El baile de septiembre era su gran oportunidad para relacionarse con Brett, para ayudarle a conocer a la verdadera Frankie.
«Y eso haría, en cuanto le entregara una toallita desmaquilladora…»
—Adelante —diría ella, una vez que ambos se hubieran instalado bajo el hueco de la escalera. Desde el gimnasio, la machacona música inundaría el pasillo desierto y trataría de engatusarlos para que regresaran a la pista de baile. Pero resistirían la tentación, optando en cambio por la melodía a capela del latido de sus corazones—. Límpiame la mejilla — añadiría.
Él frotaría entre los dedos (con las uñas pintadas de negro) el áspero tejido de la toallita y lo consideraría demasiado abrasivo para su tierno cutis. Pero ella insistiría. Y él acataría sus deseos.
Su tacto cariñoso le provocaría una lágrima.
El descubrimiento de la piel verde menta le provocaría una lágrima a él.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntaría.
Ella, avergonzada, bajaría la mirada.
—¿Estás loco, o qué?
—Sí.
Otra lágrima.
Después de secarla, él le levantaría la barbilla con el dedo y declararía:
—Estoy loco por ti.
Un apasionado beso de los que cambian la vida vendría a continuación. Acto seguido, entrarían en el gimnasio para un último baile y saldrían con el premio a la pareja mejor disfrazada. El ambo de ambos florecería durante la cena en el barco. Y al poco tiempo, él empezaría a lucir la cara de ella en sus camisetas: su belleza natural atraería a millones de personas, incluso a la señora Mathis. Antes de Navidad, habría una línea de ropa llamada Frankie… Las empresas de juguetes fabricarían muñecas Frankie… Las lunetas serían únicamente de color verde…
Frankie se detuvo, pues ya no le bastaba con soñar despierta, ni con las promesas de un mañana mejor. Tal vez su padre tuviera razón al no confiar en ella. Tal vez ya no fuera la niñita perfecta de papá. Porque la niñita perfecta de papá obedecería sin chistar. No asistiría al baile de septiembre y practicaría la discreción.
Pero Frankie no encontraba sentido en actuar de esa manera.
TEMPERATURA MÁXIMA
Haylee siguió a Bekka por el pasillo denominado «Hasta que la muerte los separe» del Castillo de los Disfraces como una disciplinada dama de honor. Melody seguía a Haylee como una celosa invitada a la boda.
—¿Qué tal éste? —Haylee descolgó de la percha un sedoso vestido de novia y lo colocó en alto.
—Demasiado brillante —repuso Bekka.
Haylee sujetó otro vestido.
—Demasiado encaje.
—¿Éste?
—Demasiado rimbombante.
—¿Éste?
—Demasiado blanco.
—Igual deberías ir vestida de novia cadáver —gruñó Melody.
—Y tú, de madrastra de Blancanieves —contraatacó Bekka.
Melody no pudo reprimir la risa ante la ocurrencia de su amiga.
Bekka también se rió. Acto seguido, volvió manos a la obra.
—Quiero algo que sea terrorífico, sexy y sofisticado al mismo tiempo.
—¿Éste? —Haylee volvió a probar suerte.
—Demasiado desaliñado.
—¿Éste?
—Demasiado artificial.
—Bekka, estamos en una tienda de disfraces, ¿lo recuerdas, verdad? —señaló Melody.
—Buena observación —Bekka agarró su collar y empezó a deslizar el dije en forma de «B» de un lado a otro de la cadena—. Y tú deberías empezar a pensar en qué te vas a poner. El baile de la invasión de los monstruos es el viernes que viene. Hoy es sábado, así que te queda menos de una semana para…
—Basta —Melody levantó hacia el cielo sus ojos cansados—. Ya te lo dije. No voy a ir.
—¿Por qué? ¿Porque anoche Jackson y tú tuvieron una discusión absurda?
Haylee levantó el último vestido de novia.
—Demasiado cursi.
—No fue absurda —replicó Melody, lamentando haber mencionado la disputa de la noche anterior. ¿Cómo explicar algo que ni ella misma entendía? El comportamiento de Jackson le había dejado una sensación, y no una historia que contar. Y la sensación era la de estar destrozada.
—De acuerdo. Pues, en ese caso, busca otra pareja — opinó Haylee, pellizcando el tul de un velo bordado y frotándolo entre los dedos.
—¡Eh! Acabo de ver llamas, lo juro. Me pregunto si tendrán vestidos de más calidad en la parte de atrás —comentó Bekka—. Mmm —levantó la vista hacia las arañas gigantescas que colgaban del techo y se dio unos golpecitos en la barbilla—. Hayl, ¿te importa preguntarle a…?
—Ahora mismo —Haylee salió apresuradamente en busca del encargado. Su pequeño trasero se movía con la eficacia de un juguete de cuerda.
—Y dime, ¿tienes alguna idea sobre el disfraz? —preguntó Bekka, tratando de mostrarse atenta y comprensiva.
—¿Qué tal si voy de chica invisible? —Melody pasó la mano sobre las muestras de pastoso maquillaje para Halloween. Con colores denominados negro murciélago, rojo sangre, verde macabro y blanco fantasma, aguardaban en el interior de sus estuches de plástico.
Melody se inclinó hacia abajo y olfateó. No olían como las pinturas al pastel de Jackson, en absoluto. Era un aroma más dulce, menos intenso. De todas formas, los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Toc, toc —dijo Bekka mientras consultaba el precio de una liga negra.
—¿Quién es? —repuso Melody con un sollozo.
—Buuuu.
—¿Buuuu?
—Ya que llevas lloriqueando toda la mañana, podías ir disfrazada de fantasma deprimido.
Melody soltó una risita y un sollozo al mismo tiempo.
—No tiene gracia.
—Entonces, ¿de qué te ríííes? —replicó Bekka rompiendo a cantar.
—Nooo me ríííío —respondió Melody, también cantando.
—Muy bien —Bekka se apartó de los vestidos de novia de treinta y cuatro dólares y cruzó los brazos sobre su cazadora de mezclilla con bolsillos—. Si tú no vas, yo tampoco.
—Anda ya —Melody, en plan de broma, dio una palmada a su amiga en el brazo—. ¿Y vas a desperdiciar la ocasión de ir de novia de Brett?
—Las amigas son lo primero —declaró Bekka, clavándole sus ojos verdes sin rastro de vacilación.
—No puedo permitírtelo.
—Entonces, me da la corazonada de que irás al baile —la cara pecosa de Bekka irradiaba triunfo.
Haylee regresó su andar apresurado denotaba determinación.
—Hablé con Gavin, el ayudante del encargado. Dice que no esperan recibir más disfraces de la novia de Frankenstein hasta mediados de octubre. Pero me dio el número de… —comprobó la tarjeta de visita que llevaba en la mano—. Sí, Dan Money. Es el encargado de la tienda y volverá el lunes. Lo consultaremos con él.
La devoción de Haylee por Bekka le provocaba a Melody un hormigueo en las tripas. Distaban mucho de ser las típicas alumnas de cuarto de bachillerato, pero eran fieles como las que más. Melody había acabado adorándolas por ambas razones.
—No, está bien —Bekka soltó un suspiro, doblegándose a los modelos que tenía frente a sus ojos—. Lo compensaré con un peinado impresionante.
—En ese caso, te recomiendo ese vestido, el que brilla —indicó Haylee, y lo descolgó de la percha—. Es sencillo y elegante. Además, mi vestido de dama de honor terrorífica también es brillante, así que parecerá que nos pusimos de acuerdo.
—¡Genial! —Bekka se colocó el vestido sobre el brazo—. Ahora sólo nos queda… —sus ojos vagaron por la estancia—. ¡Eh! Mira quién es…
—Hola —Melody escuchó una voz masculina que le resultó conocida.
Se giró. Era Deuce. A pesar de la escasa iluminación, llevaba unas Ray-Ban de montura roja y una gorra de lona de la marca Ed Hardy. Sólo de verlo, sus labios le pidieron a gritos una capa de brillo. Era la manera que tenían de comunicarle que no les importaría posarse en los del recién llegado. Melody cerró la boca, asegurándoles que a ella tampoco le importaría.
—Hola.
Deuce sonrió, incómodo. Llevaba unos auriculares Bose pegados a las orejas y no hizo intento de quitárselos.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Bekka con el tono de una madre entrometida.
Haylee empezó a teclear.
—Mmm, vengo en busca de un disfraz —levantó su cesta de metal. Dando por hecho que Bekka no se había fijado en el gorro que llevaba, anunció—: Voy a disfrazarme de sombrerero loco.
—¿Y Cleo? —presionó Bekka.
Melody resistió el impulso de abofetearla.
Deuce se rebulló, incómodo.
—Este año no va a asistir.
—¿Problemas en el paraíso?
—
¡Bekka!
—espetó Melody—. No es asunto tuyo.
—De hecho, nos queda genial —Deuce esbozó una débil sonrisa—. Es sólo que algunas de sus amigas decidieron no ir al baile, de modo que seguramente se quedará con ellas y…
—Entonces, ¿vas a ir solo?
—Puede ser. No estoy del todo…
—¡Perfecto! —Bekka dio una palmada—. ¿Y si Melly y tú van juntos?
—
¡Bekka!
—Melody estampó su Converse negro contra el suelo. En su interior, el hormigueo se convirtió al instante en chirrido.
—¿Qué pasa? —preguntó Bekka con aire inocente, fingiendo interés en un ramo de novia teñido de sangre—. Será divertido. ¿No te parece, Deuce?
—Sí, claro —asintió él. La idea empezaba a gustarle—. Pero sólo en plan de amigos porque, ya saben, Cleo y…
—¡Pues claro! —concertó Bekka.
—De acuerdo —Deuce sonrió con dulzura.
—Saca tu iPhone —apremió Bekka—. Te grabaré el número de Melody.
—Estoy aquí, por si no te has dado cuenta —Melody se indignaba por momentos.
—Una, dos, tres y… ¡bum! —Bekka y Deuce entrechocaron los teléfonos.
—Lo tengo —dijo Deuce a la pantalla. Luego, se dirigió a Melody—: Te enviaré un mensaje de texto.
—Buenísimo —Melody sonrió con la boca aún cerrada.
Al salir del Castillo de los Disfraces, el breve trayecto en bicicleta discurrió primordialmente en silencio. Soleado y optimista, el cielo azul parecía desafiar a Melody al igual que Bekka la había desafiado, haciendo casi imposible que pudiera regodearse en su pena. Cada dos o tres manzanas, Bekka aseguraba a Melody que sólo trataba de ayudar. Y Melody respondía que se lo agradecía, pero no le había pedido ayuda. Luego, silencio otra vez.
—Me quedo aquí —anunció Melody a medida que se aproximaban a Radcliffe Way.
—Sigues sin tener disfraz —insistió Bekka elevando la voz.
—Y me sigue dando igual —Melody se despidió con un gesto de la mano y, a pesar de todo, esbozó una leve sonrisa.
Pasando precipitadamente junto a su madre, que colocaba unas botellas de vino sobre la mesa, Melody subió a pisotones los peldaños de madera hasta su habitación.
—Unos vecinos van a venir a una clase de cata de vino dentro de una hora —anunció Gloria desde el piso de abajo—. Por si te extrañaba.
Melody cerró de un golpe la puerta de su cuarto, comunicando a su madre que no, no le extrañaba.
—Tengo tu ventilador —le dijo Candace desde su dormitorio—. Te lo devolveré cuando se me hayan secado las uñas.
—Lo que tú digas —masculló Melody.
Subió la escalera de mano hasta su litera y se dejó caer boca abajo en el edredón lavanda y lila de Roxy. Una vez que pasó la primera oleada de gemidos, se giró sobre sí misma y contempló las vigas de madera del techo.
Su iPhone emitió un gorjeo. Tenía un mensaje de texto, de Deuce.
DEUCE: «Se me olvidó preguntarte cómo vas a ir disfrazada».
En lugar de responder, Melody arrojó a un lado el teléfono. ¿En serio iba a ir al baile con Deuce? La idea de una cita por compasión con el novio de otra chica la hacía sentirse más sola que si acudiera sin compañía.
Hasta con las ventanas abiertas, el calor en la casa resultaba insoportable aunque Beau llevaba semanas intentando solucionar el problema. Y no es que a Melody le importara gran cosa. Estaba entumecida por completo. De no haber sido por el sudor que le empapaba la frente, ni cuenta se habría dado.
Empezó a regodearse en su pena una vez más. El sudor le traía recuerdos de la noche anterior… bajo la manta térmica… besando a Jackson…
—Hola —lo oyó decir.
Se incorporó de un salto y se golpeó la frente contra una viga.
—¿Estás bien? —Jackson colocó la mano en un travesaño de la escalera.
Melody asintió, incapaz de articular palabra.
Ahí estaba él. Gafas. Sonrisa tímida. Camisa verde de manga corta. Yemas de los dedos manchadas de pintura al pastel. Como si nada hubiera ocurrido.
—¡Cuánto calor hace aquí! —Jackson se abanicó la cara.
—En ese caso, márchate —Melody se dejó caer de espaldas sobre la cama.
—No quiero —protestó él.
—¿Y qué quieres, entonces?
—Vine a decirte que lo de anoche fue divertido —respondió.
—Sí, hasta que dejó de serlo.
Jackson soltó un suspiro.
—Tuve otra laguna, ¿verdad?
—Más bien una crisis de perversión —Melody se incorporó. Se sentó con las piernas colgando del borde de la cama, se apoyó sobre las manos y clavó la vista en los armarios.
Mirar a Jackson resultaba casi tan difícil como perdonarlo—. Y déjate ya de esa excusa de las lagunas mentales, ¿de acuerdo? Es insultante. Ve a probarla con esa chica tuya que es pura
dinamita
. Puede que sea lo bastante tonta como para creérselo, porque yo no lo soy.
—Te juro que es verdad —suplicó él—. Recobré el conocimiento junto a la casa del final de la calle.
—Pues allí te deberías haber quedado.
—Si me hubiera quedado no tendrías pareja para el baile de septiembre —repuso él, intentando ser amable.
—Sí tendría pareja —replicó ella, intentando lastimarlo—. Voy a ir con Deuce.
Jackson no respondió. Misión cumplida.
—Melody —se acercó al extremo inferior de la cama y la agarró por los pies, aún oscilantes—. Lo último que recuerdo es haberte besado bajo la manta. Después, yo…
—Hazme caso —por fin, lo miró. Jackson tenía el semblante cubierto de sudor, de vergüenza y desconcierto—. No tienes lagunas mentales. Casi preferiría que las tuvieras.
—Entonces, ¿por qué no me acuerdo de nada? —se secó la frente.
—Claro que te acuerdas. Sólo utilizas eso como excusa para decir lo que deseas y besar a quien se te antoja y…
Jackson se quitó las gafas y se desabrochó la camisa, proporcionando a Melody un pase privado para contemplar sus relucientes abdominales perfectos, al estilo de los chicos de los grupos musicales juveniles.