Monster High (23 page)

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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

—¿Cómo es que llevas gafas de sol? —preguntó Melody, por sacar algún tema de conversación—. Hay muy poca luz. ¿A poco puedes ver? —con el espíritu bromista y juguetón propio de las fiestas, se las arrancó de la cara.

—¡Dámelas! —gritó él. Estaba tan furioso que no podía ni mirarla. En cambió, digirió la vista por encima de su hombro, apretó los ojos y palpó en busca de sus Oakley como lo haría un ciego.

—Toma —Melody le colocó las gafas en sus manos bronceadas. Deuce se las puso con urgencia—. Perdona, yo sólo estaba… —se interrumpió. ¿Qué estaba haciendo?

—No importa —repuso Deuce con voz amable—. Debería llamar a Cleo. Está sola en casa, ya sabes, así que… ¿Te molesta quedarte aquí un momento?

—No, para nada.

—Genial —repuso Deuce, mientras sin querer chocaba contra la solitaria estatua de piedra de una bruja. Después salió disparado hacia la salida.

Tras estabilizar a la bruja fluctuante (que guardaba un gran parecido con una chica de su clase de lengua), Melody se dispuso a ir en busca de Candace y, sobre todo, de dinero para su taxi. ¿Qué más daba que su casa estuviera a sólo tres manzana del instituto? Volver caminando sola después de un baile era tan patético como no asistir a la fiesta y tirarse en el sofá con un cono de helado Ben & Jerry. Si el sentimiento que albergaba en aquel momento fuera un sabor de helado, sería el de uvas ácidas.

Ahora que eran casi las 20:00, la multitud demasiado sofisticada como para llegar puntual entró con parsimonia en el gimnasio. Con un paso arrogante que daba a entender que tenían lugares adonde acudir, examinaron la decoración con la actitud de un posible comprador. Aferrándose unos a otros en pequeños grupos, resistieron el impulso de bombardear la pista de baile cuando empezó a sonar
On to the Next
, de Jay-Z, lo que imposibilitaba a Melody localizar a Candace, que iba vestida de hada malvada. La mayoría de las morenas aprovechaban las fiestas de disfraces para ponerse rubias, y las rubias nunca se ponían morenas, de modo que aquello era, en el mejor de los casos, como buscar una aguja en un pajar.

Mientras examinaba la zona vegetariana en busca de su hermana, Melody se encontró con una elaborada fuente libre de carne que incluía zanahorias
baby
con la etiqueta “dedos de duende”, y porciones de tofu a las que llamaban “dientes de bestia”.

—¿Ponche sangriento? —le ofreció alguien a sus espaldas.

La voz masculina resultaba amable, pero en absoluto endeble. Se parecía a una que conocía, pero con un todo añadido de seguridad. Era como si el modelo original se hubiera mejorado y Melody estuviera a punto de conocer a la versión 2.0.

“¿D.J?”.

Melody se dio la vuelta y rápidamente. Un líquido rojo le salpicó en la cara.

—¡Vaya, lo siento! —D.J. (¿o era Jackson?) agarró la pila de servilletas de coctel negras que había junto al cuenco de Lay`s Gourmet con el cartel “UNAS DEL DIABLO”

—No pasa nada —Melody se secó la cara—. Necesitaba una excusa para quitarme este maquillaje.

Al instante, él se convirtió en una caja humana de pañuelos de papel, y fue entregando una ininterrumpida serie de servilletas con la máxima formalidad. Una vez que el líquido fue absorbido y las servilletas, arrojadas al cubo marcado como “BASURA HUMANA”, intercambiaron una cálida sonrisa que provocó la sensación de cuando vuelves a casa después de un largo viaje.

—¿Jackson?

Él asintió con gesto afectuoso.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Melody, aliviada—. No me refiero a que no tengas derecho a estar en el baile ni nada de eso, es sólo que… ya sabes… has estado muy ocupado últimamente.

—Pensé que igual se te antojaba un poco de… mmm… ¡acción! —señaló el almohadón encajado a modo de joroba bajo su suéter.

—Ah —el ánimo de Melody se desplomó en picada. Agarrándolo de la muñeca, lo condujo hasta una mesa vacía y susurró:

—¿D.J.? ¿Eres tú?

—No —Jackson se ruborizó—. Era una broma. Me pareció que un poco de humor no te vendría mal.

—¿A mí? ¿Por qué a mí?

—Vi que Deuce se marchaba, y sé que era tu pareja de esta noche…

Melody ahogó un grito, tratando de mostrarse ofendida. Jackson se esforzaba en parecer preocupado porque la pareja de Melody se hubiera marchado, aunque fracasaba en el intento, pues una sonrisa le rondaba los labios sin parar. Parecía adorablemente encantado por haber descubierto que Melody se había quedado libre. Y Melody también lo estaba, la verdad.

—¿Me estuviste espiando?

Jackson agarró un brazo plástico verde de la mesa y lo agitó frente a la cara de Melody.

—Tú me enseñaste a espiar.

—¿Yo?

—A ver, ¿es que no me espiaste la noche que te descubrí en la habitación de Candace?

Melody abrió la boca para defenderse pero lo que hizo fue soltar una carcajada. Jackson también se echó a reír y la agarró de la mano. Una cálida corriente se trasladó del cuerpo de Jackson al de ella, y del cuerpo de Melody al de él, como si fueran tomas de electricidad, conectadas entre sí.

—Entonces, ¿viniste a separarnos a Deuce y a mí? —bromeó Melody.

Jackson se pasó la mano por su cabello cortado a capas y volvió la vista a los monstruos que giraban en la pista de baile.

—Quería asegurarme de que te trataba bien, nada más.

Melody le dio un apretón en la mano para decirle: “Gracias”. Jackson le devolvió el apretón para responder: “De nada”.

Rodeada por la vertiginosa algarabía de la fiesta, se sentía como un globo de agua en una fiesta de helio. Vencida por la carga de conocer el secreto de Jackson. Y molesta por la falta de disposición de éste a compartirlo. Con cada día que pasara, sería más difícil conectar con él. Los secretos de ambos acabarían por interponerse entre los dos, obligándolos a apartarse como imanes de polos idénticos.

Jackson pasó el dedo por la sangre falsa de la silla.

Melody sonrió, incómoda.

Jackson le devolvió la sonrisa.

“Y ahora, ¿qué?” Había mucho por decir, pero no existía una manera acertada de sacar el tema. Ni hilo conductor. Ni frase de transición. Ni manera de justificar una torpe introducción al estilo: “Hablando de espiar…”

—Hablando de espiar… —probó a decir de todas formas.

—¿Qué? —Jackson soltó su risita característica, que denotaba una mezcla de fascinación y asombro. De la manera en que uno contemplaría a dos ciempiés copulando.

—Verás, me sorprendiste espiándote, ¿de acuerdo? Y ahora te he sorprendido espiándome a mí.

—Bueno, no me sorprendiste exactamente. Yo me adelanté y…

—De acuerdo. Mejor aún —Melody cerró los ojos y respiro hondo—. Porque yo me voy a adelantar para decirte que… —aspiró a toda prisa del inhalador—. Has entrado en mi casa varias veces sin llamar, ¿no?

Jackson asintió.

—Bueno, pues yo hice lo mismo en la tuya, más o menos.

Aguardó, confiando en que él reaccionara. O incluso que averiguara lo que Melody iba a decir y terminara la historia por ella. Pero se limitó a mirarla, expectante. Sin ofrecerle una salida fácil.

—Lo sé todo. Losoíhablandoatiyatumadreymedebíahabermemarchadoperonolohiceporquequeríaenterarme —se detuvo para recobrar el aliento—. Quería entender qué pasaba.

El corazón de Melody daba golpes al ritmo del bajo que sonaba por los altavoces.

“¡Di algo!”

Jackson clavó la vista en el suelo del gimnasio y, lentamente, se levantó. Se marchaba.

—Tengo que decirte una cosa —se metió la mano en el bolsillo frontal de los jeans.

Melody sintió una opresión en el pecho. Volvió a aspirar por el inhalador. No sirvió de nada.

—¿Qué? Dímela

Jackson sacó un pequeño ventilador de pilas y encendió el interruptor. Las cuchillas de plástico blanco empezaron a girar sobre la base de color azul. Emitían el zumbido de una abeja.

—¡Este cacharro es lo máximo!

—¿Qué? —Melody se rió a medias—. ¿Escuchaste lo que te acabo de decir?

Asintiendo con la cabeza, Jackson se reclinó hacia atrás y cerró los ojos, entregándose al lujo de la insignificante brisa.

—Jackson conozco tu secreto —insistió—. Escuché a escondidas.

—¿Y qué quieres que haga? —se inclinó hacia delante—. ¿Te mando castigada a tu habitación?

—No, pero…

—Tranquila —esbozó una sonrisa—. Ya lo sé.

—¿En serio?

—Dejé la puerta abierta a propósito —repuso él con tono tranquilo—. Y te vi volver a casa, corriendo.

—¡Me viste! ¿Por qué no me dijiste nada?

—Quería asegurarme de que no te importaba. No quería que te sintieras en deuda conmigo.

Es un secreto bastante pesado para llevarlo a cuestas, ¿sabes?

—¿Por eso te salió esa joroba en la espalda?

Jackson se echó a reír.

Melody se echó a reír.

Entonces, esperaron a que sonara una canción lenta y bailaron.

Mejilla contra mejilla, oscilaron al ritmo de Taylor Swift, una auténtica monstruo en un gimnasio lleno de impostores. La invisible fuerza repelente había desaparecido. Lo único que ahora circulaba entre ellos era la suave brisa del ventilador miniatura de Jackson.

CAPÍTULO 21

PERDER LA CABEZA

De pie ante la puerta de doble hoja del gimnasio, Frankie, Lala, Blue, Clawdeen y Cleo juntaron las manos como las Pussycat Dolls a punto de salir a saludar al público por última vez. Habían reunido valor en el trayecto hasta el instituto. Se habían dado unas a otras los retoques finales en el estacionamiento. Y habían declarado la ocasión como un pequeño paso para la raza de los monstruos. Sólo les quedaba reunir el coraje suficiente para entrar antes de que el baile terminara.

—Vamos, a la de tres —Frankie echó hacia atrás los hombros, visibles sólo a medias gracias al delicado vestido de novia de encaje que perteneciera a la abuela Frankestein—. Una… dos…

De pronto, la puerta se abrió de golpe. A modo de arrollador todoterreno rojo, alguien atravesó los brazos de las chicas y rompió el vínculo que las unía.


¡Deuce!
—Cleo ahogó un grito mientras sus pendientes de oro con forma de candelabro oscilaban bajo su melena recta negra. Iba envuelta en tiras de lino blancas de la cabeza a los pies, y adornada con espléndidas joyas de oro y turquesas. Su corona de oro macizo en forma de serpiente con ojos de rubí podía hacer las veces de arma, y Cleo no temía utilizarla para ser infiel con otros chicos. O eso había comentado en el coche.

—Hola —balbuceó él, ajustándose el sombrero de copa de terciopelo rojo—. Salía corriendo a llamarte por teléfono. Creía que estabas en casa… boicoteando.

—Ligoteando, más bien.

—¡Así se habla! —Clawdeen, aparentemente disfrazada con un minivestido de pelo largo, entrechocó con Cleo una mano peluda.

—Un momento —Deuce dio un paso atrás—. ¿De qué están vestidas?

Examinó a las chicas una por una, fijándose en las mechas blancas y la piel verde de Frankie, los colmillos de Lala, las aletas de Blue, el pelaje descubierto de Clawdeen, y el cuerpo momificado de Cleo.

—¿Es que se han vuelto locas? —susurró, indignado, al tiempo que las empujaba hacia la pestilente máquina de niebla.

La canción de Beyoncé
Single Ladies, Put a Ring on It
(“Chicas solteras, pon un anillo en el dedo”) empezó a sonar en el gimnasio.

—¡Es mi canción! —anunció Cleo. Extendió las manos y sus amigas se agarraron.

—Cleo, ¡tú no estás soltera! —Deuce consiguió plantar su cuerpo entre ella y la puerta—. Todo ese asunto de Melody es un malentendido. Te lo juro. Iba a llamarte ahora mismo.

—Si tanto te gusto, ¿por qué no me has puesto un anillo en el dedo? —bromeó Cleo.

—¿En cuál? —Deuce colocó en alto la enjoyada mano de Cleo—. No hay sitio. Todos están ocupados.

—En ese caso, vete a estacionar a otro lado —hizo un gesto para que se retirara, abrió de un puntapié la puerta del gimnasio y arrastró a las chicas hasta el interior.

—¡No me hagas esto! —gritó Deuce a sus espaldas.

Demasiado tarde. El frenético ritmo de Beyoncé condujo a las chicas directamente a la pista con el poder hipnótico del canto de la sirena. Protegida por la camaradería entre el grupo e impulsada por su devoción al cambio, Frankie se abría paso entre la multitud con la seguridad de una superestrella.

Las cabezas se volvían a medida que pasaba. Los piropos aterrizaban a sus pies como pétalos de rosa. Las
fashionratas
se habrían sentido orgullosas. Al igual que Viv y Vik.

Conforme se aproximaban al borde de la pista, Bekka y su secuaz de flequillo castaño claro aparecieron.
¡Sin Brett!
Era una señal magnífica. Bekka se plantó delante de Frankie, obligando a ésta a soltar la gélida mano de Lala.

—¿Qué pasa? —Bekka señaló los pies descalzos de Frankie—. ¿Qué no te quedaba dinero para zapatos después de comprarte el vestido en la tienda de “todo a dólar”?

—¿Sabías que la auténtica novia de Frankestein estuvo descalza en su boda?

—¿Y sabías tú que la auténtica novia de Frankestein tenía un
novio
?

—Sí —repuso Frankie con un dejo de engreimiento—. De hecho, mi…—se interrumpió a sí misma. Una cosa era jugar con fuego. Revolcarse entre las llamas, otra bien distinta—. ¿Sabes? El verde te sienta bien —añadió con sinceridad.

—Pues a ti no —replicó Bekka—. Lo que no deja de ser sorprendente, porque el verde es tu color —su pequeña amiga se encontraba a su lado, tecleando en el celular.

—Mmm, de acuerdo pero no le veo sentido —Frankie puso los ojos en blanco.

La secretaria levantó la vista de la pantalla

—El verde es el color de los celos.

—Y es evidente que tienes celos de mí, por Brett —Bekka se plantó las manos en las caderas y recorrió el gimnasio con una mirada rápida.

—¿Por qué iba a tener celos de
ella
? —Frankie señaló a la encargada de los mensajes.

—Yo no soy Brett —alegó la chica.

Frankie se rió y se despidió con un gesto de la mano. Estaba demasiado cargada de electricidad como para tomarse el asunto como cosa personal, sobre todo porque venía de una imitadora de tercera con un peinado a la Marge Simpson y mechas torpemente aplicadas.

—Fue gracioso —le susurró un chico al oído.

Frankie se giró. Una rosa negra flotaba en el aire, frente a sus ojos.

—Toma —la rosa se acercó—. Se la quité a una chica que venía de hada malvada. Es para ti.

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