en casa!

—Y cerrar las puertas con llave.

—E intercambiar historias sobre monstruos espeluznantes.

Frankie empezó a echar chispas. No porque el tema de la invasión de monstruos le pareciera ofensivo, sino porque no se lo parecía. Para nada. Y mantener la boca cerrado cuando podías tener razón era peor que abrirla y confundirte.

Frankie levantó la mano.

—Mmm, ¿puedo decir una cosa?

Su voz era demasiado suave como para llamar la atención, pero las chispas de sus dedos lo consiguieron. Una vez que los chicos y chicas se apaciguaron, lo mismo le ocurrió a las chispas. Todos la miraron, expectantes. Pero Frankie no tenía miedo. Sabía que lo que iba a decir les impresionaría aún más que su espectáculo de luces particular.

—Eh…, A mí el tema de la invasión de los monstruos me parece bien.

Los murmullos cobraron fuerza de nuevo. Cleo le pegó un puntapié en la espinilla, como hiciera en el coche. Pero la señora J dio dos palmadas y devolvió la palabra a Frankie.

—En mi opinión, que los normis se quieran disfrazar de nosotros en un halago —alegó—. La imitación es el mejor piropo, ¿no? —algunos de los presentes asintieron, reflexionando sobre las palabras de Frankie—. A ver, ¿qué no están hartos de copiarles a ellos?

Lala y Blue se pusieron a aplaudir el estruendo de su apoyo recargó a Frankie con la fuerza de la luz solar.

—Puede que sea un signo de los tiempos. Puede que los normis estén preparados para un camino. Puede que nos necesiten para demostrarles que no tienen por qué asustarse. Y puede que la mejor manera de hacerlo sea asistir al baile de la invasión de monstruos sin disfraz.

Los murmullos se elevaron como globos de helio a la deriva. La señora J levantó la palma de la mano.

—¿Qué estás sugiriendo exactamente? —preguntó.

Frankie jaló la costura del cuello.

—Bueno, estoy diciendo que una fiesta de disfraces con los monstruos como tema significa que podemos ir tal como somos. Entonces, cuando todo el mundo se esté divirtiendo, explicaremos a los normis que no llevamos disfraces. Se darán cuenta de que somos inofensivos, y tendremos la oportunidad de vivir libre y abiertamente.

Se hizo el silencio en la estancia.

—Por fin podría soltarme el pelo —bromeó Deuce.

—Y yo me podría quitar este blazer ridículo —apuntó Claude.

—Y podría sonreír para las fotos —comentó Lala.

—¿Y qué más da? —replicó Cleo con una sonrisa—. De todas formas, no sales en las fotos.

Lala le enseñó los colmillos. Cleo puso los ojos en blanco. Acto seguido, ambas se echaron a reír.

—¿Y si lo sometemos a votación? —propuso la señora J—. Quienes estén a favor de salir del ataúd en el baile de septiembre, que levanten la mano.

Frankie levantó la suya de inmediato. Fue la única mano en el aire.

—Ahora, los que estén a favor de permanecer ocultos.

Todos los demás levantaron un brazo. La señora J levantó los dos.

—¿En serio? —Frankie se sentó, incapaz de mirar los ojos a nadie. Y no porque ellos no lo intentaran. La desilusión y la vergüenza compitieron por el dominio del espacio interior de Frankie destinado al corazón. Pero la depresión absoluta apareció de la nada y se alzó con la victoria.

¿Por qué todo el mundo tenía tanto miedo? ¿Cómo iban a cambiar las cosas alguna vez si no aprovechaban la oportunidad? “¿Bailaré alguna vez con Brett en la playa?”

—En ese caso, está decidido —anunció la señora J—. Cuarenta y tres contra uno…

—Dos —rectificó una joven voz masculina.

Frankie recorrió la estancia con la vista en busca de su único partidario, pero no vio a nadie.

—Aquí —dijo una pegatina flotante que revoloteaba por encima de Frankie. La pegatina decía: “HOLA, ME LLAMO BILLY”—. ¿Qué tal? Sólo quería que supieras que cuentas con mi voto.

—Electrizante —repuso Frankie, tratando de aparentar entusiasmo por su invisible compañero de armas.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó la señora J a gritos.

—¡Ocultarnos sin avergonzarnos! —gritó en respuesta todo el mundo.

Todo el mundo menos Frankie.

CAPÍTULO PERDIDO

DE CUYO FUNESTO NÚMERO NO SE HARÁ MENCIÓN

CAPÍTULO 14

UN, DOS, TRES EL ESCONDITE INGLÉS

—¿Alguien me puede decir qué significa autótrofo? —preguntó la señora J a sus alumnos de ciencias mientras colocaba en alto una ficha de referencia.

La mano de Frankie, cubierta de F&F, salió disparada hacia arriba. Casi todas sus amigas seguían bostezando por culpa del RIP de la noche anterior pero ella estaba que ardía, en el buen sentido.

—¿Sí, Frankie? —dijo la señora J. —Autótrofo es todo organismo capaz de generar energía a partir del sol.

—Muy bien —levantó otra ficha—. ¿Y anabiótico?

Frankie volvió a alzar la mano, lamentando no haber elegido un
blazer
más misericordioso. La lana le oprimía y le picaba. Al menos, la bufanda de cachemir rosa que le había prestado Lala le permitía bajarse el cuello, pero ahora tenía que pasarse la clase con la bufanda puesta. ¿Qué vendría a continuación? ¿Un collarín cervical? ¿Un cono de plástico, como el de los perros? ¿Una mata de pelo pintado de rojo, como Clawdeen?

La señora J inspeccionó las cuatro filas de pupitres. Sus ojos color avellana contemplaban a todos los alumnos de igual manera, como si la reunión de la noche anterior no hubiera existido.

Mientras tanto, Lala, Cleo, Clawdeen y Blue actuaban con aire despreocupado. Vestidas con la ropa de clase habitual, hacían garabatos en los apuntes, se examinaban el pelo en busca de puntas abiertas, se toqueteaban las cutículas de las uñas… Es decir, daban exactamente el mismo aspecto que las demás chicas de la clase, un aspecto de aburrimiento y normalidad.

La única persona que mostraba algo de orgullo RAD era Brett quien, sentado al lado de Frankie, tallaba en su pupitre una zombi en biquini. Era una señal. Seguro que sí. El día de playa con él estaba más cerca.

—¿Sí, Frankie? —dijo la señora J, con tono igualmente aburrido.

—Anabiótico es el estado de animación suspendida de un ser vivo.

—Correcto —sacó otra ficha—. ¿Y biótico?

—¡Un organismo cibernético! —soltó Brett de un tirón—. Como Steve Austin en esa antigua

serie de la tele
El Hombre Nuclear
.

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